TESTIMONIOS
DE MÉRIDA SIGLO XIX
Isidro
Laverde Amaya
(Tercera
Parte)
1886
Costumbres,
literatura y Personajes
CARLOS CHALABAUD ZERPA
En
Mérida era general la costumbre de levantar monumentales pesebres, adornando éstos con cuanto puede sugerir a una
imaginación viva e inquieta el deseo de lucir su ingenio en una ocasión
oportuna. Para esto se echaba a mano en las casa a todos los objetos de
sobremesa que se encuentran en el cuarto de costura de las muchachas, sirviendo de no poco el talco, que en tanta, abundancia
se producía cerca.
Pero
el principal elemento de que se valían para adornarlos lo eran las ramas del
gracioso verde incinillo, arbusto pequeño, cuyo grano, cuando está maduro, se
muestra cubierto de un polvo menudo de color ceniza, el que derretido produce
una especie de cera que emplean en hacer velas. “El día de Nochebuena se descuajan las poéticas selvas del Milla (río también
inmediato a la ciudad) y llueven sobre Mérida las ramas de incinillo, que
huelen a fiesta y convidan a los tradicionales regocijos de pascua” (El Lápiz, número 48).
La
ciudad de la Sierra pudiera también llamarse la ciudad de las flores, según la abundancia y diversa variedad
que de ellas hay: osas de diversas clases, claveles, dalias de diversas clases,
jazmines, azucenas, heliotropo, aroma, mejorana, romero, geranio, pensamientos,
suspiros, matrimonio, astromelia, lazo, campanita azul, cayena, extrañas,
viudas, polainas, margaritas, Santamaría, lágrimas de Cristo, perla fina,
virginias, carbas de gato, gallitos, narcisos, floripón, sanjuán, paraíso,
buenas noches, bellísimas, cardosanto, amapola, marisol, flor de cera, buenas
tardes, etc.
Los
habitantes de este suelo pertenecen en su mayor parte a la raza blanca, con mezcla de indígenas.
En
los pueblos de Mérida puede notarse fácilmente, que esa desconfianza cerval,
característica del indio, está en el mestizo suavizada de tal modo, que aparece
convertida en una discreta circunspección, en prudente reserva; condición moral
muy favorable para vivir en las presentes y futuras sociedades. También pueden
observarse en el mestizo ciertos rasgos de noble altivez y un sello de dignidad
en su carácter que, no es otra cosa sino la soberbia y arrogancia española
modificada por la mezcla de razas. El mestizo de estos lugares es inteligente,
tiene amor a las artes y a las ciencias y con frecuencia sobresalen en todos
estos ramos del saber, hombres de notable mérito.
Los
provincialismos más comunes de los merideños son los siguientes:
Brecas, por botines.
Capotera, por maleta.
Cobre, por centavo.
Cochi, por cerdo (apócope de cochino y
se usa como entre los bogotanos para llamar al animal)
Chopo o Canillo, por fusil.
Ni de chepa, por “de ninguna manera”.
Damesana, por garrafón.
Deshecho (en el campo), por atajo.
Encasquillar, por herrar.
Canjillones, por zanjas.
Gandido, por glotón.
Mecha, por chanza, chocanería.
Mechero, por chistoso.
Ñongo, por chabacano.
Plancha, por chasco, ocurrencia.
Y se llama plancha eleccionaria la lista
de candidatos.
Pucha, ¡interjección popular que sirve
para expresar sorpresa y horror, V. gr.- “Mirá el alacrán”! –“Pucha! ¡y que
feo!”
Topioso, por molesto.
Puntal y Segundilla, por merienda, refresco.
Titiritar, por tiritar.
Tara, por mariposa; principalmente se
dice tara, para expresar mal agüero, aplicándolo a determinadas personas.
Sute, por enteco.
También llaman cura al aguacate.
Está brisando equivale a estar
lloviznando.
Y llaman cachapas de maíz jojoto, a las
arepas de mazorca tierna.
Tan frasco, equivale a tan gracejo, tan
chocante.
La
gente del pueblo habla casi siempre a los que creen sus iguales en tercera
persona del plural y responden a la
pregunta de dónde nacieron, afirmando que son meridianos. Y es muy común el arcaísmo aguaite, por mira usted, atienda.
Los
cantos populares son la primera y más espontánea manifestación literaria de un
pueblo joven, y a veces encierran tanto fondo de sentimiento y de verdad, que
dicen y expresan más que un poema. Ellos reflejan en compendio las alegrías y
los dolores con rasgos de originalidad suma costumbres sociales y el sello
peculiar del carácter. En las canciones populares de los habitantes de la
América Española hay mucho del influjo de la madre patria y aún cantos que han
venido de allá y se han aclimatado de tal suerte entre nosotros, que muchos los
toman como propios y originales. El autor cita más de veinte versos populares
de los merideños que bien valdría la pena ser estudiados por folkloristas y sociólogos.
