EL PRIMER GOLPE DE ESTADO.
Don Ángel Cesar Rivas, ensayista histórico valioso, y uno de los
iniciadores del revisionismo de nuestro acontecer colonial, publicó en Madrid,
hacia principios del siglo XX, un interesante libro que tituló “Ensayos de Historia Política y Diplomática”,
cuya primera parte se refiere a los orígenes de la Independencia de
Venezuela. Es una obra actualmente poco conocida y escasamente citada por los
historiadores, pese a estar muy bien documentada.
El bienestar de que disfrutó Venezuela, dice el autor, en los
últimos treinta años del régimen colonial, así como las ideas y tendencias
venidas de fuera, aprovecharon o influenciaron a los naturales de acuerdo con
la situación que en el país ocupaba cada uno de ellos.
Los descendientes de los conquistadores y los que por alianzas
matrimoniales habían llegado a formar parte de los llamados mantuanos, como
propietarios de las mejores tierras y plantíos, ellos fueron los más
favorecidos por las reformas económicas, dado que aumentando las sementeras y
gozando del mejor precio de los frutos, prontamente se convirtieron en grandes
potentados. Los hermanos, Bolívar, Simón y Juan Vicente, tenían individualmente
una renta anual de 25.000 fuertes, siendo de advertir que otros muchos criollos
como el Marqués de Pumar, el Conde de Tovar y el Marqués del Toro los
aventajaban en riquezas. Los hombres del grupo aludido constituían la
aristocracia de la tierra; por una especie de derecho hereditario ocupaban la
mayoría de los cargos concejiles; formaban batallones de milicias para los
individuos de su clase y suministraban a los demás el mayor número de
oficiales; daban al clero sus mejores elementos, llamados a continuo a ocupar
ricas prebendas o cómodas canonjías; construían y dotaban iglesias, caminos,
hospitales y escuelas; eran en los campos, que gran parte del año habitaban con
sus familias, protectores y jueces y consejeros de los comarcanos; eran
tenientes del rey en las ciudades y villas del interior o corregidores en los
pueblos de los indios; educaban a sus hijos en Europa y los hacían servir en la
guardia del monarca; disfrutaban de la amistad y del favor del Capitán General
y de las primeras autoridades; presidían las cofradías y hermandades más
antiguas; leían a los enciclopedistas y los clásicos, y en sus tertulias, que
eran como sus cortes, discutían planes de interés público, examinaban las
necesidades sociales y conversaban de literatura y de arte, de ciencias y de
política.
Provisto como se hallaba este grupo de ilustración y de fortuna,
usufructuario como era de honores y galardones y poseedor de grande influencia
social, las ideas revolucionarias no podían despertar en el patricio sino la
ambición de verse mezclado más directamente en el manejo de la cosa pública, el
deseo de que su voz fuese atendida en los consejos gubernativos, bien así como
el de que los altos cargos coloniales sirviesen de campo a su inteligencia y a
su actividad.
En una de sus obras, el notable ensayista don Joaquín Gabaldón Márquez
escribía que “La historia, entre nosotros, suele ser lo que podríamos llamar un
negocio de cincuenta por ciento. En efecto, hemos hecho la historia de los
patriotas “buenos” y la de los españoles “malos”. Nos tocaría hacer ahora la de
los patriotas “malos” y la de los españoles “buenos”.
Y en este mismo sentido, el agudo historiador, don Juan
Uslar-Pietri, señalaba que lo sucedido en torno al 19 de abril es que, “por una
parte, las autoridades realistas, al conquistar la República en tiempos de
Monteverde, para justificar sus desmanes, trataron de deformar los hechos,
pintando a aquellos ilustres patriotas como unos desalmados capaces de
cualquier acción, y, por otra parte, los escritores patriotas, para exaltar los
hechos, según el gusto romántico de la primera mitad del siglo XIX, los
deformaron a su vez, pintando a Emparan como un muñeco de trapo obedeciendo sin
reparos las órdenes que impartían los conjurados venezolanos y endiosando a
éstos como implacables héroes mitológicos descendidos del Olimpo”.
