José
Luis Posadas
1929
Nace el 10 de febrero en Villaviciosa, Asturias, España
En
la revista de cultura humanística “Casa de la Fragua” No. 4 de agosto –octubre de 1998,
editada en Tovar, estado Mérida, Venezuela, aparecen una serie de caricaturas
de personajes de la vida latinoamericana y española como ilustración de los
artículos que componen dicho número. Estas ilustraciones caricaturescas se
deben a la plumilla de un dibujante asturiano-cubano José Luis Posadas, del
cual hemos hecho un pequeño bosquejo de su vida y obra en una ventana anterior
de este mismo blog. Hemos querido hacer una serie de ventanas con las
caricaturas de los personajes allí plasmadas, con un pequeño comentario o algo
de su obra, sacado de sus libros o de la misma revista a la hemos hecho
referencia
Un poema de amor
NICOLAS GUILLEN |
No sé. Lo
ignoro.
Desconozco todo el tiempo que anduve
sin encontrarla nuevamente.
¿Tal vez un siglo? Acaso.
Acaso un poco menos: noventa y nueve años.
¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma,
un tiempo enorme, enorme, enorme.
Al fin, como una rosa súbita,
repentina campánula temblando,
la noticia.
Saber de pronto
que iba a verla otra vez, que la tendría
cerca, tangible, real, como en los sueños.
¡Qué explosión contenida!
¡Qué trueno sordo
rodándome en las venas,
estallando allá arriba
bajo mi sangre, en una
nocturna tempestad!
¿Y el hallazgo, en seguida? ¿Y la manera
de saludarnos, de manera
que nadie comprendiera
que ésa es nuestra propia manera?
Un roce apenas, un contacto eléctrico,
un apretón conspirativo, una mirada,
un palpitar del corazón
gritando, aullando con silenciosa voz.
Después
(ya lo sabéis desde los quince años)
ese aletear de las palabras presas,
palabras de ojos bajos,
penitenciales,
entre testigos enemigos.
Todavía
un amor de «lo amo»,
de «usted», de «bien quisiera,
pero es imposible»... De «no podemos,
no, piénselo usted mejor»...
Es un amor así,
es un amor de abismo en primavera,
cortés, cordial, feliz, fatal.
La despedida, luego,
genérica,,
en el turbión de los amigos.
Verla partir y amarla como nunca;
seguirla con los ojos,
y ya sin ojos seguir viéndola lejos,
allá lejos, y aun seguirla
más lejos todavía,
hecha de noche,
de mordedura, beso, insomnio,
veneno, éxtasis, convulsión,
suspiro, sangre, muerte...
Hecha
de esa sustancia conocida
con que amasamos una estrella.
Octavio Paz
José
Lezama Lima.
En el
chisporreo del remolino
el guerrero japonés pregunta por su silencio,
le responden, en el descenso a los infiernos,
los huesos orinados con sangre
de la furiosa divinidad mexicana.
El mazapán con las franjas del presagio
se iguala con la placenta de la vaca sagrada.
El pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta
y la convierte en un caracol sangriento.
En Río el carnaval tira de la soga
y aparecemos en la sala recién iluminada.
En la Isla de San Luis la conversación,
serpiente que penetra en el costado como la lanza,
hace visible las farolas de la ciudad tibetana
y llueve, como un árbol, en los oídos.
El murciélago trinitario,
extraño sosiego en la tau insular,
con su bigote lindo humeando.
Todo aquí y allí en acecho.
Es el ciervo que ve en las respuestas del río
a la sierpe, el deslizarse naturaleza
con escamas que convocan el ritmo inaugural.
Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.
La voz ordenando con la máscara a los reyes de Grecia,
la sangre que no se acostumbra a la tenaza nocturnal
y vuelve a la primigenia esfera en remolino.
El sacerdote, dormido en la terraza,
despierta en cada palabra que flecha
a la perdiz caída en su espejo de metal.
El movimiento de la palabra
en el instante del desprendimiento que comienza
a desfilar en la cantidad resistente,
en la posible ciudad creada
para los moradores increados, pero ya respirantes.
Las danzas llegaron con sus disfraces
al centro del bosque, pero ya el fuego
había desarraigado el horizonte.
La ciudad dormida evapora su lenguaje,
el incendio rodaba como agua
por los peldaños de los brazos.
La nueva ordenanza indescifrable
levantó la cabeza del náufrago que hablaba.
Sólo el incendio espejeaba
el tamaño silencioso del naufragio.
La danza del macizo de bambúes.
Alejo Carpentier
No estoy aquí para pensar. No debo pensar. Ante todo, sentir y ver. Y cuando
de ver se pasa a mirar, se encienden raras luces y todo cobra una voz. Así, he
descubierto, de pronto, en un segundo fulgurante, que existe una Danza de los
Arboles. No son todos los que conocen el secreto de bailar en el viento. Pero
los que poseen la gracia, organizan rondas de hojas ligeras, de ramas, de
retoños, en torno a su propio tronco estremecido.
Y es todo un ritmo el que se crea en las frondas; ritmo ascendente e
inquieto, con encrespamientos y retornos de olas, con blancas pausas, respiros,
vencimientos, que se alborozan y son torbellino, de repente, en una música
prodigiosa de lo verde. Nada hay más hermoso que la danza de un macizo de
bambúes en la brisa. Ninguna coreografía humana tiene la euritmia de una rama
que se dibuja sobre el cielo
Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética
no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día,
los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los
pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada
caracol manchado era, desde siempre, un poema.”
Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, XXVIII
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