Mérida
Cultura, Turismo y Naturaleza
Carlos Chalbaud Zerpa.
CAP I, CUARTA PARTE
LAS BRUMAS DEL PASADO
El legado de España
La obra de
España en América fue superior a la de otras naciones que han colonizado
poblaciones aborígenes en Asia, África y en la propia América.
Los caracteres
idiomáticos y los elementos políticos de Castilla así como la personalidad del
Cid Campeador, serán fundamentales para formar a España y crear la conciencia
colectiva del pueblo español, que en la Edad Media comenzó a tener su propia
identidad.
Aunque
el pueblo español es orgulloso y cada hombre es un mundo aparte, está también
dotado de un carácter osado y de pocos escrúpulos, que si bien combatió a los
moros invasores de la Península por ochocientos años, también se mezcló con
ellos y asimiló muchas palabras de su lengua y bastantes costumbres de su
civilización.
Tal arrogancia
del alma castellana,este coraje y esta mentalidad pueden explicar la audacia de
navegar en pequeñas embarcaciones, para encontrar un nuevo mundo, dominar
comunidades indígenas numerosas y organizadas como los imperios Azteca e Inca
de brillantes culturas y sembrar en las distantes latitudes, otras experiencias
y un nuevo lenguaje.
La
evangelización, las ansias de aventuras y el sueño de tierras muy bellas y muy
ricas, impulsó a los españoles a surcar los mares, adentrarse en tupidas selvas
y ascender a gélidas montañas.
Toda esta serie
de cualidades e imperfecciones ancestrales, se conjugan en Don Quijote de la
Mancha, que genial mente legó Cervantes a la posteridad. A comienzos del Siglo
XVI, hidalgos arruinados, campesinos indigentes y criadores de marranos
asentados en estériles prados que pasaban sus días sosegadamente en la región
de Extremadura, una de las más pobres de España oyeron hablar de Las Indias,
abandonaron todo lo poco que tenían, y surcaron el Océano en pos de la ambición
y la fortuna. Ellos fueron los conquistadores: psicópatas, aventureros,
crueles, desalmados e irresponsables.
Algunos de
ellos, famosos entre nosotros, como Juan Rodríguez Suárez y Diego García de
Paredes, llamaron a las ciudades por ellos fundadas, con los mismos nombres de
los pueblos españoles de donde provenían, como lo fueron Mérida y Trujillo.
Tras los
conquistadores llegaron los misioneros, que adoctrinaron los indígenas, enseñaron
la lengua castellana y oficios útiles y en sus conventos crearon escuelas y
colegios, fundaron seminarios y universidades, formaron bibliotecas y
denunciaron los abusos y crueldades cometidos en Los aborígenes por aquéllos.
Cierto es que
la enseñanza no comprendía a la mayoría de los habitantes de una ciudad, pero
en esos remotos tiempos la instrucción primaria en ningún país europeo era
obligatoria y los gobiernos no tenían preocupación por ella; la instrucción era
un asunto que correspondía a los frailes y más tarde hubo interés también por
parte de los cabildos que propiciaron escuelas que enseñaban a los muchachos a
leer, sumar y contar.
Méjico y Perú,
que eran más ricos que Venezuela y donde existían civilizado aborígenes más
cultas, hicieron posible el florecimiento de importantes centros de
ilustración.
A mediados del
Siglo XVI existían notables universidades en la isla de Santo Domingo y las
ciudades de Lima y Méjico. Un siglo después, había igualmente institutos
universitarios en Córdoba, Bogotá y Guatemala.
La Real y
Pontificia Universidad de Santiago de León de Caracas donde se estudiaba
Teología. Filosofía, Gramática y Leyes, fue instalada en 1725.
El Seminario de
San Buenaventura de Mérida fue fundado por el primer obispo Fray Juan Ramos de
Lora en 1789 y tuvo su origen en una Casa de Educación, gestada al amparo de la
Iglesia, establecida en 1785 por el mismo prelado.
