jueves, 18 de junio de 2020

Testimonios de Mérida.Siglo XX


Testimonios de Mérida
Siglo XX
Guido Asperti Navarro

1939
Retorno al pasado.

Carlos Chalbaud Zerpa
(Primera Parte)

Nacido en Chile y naturalizado venezolano, en su condición de ingeniero agrónomo fue contratado por el Gobierno de Gral. López Contreras en 1938 para efectuar estudios de aclimatación de árboles frutales en Venezuela. Fundó la Estación Experimental de Bailadores y fue luego director del Parque Agustín Codazzi en Maracay y profesor de Recursos Naturales Renovables en la Escuela de Peritos Agrícolas de la misma población.
Más tarde se desempeñó como productor de café molido y criador de pollos y gallinas.



De vuelta en Baladores, fue presidente del Concejo y promovió una serie de obras para el delante de aquella villa, entre ellas la construcción del magnífico hotel turístico “Toquisay”.

A la muerte del Gral. Gómez, el nuevo presidente de la República, Gral. López Contreras se encontró, entre otros problemas políticos, culturales y económicos con la carencia de hombres preparados que en calidad de técnicos viniesen a colaborar en el desarrollo del país.
Fue así como en un 18 de enero de 1919, partió de puerto de Valparaíso el vapor Virgilio, para desembarcar en la Guaira el 2 de febrero.
En la aldehuela atávica y estancada llamada Bailadores, enclavada en el corazón de Los Andes, contorneada por bellísimos paisajes, que sembró como había plantado en una granja los árboles frutales de climas templados traídos de tierras australes.
Fruto de sus ideas, proyector, iniciativas y sueños en beneficio de aquella colectividad dejó publicado, antes de morir, un interesante libro que tituló “Retorno al pasado”.
Si la Historia está hecha con pequeños detalles y minúsculas cosas, como se observa en la tela con la trama, y como se forman los ríos torrenciales de la montaña con las gotas que destilan los pegujales de los páramos y las cresterías, indudablemente que cuanto se refiere en su obra, constituye una fracción del acervo cultural de la tierra merideña rica en panoramas, usanzas peculiares, personajes biografiadles y sucesos que esperan la mano del historiador para ser perpetuados.