Y
sí los cantos del pueblo son la más sencilla expresión de sentimiento, el mayor
grado de perfección a que se puede llegar en la escala del arte, es a la feliz
realización de la poesía dramática, punto culminante de toda literatura que ha
alcanzado su completa madurez y desarrollo. (El autor al final de su obra trae una lista de los principales
literatos que emplearon en Venezuela pseudónimos en el Siglo XIX, tomada del
periódico “La Opinión Nacional” y otra por orden alfabético de apellido de los
autores dramáticos venezolanos y de sus obras).
El
autor vio representar la conocida pieza de Zorrillo,
El Zapatero y el Rey, ejecutada por jóvenes alumnos de la Universidad y
aficionados de arte de Talía, y todos desempeñaron con esmero y entusiasmo los
papeles que se les habían confiado. Uno de los más decididos patrocinadores de
esta clase de espectáculos, el Sr. Adolfo Briceño Picón, compuso en 1872, una
pieza trágica que se representó por primera vez el 30 de diciembre del año
citado con entusiasmo acogido por parte del público merideño. Dicho drama, que
lleva el título El Tirano Aguirre,
es una pieza de bastante mérito, por ser la mayor parte del argumento
rigorosamente histórico, por las situaciones dramáticas que exhibe,
generalmente bien manejadas, y por un lenguaje expresivo, animado y muy bien
adecuado a la escena, como también por la circunstancia de no sacar a relucir
personajes innecesarios, tentaciones indispensables de todos los autores de
novelas.
Sorprende
que Mérida, cuyo movimiento intelectual data de ayer, como que apenas en 1845
comenzó a tener imprenta, haya demostrado, aun cuando sea con una sola obra
dramática, que en este género de literatura va a la par de Bogotá, la ponderada Atenas del Sur-América, puesto
que, a pesar de nuestra bien merecida fama literaria, las piezas que componen
el repertorio colombiano, nunca han sobresalido, y aún hay muchísima inferior a
la de D. Adolfo Briceño.
Pasa
luego el autor a describir con lujo d detalles el argumento, las situaciones y
los personajes del drama de corte romántico y de estilo antiguo.
Repite
que la obra gustó mucho en Mérida la noche del estreno y así tenía que ser, por
su indispensable mérito. No quiere eso decir que carezca de defectos. Entre los
mayores que se les pueden señalar está la exageración en los recursos de
bastidores, como son la tempestad prolongada del primer acto, los toques de
campana, y el estilo menudencias como las frases recargadas de intenso sabor
romántico y de exclamaciones lúgubres que hoy ya no son de aceptación general.
Puesto que estaba tratando de los individuos que habían honrado a Mérida con su
talento, justamente recordaba al escribir Laverde Amaya el hecho de que de su
Universidad habían salido hombres verdaderamente notables, que se habían
distinguido en los Congresos: en la magistratura, en la tribuna, en el
profesorado y en el foro: hombres que, aún cuando lejos del centro del país, en
donde siempre se extiende con más savia y vigor el influjo de la civilización y
de la cultura, se ha impuesto por el poder de sus talentos, de su ilustración y
de su levantado criterio. Temeroso de olvidar muchos nombres, deseaba, sin embargo,
consignar rápidamente algunas noticias sobre los más populares para que sus
acompañantes colombianos los apreciasen como merecían serlo.
Los
primeros que acudían naturalmente a la mente, eran aquellos cuya heroica
conducta y generosa miras ayudaron a fundar la patria sobre la base de la
libertad.
Descollaba
entre ellos el Dr. Cristóbal Mendoza,
que nació en Trujillo el día 24 de julio de 1772, y que fue el primero que
inició (el 4 de octubre de 1813) el pensamiento del que diese a Bolívar el
renombre de Libertador. Fue uno de
los colaboradores del Correo del Orinoco.
Murió en Caracas en 1929. (No hay que
olvidar que el autor siempre se refiere al Gran Estado de Los Andes).
El
Dr. Ignacio Fernández Peña. Nació en
Mérida en el mes de marzo de 1781. Formó parte del Congreso Constituyente de
Caracas que proclamó la Independencia; fue Rector dos veces de la Universidad
de Mérida y en 1842 consagrado Arzobispo de Venezuela, en la Catedral de
Pamplona, por el Obispo Dr. José Jorge Torres Estans.
El
Dr. Agustín Chipía. Nació en Mérida.
Fue compañero del Dr. Juan Germán Roscio
en la redacción dl Correo del Orinoco,
órgano de la revolución de 1810. Desempeñó varias veces el rectorado de la
Universidad de Mérida. Conocía muy bien el griego y el latín, y afirmase que
recitaba con muy agradable entonación trozos enteros de La Eneida y de La Ilíada.
Sus discípulos dicen que su prodigiosa memoria era comparable a la de Juan Vicente González. Asistió como
senador al primer Congreso Constitucional de Venezuela. Era orador y literato,
peo no se conserva ningún escrito de su pluma.
El
Dr. Eloy Paredes. También hijo de
Mérida. Recibió en Caracas el grado de doctor en Jurisprudencia y desempeñó dos
veces el Rectorado de la Universidad de Mérida y por diez y ocho años las
clases de Derecho Internacional y Código Civil. Fue también Gobernador de su
antigua provincia de Mérida en tres ocasiones, y Diputado al Congreso de la
República desde el año 1843 hasta 1852, y miembro de la Convención de Valencia
en 1858. Allí figuró con honor al lado de D.