Otro conocido escritor, don Antonio Arellano Moreno, decía que
“el 19 de abril de
1810 aparece en la historia venezolana como el primer golpe de
estado contra las autoridades constituidas. Los héroes pertenecen en su mayoría
a la casta de los mantuanos, a la aristocracia agro esclavista de Venezuela o
como se dice hoy a la “oligarquía”; son curas o civiles vestidos de frac, con
calzón corto atado a la rodilla con una cinta y usan medias negras y zapatos de
corte bajo. Durante años han sido los amos de la riqueza material de Venezuela
y aspiran al control político del país. Los héroes civiles de 1810 derriban el
sistema político colonial y de sus manos enguantadas surge la primera
República. Los señores de guantes y calcetines que destituyen y reemplazan a
los gobernantes españoles en 1810 eran apoderados de sentimientos e ideales de
las poderosas minorías venezolanas, minorías selectas en cultura y fuertes en
bienes materiales; verdaderas mayorías económicas puesto que disponían de las
tierras, los esclavos, el oro y la riqueza de Venezuela. Eran los personeros
del feudalismo criollo. Estas minorías civilistas tenían una conciencia de
casta, unas aspiraciones comunes, una cohesión social. Como pensaba uno,
pensaba el grupo; a lo que aspiraba uno, aspiraba el conjunto; sus objetivos
eran comunes y a través de los años habían adquirido unidad conceptual. Por
reunir estos caracteres pudieron emprender la empresa de derrocar el régimen
español y asumir el mando y actuar como si fueran una sola individualidad”.
Los mantuanos que dieron el golpe de estado a Emparan,
propietarios de haciendas y esclavos, exportadores de cacao, tabaco, añil,
algodón, café y cueros, no hubiesen permitido que otros grupos sociales
iniciasen una sedición o un movimiento emancipador sin tener ellos el control
de la situación; y tal cosa fue la que ocurrió el 19 de abril.
Estos blancos criollos eran poderosos en los cabildos, donde
constituían una verdadera minoría dominante municipal.
Por naturaleza eran haraganes, por temperamento comedido y
vacilante; y sólo perseguían una independencia económica sin trabas, sin
guerras, sin derramamientos de sangre y sin que fuesen lesionados sus
intereses. Sería una emancipación con el pueblo sumiso y la esclavitud
institucionalizada.
Los hijos de estos criollos, facción de jóvenes demagogos de la Sociedad Patriótica,
con Bolívar a la cabeza, y el bando de los revolucionarios radicales pardos del
Club de los Sincamisa, comandados por Andrés Moreno, que discutían a viva voz
los problemas políticos y sociales del país, llevarían a Venezuela a una larga
guerra de diez años, de verdadera contienda civil, con la pérdida de 130.000
vidas, entre muertos en combates, asesinados en represalias y diezmados por el
hambre y las enfermedades, con la ruina total agrícola y pecuaria.
El Pueblo era realista
Los buenos e inocentes indios, así como los bizarros pardos y
morenos libres, como los llamaría Miranda, carecían de entendimiento para
digerir el palabrerío revolucionario de los hijos de los mantuanos. El pueblo
era realista y los funcionarios peninsulares representaban una protección
contra las apetencias y desmanes de los venezolanos que poseían tierras y
bienes de fortuna. La aparición de Boves, con sus huestes descalzas y desnudas,
pondría en grave riesgo la independencia del país y la permanencia del hombre
blanco, en el fatídico año de 1814.
Las clases bajas no tenían porqué quejarse de la administración
colonial en manos de los españoles y la preferían mil veces a la vanidad, al
abuso y a la tiranía de los aristócratas criollos.
El Capitán General Emparan dirá más tarde que “ni el comercio,
ni el clero, ni el pueblo en general tuvieron parte alguna en la revolución de
Caracas”. Y el Intendente Basadre que “la revolución fue sólo obra de la nobleza”.
El partido radical independentista de los criollos, formado por
los hijos de los mantuanos, jefaturados por los hermanos Bolívar, Ribas, Paúl y
otros miembros de la nobleza caraqueña en contraposición con sus progenitores y
ascendientes, patrocinaba las medidas extremas. Se decía, a la sordina, que la
ciudad estaba amolando cuchillos para degollar a todas las autoridades y acabar
con los europeos. En la casa de don Fernando Rodríguez del Toro se discutió, de
acuerdo con su hermano el marqués, atacar el despotismo con las tropas
acuarteladas en la Casa
de Misericordia. Un clásico golpe de estado.
En una de las tantas sesiones revolucionarias, los patriotas
trataron sobre las necesidades de un jefe que los dirigiera y don Juan Vicente
Bolívar propuso para tal a su hermano Simón, más no fue aceptado por parecerle
a todos demasiado joven y sin experiencia.
Los hermanos Bolívar no aparecerán en los sucesos del 19 de abril de 1810,
aunque eran de los principales conjurados que tramaron secretamente la
conspiración.
Habían tenido serias desavenencias con los otros comprometidos y
eran, además, amigos de confianza del Capitán General. Prefirieron alejarse
momentáneamente a sus haciendas.
