EL DOCTOR GALLEGOS
ORTIZ VISTO POR SU HIJO
Rafael
Gallegos Castro
En primer lugar, quiero agradecer en nombre de la esposa de mi padre, María Artahona de Gallegos Ortiz; de sus hijas Ana Elena y María Cristina Gallegos Castro, de su nuera Herminia Carrasco de Gallegos, de sus nietos John Eliseo, Manuel Rafael, Rafael Eliseo y su esposa Irina, José Ramón y su esposa Daniela, de sus bisnietos Juan Ignacio, Tomás Fabián y Andrés, de sus sobrinos y parientes, de sus innumerables amigos, y en mi nombre, agradecer la oportunidad nos da la Honorable Academia de Mérida, de dirigir estas palabras como un homenaje a la trayectoria de mi padre, en ocasión de su centenario.
Honrar, honra.
Nos sentimos
inmensamente agradecidos por este
gesto, porque sabemos
que la vida del Dr. Gallegos Ortiz fue una permanente entrega llena de
amor por Venezuela. Que su prolífica existencia, que agregó tanto valor a la
vida de tanta gente, debe ser rememorada, para que quede como una referencia en
este pueblo tan olvidadizo, donde destacados venezolanos, cuya obra debería ser
estudiada y servirnos de guía, como Mariano Picón Salas, José Rafael Pocaterra,
Rómulo Gallegos, Salvador Garmendia, Andrés Eloy Blanco, José León Tapia,
entre muchos otros por solo nombrar
escritores, pasan a la desmemoria colectiva, afirmando nuestra peligrosa condición de pueblo
sin conciencia de sus raíces, lo que conlleva el riesgo de andar a la deriva.
Este
26 de septiembre de 2022, se cumplieron cien años del nacimiento de mi padre, Rafael Gallegos Ortiz. Abogado, escritor, profesor, historiador, político, gerente cultural,
un personaje multifacético de esos que parecen tener dentro de sí muchos
seres conviviendo. Un venezolano con los pies enraizados en Tovar y la mente puesta en las
estrellas. Siempre llevó a Tovar en el corazón.
Y sobre todo, Gallegos Ortiz, mi inolvidable papá.
Cien
años que hacen recordar la ironía del Maestro Jorge Luis Borges, cuando
falleció su madre a los 99 años. Un amigo al darle el pésame le comentó que era
lamentable que la señora no hubiera llegado a los cien años con lo poco que le
faltó. El maestro replicó: amigo, que fe tiene usted en las virtudes del
sistema decimal.
Pero así somos y así conmemoramos este centenario.
La
casa nativa de papá (ya desaparecida), era una casa grande, de dos pisos. A una
cuadra de la Plaza Bolívar.
Mi padre nació en 1922 en un Tovar de calles empedradas, de mucha producción agrícola
y sobre todo paso de caravanas de la zona. Un Tovar profundamente católico y de
inquietudes culturales. Sus famosas ferias en honor a la Virgen de Regla, las
más antiguas de Venezuela, ya mezclaban las celebraciones marianas con bailes,
toros y aguardiente.
Mi padre
fue el último de siete
hermanos. Los mayores,
Consuelo, Ana Elena y Belisario, le llevaban alrededor de veinte años. Los intermedios José Ramón y Luís Enrique,
más de seis o siete. Él y su hermana Ada Margarita, que le llevaba dos
años, fueron los toñecos.
Pero la orfandad llegó temprano. Su padre Belisario, de oficio contador
y periodista, murió enfermo del cerebro cuando papá era apenas un niño. En su poema “MI PADRE”, revelaría su soledad y
desconcierto por su ausencia:… Él está en el cielo, me decían desde
allí te está mirando/yo miraba el cielo daba
vueltas/ quería verlo para ver si me miraba lo
hice muchas veces,/lo hice muchos días/pero no lo encontraba
…
Por si no fuera suficiente, a sus trece años, falleció
su madre, la abuela Ana Rosa Ortiz de Gallegos. También le dedicaría
un poema: “ASÍ ERA ELLA”:…
fue toda ternura allá en la gloria estará/repartiéndole a los niños cuadernos
y caramelos golosinas y dulzura…/… ¡algún día la encontraremos
y nos pagará los besos/que ahora damos sin ella!…
Huérfano, lo enviaron a vivir con su tío Pepe.
El tío era un solterón que vivía solo en una
casa muy grande llena de libros. Era un gran lector. Papá me decía que era muy
conocedor
de literatura, de política, que estaba al día con las noticias. Que tenía un
gran conocimiento de Carlos Marx.
Papá
me contaba que su tío lo regañaba por escrito. Que le enviaba cartas, aunque
cueste creerlo desde un sitio a otro dentro de la misma casa, donde le decía
cosas fuertes en referencia a alguna falta cometida; pero cuando se veían, el
tío ni le mencionaba la misiva,
y ni se daba por enterado del regaño que había proporcionado.
Entre el tío Pepe,
otros familiares y su hermano
Luís Enrique -quien
ya trabajaba como vendedor en una prestigiosa firma- se encargaron con mucho cariño,
de que a mi padre no le faltara nada.
