Mérida
Cultura, Turismo y Naturaleza
Carlos Chalbaud Zerpa.
CAP I,PRIMERA PARTE
LAS BRUMAS DEL PASADO
Los primitivos moradores
Los aborígenes
venezolanos formaban grupos limitados y apartados unos de otros. Estas
parcialidades se hallaban ubicadas en las montañas, en las llanuras y en las
selvas.
Se organizaban,
por lo general, de manera muy sencilla, en comunidades integradas por grupos
familiares o clanes llamados tribus.
Eran independientes
entre sí, sin una clara unión social, cohesión política ni uniformidad
cultural, puntos que los diferenciaban de las civilizaciones más cultas de los
mayas, aztecas, incas y chibchas.
A excepción de
los habitantes de la cordillera merideña, que eran más instruidos, los
aborígenes venezolanos vivían en la etapa del salvajismo, caracterizada por la
caza y la pesca, una agricultura primitiva de conucos y la agrupación en
tribus.
Los indígenas
iban casi desnudos, apenas cubiertos con un guayuco o una falda corta tejida de
juncos; pero en las regiones altas, el frío los obligaba a usar por vestidos
mantas de algodón, que les ceñían el cuerpo y dejaban descubiertos los brazos.
Los nativos del
territorio merideño, cuando llegaron los españoles, se encontraban en el
período inicial de la barbarie, fase más evolucionada que el salvajismo, puesto
que eran hábiles ceramistas, cultivaban la tierra por el sistema de terrazas o
andenes, conocían el oro y se aplicaban a la orfebrería, construían casas de
piedra, trazaban caminos y existía en ellos un intento de confederación de
tribus para ayudarse mutuamente y comerciar.
Eran de baja
estatura, brazos y piernas cortos, cráneo de mediano tamaño, cabello negro y
lacio, frente estrecha, barba lampiña, pómulos salientes y color de la tez
broncíneo.
Se pintaban con
una tinta negra que extraían de la jagua y con un pigmento rojo que obtenían de
la bija o achiote. Cultivaban la yuca dulce, el maíz con el cual hacían la
chicha y la arepa, la papa y otras plantas alimenticias autóctonas como los
frijoles, el apio o arracacha, el malangá, las auyamas, zapallos, ajíes, piñas,
guayabas, chirimoyas y guanábanas.
Conocían el
tabaco, con el cual preparaban el chimó, el cacao para elaborar una bebida
llamada chorote y posiblemente el aguacate o curo.
Se alumbraban
con velas hechas con cera vegetal del incinillo; domesticaron aves como el
paují, las tórtolas, la guacharaca, la pava de monte, pájaros canoros como
arrendajos y turpiales y otros animales como el picare y el acure o curí.
Empleaban el
riego, cultivaban en las laderas de las montañas con notable sentido ecológico
y almacenaban sus alimentos en silos que eran como hoyos en la tierra.
El régimen
vegetal predominaba en su alimentación, ya que la carne era para ellos muy rara
y como tampoco sabían de leche, quesos, huevos y grasa, ha- cian una dieta muy
rica en féculas.
No conocían el
calzado y se adornaban con penachos de plumas de colores, collares de cuentas,
semillas y huesos y pectorales de oro y piedra labrada, en forma de figura de
ave o murciélago con las alas extendidas y con orificios para colgarlos
al cuello.
En las tierras altas las casas eran de piedra
y en Las más bajas y cálidas de pared de bahareque; con techos de paja para
formar pueblecillos, con numerosos bohíos alrededor de un espacio en forma de
plaza.
Adoban a un ser
inmaterial y abstracto, sin forma ni tamaño, increado, eterno y superior a
todo, al cual de nominaban Chés; y también rendían culto al sol, que
denominaban Zuhé y a la luna, que conocían como Chía; y en cuevas lejanas en
los páramos tenían altares donde ofrendaban a su dios ovillos de algodón
hilado, cuentas de piedras y figurillas de barro que representaban hombres y
animales; y en trípodes de barro quemaban por devoción la grasa del cacao y la
cera del incinillo. Enterraban a sus muertos de manera que quedaran en un hueco
debajo de la tierra, sentados en cuclillas, y allí ponían una olla o mucura con
algunas de sus prendas, útiles y alimentos para el largo viaje que debían
emprender. Las sepulturas eran llamadas mintoyes.
Fabricaban
ídolos de barro cocido y piedra para representar otras deidades y que los
misioneros españoles identificaron con el diablo. Eran poco dados a la música
que se caracterizaba por ser triste y monótona. Sus instrumentos musicales eran
una especie de clarinete de barro cocido o madera con orificios y boquilla, el fotuto
y la quena que eran flautas de caña, un instrumento abombado y ovoide hecho
también de barro cocido, el tambor y la maraca.
Celebraban
extrañas ceremonias rituales y también danzaban.
Carecían de
lenguaje escrito y desconocían la rueda. Los hechos importantes los grababan en
las rocas por medio de dibujos que hoy se llaman petroglifos y los más
civilizados construyeron caminos, uno de los cuales, unía Canaguá con Barinas,
tenía una longitud de treinta kilómetros.