Diez años más tarde, el Libertador al recordar la fausta fecha,
dirá a su ejército en una proclama conmemorativa que aquel día había nacido
Colombia.
Fue una década de feroz guerra civil a muerte.
Y al final de sus días, en 1829, en su mensaje al Congreso,
Bolívar decepcionado y lleno de amargura expresará: “Conciudadanos! Me ruborizo al
decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los
demás”.
Dinero, demagogia y
aguardiente
El Regente Heredia en su “Memoria sobre las Revoluciones de
Venezuela” afirma, que durante los sucesos “no hubo desgracia alguna porque
estaban ganados casi todos los soldados de las tropas acuarteladas en la plaza”
y el historiador Andrés F. Ponte añadirá que “La conducta observada por las
tropas el 19 de abril prueba, con evidencia, que ellos fueron el principal
elemento de la Revolución
de Caracas”. Y en la primera acta de la Junta Suprema que
reemplaza a las autoridades españolas se acuerda doblarle el sueldo a los
militares, de donde se deduce que la revolución la hizo el ejército, seducido
por los mantuanos, y si hubiera fracasado aquél día, se habría llevado a cabo, por
la fuerza, al día siguiente o muy poco tiempo después, irremisiblemente
Los acontecimientos estaban ya de antemano muy bien preparados,
sólo esperaban oportunidad y conductor. La caída del gobierno español no la
hubiera podido detener Emparan: la fuerza armada le era adversa.
La salida del Capitán General al balcón del Ayuntamiento,
preguntándole al pueblo “si vuestras mercedes estaban contentos con él y su
gobierno”; el gesto demagogo del Canónigo Madariaga a sus espaldas, el grito
del médico Rafael Villareal: “No le queremos”; coreado a porfía
por una chusma que había recibido dinero y aguardiente, no fue sino farsa. “por el
grito de un pillo”. diría más tarde Emparan para justificarse en una
relación al Rey, los mantuanos revolucionarios me despojaron del mando,
obligándome que lo transfiriese al Cabildo, que hizo cabeza de la revolución,
por más que protesté la nulidad del acto pues no estaba autorizado para
renunciarlo. “Acto teatral y burlesco que cerró el mismo Emparan entregando
públicamente la vara de justicia representativa de autoridad. Los oficiales de
las tropas consolidaron la insurrección, sin que hubiese uno solo que se
hubiese atrevido a oponerse a ello...Los mantuanos, la clase primera en distinción
poseídos del espíritu de rebelión, dos veces intentada y desvanecida, y era de
la misma, de sus partes y deudos de la oficialidad del cuerpo veterano y de las
milicias”.
Según el acucioso e imparcial historiador Don Héctor García
Chuecos, Don Vicente Emparan fue un caballero de no escasa cultura, esforzado
cumplidor de la ley, celoso del
bienestar de sus gobernados, y amigo del orden y minucioso hasta la
exageración. Cualidades que le llevaban a escribir de su mano las providencias
del Ayuntamiento, informarse en persona de los asuntos y seguir siempre el
recto camino que su leal saber y entender señalaban. Muy diferente a la persona
débil, tímida, irresoluta, arbitraria y despótica que pintaron después
historiadores patriotas.
En resumidas cuentas, el 19 de abril no fue sino un cuartelazo
de la nobleza criolla caraqueña, cobijada en el Cabildo, contra las autoridades
españolas representadas por su Capitán General y Gobernador de Venezuela
Mariscal D. Vicente Emparan y Orbe, e! Intendente de Ejército y Real Hacienda
D. Vicente Basadre y el Auditor de Guerra, Asesor de Gobierno y Teniente de
Gobernador D. José Vicente Anca, quienes fueron hechos presos con doble guardia
y centinelas a la vista, en sus propias casas. Estos tres Vicentes que unió el
destino en sus desgracias, no eran bien queridos por la oligarquía caraqueña, a
quienes llamaban “las tres potencias” y “las tres divinas personas”.
Unas coplas de aguinaldos, que habían circulado, de mano en
mano, en el diciembre anterior decían de la siguiente manera:
Emparan, Anca y Basadre
Tienen al pueblo oprimido;
¡Qué Vicentes tan unidos!
¡Chupan aunque el pueblo ladre!
El primero a nadie ampara
Ni el otro lleva en el anca
Pero hace basa el tercero
¡Recaudando con la tranca!
¡Basta ya de humillación!
Para de los tres salir;
Debe alzarse la Nación
¡Y así el yugo sacudir!
