martes, 23 de mayo de 2017

Mitos, Leyendas y Embustes (Enasayo Historicos) Dr. Carlos Chalbaud Zerpa



EL TÍTULO DE LIBERTADOR
Dr. Carlos Chalbaud zerpa

Bolívar genial y predestinado se dio a sí mismo el título de Libertador mucho antes que merideños, caraqueños y angostureños conociesen al guerrero vencedor
El hecho ocurrió en Cúcuta el 18 de mayo de 1813 al comienzo de la llamada Campaña Admirable, cuando en carta que le dirigió al Presidente de la Unión Granadina Camilo Torres, le confesaba la plena convicción qué tenía de su misión, su voluntad inquebrantable, su fe ciega en el destino: y se autodenominaba libertador, aunque al dirigirse a sus soldados, que bien lo conocían, les decía:” corred, a colmaros de gloria, adquiriendoos el sublime renombre de libertadores de Venezue1a”
El 23 de mayo del mismo año, por instancia del Dr. Cristóbal Mendoza, enviado anticipadamente por Bolívar a Mérida para hacerse cargo de la Gobernación Provincial, al hacer su entrada a la ciudad, fue aclamado por pueblo y tropas con la denominación de libertador. Luego, el 14 de octubre, en Caracas, el Ayuntamiento en asamblea abierta y presidida por el mismo Dr. Mendoza quien había volado a la capital, le confirió el epíteto d Libertador de Venezuela. Todo esto no era sino un formulismo Institucional para adelantarse a las justas pretensiones del Gral. Santiago Mariño, quien para entonces había libertado el oriente del país.
Por otra parte, varios meses antes en sus proclamas a los valerosos meridanos fechada el 8 de junio en Mérida y la dirigida a sus conciudadanos venezolanos firmada en Trujillo el 15 del mismo mes, en las cuales le declara a los españoles y canarios la Guerra a Muerte, se titula por cuenta propia: “Simón Bolívar, Brigadier de la Uni6n, General en Jefe del Ejército del Norte y Libertador de Venezuela”.
Sin embargo, utilizó el título con parsimonia y según las circunstancias, puesto que las tropas orientales eran decisivas para la Independencia de Venezuela y habían aclamado a Mariño como su Libertador;
Solamente siete años más tarde, en l820, cuando el general oriental ya no constituía un rival peligroso y el Gral. Piar había sido fusilado, el Congreso Constituyente reunido en Angostura, le otorgó por decreto el título oficial de Libertador, para que lo usara en todos los despachos y actos del Gobierno, anteponiéndola al de Presidente, y que conservaría como una propiedad de gloria en cualquier otro destino, y en el retiro mismo de los negocios públicos.
Para aquella época el Dr. Cristóbal Mendoza era uno de sus consejeros y de los más eficaces colaboradores del Correo del Orinoco.
¿Cómo era físicamente?
“Si en los tiempos actuales se nos fuera dado topar en la calle con el Libertador redivivo, escribe don Alfredo Boulton, autor de la obra Los Retratos de Bolívar, no lo reconoceríamos. Pasaríamos a su lado como lo hacemos junto a un desconocido. Pocos sabrían quién es. Puede que sus ojos—la mirada—nos sobrecogiesen; pero no acertaríamos a distinguir en ese hombre de paso presuroso, de rasgos finos, de tez quemada, de pelo crespo, de frente alta, de mirar vivo, de nariz recta, de talla baja, de manos chicas, de voz aguda, de talle breve, de gesto pronto, al sin par hijo de Caracas. Tenía las mejillas hundidas, los pómulos prominentes, la boca delgada, el mentón levemente prognático, los pies pequeños y los ojos castaño oscuro. Medía apenas 1.67 mts,
Su estatua ecuestre, en la plaza que lleva su nombre que es el Bolívar de todos— en nada le corresponde, excepto el estar colocada en su sitio propio;
De verla, se preguntaría el mismo Libertador— ya sin sorprenderse— si es así como tan escasamente le conocemos, Pero este es el Bolívar “que quieren los venezolanos: lleno de gloria, triunfante siempre en los momentos estelares de su vida”. El Bolívar de la moneda, el Bolívar de los billetes de banco -idealizado o caricaturizado-, el Bolívar de Tenerani en el Panteón, el Bolívar de las litografías en las oficinas públicas, el busto que distingue todas las plazas principales en los pueblos de Venezuela, el Bolívar erigido en la cumbre máxima de la Sierra Nevada y los adefesios exhibidos en el Salón de Sesiones: del Concejo Municipal de Mérida y en el Salón de Recepciones del Palacio de Gobierno, así como los retratos que presiden el Aula Magna y el Paraninfo de la Universidad de Los Andes, nada tienen que ver con la verdadera efigie del Padre de la Patria.
