EL TÍTULO
DE LIBERTADOR
Dr. Carlos
Chalbaud zerpa
Bolívar genial y predestinado se dio a sí mismo el título de
Libertador mucho antes que merideños, caraqueños y angostureños conociesen al
guerrero vencedor
El hecho ocurrió en Cúcuta el 18 de mayo de 1813 al comienzo de
la llamada Campaña Admirable, cuando en carta que le dirigió al Presidente de la Unión Granadina
Camilo Torres, le confesaba la plena convicción qué tenía de su misión, su
voluntad inquebrantable, su fe ciega en el destino: y se autodenominaba
libertador, aunque al dirigirse a sus soldados, que bien lo conocían, les decía:”
corred, a colmaros de gloria, adquiriendoos el sublime renombre de libertadores
de Venezue1a”
El 23 de mayo del mismo año, por instancia del Dr. Cristóbal
Mendoza, enviado anticipadamente por Bolívar a Mérida para hacerse cargo de la Gobernación Provincial,
al hacer su entrada a la ciudad, fue aclamado por pueblo y tropas con la
denominación de libertador. Luego, el 14 de octubre, en Caracas, el
Ayuntamiento en asamblea abierta y presidida por el mismo Dr. Mendoza quien
había volado a la capital, le confirió el epíteto d Libertador de Venezuela.
Todo esto no era sino un formulismo Institucional para adelantarse a las justas
pretensiones del Gral. Santiago Mariño, quien para entonces había libertado el
oriente del país.
Por otra parte, varios meses antes en sus proclamas a los
valerosos meridanos fechada el 8 de junio en Mérida y la dirigida a sus
conciudadanos venezolanos firmada en Trujillo el 15 del mismo mes, en las
cuales le declara a los españoles y canarios la Guerra a Muerte, se titula
por cuenta propia: “Simón Bolívar, Brigadier de la Uni6n, General en Jefe del
Ejército del Norte y Libertador de Venezuela”.
Sin embargo, utilizó el título con parsimonia y según las
circunstancias, puesto que las tropas orientales eran decisivas para la Independencia de
Venezuela y habían aclamado a Mariño como su Libertador;
Solamente siete años más tarde, en l820, cuando el general
oriental ya no constituía un rival peligroso y el Gral. Piar había sido fusilado,
el Congreso Constituyente reunido en Angostura, le otorgó por decreto el título
oficial de Libertador, para que lo usara en todos los despachos y actos del
Gobierno, anteponiéndola al de Presidente, y que conservaría como una propiedad
de gloria en cualquier otro destino, y en el retiro mismo de los negocios
públicos.
Para aquella época el Dr. Cristóbal Mendoza era uno de sus
consejeros y de los más eficaces colaboradores del Correo del Orinoco.
¿Cómo era
físicamente?
“Si en los tiempos actuales se nos fuera dado topar en la calle
con el Libertador redivivo, escribe don Alfredo Boulton, autor de la obra Los Retratos de Bolívar, no lo
reconoceríamos. Pasaríamos a su lado como lo hacemos junto a un desconocido.
Pocos sabrían quién es. Puede que sus ojos—la mirada—nos sobrecogiesen; pero no
acertaríamos a distinguir en ese hombre de paso presuroso, de rasgos finos, de
tez quemada, de pelo crespo, de frente alta, de mirar vivo, de nariz recta, de
talla baja, de manos chicas, de voz aguda, de talle breve, de gesto pronto, al
sin par hijo de Caracas. Tenía las mejillas hundidas, los pómulos prominentes,
la boca delgada, el mentón levemente prognático, los pies pequeños y los ojos
castaño oscuro. Medía apenas 1.67 mts,
Su estatua ecuestre, en la plaza que lleva su nombre que es el
Bolívar de todos— en nada le corresponde, excepto el estar colocada en su sitio
propio;
De verla, se preguntaría el mismo Libertador— ya sin
sorprenderse— si es así como tan escasamente le conocemos, Pero este es el
Bolívar “que quieren los venezolanos: lleno de gloria, triunfante siempre en
los momentos estelares de su vida”. El Bolívar de la moneda, el Bolívar de los
billetes de banco -idealizado o caricaturizado-, el Bolívar de Tenerani en el
Panteón, el Bolívar de las litografías en las oficinas públicas, el busto que
distingue todas las plazas principales en los pueblos de Venezuela, el Bolívar
erigido en la cumbre máxima de la Sierra Nevada y los adefesios exhibidos en el Salón
de Sesiones: del Concejo Municipal de Mérida y en el Salón de Recepciones del Palacio
de Gobierno, así como los retratos que presiden el Aula Magna y el Paraninfo de
la Universidad
de Los Andes, nada tienen que ver con la verdadera efigie del Padre de la Patria.