Viaje al interior

“A los pocos días de haber llegado a Caracas el Ministerio decidió enviarnos en gira hacia el interior del país, donde nos tocaría trabajar para que escogiéramos el lugar donde  instalar dos granjas experimentales. Acompañados de un funcionario del Ministerio que sería el encargado de mostrarnos los diversos lugares del país, partimos de Caracas rumbo a San Cristóbal, deteniéndonos en los lugares que estimábamos convenientes para su estudio. Antes de partir, funcionarios del Ministerio y personas particulares al saber que íbamos al interior, nos hicieron infinidad de recomendaciones, ya que entonces la mayor parte del país era foco de enfermedades terribles, como el paludismo, la viruela, la anquilostomiasis y otras enfermedades tropicales que nosotros no conocíamos. Nos recomendaron que no tomáramos agua porque tenían los terribles anquilostomas que se instalaban en los intestinos y no se podían sacar de allí y cuidado con el paludismo y la viruela.
Nuestra primera parada fue en San Carlos, estado Cojedes, que por ese entonces, estaba casi desierta por haber muerto casi todos sus habitantes y los que quedaban, parecían esqueletos vivientes. Partimos de allí con el alma acongojada y yo para mis adentros maldecía mil veces el haber venido a estas tierras de mi lindo y sano país. La próxima parada fue Barquisimeto y como el funcionario que nos acompañaba era de ahí y tenía su familia en esa ciudad, nos dejó en un hotel y se fue a su casa y allá estuvo  tres días y nosotros en el hotel, aburridos y perdiendo el tiempo. Por esos días azotaba a San Felipe, Barquisimeto, Carora y otros lugares cercanos, una terrible epidemia de alastrim y paludismo, éste último de tal gravedad, que lo llamaban la fiebre económica, porque al que le daba, a las 24 horas era cadáver y no había tiempo de hacer gastos. Ante esa situación nuestra alarma era desesperada y nuestro único deseo era partir cuanto antes de esas tierras malditas, áridas y pobladas por gente que parecían ánimas vivientes. Yo me había hecho el propósito de que si el resto del país era así, al volver a Caracas renunciará para volver a Chile. Otro de los problemas que nos agobiara era la comida. Nosotros no sabíamos comer arepa, plátanos cocidos o asados, ni yaca ni apio, siendo esos alimentos, el elemento más abundante e imprescindible de las  comidas que nos servían. Por fin partimos de Barquisimeto rumbo a Carora, que en ese entonces no tenía carretera y el tráfico se hacía  por la quebrada de Carora en trecho de casi cien kilómetros, transitable por el lecho de la quebrada y cuando llovía y venía la creciente de las aguas, los choferes tenían que subir los vehículos  a algún terreno más elevado y esperar que pasara la creciente y si el vehículo quedaba atascado, los pasajeros tenían  correr a salvarse como pudieran.
Viajando por la mencionada quebrada y como a media tarde, se le rompió un resorte al carro y quedamos accidentados frente a un central azucarero y a un poblado de chozas de palma. En ese entonces no había estaciones de servicio de  vehículos y las bombas de gasolina y establecimientos de venta de  repuestos, existían solo en las ciudades, por lo que los choferes tenían que arreglárselas como pudieran. El chofer nuestro, sacó un enorme machete que llevaba en el maletero y cortó una rama de un árbol y con ella y un mecate, medio afianzó el resorte ara poder llegar a Carora. Mientras el chofer el chofer arreglaba esto, -nosotros decidimos curiosear por  los alrededores entre las chozas de palma, en las que se movían  algunos negros y se oían rezos y plegarias. A poco de andar, viene una  negra llorando y se hinca de rodillas  ante mí, me toma la mano y me dice: “Doctor salve mi hija, que le acaba de dar fiebre económica y es lo único que me queda en el mundo, mis demás familiares han muerto”. Con el alma acongojada y el espanto reflejado en mis ojos le dije: “Señora yo no soy médico y nada puedo hacer por usted”. La señora insistía y me llevó a su choza donde se retorcía con la fiebre una niña de corta edad, que le salía espumarajo por la boca. Más allá una viejita hincada en el suelo lloraba y en el piso de tierra de la choza, estaba el cadáver de su nieta de corta edad, sin ataúd y con cuatro velas encendidas. Por un sendero entre las chozas, caminaba un hombre, con el rostro y los brazos cubiertos de pústulas negras, enfermo de viruela o alastrim y que hablaba solo y amenazaba con las manos hacia el cielo. Esto para mí fue el acabose, salí en carrera hacia el carro y por suerte ya el chofer había arreglado el resorte y pudimos partir rumbo a Carora. En el trayecto yo no hablé ni una palabra, pensando que si alguna de esas terribles enfermedades me atacaba a mí, jamás podría volver a mi lejana patria. Esa noche dormimos  en Carora, donde no había agua ni para tomar y la comida muy mala, aunque buena o mala no la probé. Asqueado y adolorido como estaba, con las horripilantes  escenas que había presenciado esa tarde. Partimos de madrugada rumbo a Trujillo, pero teníamos que visitar Carache, Chejendé, Boconó y otros sitios, antes de llegar a Trujillo. A medida que viajábamos, el paisaje y las gentes iban cambiando, lo que hacía repuntar una esperanza en nosotros. En Trujillo ya la gente era sana y el clima un poco más benigno  y cuando fuimos a Boconó, el panorama cambió totalmente ya que ese lugar era hermoso, sano y fértil. La gente era amable y allí fue el primer lugar donde estudié la posibilidad de instalar una granja experimental. Ta más aliviado de las angustias pasadas, partimos al día siguiente para Mérida, atravesando  el páramo de Mucuchíes, por la única vía que era la carretera Trasandina. Llegamos a Mérida de noche y nos quedamos a dormir en el Hotel Astoría que era de un alemán. Nos maravilló el clima do más benigno y cuando fuimos a Boconó, el panorama cambio totalmente ya que ese lugar era hermoso, sano y fértil. La gente era amable y allí fue el primer lugar donde estudié  la posibilidad de instalar una granja experimental. Ya más aliviado de las angustias pasadas, partimos al día siguiente para Mérida, atravesando el páramo de Mucuchíes, por la única vía que era la carretera Trasandina. Llegamos a Mérida de noche y nos quedamos adormir en el Hotel Astoría que era de un alemán. Nos maravilló el clima más benigno, el panorama cambió totalmente ya que  este lugar era hermoso sano y fértil.
Por la tarde partimos rumbo a La Grita, íbamos a marcha forzada por los tres días perdidos en Barquisimeto, mientras, que nuestro guía  y asesor se solazaba con s familia.


