sábado, 1 de febrero de 2014

Mérida Cultura, Turismo y Naturaleza .



Mérida Cultura, Turismo y Naturaleza
Carlos Chalbaud Zerpa.

CAP I,PRIMERA PARTE
LAS BRUMAS DEL PASADO
Los primitivos moradores
Los aborígenes venezolanos formaban grupos limitados y apartados unos de otros. Estas parcialidades se hallaban ubicadas en las montañas, en las llanuras y en las selvas.
Se organizaban, por lo general, de manera muy sencilla, en comunidades integradas por grupos familiares o clanes llamados tribus.
Eran independientes entre sí, sin una clara unión social, cohesión política ni uniformidad cultural, puntos que los diferenciaban de las civilizaciones más cultas de los mayas, aztecas, incas y chibchas.
A excepción de los habitantes de la cordillera merideña, que eran más instruidos, los aborígenes venezolanos vivían en la etapa del salvajismo, caracterizada por la caza y la pesca, una agricultura primitiva de conucos y la agrupación en tribus.
Los indígenas iban casi desnudos, apenas cubiertos con un guayuco o una falda corta tejida de juncos; pero en las regiones altas, el frío los obligaba a usar por vestidos mantas de algodón, que les ceñían el cuerpo y dejaban descubiertos los brazos.
Los nativos del territorio merideño, cuando llegaron los españoles, se encontraban en el período inicial de la barbarie, fase más evolucionada que el salvajismo, puesto que eran hábiles ceramistas, cultivaban la tierra por el sistema de terrazas o andenes, conocían el oro y se aplicaban a la orfebrería, construían casas de piedra, trazaban caminos y existía en ellos un intento de confederación de tribus para ayudarse mutuamente y comerciar.
Eran de baja estatura, brazos y piernas cortos, cráneo de mediano tamaño, cabello negro y lacio, frente estrecha, barba lampiña, pómulos salientes y color de la tez broncíneo.
Se pintaban con una tinta negra que extraían de la jagua y con un pigmento rojo que obtenían de la bija o achiote. Cultivaban la yuca dulce, el maíz con el cual hacían la chicha y la arepa, la papa y otras plantas alimenticias autóctonas como los frijoles, el apio o arracacha, el malangá, las auyamas, zapallos, ajíes, piñas, guayabas, chirimoyas y guanábanas.
Conocían el tabaco, con el cual preparaban el chimó, el cacao para elaborar una bebida llamada chorote y posiblemente el aguacate o curo.
Se alumbraban con velas hechas con cera vegetal del incinillo; domesticaron aves como el paují, las tórtolas, la guacharaca, la pava de monte, pájaros canoros como arrendajos y turpiales y otros animales como el picare y el acure o curí.
Empleaban el riego, cultivaban en las laderas de las montañas con notable sentido ecológico y almacenaban sus alimentos en silos que eran como hoyos en la tierra.
El régimen vegetal predominaba en su alimentación, ya que la carne era para ellos muy rara y como tampoco sabían de leche, quesos, huevos y grasa, ha- cian una dieta muy rica en féculas.
No conocían el calzado y se adornaban con penachos de plumas de colores, collares de cuentas, semillas y huesos y pectorales de oro y piedra labrada, en forma de figura de ave o murciélago con las alas extendidas y con orificios  para colgarlos al cuello.
 En las tierras altas las casas eran de piedra y en Las más bajas y cálidas de pared de bahareque; con techos de paja para formar pueblecillos, con numerosos bohíos alrededor de un espacio en forma de plaza.
Adoban a un ser inmaterial y abstracto, sin forma ni tamaño, increado, eterno y superior a todo, al cual de nominaban Chés; y también rendían culto al sol, que denominaban Zuhé y a la luna, que conocían como Chía; y en cuevas lejanas en los páramos tenían altares donde ofrendaban a su dios ovillos de algodón hilado, cuentas de piedras y figurillas de barro que representaban hombres y animales; y en trípodes de barro quemaban por devoción la grasa del cacao y la cera del incinillo. Enterraban a sus muertos de manera que quedaran en un hueco debajo de la tierra, sentados en cuclillas, y allí ponían una olla o mucura con algunas de sus prendas, útiles y alimentos para el largo viaje que debían emprender. Las sepulturas eran llamadas mintoyes.