A veces pasaba sus vacaciones con su tío cura, el padre José Ramón Gallegos,
párroco de Tabay y además fino poeta con obra publicada. El tío cura no
aceptaba gallinas ni ningún tipo de regalo de los campesinos.
-
Ellos tienen más hambre que yo- le decía a mi papá, que por tanta escasez
llegaba flaaaco a su casa luego de las vacaciones.
Cuando al cura le solicitaban diezmos para el Papa no los enviaba.
– El Papa tiene mucho dinero y aquí hay mucha necesidad- decía el sacerdote.
El
padre José Ramón Gallegos, falleció en julio de 1939. Sus fieles le levantaron
una estatua en la población merideña de Tabay.
Al aprobar
el sexto grado, el destino
de mi padre, como el de casi todos los muchachos
tovareños en esa condición, era trabajar en una finca o en un comercio. En
Tovar no había bachillerato. Papá me contaba que le aterraba no seguir
estudiando. Que todos los días se apersonaba en la iglesia
a pedirle a la Virgen de Regla que le concediera el milagro de estudiar bachillerato.
El milagro se dio. Seguramente un milagro económico. Sus familiares
lograron los medios para que papá continuara sus estudios. Lo enviaron a
Pamplona, Colombia, mucho más asequible desde Tovar, que Caracas.
Pero
el frío, o el ambiente excesivamente conventual de esa ciudad, lo decidieron a
fugarse. En su escape fue a parar a Táriba y se hospedó donde unos parientes.
Era carnaval y se incorporó a las fiestas. Las noticias llegaron rápido a Tovar
y escandalizaron a sus familiares.
Debieron
quererlo mucho, porque le dieron una segunda oportunidad. Lo enviaron a Caracas
al Colegio “Los Dos Caminos”, del célebre profesor Julio Bustamante, que
quedaba en lo que es hoy la Avenida Rómulo Gallegos. Exactamente en el sitio donde
hoy está el CC Millenium.
El viaje en autobús
duró varios días. En el internado estudió
todo el bachillerato.
Como
el colegio era laico, los alumnos que expresaran no ser católicos, quedaban
exentos de ir a misa los domingos.
Debían pararse temprano,
salir en fila a la calle y
caminar
unas cuantas cuadras hasta la iglesia, lo que tardaba prácticamente toda la
mañana. Papá, para disfrutar sus mañanas domingueras, se declaró evangélico.
Uno
de esos domingos, su tía Amalia – muy católica y rezandera- fue a visitarlo. Al
enterarse que los alumnos estaban en misa, ella le dijo al portero que
esperaría al regreso de ellos, para ver a su sobrino.
- Pero
si el joven Gallegos está en su habitación –le dijo el portero- usted sabe, que
como él es evangélico…
- ¿Y
quién le dijo a usted que ese muchacho es evangélico? – replicó la tía muy molesta.
- Él mismo, señora… por eso es que
no va a misa.
-
¿Evangélico?, lo que es, es un flojo
y un hereje.
Es de imaginarse el problema con la tía
Amalia…
Su hermano
Luís Enrique siempre
estaba pendiente de él. Le daba dinero,
lo sacaba a pasear
por Caracas los días libres.
Le daba la ropa casi nueva que iba dejando
y papá era un joven muy elegante. El problema surgió
cuando mi papá se estiró
(medía 1,87 ms.) y los trajes
le fueron quedando cortos.
Luego
del bachillerato comenzó estudios de Derecho en la Universidad Central de
Venezuela. Compartía habitación con Domingo Alberto Rangel, su amigo desde las
aulas de Tovar. Mi padre pronto se convirtió en uno de los dirigentes de AD en la
universidad.
El 18 de octubre
de 1945, día de la llamada revolución de octubre, mi padre discurseó por una radio clandestina que se oyó en todo el país. Las lenguas
de Tovar regaron
al oírlo, que Rafael
Ángel –así le dijeron siempre-
era el jefe del golpe.
Por supuesto que ni de lejos lo era; pero el rumor dio mucho
entretenimiento a las lenguas del
pueblo.
Mi
padre ocupó importantes cargos políticos en la dirigencia estudiantil de la
UCV. Cuando estaba en sexto año de Derecho,
en 1946, su partido AD lo envió a un trabajo
político para el que tenía que mudarse a Mérida. Allí, en la Universidad de Los
Andes (ULA), finalizó su carrera en 1947. Su promedio en el último año de
carrera fue de 18,4 puntos. Paralelamente ejerció como director de Cultura
de la ULA. Al graduarse, fue contratado como profesor
de la Cátedra de Derecho Internacional Público. Sus alumnos eran de su edad o más viejos.
Me contó que tuvo que reprobar a algún amigo que creyó pasaría por amistad.
Fungió como secretario general
de AD en Mérida. En las elecciones de 1947 salió
electo como diputado a la Asamblea Legislativa del Estado. Las sesiones
de la Asamblea se transmitían por radio y tenían mucho rating. A los años,
siendo yo estudiante de ingeniería y trabajando en el Ministerio de Minas, un
apreciado señor, compañero de labores, me expresó
que, cuando papá era diputado, él vivía en San Cristóbal y desde allí oía por
radio las sesiones.
