Mérida se ha distinguido siempre como ciudad bolivariana, si por “bolivarianismo” entendemos un culto fervoroso que permita imitar las virtudes del Héroe e interpretar sus pensamientos.
En mayo de 1813, cuando el general Simón Bolívar entró en ella con un menguado ejército victorioso, procedente de Nueva Granada y rumbo a Caracas, lo aclamó como su Libertador.
En 1842 le fue erigida una columna recordatorio, primer monumento que se le elevaba en el mundo. En 1927, en el punto culminante de la Gran Carretera Trasandina, en el Alto del Páramo de Mucuchíes se le levantó otro monumento, consistente en un cóndor broncíneo que sostiene entre el pico y las garras un medallón con su efigie; y el 19 de abril de 1951, la juventud andinista colocará su busto, en tamaño heroico, en la cima de la montaña nevada que lleva su nombre, en la cordillera venezolana.
De tal manera que, mientras en la capital de la República, sede del gobierno, Bolívar será en repetidas ocasiones “pretexto para justificar situaciones circunstanciales, subterfugio para distraer al pueblo, y venero inagotable de diplomáticos y políticos para medrar a la sombra de su indiscutible gloria”, los merideños reivindicarán su nombre y conferirán a la ciudad edificada en las faldas de la Sierra, un lustre bolivariano, empañado o inexistente en otras poblaciones por el miope encono que otrora existió hasta de sus mismos conterráneos; y transmitirán a la posteridad las hazañas, las anécdotas y las leyendas de Bolívar, como si fuera un Mio Cid redivivo, nacido al pie de la montaña.
Bolívar pertenecerá entonces al patrimonio espiritual de Mérida, no como un adorno en una plaza o para compararlo a gobernantes circunstanciales e intrascendentes, sino como un ilustre paisano, intangible, fabuloso y fantástico; y las generaciones posteriores sentirán su presencia en la Casa Consistorial capitalina, en el viejo caserón de Moconoque y en el Páramo de Mucuchíes. Más tarde, bautizarán con su nombre la más empinada montaña de la orografía nacional, en cuya cúspide erigirán el bronce que perpetuará su fama; y en bellísimo edificio, que se llamará precisamente la “Biblioteca Bolivariana”, recogerán sus escritos, sus recuerdos y los libros sobre su vida y su obra, con la finalidad de seguir su ejemplo y aplicar sus enseñanzas.
Tomado del libro “La Sierra Nevada de Mérida”. Capitulo 26. Primera parte. Con permiso del autor.
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