“Su verdadero rostro, como frecuentemente sucede con los grandes
hombres, añadirá don Alfredo, ha sido deformado al popularizarse, lo que en
gran parte se comprende por la falta de una bien disciplinada iconografía y por
haberse copiado indiscriminadamente, de modo desordenado, aún durante su vida,
retratos carentes de veracidad fisonómica”.
Las referencias de su semblante dejadas por sus coetáneos rara
vez coinciden. Es imposible tomarlas seriamente de guía por carencia de
uniformidad. Salvo algunos detalles generales que no pueden escapar, es
peligroso atenernos a ellos, por no saber de cuál fiarnos más.
Por fortuna, aún subsisten referencias iconográficas originales
donde hallamos sus genuinos rasgos— su verdadero rostro— , son pocas pero
existen.
Pero el Bolívar que gusta a los venezolanos es el del medallón
de David de impronta napoleónica, o el de Canónica de factura cesárea o el
neoclásico decadente y de muy mal gusto de Tito Salas, que exorna las paredes
de la Casa Natal
y el Panteón Nacional
Otro aspecto, poco conocido, del rostro de El Libertador es que
casi durante toda su vida usó grandes patillas y largo bigote pero ningún
venezolano nos aceptaría un busto de Bolívar de cara larga, mejillas hundidas,
cabello abundante atado atrás con una cinta y enormes mostachos.
Estamos acostumbrados a un Bolívar rozagante, como el de los
billetes de cien bolívares, de cabello corto, lampiño, de casi dos metros de
talla, tal como también aparece en los oleos posteriores a su muerte pintados
por Carmelo Fernández, M. Tovar y Tovar, Carlos Otero, Paulín Guerin, Arturo
Michelena y Bernal Acevedo.
Quizás el mejor retrato del Libertador existente, y el más
parecido, sea el del artista mulato peruano José Gil de Castro, ejecutado del
natural en Lima, en 1825, cuando Bolívar se afeit6 el bigote porque comenzaba a
encanecerle.
Tenía entonces 42 años de edad; y acerca de aquel cuadro-que se
halla en el Palacio Federal de Caracas-el propio Libertador dijo: “retrato mío
hecho en Lima con la más grande exactitud y semejanza”.
El óleo fue traído a Caracas desde la capital del Perú, en 1826,
por el pícaro Antonio Leocadio Guzmán. Era un regalo del Libertador para su
hermana María Antonia Bolívar de Clemente. Los sobrinos del Héroe, Pablo
Secundino y Josefa Clemente, lo cedieron en 1877 al gobierno de Guzmán Blanco,
para la inauguraci6n del Palacio Federal; desde entonces allí cuelga en sitio
de honor.
Esta quizás sea la verdadera efigie del Libertador. Es la que
aparecía en el billetico de cinco bolívares, bastante desgarbada por cierto’.
Révérend,
Médico Abusivo
Se han empeñado los biógrafos de Bolívar, salvo algunas
excepciones, en insistir en que el ciudadano francés Alejandro Próspero Réverend
asistió, en calidad de facultativo, al Libertador en su última enfermedad, era
doctor en medicina. Révérend cuidó a Bolívar con mucho altruismo y mucha generosidad,
pero con pocos conocimientos científicos porque no era médico. Incluso se ha
dicho que con sus vejigatorios cáusticos en la nuca, purgantes, linimentos vesicantes,
narcóticos y pequeñas dosis de quinina le aceleró la muerte.
Es falso que Révérend como lo han afirmado biógrafos e
historiadores— haya estudiado medicina y cirugía en Paris y asistido alguna vez
a las lecciones del célebre cirujano Dupuytrén.
Doctor es la persona que ha recibido el ultimo y preeminente
grado académico que confiere una universidad u otro establecimiento autorizado
para ello; y médico es aquella que se halla legalmente autorizada para profesar
y ejercer la medicina, después de cursar la carrera respectiva. El Sr. Révérend
no era ni una cosa ni la otra, y ni siquiera boticario.
Porque El Libertador, la más grande y tal vez la única figura de
América española con derecho propio para aparecer en la Historia Universal,
no tuvo en sus últimos momentos ni siquiera un médico de cabecera; la
ingratitud de los pueblos, que con su verbo y su espada había emancipado, hizo
que muriese pobre y abandonado.