Fabricaban ídolos de barro cocido y piedra para representar otras deidades y que los misioneros españoles identificaron con el diablo. Eran poco dados a la música que se caracterizaba por ser triste y monótona. Sus instrumentos musicales eran una especie de clarinete de barro cocido o madera con orificios y boquilla, el fotuto y la quena que eran flautas de caña, un instrumento abombado y ovoide hecho también de barro cocido, el tambor y la maraca.
Celebraban extrañas ceremonias rituales y también danzaban.
Carecían de lenguaje escrito y desconocían la rueda. Los hechos importantes los grababan en las rocas por medio de dibujos que hoy se llaman petroglifos y los más civilizados construyeron caminos, uno de los cuales, unía Canaguá con Barinas, tenía una longitud de treinta kilómetros.
Sus armas defensivas eran la lanza, el arco y a flecha, el hacha de piedra y la macana, especie de porra de madera durísima.
Hablaban muchos dialectos y en su organización simple y colectiva no tenían propiedad privada ni clases sociales; cuando más un jefe o cacique y un sacerdote o médico que era el piache o mohán.
Entre las tribus más numerosas sobre salían los Timotes y los Mucuchíes. Los contornos de nuestra actual Mérida estaban ocupados por pequeñas agrupaciones asentadas en las márgenes de los ríos Chama, Mucujún, Milla y Albarregas. Los más importantes eran los Tatuyes en la meseta que hoy ocupa la ciudad de Mérida. En las riberas del Mucujún vivían los Mucujunes, Mocanareyes y Macaquetaes los Tateyes en el valle surcado por la quebrada de la Pedregosa: los Chamas y Guaruríes en las orillas del Chama y había otras naciones indígenas que se llamaban Tabayes y Escagüeyes en los páramos: los Mirripuyes, Aricaguas, Canaguaes y Mucutuyes en el costado posterior de la Sierra Nevada; Los Jajíes, Bailadores y Guaraques hacia el Occidente y los Bobures y Torondoyes hacia las riberas del Lago de Maracaibo. En el Táchira vivían los Capachos, Lobateras, Cobreños, Táribas, Queniqueas, Seborucos y Gritas; y en Trujillo los Cuicas.
En sus dialectos poseían sonidos que no podían expresarse cabalmente en castellano y faltaban algunas letras como I, la g, la ch fuerte, la d y la j. Sus voces fueron trasmitidas a los españoles viciadas; y como no se dictaron disposiciones efectivas para conservar los idiomas y dialectos indígenas, con el pasar del tiempo desaparecieron, ya que no hubo preocupación por escribir una gramática aborigen o formar un vocabulario. Apenas quedaron los nombres de los sitios, ríos, lagunas, páramos, lomas y pueblos que tienen por palabra radical el vocablo mucu, de significado no conocido: por ejemplo, Mucuy. Mucuñuque, Mucuchíes, Mucumpate. Mucujún, Mucutuy, Mucurubá, Mucumpís, Mucubají, Mucuchachí. Mucuchache, Mucunután, Mucusirí, Mucunduy, Mucumpiche y muchos más.
Se supone sin fundamento que la numeración que usaban era decimal, basada en los dedos de las manos y los pies. Los más torpes apenas contaban hasta siete, otros podían hacerlo hasta veinte, empezando por el meñique de la mano derecha y terminando por el dedo gordo del pie izquierdo.
Al número uno le decían cari, al dós hen, al tres hishut, al cuarto pit, al cinco caboc, al seis capsín, al siete maihén, al ocho maihishut, al nueve maipit y al diez tabís.
El número once era, por supuesto. tabís-carí, el doce tabís-hen, el trece tabís-hishut, el quince tabís-caboc, el veinte hen-tabís o sea dos dieces.
 La guerra de conquista, la destrucción de las poblaciones y el exterminio por medio de las armas de fuego y los perros amaestrados, hicieron huir a las tribus rebeldes sobrevivientes a lugares apartadísimos donde no pusieron el pie los conquistadores. Los indígenas pacíficos, que se sometieron sumisamente, murieron a causa de enfermedades desconocidas por ellos que trajeron consigo los españoles, tales como el sarampión y la viruela o en el mejor de los casos, se convirtieron en esclavos o sirvientes de sus amos europeos o se disolvieron en el crisol del mestizaje.
Actualmente en Venezuela existen todavía varias comunidades indígenas circunscritas al Amazonas y Delta Amacuro y otras regiones recónditas de las entidades Zulia, Apure, Anzoátegui. Sucre y Monagas. Son ciudadanos venezolanos de segunda clase, primitivos y pobres, marginados y olvidados.












