José
Luis Posadas
1929
Nace el 10 de febrero en Villaviciosa, Asturias, España
2002
Muere el 25 de febrero en San Antonio de los Baños, La Habana, Cuba.
¿Contra quién pintas? ¿O
dibujas?
Dibujo contra la violencia, la
mediocridad, el esquematismo y los imbéciles.
¿Y a favor de qué?
De la vida.
Para ti, ¿qué es la vida?
No soy filósofo sino
dibujante. Sólo sé que vivo y que la vida es un bonito regalo que me hicieron.
¿Ecologista?
Verde en el sentido como
los duendes irlandeses… donde realmente uno retorna al bosque, retorna al
musgo. Me gustaría ser un hombre hecho de musgo
Dibujante compulsivo,
creador infatigable, Posada nos confronta con la humanidad contenida en su arte
y su maestría indudable para delinear los signos que reflejan al hombre.
Empecé en el periódico La
Tarde. Tenía dos opciones, o seguir en el garaje, del que era dueño y
también empleado, o dedicarme al arte. Tenía que decidir entre ser garajista,
que no me gustaba, o ser artista. Antes de entrar al garaje, yo quería estudiar
pintura, había ido a Nueva York en 1952, al Art Students League, donde hice mis
primeros contactos con una escuela de arte. Por cierto, que hace unos días vino
una señora al Taller de Grabado, me la presentaron, yo no la reconocía y luego
me enteré de que era la esposa de C. Adams, a quien admiro mucho. Ella conocía
las técnicas, lo que me llamó la atención, pues no es usual que las mujeres
entiendan específicamente de las técnicas del grabado; las comenzó a comparar y
yo maravillado de que conociera el lenguaje de uno. Descubrí en la conversación
que había estudiado en la Art Students League, conocido a un profesor que
admiraba mucho, Hoffman, y a otro de referencia, de Niro, un extraordinario
pintor que también conocí cuando mi visita a los Estados Unidos, y le dije que
se parecía mucho al famoso actor de cine. Por cierto, que ella me dijo que
aquel era su padre.
En realidad, yo nunca
estudié arte, pero aquel fue mi primer contacto con el arte fuera de Cuba,
aunque aquí lo seguía a través de exposiciones y revistas. Quedé fascinado con
el arte neoyorquino. Solo después decidí llegar al dibujo y la caricatura, lo
que me costó mucho trabajo, pues en los inicios era muy torpe. Me hice con
mucho esfuerzo y ya tarde. Pero soy perseverante.
Otro Posada
PEDRO DE ORAÁ
Al
observar los dibujos a la tinta, al carboncillo o al pastel de José Luis
Posada, o los de sus litografías, en los cuales el tratamiento de la figura
nunca ha obedecido a un código convencional de representación —el rancio
naturalismo, digamos—, nos hemos preguntado muchas veces si su filiación
pudiera ser la de la escuela surrealista: disociación del objeto de su
contexto, deformación y fragmentación de cuerpos, simbiosis incongruente de
especies, fusión de cosas y organismos, atmósfera onírica, en fin, perversión
de la realidad e invención de lo inexistente e imposible, y sólo presenciable
en el plano del subconsciente (el sueño fisiológico) o la imaginación (el sueño
despierto), o en esos estados anómalos como el delirium tremens y la
esquizofrenia, y por el insumo de alucinógenos. En fin, de cuentas, nada tiene
que ver Posada con los surrealistas salvo en la mudanza a un ámbito imaginario
de sus figuraciones, pero su lección de mundo es aquí y ahora, es la constancia
de la comedia humana, es la mirada del sueño en la vigilia
Sus
primeras colaboraciones para El Pitirre aparecen en el ejemplar de mar.
20, 1960, pp. 8 y 9. Constituyen la serie «Flores», un conjunto de caricaturas
de humor blanco en el que se anuncian las peculiaridades gráficas de la primera
etapa de Posada en el semanario. Su trazado es muy sintético y las figuras son
gruesas y con largas narices. El fondo, como en otros pitirreros, está ausente.
Este primer estilo, sin embargo, variará sustancialmente a lo largo de su
permanencia en el semanario. Sus habilidades en el dibujo le permiten
desenvolverse no solo con la pluma, sino también con el pincel y el
carboncillo, y la inclusión de estos elementos hará que sus caricaturas ganen
en complejidad gráfica. Ya para el segundo año del tabloide gran parte de su
producción lo muestra como el más hábil dibujante del conjunto de
caricaturistas. Combina hábilmente la mancha de tinta y la línea hecha a pluma
o pincel, e imprime a sus imágenes un expresionismo grotesco en el que se
anuncia el estilo que desarrollará posteriormente en El Sable (v. g.
sept. 17, 1961, p. 2 y jun. 11, 1961, p. 16).