Anciano y achacoso, con una luenga barba blanca y una medallita
cosida a la solapa, nos presentan en los libros de Historia Patria a Alejandro
Próspero Révérend; aunque el Révérend que asistió al Libertador en sus
postreros días, su agonía y muerte, era un hombre joven y vigoroso para
entonces, de apenas 34 años de edad, de quien no se sabe cómo encalló en las
playas de Santa Marta ni cómo ejerció la profesión de médico sin la preparación
ni las credenciales necesarias.
E]. Prof. Dr José Izquierdo, quien fuera catedrático emérito de
anatomía de la Universidad
Central de Caracas, se ocupó con mucha seriedad del” asunto Révérend”,
para enardecer la insubstancial patriotería de más de un escritor bolivariano.
A principios del año de 1963, con motivo de un coloquio
proyectado en Bogotá en honor de Révérend, el profesor Izquierdo envió a la Academia Colombiana
de Medicina los certificados de los institutos de enseñanza médica francesa que
pudieron haber impartido a dicho señor la autorizaci6n para ejercer la medicina
en su país de origen; certificados todos negativos porque en ninguno de los
respectivos archivos figuraba el nombre del facultativo investigado. Ello
demostraba de modo evidente que Révérend era un simple aficionado o curioso, a
lo cual el Prof. Izquierdo atribuía la muerte intempestiva del Libertador
mediante la imprudente aplicación de seis vejigatorios en el breve lapso de
seis días.
Aquellos certificados le fueron devueltos por la Academia al Profesor
Izquierdo abruptamente, sin explicación ni referencia alguna; incalificable descortesía
subordinada seguramente al factor pasional que ha intervenido para la
exaltación profesional de Révérend a despecho de cuantas circunstancias puedan
menguarla. Este mismo factor induce a pregonar fábulas que poco o nada
favorecen la memoria del Libertador.
El valor de los susodichos certificados fue tácitamente
reconocido entonces por la Academia Colombiana, pues ellos bastaron para la insólita
suspensión del proyectado ’simposio” referente a Révérend.
Pero algo más también había ocurrido.
Cuando los pocos amigos fieles que acompañaban al Libertador en la Quinta San Pedro
Alejandrino intuyeron la impericia y el ejercicio abusivo de Révérend,
escribieron al gobernador de Jamaica para que despachara prontamente un buque
con un médico inteligente que suministrase todos los auxilios al general Bolívar.
Los ingleses enviaron prontamente la embarcación La
Blanche que traía al doctor Michel Clare y al comodoro Farguhar,
jefe de la escuadra; pero lamentablemente la fragata que llevaba a bordo aquel
médico tan distinguido y de considerables conocimientos, arribó a Santa Marta
el 20 de diciembre, cuando ya Bolívar había muerto.
Más recientemente, en una mesa redonda sobre la enfermedad y
muerte del Libertador, el Dr. Marco Tulio Mérida, Miembro Correspondiente de la Sociedad Venezolana
de la Historia
de la Medicina,
en 1980, ha
llegado también a la conclusión de que Révérend no fue médico titulado, ni
cirujano y quizás tampoco lo que se llama oficial de salud, aunque tenía
ciertos conocimientos de medicina y farmacia, profesión esta última a la que
estuvo vinculado en Jamaica y Santa Marta.
Révérend jamás intentó revalidar un supuesto título de médico,
cirujano o de profesión similar ante autoridades universitarias.
Los documentos y pertenencias personales de Révérend, aparte de
ser escasos, no revelaron ninguna vinculación con corporaciones académicas o
universitarias, ni títulos o certificados probatorios de que hubiese cursado
estudios; tampoco poseía instrumental médico, ni libros de medicina; sólo
libretas con anotaciones.
En su acta de defunción no se le señala profesión u oficio
conocido y lo más probable es que, ante la carencia de médicos en la desolada
Santa Marta de aquellos tiempos, era un típico caso de intrusismo profesional y
se atrevió hasta efectuar la autopsia de Bolívar.
Lo cierto es que el Congreso de la República de Venezuela
le negó, en su tiempo, el titulo por él solicitado de Cirujano Mayor ad-honorem
por inexistencia de documentación necesaria para probar su condición de médico,
actitud que también asumió la Facultad Médica de Caracas,
Y como cosa muy importante, el médico más famoso de Venezuela en
aquella época, renovador de los estudios en el país, el Dr. José María Vargas,
ante su “colega”, a quien conocía, mantuvo siempre un silencio elocuente y por
demás extraño.
Sin embargo, la condición de no ser médico y su intrusismo
abusivo e indocto, no disminuyen los méritos humanos del personaje, quien con
interés, dedicación, solicitud y bondad asistió en sus últimos días al Padre de
la Patria.
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