-
Tu papá daba unos magníficos discursos- me comentó.
Diputado,
profesor universitario y dirigente político, y apenas superaba los 25 años.
Pero, poco duró la dicha. El 24 de
noviembre de 1948, fue derrocado Don Rómulo Gallegos, y mi padre comenzó su
tránsito por la resistencia a la dictadura.
Ya se había casado con la joven tovareña
Olga María Castro
Méndez.
En
1949 fue nombrado abogado de la Federación Petrolera. AD lo había enviado al
Zulia a preparar la huelga
petrolera que se dio en 1950. Se hospedo en la casa de su hermano Belisario por un tiempo. Utilizó
el seudónimo de Dr. José Flores. Luego de la huelga, fue a parar a la cárcel.
Durante
la dictadura de Pérez Jiménez recorrió varias prisiones del país como preso
político. También estuvo un año confinado en Ciudad Bolívar. Allí vivía en la
casa de su hermano Luís Enrique, siempre
presto a ayudarlo.
Años después papá le dedicaría un libro: “A mi hermano Luís
Enrique, que supo suplir la ausencia de mi padre.”
Cuando
estuvo preso en Ciudad Bolívar, el jefe de la cárcel lo llamó un día. Doctor
Gallegos – le dijo- usted escribe muy bonito y yo quisiera que me haga un
favor…
El
oficial tenía una novia en San Cristóbal que estaba disgustada con él. Le pidió
a papá que le hiciera una carta. La hizo, la enviaron y la novia se contentó.
El capitán no hallaba en qué pedestal colocar a mi papá. Hasta lo invitó a una
fiesta. El jefe de la cárcel se pasó de palos y se le perdió a mi papá. Él me contaba que quería fugarse; pero pensó en los problemas que
le traería al oficial. Y se regresó a la prisión. El hombre se puso muy
contento cuando lo vio.
Su retorno a la cárcel pensando en no traicionar la confianza
del oficial, mide la dimensión humana de mi padre. Era como expresó su amigo el
político e intelectual Jesús Rondón Nucete, en
una maravillosa biografía de él que publicó en el
Boletín de la Academia Nacional de la Historia: “Gallegos fue un hombre bueno y generoso, hasta el
desprendimiento total”.
En
plena dictadura fuimos naciendo los hijos. Mi hermana Ana Elena en Tovar, y yo
en Ciudad Bolívar. Posteriormente nacería
María Cristina en Caracas. Años de cárceles, persecución… y de nacimientos.
Cuando
mamá estaba embarazada de mi hermana menor, fue a buscar a mi papá a la
tenebrosa Seguridad Nacional. La tuvieron, a pesar de su avanzado estado de gravidez,
toda la noche parada bajo unas luces. En la mañana llegó Pedro Estrada y le
dijo: señora, y ¿qué hace usted aquí?
-
Bueno, sus policías
me dejaron parada – respondió
mamá.
-
Caramba, esos muchachos… comentó Estrada con su típica
sorna.
A mi papá lo liberaron
ese día. Mamá contaba que salió flaaaco.
En
Caracas, papá montó un bufete. Trabajaba y lo perseguían. Los clientes eran en
buena medida europeos recién llegados
que intentaban regularizar sus negocios, o
superar
sus problemas de inmigración. Pero al saber su condición política, se le desaparecían.
En
una ocasión mi papá llegó al bufete y encontró a unos policías que lo estaban buscando.
- No vuelvo a contratar
a ese Doctor Gallegos Ortiz, si lo ven, díganle
que es un irresponsable. Me
voy y no vuelvo- gritó papá ante los agentes.
Y así, se les fugó
a los esbirros en sus narices.
Años después
mi padre me mostró una pared muy alta, en Caracas, que brincó en una
ocasión al ser perseguido por la Seguridad Nacional.
- No sé cómo hice para rebasar
esa pared hijo - me comentó asombrado- tal vez el miedo.
Para nada - continuó- porque
del otro lado había un caballo que apenas
me vio comenzó a relinchar, y los policías me agarraron.
En 1954,
la dictadura montó a toda la familia
en un avión. Un miembro
de la Seguridad Nacional le había advertido: doctor, piérdase porque
tengo órdenes de matarlo. La vida le dio a mi papá la oportunidad de devolverle
el gran favor a ese señor, cuando Venezuela vivía en democracia.
Se iniciaban los años de exilio. Al aterrizar en Curazao, mi papá no desembarcó porque unos esbirros de la SN lo estaban esperando en la pista. El capitán
de la nave le insistía que se bajara.
- No me bajo y si me pasa algo, usted es el responsable. – le dijo al capitán-
luego de argüirle los aspectos legales.
No
desembarcó. Seguimos todos el viaje hasta Cartagena. Las autoridades
colombianas no lo dejaron permanecer en la zona, eran los años del dictador
Rojas Pinilla. Adujeron que estaba cerca de la frontera, y arreglaron para que
tanteara su estadía en Bogotá.
Pero no hubo tiempo. A mamá le pegó el frío, o la altura de Bogotá. Y nos fuimos a Quito. Que si a
ver vamos, no hacía ninguna diferencia. Quien sabe qué razones privaron.
