TESTIMONIOS
DE MÉRIDA SIGLO XIX
Isidro
Laverde Amaya
1886
De
Bogotá a Caracas
CARLOS CHALABAUD ZERPA
(Primera Parte)
A
fines de 1886, estuvo en Mérida, procedente de Bogotá y rumbo a Caracas, el
acreditado publicista colombiano Isidro
Laverde Amaya, quien ya había visitado la capital de Venezuela tres años
antes, en ocasión del Centenario del Natalicio Libertador. Entonces había
publicado un primer libro, en 1885, en Bogotá por el editor Ignacio Borda y que
se refiere a sus recuerdos de las fiestas y que denominó Viaje a Caracas.
Era
también autor de un estudio titulado Apuntes
sobre bibliografía colombiana, editado en Bogotá en 1882 y que dedicó al
presidente venezolano Guzmán Blanco. Igualmente fue el director de la
importante Revista Literaria, que
aparecía mensualmente con 64 páginas de texto sobre Biografía, Historia,
Viajes, Geografía, Estadística, Crítica, Cuadros de Costumbres, Poesía y
Variedades, en Bogotá entre 1890 y 1893.
De
su viaje de Bogotá a Caracas dejó un libro escrito con un estilo sencillo,
pormenorizado y a veces poético, donde describe las ciudades y pueblos por
donde va pasando desde el punto de vista histórico, geográfico, costumbrista, cultural,
y estadístico, con un apéndice sobre historia, geografía y literatura general
del país.
Salvo
Caracas, donde se sintió muy a gusto, es Mérida la ciudad a la cual dedica
mayor número de páginas en el libro dividido en tres partes, que en 1889 publicó
en Bogotá en la Imprenta de La Nación con el nombre Un Viaje a Venezuela, en su
corta permanencia en la ciudad emeritense fue atendido con solicitud y de
manera galante y cortés por el joven
Tulio Febres Cordero, quien entonces frisaba los 26 años y era el
redactor del periódico El Lápiz,
cuya colección consultó, as{i como los Apuntes
Estadísticos del Pbro. Jáuregui y algunos ensayos históricos de José
Ignacio Lares. También investigó en Bogotá los orígenes de Mérida en las obras
de Fray Pedro Simón y Mons. Lucas Fernández de Piedrahita.
El
escritor, acompañado de su padre, partió de Bogotá el 15 de diciembre de 1885, rumbo
a Pamplona. De la capital a Chapinero viajó en tranvía y de allí siguió en coche
un trecho por la sabana bogotana y luego montó a caballo. Pasó por Chía,
célebre por sus dulces de manzana, prosiguió por Cajicá donde lo entusiasmaron
sus duraznos, llegó a Zipaquirá, conocida por sus magnificas minas de sal gema,
visitó a Ubaté y luego una serie de caseríos miserables como Fúgene y Susa, fugazmente
prosiguió por Chiquinquirá, Vélez (conocida por sus bocadillos de guayaba) y
donde sólo consiguió enfermedades, terrible miseria y pordioseros. El 1° de
enero de 1886 partió de El Socorro, visitó a Pinchote (rico en cotudos) y el 2
estaba en San Gil, población de buen tono y pretensión donde en las casas de
familias existían diez planos, visitó Bucaramanga y de allí pasó a Pamplona. En
esta población notó que la sociedad escogida, bien que circunscrita a pequeño
número, en poco de diferenciaba de la de Bogotá; la misma urbanidad y la misma
afición por la música y por las grandes obras de la literatura contemporánea como
eran Los Misterios de París, El judío
Errante, El Conde de Montecristo y Martín el Expósito, con muchas otras
obras que arrojaban las prensas de Caracas y entraban por vecindad, así como
las ideas, que se propagaban después de inocularse. Como se puede notar, las
novelas populares de folletín de Alexander Dumas, El Viejo y Eugene Sue,
publicadas en París entre 1840 y 1850, traducidas al castellano, eran muy
apreciadas por la juventud en Latinoamérica medio siglo más tarde.
