Testimonios
de Mérida
Siglo
XX
Guido Asperti Navarro
1939
Retorno al pasado.
Carlos Chalbaud Zerpa
(Primera Parte)
Nacido
en Chile y naturalizado venezolano, en su condición de ingeniero agrónomo fue
contratado por el Gobierno de Gral. López Contreras en 1938 para efectuar
estudios de aclimatación de árboles frutales en Venezuela. Fundó la Estación
Experimental de Bailadores y fue luego director del Parque Agustín Codazzi en
Maracay y profesor de Recursos Naturales Renovables en la Escuela de Peritos
Agrícolas de la misma población.
Más
tarde se desempeñó como productor de café molido y criador de pollos y
gallinas.
De vuelta en Baladores, fue presidente del Concejo y promovió una serie de obras para el delante de aquella villa, entre ellas la construcción del magnífico hotel turístico “Toquisay”.
A la
muerte del Gral. Gómez, el nuevo presidente de la República, Gral. López
Contreras se encontró, entre otros problemas políticos, culturales y económicos
con la carencia de hombres preparados que en calidad de técnicos viniesen a
colaborar en el desarrollo del país.
Fue
así como en un 18 de enero de 1919, partió de puerto de Valparaíso el vapor
Virgilio, para desembarcar en la Guaira el 2 de febrero.
En
la aldehuela atávica y estancada llamada Bailadores, enclavada en el corazón de
Los Andes, contorneada por bellísimos paisajes, que sembró como había plantado
en una granja los árboles frutales de climas templados traídos de tierras
australes.
Fruto
de sus ideas, proyector, iniciativas y sueños en beneficio de aquella
colectividad dejó publicado, antes de morir, un interesante libro que tituló “Retorno al pasado”.
Si
la Historia está hecha con pequeños detalles y minúsculas cosas, como se
observa en la tela con la trama, y como se forman los ríos torrenciales de la
montaña con las gotas que destilan los pegujales de los páramos y las
cresterías, indudablemente que cuanto se refiere en su obra, constituye una
fracción del acervo cultural de la tierra merideña rica en panoramas, usanzas peculiares,
personajes biografiadles y sucesos que esperan la mano del historiador para ser
perpetuados.
Viaje al interior
“A los pocos días de haber llegado a Caracas el Ministerio
decidió enviarnos en gira hacia el interior del país, donde nos tocaría
trabajar para que escogiéramos el lugar donde
instalar dos granjas experimentales. Acompañados de un funcionario del
Ministerio que sería el encargado de mostrarnos los diversos lugares del país,
partimos de Caracas rumbo a San Cristóbal, deteniéndonos en los lugares que
estimábamos convenientes para su estudio. Antes de partir, funcionarios del
Ministerio y personas particulares al saber que íbamos al interior, nos
hicieron infinidad de recomendaciones, ya que entonces la mayor parte del país
era foco de enfermedades terribles, como el paludismo, la viruela, la
anquilostomiasis y otras enfermedades tropicales que nosotros no conocíamos.
Nos recomendaron que no tomáramos agua porque tenían los terribles anquilostomas
que se instalaban en los intestinos y no se podían sacar de allí y cuidado con
el paludismo y la viruela.
Nuestra primera parada fue en San Carlos, estado Cojedes,
que por ese entonces, estaba casi desierta por haber muerto casi todos sus
habitantes y los que quedaban, parecían esqueletos vivientes. Partimos de allí
con el alma acongojada y yo para mis adentros maldecía mil veces el haber
venido a estas tierras de mi lindo y sano país. La próxima parada fue
Barquisimeto y como el funcionario que nos acompañaba era de ahí y tenía su
familia en esa ciudad, nos dejó en un hotel y se fue a su casa y allá
estuvo tres días y nosotros en el hotel,
aburridos y perdiendo el tiempo. Por esos días azotaba a San Felipe,
Barquisimeto, Carora y otros lugares cercanos, una terrible epidemia de alastrim
y paludismo, éste último de tal gravedad, que lo llamaban la fiebre económica,
porque al que le daba, a las 24 horas era cadáver y no había tiempo de hacer
gastos. Ante esa situación nuestra alarma era desesperada y nuestro único deseo
era partir cuanto antes de esas tierras malditas, áridas y pobladas por gente
que parecían ánimas vivientes. Yo me había hecho el propósito de que si el
resto del país era así, al volver a Caracas renunciará para volver a Chile.