A Ramos de Lora
le sucedió el obispo Fray Manuel Cándido Torrijos, quien era un personaje de
gran erudición y progreso; portó a Mérida en su inmenso equipaje una riquísima
biblioteca de tres mil volúmenes, un reloj de pared, un órgano para la catedral
y aparatos eléctricos,neumáticos para la enseñanza y la experimentación: toda
una novedad para aquellos tiempos. Se proponía construir una monumental
basílica, el palacio episcopal, puentes sobre los rios Mucujún y Albarregas, un
jardín botánico y un observatorio astronómico.
Todos estos
magníficos proyectos fueron truncados por el inesperado fallecimiento del
obispo.
El sacerdote
Dr. Francisco Antonio Uzcátegui, patriota, estudioso y hombre práctico, fundó
en Mérida una Escuela Pública y Gratuita para los niños de todas las castas y
en la Villa de Ejido una Escuela de Artes y Oficios para que los muchachos
aprendiesen alguna ocupación, a fin de que fuesen útiles a sí mismos y al
Estado. También propició la cría del ganado vacuno, el fomento del comercio y
la construcción de puentes sobre ríos y torrentes.
A comienzos del
Siglo XVII, los Padres Jesuitas habían fundado en Mérida el primer Gran Colegio
de Venezuela o de San Francisco de Javier, que convirtió a la pequeña ciudad de
entonces en un centro de luces.
Este colegio
funcionó por ciento cuarenta años y del mismo egresaron mentes ilustradas que
sembraron en las de sus discípulos ideales de justicia y libertad.
Gracias a los
misioneros, los sacerdotes entendidos y los obispos instruidos y prudentes, los
merideños se pusieron a leer en los mapas, en los globos terráqueos y celestes
y en los grandes libros forrados en piel, las cosas que habían sido ignoradas
en Venezuela al comienzo del coloniaje.
Al coraje de
sus hombres, el idioma de Castilla, la Religión Católica y una nueva cultura,
España legó también al Nuevo Mundo la música religiosa y profana e
instituciones como el Municipio, que era regido en sus intereses vecinales por
el Ayuntamiento o Cabildo y que fue centro de la vida pública colonial. Los
cabildos trazaban las calles, marcaban los scilares, delimitaban los terrenos
ejidos, fijaban el precio de la moneda y los alimentos, proveían la ornamentación e iluminación de las iglesias,
ordenaban las fiestas, comedias y otros espectáculos, pagaban el sueldo del
maestro de escuela y en ausencia del gobernador asumían el mando por medio de
los alcaldes. Eran dominados por miembros de la aristocracia criolla y en su
seno se gestó la independencia.
Esta herencia
de contrastes se expresaría en el valor de la estirpe, que produjo en nuestras
tierras a Simón Bolívar, Francisco de Miranda y Antonio José de Sucre: en la
bella lengua con la cual se expresó Andrés Bello: en el sublime arte de la
música que incorporó la guitarra, el cuatro, el violín y el ama y formó
excelentes compositores sacros como José Angel Lamas; en el Cabildo que
encarnaba el espíritu democrático del pueblo español y que desempeñó capital
importancia en los sucesos que ocurrieron en Caracas y otras ciudades de
Venezuela a raíz de la destitución del Capitán General, el 19 de abril de 1810;
y en los seminarios y universidades que dieron a Venezuela ilustres sacerdotes,
notables catedráticos, abogados eruditos, sabios letrados y eminentes hombres
de ciencia.
Pero los
conquistadores y primigenios colonizadores nos legaron también como estigma
constante la indolencia, la ociosidad, el machismo, la paternidad irresponsable
y el bárbaro y cruel espectáculo de las corridas de toros, verdadera vergüenza
racial hispánica. Además de traer consigo al Nuevo Mundo enfermedades
desconocidas como la viruela, el sarampión, la fiebre tifoidea, la gripe y
posiblemente la sífilis, las cuales diezmaron a los aborígenes, quienes
carecían de defensas inmunitarias contra estas epidemias.
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