De
Pamplona pasó a Chinácota y luego emrumbó hacia Cucutá ciudad que se mentaba
como muy influenciada por las costumbres y la música venezolana, pero
debió evitar la visita a esa población,
así como a El Rosario y San Antonio porque había una epidemia de fiebre amarilla muy grave que llevaba
meses haciendo estragos, lo que lo obligó a torcer hacia Rubio y de aquí llegar
a San Cristóbal.
En
San Cristóbal debió demorar varios meses aunque nunca lo dice, pero lo cierto
es que en la Nochebuena de 1886 pernoctó en la aldea de La Playa de Bailadores,
luego de visitar Táriba, La Gita y El Cobre. Las diversiones navideñas, y en
otras épocas del año, de los habitantes de los pueblos de los Andes venezolanos
eran las libaciones de miche en las bodegas y las peleas de gallos.
A
Tovar llegó el 25 de diciembre, siguió por Estanques, salvó el río Chama por
medio de una zaranda o tarabita, cómoda pero que crispaba los nervios y después
atravesó el cauce seco de la quebrada del Barro, por más de una legua, y en
medio de elevadísimos paredones de cortes caprichosos que formaban figuras
raras y fantásticas. Así llegó al pueblo de indígenas llamado Lagunillas que
estaba prácticamente despoblado por la epidemia de viruela que entre 1818 y
1819 dejó casi exterminada esta vecindad y otras inmediatas. De San Juan pasó a
Ejido, sitio donde se refugiaron varios vecinos de Mérida después del terremoto
1812, y que había prosperado mucho a partir de 1873 debido a la bonanza de la
venta del café. Los de Mérida llamaban despectivamente a los ejidences
guayaberos, por la extraordinaria abundancia de exquisitas guayabas. A los de
Ejido les ofendió en tal suerte el apodo que arrasaron con todos los árboles
que eran causa del sobrenombre.
La
via pública que de Ejido conducía a Mérida, de 2 leguas y media de largo, era
alegre y muy buena por un plano inclinado sensiblemente entre elevados árboles
y algunas casas de buena apariencia. Los bucares esbeltos imponderables y el
horizonte eran también animado por el majestuoso aspecto de tres picachos
coronados de nieve que dominaban la Sierra.
Laverde
Amaya entró a Mérida a fines de diciembre de 1886, puesto que señala los
movimientos poblacionales del Gran Estado de Los Andes para 1885 y además
reseña el fallecimiento del padre Zerpa, notable figura de la Iglesia merideña,
ocurrido en marzo del mismo año que visitó la ciudad.
Comienza
el escritor la descripción de Mérida diciendo que como consecuencia natural del
19 de abril de 1810, vino a adquirir vida propia y a constituirse en provincia
independiente, que era hasta entonces de la de Maracaibo. La Ley de división
territorial de 1856 separó algunas provincias o cantones que formaron el
antiguo Estado Táchira desde 1864, y en abril de 1881 se determinó que los
Estados Táchira, Trujillo y Guzmán como se denominaba a Mérida, fuesen uno
solo, con el nombre de Los Andes, sin duda porque estos países se extienden por
todos Los Andes Venezolanos y presentan las cumbres más elevadas de la
República. Según Codazzi, señala el autor, el picacho más alto de la Sierra
Nevada está a 4.589 metros y 92 centímetros sobre el nivel del mar. La ciudad
de Mérida, que antes era la capital de la Sección Guzmán, y entonces lo era de
todo el Estado de Los Andes. Estaba situada a 8° y 10° de latitud Norte y 8°,
58" y 20° de longitud O. del Meridiano de Caracas. y a 1.649 metros sobre
el nivel del mar, con una temperatura media de 24° centígrados. Fue erigida en
Sede Episcopal en 1777, el mismo año que quedó separada del Nuevo Reino de
Granada.