“Su verdadero rostro, como frecuentemente sucede con los grandes hombres, añadirá don Alfredo, ha sido deformado al popularizarse, lo que en gran parte se comprende por la falta de una bien disciplinada iconografía y por haberse copiado indiscriminadamente, de modo desordenado, aún durante su vida, retratos carentes de veracidad fisonómica”.
Las referencias de su semblante dejadas por sus coetáneos rara vez coinciden. Es imposible tomarlas seriamente de guía por carencia de uniformidad. Salvo algunos detalles generales que no pueden escapar, es peligroso atenernos a ellos, por no saber de cuál fiarnos más.
Por fortuna, aún subsisten referencias iconográficas originales donde hallamos sus genuinos rasgos— su verdadero rostro— , son pocas pero existen.
Pero el Bolívar que gusta a los venezolanos es el del medallón de David de impronta napoleónica, o el de Canónica de factura cesárea o el neoclásico decadente y de muy mal gusto de Tito Salas, que exorna las paredes de la Casa Natal y el Panteón Nacional
Otro aspecto, poco conocido, del rostro de El Libertador es que casi durante toda su vida usó grandes patillas y largo bigote pero ningún venezolano nos aceptaría un busto de Bolívar de cara larga, mejillas hundidas, cabello abundante atado atrás con una cinta y enormes mostachos.
Estamos acostumbrados a un Bolívar rozagante, como el de los billetes de cien bolívares, de cabello corto, lampiño, de casi dos metros de talla, tal como también aparece en los oleos posteriores a su muerte pintados por Carmelo Fernández, M. Tovar y Tovar, Carlos Otero, Paulín Guerin, Arturo Michelena y Bernal Acevedo.
Quizás el mejor retrato del Libertador existente, y el más parecido, sea el del artista mulato peruano José Gil de Castro, ejecutado del natural en Lima, en 1825, cuando Bolívar se afeit6 el bigote porque comenzaba a encanecerle.
Tenía entonces 42 años de edad; y acerca de aquel cuadro-que se halla en el Palacio Federal de Caracas-el propio Libertador dijo: “retrato mío hecho en Lima con la más grande exactitud y semejanza”.
El óleo fue traído a Caracas desde la capital del Perú, en 1826, por el pícaro Antonio Leocadio Guzmán. Era un regalo del Libertador para su hermana María Antonia Bolívar de Clemente. Los sobrinos del Héroe, Pablo Secundino y Josefa Clemente, lo cedieron en 1877 al gobierno de Guzmán Blanco, para la inauguraci6n del Palacio Federal; desde entonces allí cuelga en sitio de honor.
Esta quizás sea la verdadera efigie del Libertador. Es la que aparecía en el billetico de cinco bolívares, bastante desgarbada por cierto’.
Révérend, Médico Abusivo
Se han empeñado los biógrafos de Bolívar, salvo algunas excepciones, en insistir en que el ciudadano francés Alejandro Próspero Réverend asistió, en calidad de facultativo, al Libertador en su última enfermedad, era doctor en medicina. Révérend cuidó a Bolívar con mucho altruismo y mucha generosidad, pero con pocos conocimientos científicos porque no era médico. Incluso se ha dicho que con sus vejigatorios cáusticos en la nuca, purgantes, linimentos vesicantes, narcóticos y pequeñas dosis de quinina le aceleró la muerte.
Es falso que Révérend como lo han afirmado biógrafos e historiadores— haya estudiado medicina y cirugía en Paris y asistido alguna vez a las lecciones del célebre cirujano Dupuytrén.
Doctor es la persona que ha recibido el ultimo y preeminente grado académico que confiere una universidad u otro establecimiento autorizado para ello; y médico es aquella que se halla legalmente autorizada para profesar y ejercer la medicina, después de cursar la carrera respectiva. El Sr. Révérend no era ni una cosa ni la otra, y ni siquiera boticario.
Porque El Libertador, la más grande y tal vez la única figura de América española con derecho propio para aparecer en la Historia Universal, no tuvo en sus últimos momentos ni siquiera un médico de cabecera; la ingratitud de los pueblos, que con su verbo y su espada había emancipado, hizo que muriese pobre y abandonado.