A
los pocos días de haber llegado a Quito lo llamaron las autoridades
ecuatorianas. “Me van a botar otra vez” – pensó papá. “Qué hago… para dónde me
voy con tres muchachos casi bebés y sin trabajo”
- Doctor Gallegos
– le dijeron para su sorpresa- el presidente Velasco
Ibarra le da la bienvenida a Ecuador.
A
mi papá se le abrió el cielo. Resulta que él había conocido en la ULA a un hijo
del presidente Velasco Ibarra. Conversó mucho con él en los pasillos de la
universidad. Hicieron cierta amistad.
Y éste, designios de Dios, se enteró
de la llegada de mi padre
a Ecuador. Habló con su papá el presidente, quien le otorgó su estadía
en Ecuador. Así,
nos instalamos en Quito. Una casa grande,
que compartíamos con tres o cuatro familias de exiliados venezolanos.
Para vivir, mis padres contaban inicialmente
con algunos escasos dólares. Al agotarse estos, mi mamá comenzó a vender sus
pertenencias en el mercado: ropa,
algunas joyas y otras cosas.
Mi tía Dulce, mi querida tía Dulce, a todo riesgo
enviaba giros desde Venezuela. Dinero de ella y lo que podía recoger entre familiares. La dictadura perseguía
y castigaba esas ayudas. Mi tía Dulce vivía en
Maracay. Era secretaria en un banco. Su jefe la llamó a Caracas.
- Tengo
entendido que usted le envía dinero a exiliados y eso es un delito – la inquirió.
- Sí
– respondió mi tía muy asustada - tengo un cuñado exiliado con tres hijos pequeños…
-
Y cómo se llama su cuñado
– la interrumpió su jefe.
-
Rafael Gallegos Ortiz…
-
No puede ser, Rafael Ángel es
mi primo.
A
partir de allí, el jefe le dijo que tuviera mucho cuidado, que la iba a
transferir a Caracas para despistar a los
chismosos y que le avisara cuando fuera a enviar dinero,
para contribuir con algo.
Esa es Venezuela.
“Esperamos con ansia el giro”, le escribió mi papá a mi tía, en una carta que conservo.
Papá
no conseguía trabajo. En un momento dado, comenzó a dictar conferencias en las
universidades de Quito y Guayaquil, con la esperanza de que lo contrataran como
profesor.
A los dos años, la altura
y el frío de Quito
afectaron seriamente a mamá. Nos mudamos
para Guayaquil, al nivel del mar. Allí mi papá comenzó a trabajar – a destajo.
Participó en la fundación de la revista Vistazo, que todavía existe. Y creó
una oficina de publicidad: Veinte-Veinte, que inicialmente lanzó el lema
publicitario: Midas lo que midas, tu calzado será Midas.
En
Guayaquil, mejoró su situación económica; pero todavía reinaba la escasez. En
noviembre de 1957, una gitana que estuvo de visita en su oficina, le tomó la
mano para leérsela y le dijo: usted está aquí por razones políticas
y pronto caerá el gobierno de su país. Papá no le creyó. Le pareció casi una burla. Pérez Jiménez
estaba más firme que
nunca. Más bien pensaba en una oferta de ciudadanía que le hicieron
para facilitar su trabajo en
Ecuador.
Dos
meses después, a la caída de la dictadura, papá no podía sacarse de la cabeza a
la gitana.
Ese
23 de enero de 1958, papá, que
siempre fue muy elegante, que cuando
se vestía de “sport”, como decían, era sin corbata y con paltó, salió casi
corriendo unas dos cuadras por las calles de Guayaquil para participarle a su amigo el Doctor Mejías Palazzi,
la buena nueva. Su esposa Blanca al abrir la puerta dijo: cayó Pérez
Jiménez.
¿Cómo supo? Papá estaba en piyama.
La infinita emoción…
A
los pocos días de la caída del dictador, papá llegó a Venezuela en un avión de
Aeropostal. De esos que envió el nuevo gobierno venezolano a los países
donde había exiliados. Cuando
el piloto les expresó a esos venezolanos alejados por tantos
años de su patria que acababan
de entrar en territorio venezolano, empezaron, emocionadísimos, a cantar el Himno Nacional
y luego una canción que había compuesto un músico preso de Guasina, Guillermo
Castillo Bustamante, que estaba muy de moda. La había popularizado ese gran
venezolano que se llamó Alfredo Sadel: Escríbeme.
Son tus cartas mi esperanza mis temores, mi alegría/y aunque sean tonterías escríbeme, escríbeme
El
aeropuerto de Maiquetía estaba lleno de gente. No cabía un alfiler. Abrazos,
besos y llantos, muchos llantos de alegría. Todos se abrazaban, todos eran
hermanos con años extrañándose. Era el espíritu
del 23 de enero. Papá llegó a la casa de su hermana
Ada, casada con el ingeniero Emilio Pérez Vera, mi querido
tío Emilio, y allí se hospedó
un tiempo.
