Mérida
Cultura, Turismo y Naturaleza
Carlos Chalbaud Zerpa.
CAP I, TERCERA PARTE
LAS BRUMAS DEL PASADO
El silencioso coloniaje
Durante tres
siglos, Venezuela permaneció bajo el gobierno español, después de su
descubrimiento y conquista. En este largo tiempo, los españoles se unieron con
los aborígenes y éstos, a su vez, con los negros que vinieron del África como
esclavos.
De esta mezcla
de los tres grupos étnicos nacieron las castas. Los españoles eran llamados los
blancos, aunque muchos de ellos descendían de la unión de los iberos con los
moros. Despectivamente se le apoda ba gachupines o chapetones: gozaban de toda
clase de privilegios, trabajaban poco y ocupaban los cargos públicos
principales, así hubiesen sido en su tierra labriegos sin ninguna instrucción.
Los hijos de los españoles, nacidos en América, se denominaban criollos o
mantuanos y no disfrutaban de las mismas ventajas de sus progenitores o de los
españoles recién llegados; eran los dueños de las haciendas, que encomendaban a
mayordomos de confianza y en las cuales, quienes en verdad hacían producir la
tierra eran los negros esclavos.
Los
hijos de blancos e indios eran los mestizos: de blanco y negro se llamaban
mulatos: y de indio y negro recibían el calificativo de zambos. Sin embargo,
hay un detalle importante en la conquista que realizan los españoles en América
y que consiste en mezclarse con las aborígenes para originar una cultura
mestiza, antes que confinarlos en “reservas indígenas” como hicieron los
colonos ingleses en los Estados Unidos y el Canadá. En general se distinguía
con el nombre de pardos a quienes no eran ni blancos, ni indios, ni negros;
ellos formaban la mitad de la población venezolana y se dedicaban a los oficios
manuales que los blancos consideraban humillantes y envilecedores. Estos eran
la herrería, la carpintería, la albañilería, la platería, la sastrería y la
carnicería.
Los criollos se
dedicaban a la milicia, a las leyes y al sacerdocio, aunque sin abandonar sus
establecimientos agrícolas donde se producía cacao, añil, tabaco, algodón ,
caña de azúcar y café.
A los pardos no
les estaba permitido usar bastón ni portar paraguas, que eran prendas de
distinción de los blancos y. en los templos, eran relegados a los últimos
puestos.
A las negras y
a las mulatas se les prohibía usar prendas de oro, perlas, vestidos de seda o
mantos como los que lucían las blancas. Tal quebrantamiento de las costumbres
era considerado como una grave falta y castigado con penas muy severas.
La ciudad de
Mérida estaba edificada sobre un terreno abundante de toda suerte de frutos y
gozaba de un clima dulce y benigno, por la situación natural y geográfica de su
suelo.
Aunque no se
comía pescado fresco por la lejanía del mar, ni se beneficiaban reses
diariamente, había cerdos y gallinas en abundancia y se preparaban jamones.
Sobraban toda clase de verduras, granos y frutas como la manzana, el durazno,
membrillo, la granada, el higo, la naranja y especialmente la exquisita
chirimoya. Dorados campos de trigo y de cebada adornaban las laderas de
Mucurubá y la Culata, cabelleras de maíz en Tabay y El Valle, verdes y
amarillos cuadros de caña dulce en la Punta y Ejido, y las sombrías y oscuras
arboledas de cacao despuntaban en los Guáimaros y las Vegas del Chama. Bajo los
cebos frondosos que prodigaban sombra, en las fincas circunvecinas a la ciudad,
florecían los cafetales.
Como un regalo
al paladar, las monjas Clarisas elaboraban exquisitos dulces abrillantados que
imitaban toda clase de flores y frutas, con los que los merideños adornaban las
mesas en los convites.
Además de la
industria de la harina, se manufacturaban alfombras de lana que se teñían
bellamente con tintes vegetales indelebles, hamacas y lienzos de algodón.
Las casas, los
edificios y lo bien delineado de sus calles manifestaban el buen gusto de sus
fundadores, que para el Siglo XVIII ya llegaban a cinco mil almas.
Los trajes de
gala que usaban los blancos eran casacas y calzones de tafetán, raso o
terciopelo; chaquetas de tisú de oro y plata con fa y sombreros de tres picos,
con espada con el puño guarnecido también de oro y plata; los vestidos de las
mujeres eran camisones, con adornos de seda y ricas mantillas.
La ilustración
que España proporcionaba a sus súbditos americanos era pobre, salvo casos
excepcionales que veremos. No hubo imprentas en Venezuela durante el coloniaje
y los libros que venían de Europa estaban sujetos a la más severa censura,
aunque el contrabando permitía la entrada de textos prohibidos.
Nadie podía
viajar a España sino en casos de extrema necesidad y previa solicitud de un
permiso que no era fácil obtener.
Las costumbres
de los habitantes eran simples. Las diversiones consistían en bárbaras riñas de
gallos y corridas de toros, y durante las fiestas religiosas, los negros y los
indios representaban pantomimas.
Los blancos
españoles despreciaban a los criollos y estos, a su vez, odiaban a los
peninsulares y menospreciaban a los pardos y negros.
La diferencia
de castas, la imposibilidad del libre comercio y las aspiraciones de los
criollos y de los pardos a tener acceso a los cargos públicos que detentaban
solamente los españoles europeos, frueron causas muy importantes que llevaron a
Venezuela, y a casi toda América, a la Guerra de Independencia.
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