Otro de los problemas que nos agobiara era la comida. Nosotros no sabíamos
comer arepa, plátanos cocidos o asados, ni yaca ni apio, siendo esos alimentos,
el elemento más abundante e imprescindible de las comidas que nos servían. Por fin partimos de
Barquisimeto rumbo a Carora, que en ese entonces no tenía carretera y el
tráfico se hacía por la quebrada de
Carora en trecho de casi cien kilómetros, transitable por el lecho de la
quebrada y cuando llovía y venía la creciente de las aguas, los choferes tenían
que subir los vehículos a algún terreno
más elevado y esperar que pasara la creciente y si el vehículo quedaba atascado,
los pasajeros tenían correr a salvarse
como pudieran.
Viajando por la mencionada quebrada y como a media tarde,
se le rompió un resorte al carro y quedamos accidentados frente a un central
azucarero y a un poblado de chozas de palma. En ese entonces no había
estaciones de servicio de vehículos y
las bombas de gasolina y establecimientos de venta de repuestos, existían solo en las ciudades, por
lo que los choferes tenían que arreglárselas como pudieran. El chofer nuestro,
sacó un enorme machete que llevaba en el maletero y cortó una rama de un árbol
y con ella y un mecate, medio afianzó el resorte ara poder llegar a Carora.
Mientras el chofer el chofer arreglaba esto, -nosotros decidimos curiosear
por los alrededores entre las chozas de
palma, en las que se movían algunos
negros y se oían rezos y plegarias. A poco de andar, viene una negra llorando y se hinca de rodillas ante mí, me toma la mano y me dice: “Doctor
salve mi hija, que le acaba de dar fiebre económica y es lo único que me queda
en el mundo, mis demás familiares han muerto”. Con el alma acongojada y el
espanto reflejado en mis ojos le dije: “Señora yo no soy médico y nada puedo
hacer por usted”. La señora insistía y me llevó a su choza donde se retorcía
con la fiebre una niña de corta edad, que le salía espumarajo por la boca. Más
allá una viejita hincada en el suelo lloraba y en el piso de tierra de la
choza, estaba el cadáver de su nieta de corta edad, sin ataúd y con cuatro
velas encendidas. Por un sendero entre las chozas, caminaba un hombre, con el
rostro y los brazos cubiertos de pústulas negras, enfermo de viruela o alastrim
y que hablaba solo y amenazaba con las manos hacia el cielo. Esto para mí fue
el acabose, salí en carrera hacia el carro y por suerte ya el chofer había
arreglado el resorte y pudimos partir rumbo a Carora. En el trayecto yo no hablé
ni una palabra, pensando que si alguna de esas terribles enfermedades me
atacaba a mí, jamás podría volver a mi lejana patria. Esa noche dormimos en Carora, donde no había agua ni para tomar
y la comida muy mala, aunque buena o mala no la probé. Asqueado y adolorido
como estaba, con las horripilantes
escenas que había presenciado esa tarde. Partimos de madrugada rumbo a
Trujillo, pero teníamos que visitar Carache, Chejendé, Boconó y otros sitios,
antes de llegar a Trujillo. A medida que viajábamos, el paisaje y las gentes
iban cambiando, lo que hacía repuntar una esperanza en nosotros. En Trujillo ya
la gente era sana y el clima un poco más benigno y cuando fuimos a Boconó, el panorama cambió
totalmente ya que ese lugar era hermoso, sano y fértil. La gente era amable y
allí fue el primer lugar donde estudié la posibilidad de instalar una granja
experimental. Ta más aliviado de las angustias pasadas, partimos al día
siguiente para Mérida, atravesando el
páramo de Mucuchíes, por la única vía que era la carretera Trasandina. Llegamos
a Mérida de noche y nos quedamos a dormir en el Hotel Astoría que era de un
alemán. Nos maravilló el clima do más benigno y cuando fuimos a Boconó, el
panorama cambio totalmente ya que ese lugar era hermoso, sano y fértil. La
gente era amable y allí fue el primer lugar donde estudié la posibilidad de instalar una granja
experimental. Ya más aliviado de las angustias pasadas, partimos al día
siguiente para Mérida, atravesando el páramo de Mucuchíes, por la única vía que
era la carretera Trasandina. Llegamos a Mérida de noche y nos quedamos adormir
en el Hotel Astoría que era de un alemán. Nos maravilló el clima más benigno,
el panorama cambió totalmente ya que este
lugar era hermoso sano y fértil.