Su
principal establecimiento de instrucción secundaria era la Universidad, que
tenía fama en toda la República y se consideraba, después de la Caracas, el
mejor instituto de educación pública. Aun cuando no contaba para su
sostenimiento sino con escasas rentas, había prestado eficaz auxilio en la
tarea de ilustrar la juventud. Calculabase en ciento treinta el número
ordinario de sus alumnos. Existía –según los datos que entonces se conocían-
desde 1810, aun cuando desde doce años antes se dictaban diversas enseñanzas y
fue el Obispo Lazo de la Vega quien mayor empeño tomó en el ensanche y
programa, del plan de estudios. En ella se leían, cuando estuvo Laverde Amaya,
las facultades de Medicina, Filosofía, Ciencias Eclesiásticas y Derecho Civil.
Había,
además en la ciudad dos colegios para señoritas: uno público, establecido en
1880 y otro privado; seis escuelas federales; tres para hombres y tres para mujeres;
y dos escuelas municipales de sólo niñas. La asistencia a todos estos
establecimientos podía computarse en algo más de setecientos alumnos. Los dos
colegios de señoritas habían dado muy buenos resultados.
Dividíase
en tres parroquias, que eran: Sagrario, Milla y Llano; y para el gobierno
eclesiástico cuatro que eran, las mismas nombradas más la de Belén, creada en
1558. A cada parroquia correspondía una iglesia, que llevaba el mismo nombre
del barrio. La del Sagrario era la matriz y existía ya para el año de 1569,
servida por el presbítero Dr. Andrés de Jáuregui. La de Milla fue erigida en
1805, y su primer Cura se llamó Fray Francisco Martos Carrillo, la del Llano,
también databa de 1805, y su primer Cura fue el Presbítero Ignacio Ramón
Briceño.
Además
de los templos citados existían en la ciudad estos otros: San Francisco,
llamado también La Tercera, en jurisdicción de Milla; La Capilla del Carmen,
antiguo templo de Santo Domingo, reedificado en 1872 por “La Sociedad del
Carmen”, y las capillas del Hospital de Caridad, la del Espejo, que pertenece
al cementerio y que se terminó en 1844 por esfuerzos del entonces Gobernador de
la Provincia D. Juan de Dios Picón, y la de la Universidad, muy descuidada y
pobre. En el sitio llamado El Arenal,
en las afueras de la ciudad, lavantábase una capilla dedicada a la Virgen de
Lourdes.
El
mejor templo era, por supuesto, la Catedral, que aun cuando no de muy vastas
proporciones, presentaba una fachada de buen conjunto, y el interior estaba
aseado y mejorado en lo posible. Cerca del presbiterio se veía el suelo
cubierto de lápidas, que indicaban los restos de varias personas notables del
lugar. Este edificio se había comenzado a construir en 1842 y se terminó en
1867.
Era
innegable, decía Laverde Amaya, que el atractivo mayor que presentaban los
viajes, al menos cuando estos se verificaban por países nuevos, que carecían de
adelanto material digno de fijar la atención, consistía en las relaciones
sociales que se adquirían y en cambio recíproco de ideas, como también en la
observación de costumbres y hábitos que nos eran extraños.
Por
esto, el que quería consignar con fidelidad sus impresiones, tenía que apelar
frecuentemente, aun cuando no lo quisiera, a la parte de su correría que podía
llamarse personal, porque ésta ayuda a fijar en la mente del lector la pintura
de lo que ha visto, y a librar la narración del sello de monotonía y de
uniformidad que da la sola aglomeración de datos geográficos y estadísticos.
A
Mérida le dio su fundador el título de cuidad de los caballeros, que debiera
conservar como calificativo honrosísimo, que ciertamente merece, y por que por
sí solo hablaría muy alto de las cualidades característica de sus hijos.
Pasa
con ella lo que sucedía con Bogotá hasta hace algunos años. Secuestrada de la
actividad y de mayor conocimiento y relaciones que procura a cualquier ciudad
su proximidad al mar, vive, como si dijéramos, aislada, independiente, recogida
por el silencio y entregada a la poética soledad de sus hermosos campos,
acariciada por las frescas y fecundas brisas de la Sierra Nevada que, a modo de
poderoso atalaya colocado allí por la
naturaleza, parece resguardar con sus moles plateadas e inaccesibles, en aquel encantador rincón del mundo se producen todos los frutos
y se goza de un clima delicioso.
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