Poco más de un mes luego de su llegada, papá empezó a trabajar en la
universidad. Fue juramentado por el Rector Francisco de Venanzi como Director
de Cultura de la UCV. Allí laboró seis años. Su obra fue prolífica. En el Aula
Magna presentó a artistas como los grandes músicos Stravinsky y Pablo Casals, a
la bailarina de Venezuela Yolanda Moreno. También
al gran poeta Pablo Neruda,
quien luego de oír sus palabras
de bienvenida en el Aula Magna dijo: he aprendido
la historia de América Latina
en las palabras del Doctor
Gallegos Ortiz.
El
doctor Gallegos también trajo a Venezuela a la Opera de Pekín, a los Ballet
Ruso, Ballet Filipino, Ballet Chino. Además, estimuló grupos de teatro, de
danza, de música. Igualmente presentó en el Aula Magna a figuras como Fidel Castro
y Juan José Arévalo.
Adicionalmente
fue por varios años moderador del programa televisivo de opinión de la universidad, “Venezuela mira su futuro”, que, con mucha
audiencia, se transmitía los sábados por Radio Caracas Televisión.
Por cierto, me llevó una vez al programa … y tuvieron que amarrarme en
una silla porque, en vivo, me quería sentar con papá mientras él hablaba.
Estuvo un tiempo como encargado de la Secretaría de la UCV.
José Ignacio Cabrujas en un artículo alabó su gestión al frente de la cultura
universitaria, y se preguntó: “¿existió realmente
el legendario Gallegos
Ortiz?”
En 1959 fue comisionado por el presidente electo Rómulo Betancourt para la recepción a Fidel Castro en su visita a
Venezuela. Un día le peguntó: comandante, por qué no hace elecciones, usted
arrasaría.
- Basta que salga un diputado y me eche broma para no poder hacer lo que quiero – fue su respuesta.
Igualmente, mi padre fue secretario ejecutivo
del Comité Venezolano Pro Liberación de Santo Domingo. En la universidad había
conocido a Juan Bosh y a otros patriotas dominicanos.
El
14 de junio de 1959, participó, como representante de Rómulo Betancourt en la
invasión desde Cuba, para derrocar
al dictador Chapita.
Betancourt y Castro
se unieron con ese objetivo.
Como estaba planificado, despegó el primer contingente de dominicanos en los
aviones. Al rato debía salir el segundo. Jamás arrancaron. Parece que a Fidel Castro los norteamericanos lo amenazaron con invadirlo si salía el segundo
lote, y el comandante dio marcha atrás. A los muchachos que llegaron a RD, los masacraron.
Mi
papá contaba que, ante el retraso de los aviones, fue al despacho del
comandante Castro, donde él pasaba sin protocolo. No pudo entrar. Se dio cuenta
de lo que había sucedido, y se vino a Venezuela.
Por esos días de la invasión a Chapita, en la oficina de mi padre, se
desprendió del techo una lámpara muy pesada y cayó sobre la silla de su
escritorio. Él se acaba de parar para recibir una sorpresiva visita de mi
hermana Anela y mía. Se salvó milagrosamente. Las investigaciones determinaron
que le habían aflojado los tornillos a la lámpara.
Descubrieron al culpable, quien confesó que lo había hecho por órdenes
del gobierno dominicano.
En 1963,
papá abandonó las filas de AD. Se fue con el grupo ARS de Ramos Giménez. Fue candidato a diputado al
Congreso por el estado Mérida. Decía que cuando hizo campaña, todo Tovar estaba
con él. Daba como un hecho su victoria. Pero no salió. Cosas de las
maquinarias.
Ya
en 1948 fue expulsado del partido. Se ubicó entre los dirigentes que
solicitaban la elección de gobernadores, aspecto en el que no estaban
dispuestos a transigir los principales líderes. Sin embargo, vino el golpe a Don Rómulo Gallegos
y permaneció en AD, más solidario que nunca.
En 1960 publicó el libro “Historia política de Venezuela, de Cipriano
Castro a Pérez Jiménez”. Un análisis de la política venezolana en lo que iba de
siglo XX. El libro fue muy exitoso y durante años, referencia para muchos
estudiantes. Previamente había publicado un folleto “La universidad y la libertad
del pueblo dominicano”, donde hizo
un análisis
de la nefasta dictadura de Trujillo y las
razones por las que la Universidad, con mayúscula, debía
luchar contra tamaña dictadura.
Renunció al cargo de director de Cultura en 1964, por divergencias con el rector
Bianco. Se dedicó al ejercicio de su profesión y a la política. Fue
presidente del partido VPN (Vanguardia Popular Nacionalista), que apoyó a
Miguel Ángel Burelli Rivas en las elecciones presidenciales de 1968.
En 1965,
publicó el libro “GARROTE Y DÓLAR, lectura
para políticos latinoamericanos”. En él narraba las intervenciones norteamericanas en América Latina.
Algunos políticos me dijeron
que ese fue su libro de cabecera por mucho tiempo.
Luego, en 1969, saldría a la luz “¿Es farsa la renovación?”, un libro
donde sentó, de manera no complaciente ni demagógica, su opinión acerca de la
reforma que estaba planteada en las universidades venezolanas.