Al pasar por cada pueblo, sin detenernos, yo preguntaba al chofer: “¿Cómo se llama este pueblo?”.
Cuando entramos ya oscureciendo a un pueblo muy pequeño, a mi pregunta el chofer dijo: “Este pueblo es Bailadores” y yo le dije: “frente a la iglesia se para”. Mientras tanto miraba a lado y todo el paisaje y una profunda emoción se apoderó de mí al contemplar campos verdes cultivados y un clima agradable. Es la hora del Ángelus y cuando pasamos frente a la Iglesia, el son de la última campanada, llamando a la oración, se perdió entre las nubes y de la iglesia salió un robusto cura que al ver que nos deteníamos, se acercó al carro y nos dijo:” Que Dios los traiga con bien señores, soy el cura párroco y estoy a sus órdenes”. Sin esperar más yo le dije: “Señor buscamos a una  señora llamada Erenia que tiene en su solar unas matas de manzano, duraznos y uvas”. A lo que él respondió: “precisamente es aquí enfrente y si quieren visitarla yo los llevare”. Aceptamos  de inmediato y con velas, porque ya estaba oscurecido, fuimos al solar a ver las ponderadas matas de frutales. Mi emoción fue mucha, pues aunque las matas eran raquíticas y los frutos pequeños, era una prueba evidente de que allí se daban esas frutas y con cuidados técnicos y nuevas variedades, se podía crear una nueva riqueza para la zona y yo cumplir con mi cometido. El chofer y el guía, nos apuraban para que partiéramos de inmediato, ya que para llegar a La Grita, nos quedaba un largo camino y había que pasar un páramo y más encima de noche. Yo decidí no seguir, ya que era necesario que viera y estudiara el lugar de día y después de una larga discusión, nuestro guía accedió a que pasáramos allí la noche. No había hoteles ni pensiones, ni dónde comer, pero mi entusiasmo por la región era tal que les dije: “Si me tocar dormir parado, así lo haré, pero yo tengo que ver esto de día”. Esa noche nos quedamos en la casa vecina a la bomba e gasolina. Como toda comida una taza de café y sardina y como cama un cuero de buey fresco. Al día siguiente, cuando veo la hermosura, de los campos y el clima, decidí de inmediato que  ahí estaría ubicada la granja experimental que yo venía a fundar. Partimos de prisa, visitamos La Grita y sus alrededores y seguimos a marcha forzada hacia Queniquea, que por encargo especial del señor General Eleazar López Contreras, debíamos visitar, por ser ese su pueblo natal.
Visitamos San Cristóbal, Rubio, San Antonio y otros poblados, pero para mí ya todo eso no tenía importancia, porque yo a había escogido el lugar de mi granja.
De vuelta en Caracas, debíamos  presentar nuestro informe al Ministerio para que este resolviera lo que había que hacer. En ese informe yo ponderé lo más que pude a Bailadores y Boconó y así fue como se me designó para que me instalara en Mérida e hiciera los estudios necesarios para levar a la realidad, lo antes posible el proyecto. Antes  de partir hacia Mérida, se me hicieron las recomendaciones pertinentes de que en Mérida visitara primero al Arzobispo y lo impusiera de cuál era mi misión en el Estado, ya que en la zona los curas tenían una gran influencia y después al presidente del estado, que en ese entonces era el doctor Hugo Parra Pérez, médico y político, oriundo de ese mismo estado y con rancio abolengo social. Cuando fui a ver el presidente del Estado y después de una amena charla, él me dijo:” Supongo que usted se instalará aquí en la capital del estado ¿No es así? A lo que yo respondí: “No doctor, yo me voy a instalar en un pueblito que se llama Bailadores”. Con gran asombro mío, dio un salto en si sillón y con una cara de espanto me dijo: “No señor, usted no va a Bailadores”. Con gran paciencia  le expliqué que ese era el lugar que yo había escogido para hacer la granja experimental, ya que allí se reunían las condiciones de suelo y clima que yo necesitaba para el buen logro de los experimentos con árboles frutales que venía a hacer.