El Nuevo Mundo
A mediados del siglo XV hace más de quinientos años, los europeos vivían dentro de sus fronteras naturales; y eran muy pocos los que habían llegado a la India y a la China.
De las cruzadas, expediciones militares organizadas entre los siglos del XI al XIII por los cristianos occidentales para reconquistar los santos lugares, en poder de los musulmanes, y abrir el Mediterráneo Oriental al comercio con Europa, habían quedado fábulas y leyendas.
Al regresar de aquellas remotas regiones quienes se habían atrevido a visitarlas, hablaban de la abundancia del oro, seda, diamantes y maderas preciosas. Los medios de transporte eran caravanas de exóticos camellos y carretas tiradas por mansos bueyes; los portugueses trataron de conseguir un paso hacia la India y otras comarcas asiáticas como las Islas de las Especies, bordeando el sur del África, por el cabo de la Buena Esperanza.
Los turcos eran dueños de Constantinopla; y el mar Mediterráneo era surcado por rápidas embarcaciones de feroces piratas, que impedían el libre comercio con los países orientales.
Por otra parte, las repúblicas marineras italianas de Venecia y Génova que habían llegado a un acuerdo comercial con los turcos y los piratas, monopolizaban la venta de artículos de lujo traídos de Persia, Arabia, la China, la India, Ceilán y las Islas Molucas, tales como tapices y alfombras, sedas y porcelanas, perfumes, perlas y piedras preciosas y las especias para conservar y condimentar los alimentos como la canela, los clavos, la pimienta, la nuez moscada y el jengibre.
La teoría de la redondez de la tierra, que era cierta, y la creencia de ser el globo terrestre más pequeño, lo que era falso, hicieron pensar a ciertos sabios cosmógrafos que era factible llegar a la India, Catay (China), y Cipango (Japón) navegando por el occidente y que la distancia era corta.
Buscando este camino más breve para ir desde España a las regiones asiáticas, Cristóbal Colón descubrió casualmente el Nuevo Mundo el 12 de octubre de 1492. En una expedición financiada por los Reyes de Castilla, compuesta por tres carabelas, La Pinta, La Niña y la Santa María, arribó a las playas de Guanahaní.
Vestido de gala como gran Almirante, portando en la mano derecha el estandarte castellano y en la otra la espada, con el puño hacia arriba como si fuese la cruz avanzó entre el oleaje y sobre la arena, seguido por su tripulación y ante los aborígenes sor prendidos tomó posesión de aquellas tierras en nombre de sus Reyes.
Los habitantes eran hermosos, apacibles, de un color de bronce: iban desnudos y con el cuerno pintado. Se acercaron a las embarcaciones nadando y ofreciendo a los españoles loros, lanzas y ovillos de algodón.
Como Colón creyó haber llegado a la India, los denominó “indios” y al instante pensó en hacerlos esclavos.
Cuando ellos trataron de explicarle por señas que en otras islas vivían unos guerreros belicosos y crueles, a quienes ellos temían mucho y llamaban canibes o caribes, los tomó por los feroces soldados del Gran Khan de Tartana, para quien portaba cartas de los Reyes Católicos.
En una segunda expedición descubrió importantes islas del después llamado Mar Caribe.
Venezuela fue avistada en su tercer viaje. Colón pisó tierra firme el primero de agosto de 1498 y creyó haber llegado a una isla muy grande, donde supuso estaba el Paraíso Terrenal y la llamó Tierra de Gracia. No cayó en cuenta que se hallaba en un nuevo continente hasta que comprobó que aguas dulces de un gran río desconocido (El Orinoco), se mezclaban con las aguas del Atlántico, pero siguió con su firme idea que se trataba de tierras asiáticas.
 Todavía en un cuarto viaje. Exploró las costas de Honduras. Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Un osado geógrafo y navegante de Florencia (Italia), denominado Américo Vespucio, visitó posteriormente nuestras costas en una expedición del también navegante Alonso de Ojeda y el cartógrafo Juan de la Cosa.
Vespucio escribió un relato que fue conocido por algunos eruditos y, donde afirmaba que aquellas tierras no podían ser asiáticas sino un nuevo mundo; y por esto fueron llamadas en unos mapas de un notable cosmógrafo alemán con el nombre de las tierras de Américo.
Por tal circunstancia, el Nuevo Mundo fue llamado América y no Colombia, como le correspondía.
El mismo navegante florentino a la entrada del Golfo de Maracaibo, halló junto a Ojeda y de la Cosa una grandísima población que tenía sus casas levantadas sobre postes de madera clavados en el agua como la ciudad de Venecia.
Los exploradores le dieron al poblado el nombre de Veneziola, diminutivo de Venecia, la reina del mar Adriático; y de aquella palabra se derivó el nombre de Venezuela.
Regresaron a España en el año de 1.500 con un botín de oro, perlas y 200 indígenas para venderlos como esclavos.
Colón murió en Valladolid, una ciudad de España; y hasta el momento supremo de su tránsito, estuvo convencido de haber llegado a la India.

Falleció sin comprender que con sus expediciones habían agrandado el mundo en una tercera parte y sin imaginarse que figuraría en la Historia al lado de los más grandes capitanes de todos los tiempos: porque su proyecto de llegar al Asia por el Occidente, es una de las más grandes proezas que ha realizado el hombre.
Los más ilustres venezolanos nunca olvidaron su nombre
El precursor Francisco de Miranda fue el primero en llamar Colombia al Nuevo Mundo e inventó la palabra Colómbeia para denominar los 63 volúmenes de su importantísimo archivo que contenía cartas y documentos relativos al nuevo continente.
Al comienzo de nuestra Independencia, Simón Bolívar y Santiago Mariño usaron la palabra Colombia para referirse a toda Hispanoamérica; y en el Congreso de Angostura, a solicitud del Libertador fue creada la República de Colombia que incluía a “Venezuela, Nueva Granada y Ecuador como un tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio”.

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