Por la tarde partimos rumbo a La Grita, íbamos a marcha
forzada por los tres días perdidos en Barquisimeto, mientras, que nuestro
guía y asesor se solazaba con s familia.
Al pasar por cada pueblo, sin detenernos, yo preguntaba al chofer: “¿Cómo se llama este pueblo?”.
Cuando entramos ya oscureciendo a un pueblo muy pequeño, a
mi pregunta el chofer dijo: “Este pueblo es Bailadores” y yo le dije: “frente a
la iglesia se para”. Mientras tanto miraba a lado y todo el paisaje y una
profunda emoción se apoderó de mí al contemplar campos verdes cultivados y un
clima agradable. Es la hora del Ángelus y cuando pasamos frente a la Iglesia,
el son de la última campanada, llamando a la oración, se perdió entre las nubes
y de la iglesia salió un robusto cura que al ver que nos deteníamos, se acercó
al carro y nos dijo:” Que Dios los traiga con bien señores, soy el cura párroco
y estoy a sus órdenes”. Sin esperar más yo le dije: “Señor buscamos a una señora llamada Erenia que tiene en su solar
unas matas de manzano, duraznos y uvas”. A lo que él respondió: “precisamente
es aquí enfrente y si quieren visitarla yo los llevare”. Aceptamos de inmediato y con velas, porque ya estaba
oscurecido, fuimos al solar a ver las ponderadas matas de frutales. Mi emoción
fue mucha, pues aunque las matas eran raquíticas y los frutos pequeños, era una
prueba evidente de que allí se daban esas frutas y con cuidados técnicos y
nuevas variedades, se podía crear una nueva riqueza para la zona y yo cumplir con
mi cometido. El chofer y el guía, nos apuraban para que partiéramos de
inmediato, ya que para llegar a La Grita, nos quedaba un largo camino y había
que pasar un páramo y más encima de noche. Yo decidí no seguir, ya que era
necesario que viera y estudiara el lugar de día y después de una larga
discusión, nuestro guía accedió a que pasáramos allí la noche. No había hoteles
ni pensiones, ni dónde comer, pero mi entusiasmo por la región era tal que les
dije: “Si me tocar dormir parado, así lo haré, pero yo tengo que ver esto de
día”. Esa noche nos quedamos en la casa vecina a la bomba e gasolina. Como toda
comida una taza de café y sardina y como cama un cuero de buey fresco. Al día
siguiente, cuando veo la hermosura, de los campos y el clima, decidí de
inmediato que ahí estaría ubicada la
granja experimental que yo venía a fundar. Partimos de prisa, visitamos La
Grita y sus alrededores y seguimos a marcha forzada hacia Queniquea, que por
encargo especial del señor General Eleazar López Contreras, debíamos visitar,
por ser ese su pueblo natal.
Visitamos San Cristóbal, Rubio, San Antonio y otros
poblados, pero para mí ya todo eso no tenía importancia, porque yo a había
escogido el lugar de mi granja.