Sus armas
defensivas eran la lanza, el arco y a flecha, el hacha de piedra y la macana,
especie de porra de madera durísima.
Hablaban muchos
dialectos y en su organización simple y colectiva no tenían propiedad privada
ni clases sociales; cuando más un jefe o cacique y un sacerdote o médico que
era el piache o mohán.
Entre las
tribus más numerosas sobre salían los Timotes y los Mucuchíes. Los contornos de
nuestra actual Mérida estaban ocupados por pequeñas agrupaciones asentadas en
las márgenes de los ríos Chama, Mucujún, Milla y Albarregas. Los más
importantes eran los Tatuyes en la meseta que hoy ocupa la ciudad de Mérida. En
las riberas del Mucujún vivían los Mucujunes, Mocanareyes y Macaquetaes los
Tateyes en el valle surcado por la quebrada de la Pedregosa: los Chamas y
Guaruríes en las orillas del Chama y había otras naciones indígenas que se
llamaban Tabayes y Escagüeyes en los páramos: los Mirripuyes, Aricaguas,
Canaguaes y Mucutuyes en el costado posterior de la Sierra Nevada; Los Jajíes,
Bailadores y Guaraques hacia el Occidente y los Bobures y Torondoyes hacia las
riberas del Lago de Maracaibo. En el Táchira vivían los Capachos, Lobateras,
Cobreños, Táribas, Queniqueas, Seborucos y Gritas; y en Trujillo los Cuicas.
En sus
dialectos poseían sonidos que no podían expresarse cabalmente en castellano y
faltaban algunas letras como I, la g, la ch fuerte, la d y la j. Sus voces
fueron trasmitidas a los españoles viciadas; y como no se dictaron
disposiciones efectivas para conservar los idiomas y dialectos indígenas, con
el pasar del tiempo desaparecieron, ya que no hubo preocupación por escribir
una gramática aborigen o formar un vocabulario. Apenas quedaron los nombres de
los sitios, ríos, lagunas, páramos, lomas y pueblos que tienen por palabra
radical el vocablo mucu, de significado no conocido: por ejemplo, Mucuy.
Mucuñuque, Mucuchíes, Mucumpate. Mucujún, Mucutuy, Mucurubá, Mucumpís,
Mucubají, Mucuchachí. Mucuchache, Mucunután, Mucusirí, Mucunduy, Mucumpiche y
muchos más.
Se supone sin fundamento que la numeración que
usaban era decimal, basada en los dedos de las manos y los pies. Los más torpes
apenas contaban hasta siete, otros podían hacerlo hasta veinte, empezando por
el meñique de la mano derecha y terminando por el dedo gordo del pie izquierdo.
Al número uno
le decían cari, al dós hen, al tres hishut, al cuarto pit, al cinco caboc, al
seis capsín, al siete maihén, al ocho maihishut, al nueve maipit y al diez
tabís.
El número once
era, por supuesto. tabís-carí, el doce tabís-hen, el trece tabís-hishut, el
quince tabís-caboc, el veinte hen-tabís o sea dos dieces.
La guerra de conquista, la destrucción de las
poblaciones y el exterminio por medio de las armas de fuego y los perros
amaestrados, hicieron huir a las tribus rebeldes sobrevivientes a lugares
apartadísimos donde no pusieron el pie los conquistadores. Los indígenas
pacíficos, que se sometieron sumisamente, murieron a causa de enfermedades
desconocidas por ellos que trajeron consigo los españoles, tales como el
sarampión y la viruela o en el mejor de los casos, se convirtieron en esclavos
o sirvientes de sus amos europeos o se disolvieron en el crisol del mestizaje.
Actualmente en
Venezuela existen todavía varias comunidades indígenas circunscritas al
Amazonas y Delta Amacuro y otras regiones recónditas de las entidades Zulia,
Apure, Anzoátegui. Sucre y Monagas. Son ciudadanos venezolanos de segunda
clase, primitivos y pobres, marginados y olvidados.
El Nuevo Mundo
A mediados del
siglo XV hace más de quinientos años, los europeos vivían dentro de sus fronteras
naturales; y eran muy pocos los que habían llegado a la India y a la China.
De las
cruzadas, expediciones militares organizadas entre los siglos del XI al XIII
por los cristianos occidentales para reconquistar los santos lugares, en poder
de los musulmanes, y abrir el Mediterráneo Oriental al comercio con Europa,
habían quedado fábulas y leyendas.
Al regresar de
aquellas remotas regiones quienes se habían atrevido a visitarlas, hablaban de
la abundancia del oro, seda, diamantes y maderas preciosas. Los medios de
transporte eran caravanas de exóticos camellos y carretas tiradas por mansos
bueyes; los portugueses trataron de conseguir un paso hacia la India y otras
comarcas asiáticas como las Islas de las Especies, bordeando el sur del África,
por el cabo de la Buena Esperanza.
Los turcos eran
dueños de Constantinopla; y el mar Mediterráneo era surcado por rápidas
embarcaciones de feroces piratas, que impedían el libre comercio con los países
orientales.