En
1965 se divorció de mi madre Olga Castro Méndez. En 1968 se casó con María de
los Ángeles Artahona, una caraqueña, aquí presente, que con mucho amor lo
acompañó durante 37 años, hasta el final de sus días.
En 1973 por invitación de su amigo y Rector de la ULA, Ramón Vicente
Casanova, regresó a su natal estado Mérida como director de Cultura de esa
universidad. Allí realizó una fecunda labor, destacando entre otras
actividades, la fundación de los Talleres Campesinos, y la creación de la
Extensión Universitaria de Tovar, de la que desde antier es epónimo, con
muchísimo agradecimiento de todos nosotros.
Por esos años, publicó
varios libros.
En 1974, “Cuentos
y cuentas de mi pueblo”,
un delicioso relato
acerca del nacimiento y desarrollo de su querido Tovar,
salpicado con anécdotas de su niñez y su juventud. El libro fue reeditado en 2003.
También ese año publicó
un folleto titulado
“El escogido del diablo”, sobre el asesinato de Antonio José de Sucre.
En 1975,
publicó “América Paraíso
de tontos”, una novela con referencias históricas. El personaje central es un sinverguenzón que se hace llamar
Sand (en lugar de Sancho) y su apellido
es Parada. La dedicatoria del libro dice: “A mi hijo Rafael
con la convicción de que nunca será un Sand Parada”. Yo, espero haber
cumplido.
En
1976, salió a la luz pública “El cachorro Juan Vicente Gómez”. En este libro
denunciaba que el dictador Gómez fue un déspota para con la ciudadanía; pero un
cachorro de los intereses petroleros. Tuve la honra de hacer el prólogo. El
intelectual Pedro Berroeta expresó que sólo la parte introductoria del libro
(primer capítulo), bastaba para determinar su excelencia. Fue un libro muy
exitoso, de múltiples ediciones.
Papá estudió
mucho la historia.
Y a Gómez, lo diseccionó. Lo veía como un dictador
de petróleo, como el responsable de un siglo XIX tan largo. Siempre
decía que, a su
muerte,
el general era el hombre más rico de un país palúdico, con 70% de analfabetismo
y 34 años de esperanza de vida.
En
1978, publicó “Perros del mundo uníos”. Una novela narrada por un perro llamado
Chuto, acerca de una rebelión de perros. La obra fue llevada al teatro con el
nombre de “Chuto el comandante”. Por cierto, Chuto fue un hermoso perro de la
familia, que acompaño nuestra infancia, adolescencia y juventud. Pastor alemán
con mucuchíes y enano. Era muy fuerte. Parecía un oso. Y era bravísimo.
En
1978, renunció a la ULA. Ahora su mente se dirigió a la fundación de un
periódico para Mérida. Él no concebía que una ciudad tan progresista y dinámica
no tuviera un periódico con todas las de la ley. Puso un dinero que se ganó en
un caso jurídico, y buscó accionistas que lo acompañaran. Luego de muchos meses
de esfuerzo consiguiendo dinero, maquinaria, oficinas, talleres,
periodistas, personal y todo lo que
conlleva una empresa de esas dimensiones, salió el Diario
Frontera. Mi padre lo llamó así, como un homenaje a “Fronteras”, periódico
que había dirigido en San Cristóbal
el mártir de la democracia Leonardo Ruíz Pineda.
Mi
padre fue el Director- Fundador de Frontera y más que ello, el alma del diario
en sus inicios. Creo que ese periódico es una de sus obras más significativas.
Recuerdo los varios intentos
por sacar la primera edición.
Los talleres estaban
en Ejido. Varias noches
fuimos a esperar el primer número. Siempre fallaba algo técnico. La rotativa había sido sustituida por un
diario del Zulia y fue reparada en Mérida por un señor Franco, muy entendido en
el tema, que fue jefe de impresión del diario por muchos años.
Como al cuarto intento,
un día de agosto de 1978, salió la primera
edición de Frontera. La emoción de ese día todavía me
enerva, es indescriptible, al recordar cómo palpé calientico el papel y sentí el aroma, creo que mágico,
de la tinta del primer número. El ingenio de papá dio el primer
titular: “Con uranio
de Mérida se bombardeó Hiroshima”. Y narraba la historia de un polaco que en los años
treinta había descubierto uranio
en Mérida…
El doctor Jesús Rondón Nucete, por un tiempo fungió de
subdirector, y luego director del diario. En su maravillosa semblanza de la
vida de mi padre, expresó: … “Gallegos
tenía una imaginación que volaba
más allá de cualquier límite.”
De allí algunos titulares como: “Paulo VI eligió su propia tumba”,
o “Hace sesenta
años, un merideño mató a José Gregorio Hernández”.
A
veces papá se sentaba a escribir y hacía muchos artículos y reportajes con una
velocidad impresionante.
El
periódico tuvo gran acogida en todo el estado. Recuerdo haber colaborado con
Frontera haciendo entrevistas a las candidatas a reina de las ferias de Tovar,
o haber fungido como comentarista hípico en alguna
ocasión (por cierto,
muy fallido en los
pronósticos).
También asistía como cronista social del periódico a muchos eventos de Mérida.