Anciano y achacoso, con una luenga barba blanca y una medallita cosida a la solapa, nos presentan en los libros de Historia Patria a Alejandro Próspero Révérend; aunque el Révérend que asistió al Libertador en sus postreros días, su agonía y muerte, era un hombre joven y vigoroso para entonces, de apenas 34 años de edad, de quien no se sabe cómo encalló en las playas de Santa Marta ni cómo ejerció la profesión de médico sin la preparación ni las credenciales necesarias.
E]. Prof. Dr José Izquierdo, quien fuera catedrático emérito de anatomía de la Universidad Central de Caracas, se ocupó con mucha seriedad del” asunto Révérend”, para enardecer la insubstancial patriotería de más de un escritor bolivariano.
A principios del año de 1963, con motivo de un coloquio proyectado en Bogotá en honor de Révérend, el profesor Izquierdo envió a la Academia Colombiana de Medicina los certificados de los institutos de enseñanza médica francesa que pudieron haber impartido a dicho señor la autorizaci6n para ejercer la medicina en su país de origen; certificados todos negativos porque en ninguno de los respectivos archivos figuraba el nombre del facultativo investigado. Ello demostraba de modo evidente que Révérend era un simple aficionado o curioso, a lo cual el Prof. Izquierdo atribuía la muerte intempestiva del Libertador mediante la imprudente aplicación de seis vejigatorios en el breve lapso de seis días.
Aquellos certificados le fueron devueltos por la Academia al Profesor Izquierdo abruptamente, sin explicación ni referencia alguna; incalificable descortesía subordinada seguramente al factor pasional que ha intervenido para la exaltación profesional de Révérend a despecho de cuantas circunstancias puedan menguarla. Este mismo factor induce a pregonar fábulas que poco o nada favorecen la memoria del Libertador.
El valor de los susodichos certificados fue tácitamente reconocido entonces por la Academia Colombiana, pues ellos bastaron para la insólita suspensión del proyectado ’simposio” referente a Révérend.
Pero algo más también había ocurrido.
Cuando los pocos amigos fieles que acompañaban al Libertador en la Quinta San Pedro Alejandrino intuyeron la impericia y el ejercicio abusivo de Révérend, escribieron al gobernador de Jamaica para que despachara prontamente un buque con un médico inteligente que suministrase todos los auxilios al general Bolívar. Los ingleses enviaron prontamente la embarcación La Blanche que traía al doctor Michel Clare y al comodoro Farguhar, jefe de la escuadra; pero lamentablemente la fragata que llevaba a bordo aquel médico tan distinguido y de considerables conocimientos, arribó a Santa Marta el 20 de diciembre, cuando ya Bolívar había muerto.
Más recientemente, en una mesa redonda sobre la enfermedad y muerte del Libertador, el Dr. Marco Tulio Mérida, Miembro Correspondiente de la Sociedad Venezolana de la Historia de la Medicina, en 1980, ha llegado también a la conclusión de que Révérend no fue médico titulado, ni cirujano y quizás tampoco lo que se llama oficial de salud, aunque tenía ciertos conocimientos de medicina y farmacia, profesión esta última a la que estuvo vinculado en Jamaica y Santa Marta.
Révérend jamás intentó revalidar un supuesto título de médico, cirujano o de profesión similar ante autoridades universitarias.
Los documentos y pertenencias personales de Révérend, aparte de ser escasos, no revelaron ninguna vinculación con corporaciones académicas o universitarias, ni títulos o certificados probatorios de que hubiese cursado estudios; tampoco poseía instrumental médico, ni libros de medicina; sólo libretas con anotaciones.
En su acta de defunción no se le señala profesión u oficio conocido y lo más probable es que, ante la carencia de médicos en la desolada Santa Marta de aquellos tiempos, era un típico caso de intrusismo profesional y se atrevió hasta efectuar la autopsia de Bolívar.
Lo cierto es que el Congreso de la República de Venezuela le negó, en su tiempo, el titulo por él solicitado de Cirujano Mayor ad-honorem por inexistencia de documentación necesaria para probar su condición de médico, actitud que también asumió la Facultad Médica de Caracas,
Y como cosa muy importante, el médico más famoso de Venezuela en aquella época, renovador de los estudios en el país, el Dr. José María Vargas, ante su “colega”, a quien conocía, mantuvo siempre un silencio elocuente y por demás extraño.
Sin embargo, la condición de no ser médico y su intrusismo abusivo e indocto, no disminuyen los méritos humanos del personaje, quien con interés, dedicación, solicitud y bondad asistió en sus últimos días al Padre de la Patria.

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