Por otra parte,
las repúblicas marineras italianas de Venecia y Génova que habían llegado a un
acuerdo comercial con los turcos y los piratas, monopolizaban la venta de
artículos de lujo traídos de Persia, Arabia, la China, la India, Ceilán y las
Islas Molucas, tales como tapices y alfombras, sedas y porcelanas, perfumes,
perlas y piedras preciosas y las especias para conservar y condimentar los
alimentos como la canela, los clavos, la pimienta, la nuez moscada y el
jengibre.
La teoría de la
redondez de la tierra, que era cierta, y la creencia de ser el globo terrestre
más pequeño, lo que era falso, hicieron pensar a ciertos sabios cosmógrafos que
era factible llegar a la India, Catay (China), y Cipango (Japón) navegando por
el occidente y que la distancia era corta.
Buscando este
camino más breve para ir desde España a las regiones asiáticas, Cristóbal Colón
descubrió casualmente el Nuevo Mundo el 12 de octubre de 1492. En una
expedición financiada por los Reyes de Castilla, compuesta por tres carabelas,
La Pinta, La Niña y la Santa María, arribó a las playas de Guanahaní.
Vestido de gala
como gran Almirante, portando en la mano derecha el estandarte castellano y en
la otra la espada, con el puño hacia arriba como si fuese la cruz avanzó entre
el oleaje y sobre la arena, seguido por su tripulación y ante los aborígenes
sor prendidos tomó posesión de aquellas tierras en nombre de sus Reyes.
Los habitantes
eran hermosos, apacibles, de un color de bronce: iban desnudos y con el cuerno
pintado. Se acercaron a las embarcaciones nadando y ofreciendo a los españoles
loros, lanzas y ovillos de algodón.
Como Colón
creyó haber llegado a la India, los denominó “indios” y al instante pensó en
hacerlos esclavos.
Cuando ellos
trataron de explicarle por señas que en otras islas vivían unos guerreros
belicosos y crueles, a quienes ellos temían mucho y llamaban canibes o caribes,
los tomó por los feroces soldados del Gran Khan de Tartana, para quien portaba
cartas de los Reyes Católicos.
En una segunda
expedición descubrió importantes islas del después llamado Mar Caribe.
Venezuela fue
avistada en su tercer viaje. Colón pisó tierra firme el primero de agosto de
1498 y creyó haber llegado a una isla muy grande, donde supuso estaba el
Paraíso Terrenal y la llamó Tierra de Gracia. No cayó en cuenta que se hallaba
en un nuevo continente hasta que comprobó que aguas dulces de un gran río
desconocido (El Orinoco), se mezclaban con las aguas del Atlántico, pero siguió
con su firme idea que se trataba de tierras asiáticas.
Todavía en un cuarto viaje. Exploró las costas
de Honduras. Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Un osado
geógrafo y navegante de Florencia (Italia), denominado Américo Vespucio, visitó
posteriormente nuestras costas en una expedición del también navegante Alonso
de Ojeda y el cartógrafo Juan de la Cosa.
Vespucio escribió
un relato que fue conocido por algunos eruditos y, donde afirmaba que aquellas
tierras no podían ser asiáticas sino un nuevo mundo; y por esto fueron llamadas
en unos mapas de un notable cosmógrafo alemán con el nombre de las tierras de
Américo.
Por tal
circunstancia, el Nuevo Mundo fue llamado América y no Colombia, como le
correspondía.
El mismo
navegante florentino a la entrada del Golfo de Maracaibo, halló junto a Ojeda y
de la Cosa una grandísima población que tenía sus casas levantadas sobre postes
de madera clavados en el agua como la ciudad de Venecia.
Los
exploradores le dieron al poblado el nombre de Veneziola, diminutivo de
Venecia, la reina del mar Adriático; y de aquella palabra se derivó el nombre
de Venezuela.
Regresaron a
España en el año de 1.500 con un botín de oro, perlas y 200 indígenas para
venderlos como esclavos.
Colón murió en Valladolid, una ciudad de España; y
hasta el momento supremo de su tránsito, estuvo convencido de haber llegado a
la India.
Falleció sin
comprender que con sus expediciones habían agrandado el mundo en una tercera
parte y sin imaginarse que figuraría en la Historia al lado de los más grandes
capitanes de todos los tiempos: porque su proyecto de llegar al Asia por el
Occidente, es una de las más grandes proezas que ha realizado el hombre.
Los más
ilustres venezolanos nunca olvidaron su nombre
El precursor
Francisco de Miranda fue el primero en llamar Colombia al Nuevo Mundo e inventó
la palabra Colómbeia para denominar los 63 volúmenes de su importantísimo archivo
que contenía cartas y documentos relativos al nuevo continente.
Al comienzo de
nuestra Independencia, Simón Bolívar y Santiago Mariño usaron la palabra
Colombia para referirse a toda Hispanoamérica; y en el Congreso de Angostura, a
solicitud del Libertador fue creada la República de Colombia que incluía a
“Venezuela, Nueva Granada y Ecuador como un tributo de justicia y gratitud al
creador de nuestro hemisferio”.
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