De más está decir que, el fotógrafo y yo, éramos muy bien atendidos.
Varios
años después, mi papá se alejó del periódico. Dejaba atrás una gran labor.
Frontera es todavía, 44 años después, el diario emblemático del Estado Mérida.
Queda
para la historia el doctor Gallegos Ortiz como el Director - Fundador del
Diario Frontera.
El
Quijote que siempre tuvo dentro, estaba muy vivo haciendo su historia. Papá se
trasladó a El Vigía. Allí fundó el diario “Vamos”. Nunca logró hacerlo comercial.
En Barinas también intentó sacar adelante un periódico, pero no pasó de allí.
En 1983, su amigo de la universidad y de luchas políticas Jaime Lusinchi, fue candidato
presidencial. Para apoyarlo, mi padre fundó el movimiento “Nosotros También”.
Ganaron las elecciones; pero él se alejó de la política.
Se
dedicó, con éxito, al ejercicio de su
profesión y a sus libros. Le fue muy bien como abogado. Investigaba a fondo los aspectos legales
de sus casos y era muy trabajador.
En 1985 publicó “El desafío de Bolívar o los olvidos
de Arciniegas”, un libro que rebatía
con sólidos argumentos al doctor Germán Arciniegas - autor de la inmortal
“Biografía del Caribe”- lo que afirmó en su libro “Bolívar y la Revolución”.
Arciniegas expresó en referencia al Libertador, que toda su gloria era solo
militar. Mi padre, observando el
silencio nacional ante esa frase,
afirmó en el libro con ironía: “si el insulto hubiera
sido contra los bolívares y no contra Bolívar, qué de deudos hubieran protestado”. El mismo libro también contiene una deliciosa historia
novelada “Madrugada de negros”, donde narra
la historia del Negro Miguel,
que se coronó Rey de Buría; luego la de Andresote,
Chirinos, hasta llegar a Gual y España. Planteó que el miedo a las revoluciones
antiesclavas, precipitó la Independencia.
Después, en 1995, publicó
“Los presidentes se confiesan en el infierno”, un relato, cuyo personaje central es un joven
político Jorge Villasmil. En el libro, mete a todos los tiempos en el mismo
espacio, demostrando que la historia es un mismo escenario donde apenas cambian
los actores y el decorado. Puso a conversar en el infierno a Hitler, Mussolini,
Lucrecia Borgia, Platón, al mismísimo Lucifer, a presidentes de Venezuela y de
otros países. En el capítulo final, en una sesión del Congreso, su presidente
dice:
-
Sírvase leer el Orden de Día, ciudadano Secretario.
-
El mismo desde hace ciento cincuenta años, ciudadano Presidente.
En 1996, cerró su ciclo literario con el libro “San Juan Vicente Gómez”.
Un anecdotario libre acerca
del “taita” que tanto oprimió a Venezuela. El gran actor interprete del
dictador, Rafael Briceño, quedó encantado al leer el libro, y se puso en
contacto con mi papá.
Basado
en “San Juan Vicente Gómez”, Briceño editó un CD llamado “Intimidades de Juan
Vicente Gómez y Rafael Briceño”. Textos de mi padre, presentación de Salvador
Garmendia e ilustraciones de Pedro León Zapata. Toda una joya literaria.
Por cierto,
en una visita que hizo a mi casa el gran actor
Rafael Briceño, se lo presenté a mi hijo Rafael Eliseo, de unos
cinco o seis años. Le dije:
“Rafa, ¿tú conoces a Rafael
Briceño?, uno de los mejores actores de Venezuela”.
- Si no trabaja en Nikelodium no lo conozco
– fue la respuesta de mi hijo ante la carcajada del gran actor.
Con
el seudónimo César Cienfuegos, Gallegos Ortiz publicó en 1985 el libro “¡Estos
venezolanos sí son P…! el diario íntimo
del “jeque”. Una humorada referida
a la visita del “jeque” a Venezuela, donde embaucó a unos cuantos
ricachones deseosos de invertir. El “jeque”, era un colombiano que, a pesar de
su condición de “árabe”, se pasó de palos en una fiesta en su honor, comenzó a
bailar salsa… y allí se descubrió todo.
Además, Gallegos
Ortiz fue un prolífico articulista. Escribió en casi todos los periódicos
de Caracas y muchos del interior de Venezuela. Cuando en 1960, las
transnacionales ejercieron presión contra El Nacional, él fue uno de los
articulistas excluidos.
Sus últimos
años los pasó dedicado al desarrollo intelectual, al ejercicio de la profesión y a la familia.
Sin embargo, siempre
estaba pendiente de la política.
En 1993, cuando defenestraron a CAP, lo visitó
mucho en Miraflores. Estuvo en contra de lo que consideró una jugada de los
“notables” para lograr un atajo al poder. De su propio peculio- que no era mucho- publicó
varias veces en la prensa,
escritos a dos columnas
y una página, explicando porqué
CAP debería finalizar su período. Disertó
que sacar a CAP de la presidencia tendría un costo
muy alto para Venezuela. Y vistos los acontecimientos posteriores, hay que
darle la razón. Estuvo en sus oficinas de Miraflores varias veces conversando salidas jurídicas al linchamiento que le intentaban. Me comentó que CAP no quería
ninguna salida que dejara la menor duda de su condición de demócrata.