El doctor no quería convenir y yo me veía en apreturas, pues él era la primera autoridad en el estado y ya estaba pensando  que tendría que volver a Caracas, a explicar al Ministerio la situación.
Por fin el Presidente dijo: “Bueno, convengo en que la granja sea allá, pero usted no va a Bailadores solo, lo vio a llevar yo mismo. Vengase mañana a las ocho de la mañana y vamos a ir los dos a Bailadores”.
Miles de conjeturas me hice esa noche sobre qué razones tendría el señor Presidente para no querer que yo me instale en Baladores, pero como no conocía los entretelones políticos, sociales o de otra índole que pudieran existir en la región, no puede llegar a ninguna conclusión razonable. A la hora fijada, el Presidente y yo, sentados en el asiento de atrás y su chofer uniformado tenía al alcance de la mano la ametralladora, me lleno de asombro y para mis adentros pensaba que  sería necesaria, por ser el Presidente un personaje muy importante, pero no me explicaba, acostumbrado como estaba, a que en Chile, el presidente de la república salía a pie, sin armar y sin sentido de su despacho y se mezclaba con el publico hasta llegar a su automóvil.
Después de transitar  la larga y sinuosa carretera de tierra, de Mérida a Bailadores, llegamos al pueblo y paramos frente a la plaza en la que una casa, con un ancho corredor al frente, que era la Jefatura Civil, se paseaba a grandes zancadas, un señor con unos largos bigotes manchados a chimó,  luciendo sombrero alón y de su cintura un ancho cinturón repletos de balas colgaba, de un lado un filoso machete y del otro un enorme revolver. A ver pararse el carro, del que habíamos bajados nos bajamos el Presidente y yo, dijo: “Ah, sí es el doctor, ¿qué le trae por aquí tan de mañana?”. El Presidente le palmoteó la espalda y le dijo: “¿Cómo te va Manuel? A lo que él respondió: “Aquí estamos todos bien doctor y para servirle en lo que usted mande”. A continuación el Presidente le dijo: “Mira Manuel, aquí te traigo el doctor Asperti, él va a trabajar aquí y a fundar una granja por cuenta del gobierno” y señalándolo con firmeza con el dedo le dijo: “Tu me respondes de él ¿sabes?”. Entonces por primera vez el general y Jefe Civil, se dignó mirarme, con una larga mirada, con asombro y algo de desprecio reflejado en su rostro. Me miro un largo rato, de arriba abajo, escupió una bocanada de chimó, acaricio con una mano su machete y con la otra su revólver y la dijo al Presidente “Esta bien, yo se lo cuido, yo se lo cuido Doctor”.
Y ¿cómo están las cosas aquí Manuel?”. Aquí todo está bien Doctor, no tenga cuidado.
“Bueno Manuel, nosotros nos vamos. Regresamos al carro.
El chofer que durante todo el diálogo, tenía empuñada la ametralladora, colocó esta al alcance de su mano en el asiento delantero y partimos rumbo a Mérida.
Una vez en el carro y ya en marcha, el presidente volviéndose  a mi me dijo: “Ahora si ya puede venir a Bailadores”.










1 comentario:

  1. Bueno muy interesante el trabajo del Dr.Guido ,sin embargo queremos quitarnos esos comunista para estar más tranquilo y empezar a recordar hechos hechos históricos de Mérida ..

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