De vuelta en Caracas, debíamos presentar nuestro informe al Ministerio para
que este resolviera lo que había que hacer. En ese informe yo ponderé lo más
que pude a Bailadores y Boconó y así fue como se me designó para que me
instalara en Mérida e hiciera los estudios necesarios para levar a la realidad,
lo antes posible el proyecto. Antes de
partir hacia Mérida, se me hicieron las recomendaciones pertinentes de que en
Mérida visitara primero al Arzobispo y lo impusiera de cuál era mi misión en el
Estado, ya que en la zona los curas tenían una gran influencia y después al
presidente del estado, que en ese entonces era el doctor Hugo Parra Pérez,
médico y político, oriundo de ese mismo estado y con rancio abolengo social. Cuando
fui a ver el presidente del Estado y después de una amena charla, él me dijo:”
Supongo que usted se instalará aquí en la capital del estado ¿No es así? A lo
que yo respondí: “No doctor, yo me voy a instalar en un pueblito que se llama
Bailadores”. Con gran asombro mío, dio un salto en si sillón y con una cara de
espanto me dijo: “No señor, usted no va a Bailadores”. Con gran paciencia le expliqué que ese era el lugar que yo había
escogido para hacer la granja experimental, ya que allí se reunían las
condiciones de suelo y clima que yo necesitaba para el buen logro de los
experimentos con árboles frutales que venía a hacer.
El doctor no quería convenir y yo me veía en apreturas,
pues él era la primera autoridad en el estado y ya estaba pensando que tendría que volver a Caracas, a explicar
al Ministerio la situación.
Por fin el Presidente dijo: “Bueno, convengo en que la
granja sea allá, pero usted no va a Bailadores solo, lo vio a llevar yo mismo.
Vengase mañana a las ocho de la mañana y vamos a ir los dos a Bailadores”.
Miles de conjeturas me hice esa noche sobre qué razones
tendría el señor Presidente para no querer que yo me instale en Baladores, pero
como no conocía los entretelones políticos, sociales o de otra índole que
pudieran existir en la región, no puede llegar a ninguna conclusión razonable.
A la hora fijada, el Presidente y yo, sentados en el asiento de atrás y su
chofer uniformado tenía al alcance de la mano la ametralladora, me lleno de
asombro y para mis adentros pensaba que
sería necesaria, por ser el Presidente un personaje muy importante, pero
no me explicaba, acostumbrado como estaba, a que en Chile, el presidente de la
república salía a pie, sin armar y sin sentido de su despacho y se mezclaba con
el publico hasta llegar a su automóvil.
Después de transitar la larga y sinuosa carretera de tierra, de
Mérida a Bailadores, llegamos al pueblo y paramos frente a la plaza en la que
una casa, con un ancho corredor al frente, que era la Jefatura Civil, se
paseaba a grandes zancadas, un señor con unos largos bigotes manchados a
chimó, luciendo sombrero alón y de su
cintura un ancho cinturón repletos de balas colgaba, de un lado un filoso
machete y del otro un enorme revolver. A ver pararse el carro, del que habíamos
bajados nos bajamos el Presidente y yo, dijo: “Ah, sí es el doctor, ¿qué le
trae por aquí tan de mañana?”. El Presidente le palmoteó la espalda y le dijo:
“¿Cómo te va Manuel? A lo que él respondió: “Aquí estamos todos bien doctor y
para servirle en lo que usted mande”. A continuación el Presidente le dijo:
“Mira Manuel, aquí te traigo el doctor Asperti, él va a trabajar aquí y a
fundar una granja por cuenta del gobierno” y señalándolo con firmeza con el
dedo le dijo: “Tu me respondes de él ¿sabes?”. Entonces por primera vez el
general y Jefe Civil, se dignó mirarme, con una larga mirada, con asombro y
algo de desprecio reflejado en su rostro. Me miro un largo rato, de arriba
abajo, escupió una bocanada de chimó, acaricio con una mano su machete y con la
otra su revólver y la dijo al Presidente “Esta bien, yo se lo cuido, yo se lo
cuido Doctor”.
Y ¿cómo están las cosas aquí Manuel?”. Aquí todo está bien
Doctor, no tenga cuidado.
“Bueno Manuel, nosotros nos vamos. Regresamos al carro.
El chofer que durante todo el diálogo, tenía empuñada la
ametralladora, colocó esta al alcance de su mano en el asiento delantero y
partimos rumbo a Mérida.
Una vez en el carro y ya en marcha, el presidente
volviéndose a mi me dijo: “Ahora si ya
puede venir a Bailadores”.
Bueno muy interesante el trabajo del Dr.Guido ,sin embargo queremos quitarnos esos comunista para estar más tranquilo y empezar a recordar hechos hechos históricos de Mérida ..
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