Sus
habilidades plásticas Posada también las demuestra en el empleo del collage.
Un ejemplo, logrado a partir del papel periódico, es la portada de abr. 10,
1960. Este número, al igual que los dos anteriores, se había dedicado
especialmente a fustigar la prensa contrarrevolucionaria. Y si en el ejemplar
de mar. 26, 1960, le correspondió a Sergio parodiar a Prensa Libre, dos
semanas después Posada hizo lo mismo con el Diario de la Marina, al
crear para la primera página un barco de papel. El detalle satírico está en la
bandera en lo alto el barco, la cual luce una siquitrilla.
La
serie «Huellas» (jun. 5, 1960, pp. 7-9) es el mejor ejemplo de empleo de
huellas dactilares en las caricaturas de El Pitirre. Esta novedad, que
en caricaturistas como Fresquito o Fornés no pasó de ser un recurso accesorio
para representar el humo de una chimenea o las barbas de los rebeldes, en la
serie de Posada aludida cobra papel protagónico dentro de la situación
humorística. Así, por ejemplo, la mujer que exhibe sobre sus senos el estampado
de dos manos (p. 7) o los ladrones que al abandonar el banco que acaban de
robar, dejan en la fachada inmensos pulgares impresos como prueba inculpatoria
(p. 8).
Otro
recurso gráfico empleado por Posada es la contraposición de fondos blancos y
negros. Como en Nuez, el uso de este elemento responde a intenciones semánticas
(v. g. oct. 8, 1961, p. 11). Habría que añadir a todas estas novedades visuales
la utilización del mismo procedimiento del test de Rorshach, que consiste en
colocar una cantidad de tinta sobre una hoja de papel, doblarla y obtener así
una imagen abstracta de simetría bilateral. Esta curiosidad la empleó para
ilustrar uno de sus cuentos en El Pitirre (s. f., p. 14).
Aunque
en entrevista con Agenor Martí declara que ha hecho poco humor blanco26, su
producción dentro de este género en el semanario es bastante grande y de
calidad sostenida. Inventa situaciones humorísticas muy originales, que siempre
se resuelven exclusivamente a través de la imagen. Cuando más, el elemento
verbal se reduce al título de la serie o la tira. En esta parte de su
producción siempre recurrió a figuras que lo identificaron estilísticamente en
el semanario: personitas gruesas y de nariz alargada, resueltas en pocos
trazos. En ocasiones son caricaturas de una sola imagen (v. g. las series «El
reloj de mi pueblo», may. 1, 1960, p. 14 y «La fuente de la placita», may. 8,
1960, p. 13). Pero es en las historietas pequeñas donde más se muestra su
ingenio. En estas suele obviar el recuadro, o limitarse a separar los distintos
momentos con una línea horizontal intersecada por varias verticales paralelas,
a modo de tabiques. En las tiras cortas Posada desarrolla un humorismo en el
que se funden la ingenuidad y el lirismo.
Si bien
en el humor blanco su dibujo variará poco a lo largo de los dos años del
semanario, en el humor político-social Posada constantemente pasará de un
estilo a otro, siempre buscando mayor expresividad en las imágenes. Son varias
las temáticas que abordará en este género. En el ámbito de asuntos locales
destacan sus caricaturas de las movilizaciones militares de los sesenta. Son
verdaderos apuntes en campaña realizados con una grafía muy sintética,
que tienen como uno de sus méritos fundamentales la documentación in situ
de aquellas épicas jornadas. Sin embargo, las situaciones que reseña en sus
dibujos no son en esencia épicas. Más bien reflejan las escenas
peculiares de estas movilizaciones: la fila de milicianos a rastras en la que
sobresale el trasero de uno que no baja suficientemente el cuerpo, el miliciano
que fuma su tabaco mientras los usuales picadores forman un círculo a su
alrededor para aspirar el humo, etc. (feb. 5, 1961, pp. 6 y 7).
En el plano de los asuntos internacionales el
caricaturista abordó, al igual que Ardión, el tópico del peligro atómico y la
necesidad del desarme (v. g. la serie «Átomos yanquis para la paz», jun. 11,
1961, p. 4).
José
Luis Posada fue uno de los más destacados renovadores de la caricatura en Cuba.
A su labor en El Pitirre habría que agregar sus colaboraciones
posteriores en El Sable (del que llegó a ser director) y su trabajo como
caricaturista personal e ilustrador en diversas publicaciones. Para entonces su
estilo gráfico, marcadamente expresionista y con un uso más complicado de la
línea, difiere de todos los que aparecieron en el suplemento de La Calle.
Textos
tomados del libro de José Luis Posadas “Cabeza para pensar y corazón para
sentir”. Grabado y dibujo humorístico.
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