Don Vicente Emparan y Orbe había nacido en la Villa de Azpeitia en los
países vascos en 1747. En su juventud fue miembro de la Marina Real de España
y estuvo en combates contra los ingleses y portugueses, para así alcanzar el
grado de general de brigada.
Había servido al gobierno español en Panamá, Puerto Cabello y
Cumaná en los cargos de gobernador e intendente, Era un funcionario culto,
amante del progreso, la paz, la convivencia, la justicia, las ciencias, las
artes y las letras; que fundó barrios, pueblos y hospitales y erigió iglesias
así como se atrevió a establecer el libre comercio con países enemigos de
España. Se le tenía por afrancesado y veía con simpatía la política
expansionista de Bonaparte.
Se dice que fue Emparan quien facilitó en Cumaná la fuga de don
Manuel Gual a Trinidad, cuando la célebre conspiración.
Llegó a Caracas a ocupar la gobernación y la capitanía general
el 20 de mayo de 1809
y en su comitiva traía al coronel don Fernando Rodríguez del Toro, caraqueño y
hermano del Marqués, por lo cual fue muy bien recibido por la nobleza criolla.
La descarada conspiración de la juventud mantuana contra el
orden establecido, lo obligaron a tomar tímidas medidas inconsultas y
antipáticas en unión de Basadre y Anca.
La confianza en sí mismo y la subestimación del Cabildo,
compuesto por miembros de la burguesía,
dieron al traste con su brillante carrera política. Embarcado rumbo a
Filadelfia el 21 de abril, junto con los otros funcionarios mencionados,
falleció diez años más tarde en España.
Vicente Basadre fue el último intendente de Venezuela, a donde
había venido en compañía del capitán general Emparan, de quien fue amigo y
eficiente colaborador.
Estimuló en su corta permanencia la producción agrícola y la
exportación de algunos renglones con exención de derechos y propició la libre
importación de maquinaria agrícola, así como intercambios comerciales con otros
países, con disminución de los derechos arancelarios.
Había viajado en asuntos comerciales gubernamentales por México,
California, Filipinas y China.
De ideas afrancesadas, trabajó a favor del reconocimiento de
José Bonaparte como rey de España y por el dominio de Napoleón en América, lo
que le ocasionó a la caída de este último, al regresar a la península ibérica
un juicio, larga prisión, persecución política y la suspensión del sueldo.
Escribió, una vez depuesto y expulsado de Venezuela, un Memorial
sobre el 19 de
abril de 1810 y otros acerca de los problemas económicos de
América. Murió pobre y vigilado en La
Coruña en 1828.
Anca no era tampoco un personaje ignaro ni un funcionario
advenedizo. Había estudiado en España derecho civil y era abogado graduado.
Llegó a Caracas en 1809 como auditor de guerra, asesor general y teniente
gobernador de la
Capitanía General de Venezuela. Destituido de su cargo y
deportado del país se estableció transitoriamente en Puerto Rico, desde donde
también dirigió al Consejo de Regencia una relación sobre los sucesos del 19 de abril de 1810,
que dio a conocer siglo y medio más tarde el historiador Héctor García Chuecos.
Volvió a Venezuela en 1812 y se estableció en Maracaibo como
auditor del gobernador, cuando se le perdió el rastro.
Uno de los mejores historiadores venezolanos, el merideño don
Caracciolo Parra Pérez, relata que “la excitante lenidad con que los capitanes
generales Casas primero y Emparan muy luego, reaccionaron contra los conatos de
los nobles caraqueños para formar una Junta Nacional, reveló la extremada
debilidad del organismo político y militar de la capitanía. No existía
autoridad tiránica: había carencia de autoridad. Por ello derrumbóse fácilmente
el edificio colonial, empujado sin excesiva voluntad por un puñado de
aristócratas y de abogados; y como las clases o castas bajas de la sociedad
venezolana continuarían por diez años siendo leales al Rey y a todo lo que
representaba para ellas en cuanto a la religión y a la protección contra la
clase alta, el país cayó prácticamente en la anarquía y se encendió la guerra
civil y social mas atroz de América. La literatura optimista con que, según
costumbre de estas ocasiones, saludaron Tovar y Llamozas al nacimiento de la
nueva era, quedó borrada con sangre y el país sufrió en lo étnico y lo material
pérdidas que no han logrado reponer todavía ciento cuarenta años de República”.
Desde el fondo de su calabozo en Puerto Cabello-añade Parra
Pérez- cuando sólo comenzaba el cataclismo, el Precursor citaba a Tácito: Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant (“Hacen
un desierto, llámanlo paz”).
Y sin latinajo y buen romance el Libertador resumirá: “Se
han destruido tres siglos de cultura, de ilustración y de industria”.
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