- Carlos Andrés piensa en su imagen
histórica – me expresó mi padre.
Luego
de la defenestración del presidente Pérez, Gallegos Ortiz continuó visitándolo
en La Ahumada.
En el año 2003, en una marcha opositora contra Chávez en la Plaza Altamira, papá se
cayó y se pegó muy duro en la cabeza.
La consecuencia fue que, pasados
varios días, lo colocaron en
terapia intensiva. Superó ese percance; y vivió dos años más; pero jamás
recuperó totalmente su dinamismo. Hasta el final de su vida, asistió
religiosamente a su bufete y siguió escribiendo en la prensa.
En 2005, el 15 de julio, falleció luego de tres días hospitalizado. Rodeado de su esposa
María, de sus hijos Ana Elena, María Cristina y Rafael, y mi esposa Herminia, de susnietos John Eliseo, Manuel Rafael,
Rafael Eliseo y José Ramón. Y de innumerables familiares y amigos, entre ellos
nuestra querida madre Olga.
La tristeza
de todos contrastaba con su verso:
Cuando yo muera/que nada esté de negro que todo esté de rojo hasta el cajón/que lleve mi cuerpo largo y tieso para que nadie diga/que me venció la muerte
Aunque la verdad, papá sí venció a la muerte. Él vive en cada uno de nosotros,
vive en sus libros. Vive en
este maravilloso homenaje que agradecemos infinitamente. Está más vivo que
nunca. En este momento, lo sentimos a nuestro lado con esa su gigantesca
sonrisa, que hoy abarca todo el auditorio.
Papá vive también
en los que fueron llegando
después a enriquecer nuestras vidas, en Daniela e Irina, las amantísimas esposas
de sus nietos. Y en sus bisnietos Juan Ignacio, Tomás
Fabián y Andrés, todos nacidos en el extranjero como lo ha pautado esta
realidad que padecemos, y en plena época de pandemia, 2020 y 2021.
Años después de su ausencia, su esposa María, con mucho amor, juntó unos versos
de mi padre disgregados en papeles sueltos. Le costó hacerlo. En algunos
tuvo que traducir letras ilegibles, casi garabatos. Me admiré de sus
“traducciones” cuando me llamó para que yo intentara – fallidamente- ayudarla a
interpretar esos jeroglíficos.
María
trabajó en condiciones inferiores a los que descifraron los jeroglíficos
egipcios, porque ni de lejos tenía una piedra Roseta para hacer comparaciones.
Al final,
María sacó una edición
artesanal y hermosa, con la colaboración ad honorem de amigos, del libro de poemas “Versos
para no leer”, que era el nombre con que papá
pensaba publicarlos algún día. Hermosos poemas siempre vigentes llenos de amor
y de un gran sentido de justicia.
Jesucristo es flaco y es largo/como los caminos del hombre con hambre…/O/… Hay una negra en la calle
con
un negrito en los brazos,/gritando
a todo el que pasa:/una
limosna por Dios! pero nadie le hace caso, no
por los lloros del niño ni por las súplicas suyas…
Quiero
leer parte de un escrito de su nieto Manuel Rafael, que define de manera
increíble a papá: “¿Cómo defino al doctor Gallegos Ortiz?, si hablamos de
fútbol sería un crack, si es en beisbol, un caballo, a nivel de familia un
pilar, a nivel político una escuela… pero el adjetivo que más me gusta es el de
abuelito, ese que la piyama parecía un traje, hablar con él de su vida, como la
mejor novela de aventuras que se pueda escribir”…
Cerramos
así este paso por esta maravillosa vida de 82 años y nueve meses, con un
sentido poema de otro nieto,
José Ramón, que a la muerte de mi padre tenía 13 años:… simplemente solo sucedió/el momento más triste de mi vida/y aunque hayan pasado ya tres años por más que siga intentando/nunca lo podré olvidar.
Ciertamente,
nunca lo olvidaremos. Es una parte muy hermosa de nosotros. Agradecemos
profundamente a Dios habernos permitido compartir con él, y aprender de su
vida.
Estoy seguro que su inagotable y apasionado cerebro
dejó muchas ideas en el tintero.
Unos libros inéditos, otros en camino. Como al gran poeta Gustavo Adolfo
Becker, le quedaron ideas haciendo cola en su cerebro, esperando que su talento
los vistiera de palabra y los lanzara a la escena del mundo.
Gracias
a todos ustedes aquí presentes, gracias a la Academia de Mérida por este
maravilloso homenaje. Gracias al licenciado y amigo Néstor Abad Sánchez, pilar
fundamental de todos estos honores a mi padre, a las autoridades de la
Universidad de los Andes,
y a la Comisión creada
para celebrar el Centenario. Gracias
a todos. Nos sentimos infinitamente honrados y amor
con amor se paga.
Cerraremos pues, con su poema: “cómo olvidar los recuerdos si los recuerdos no mueren.”
Muchas gracias.
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