Fermín Toro y del Dr. Pedro Gual.
Como orador parlamentario alcanzó justo renombre y se le citaba junto con D. Antonio Leocadio Guzmán, Valentín
Espinal y Ángel Quintero. Murió
el 8 de abril de 1880, y su muerte fue deplorada por el insigne Cecilio Acosta, en un sencillo artículo
necrológico.
El Dr. Tomás Zerpa. Tipo de sacerdote
humilde y de conducta ejemplar. Nació en 1829, en la ciudad de Mérida. Fue secretario
del Illmo. Sr. Juan Hilario Boset,
Obispo de la Diócesis y Canónigo Prebendado de la Catedral. El Cabildo lo
nombró Vicario Capitular en Sede Vacante por la muerte del Sr. Boset. y después
el Congreso votó por él para Obispo de la Diócesis, pero no quiso aceptar el
puesto, a pesar de las instancias que en este sentido le hicieron Pío IX y el Presidente de la República. General Guzmán Blanco. Cuando murió, el
24 de marzo de 1886, era Deán de la Catedral de Mérida y gozaba de tal prestigio y popularidad por sus
eximias virtudes y por la brillantez y elocuencia de su palabra, como orador
sagrado, que toda la ciudad tomó parte en el duelo con muestras inequívocas de
profundo dolor.
El
Dr. Juan de Dios Méndez. Nació en
Mérida, se recibió de doctor en su Universidad y de abogado en Caracas. Asistió
como Diputado a los Congresos del 1851 y 1852, fue Ministro de Crédito Público
el año de 1869, y el Congreso de 1873 le nombró Abogado de Venezuela en un
asunto de reclamaciones con la nación inglesa. Por el informe que presentó en
este asunto mereció una nota congratulatoria del Gabinete de Inglaterra y la
condecoración del Busto del Libertador con qué lo honró el gobierno de su patria.
Desempeñó muchos destinos políticos en el ramo judicial.
El
Dr. Santiago Ponce de León. Nació en
Mérida en 1842. Obtuvo el grado de doctor en medicina en la Universidad de
Caracas. en 1865 se trasladó a Santo Domingo, en donde había hecho una brillante
carrera, como periodista, hombre público y literato. Redactó sucesivamente El Orden y El Bien Público,
inspirándose para esta tarea en ideales levantados y siempre con miras amplias
en favor de los pueblos.
Desempeñó
en la mencionada isla la cartera del Interior, y en 1880 regresó a Caracas
honrado con el elevado cargo de Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario. Entonces publicó en folletos, Los Restos de Cristóbal Colón. La Cuestión Domínico Española, Estudio
Social y la Biografía de D. Ulises Espaillat; y conserva inéditos los
siguientes: la traducción de Les
theoriciens au pouvoir, de M. Delarmé escritor haitiano, unos Apuntes de Viaje y la Historia de Santo Domingo.
El
Dr. Gabriel Picón Febres. Nació en
Mérida el 15 de abril de 1835, y en la Universidad de dicha ciudad hizo
estudios de Derecho Civil hasta obtener la borla de doctor. En 1859 estuvo en
Bogotá, donde permaneció cinco meses. Durante tres años desempeño la Secretaria
de la Universidad de Mérida, y por un tiempo igual ejerció también las
funciones de Rector. Tuvo el honor de ser el primer Vicepresidente del Liceo de
la misma ciudad. Asistió en dos ocasiones al Congreso como Diputado principal,
y en 1869 el Dr. Paredes le nombró Secretario General del estado. En el periodo
constitucional de 1883 a 1884 su nombre figuró como candidato para Presidente
del Estado de Los Andes, pero él rehusó la honra que se le discernía, lo mismo
que un curul en el Senado de la República. Colaboró en varios periódicos
jurídicos y políticos del país, y en el Occidental,
de Barquisimeto, hay algunos artículos de su pluma sobre cuestiones de Derecho
Civil. D. Felipe Tejera, en sus Perfiles Venezolanos, consigna sobre él
lo siguiente: “Gabriel Picón Febres, sabio abogado y escritor y distinguido de
Mérida, de prosa llena de pensamientos majestuosos y elevados como su Sierra
nativa”.
El
Dr. Foción Febres Cordero,
jurisconsulto y orador, el Dr. Federico
Salas, cuyos discursos en elogio de Bello y Vargas son dos trabajos
recomendados por los entendidos en la materia.
El
Dr. Salas hizo sus primeros estudios en Caracas, de discípulo del célebre
Vargas, y terminó en París su carrera de médico.
Era
versado en historia, literatura y ciencias naturales, y sus amigos le alababan
como hombre de mucha memoria, lo mismo que afirmaban que merecía en unión de
los Dres. Picón y Función Febres Cordero el calificativo de oradores merideños.
Si
se trata de fijar el rasgo predominante de los escritos de los merideños, se
convendrá ciertamente en que su estilo es pintoresco y animado, y se echa de
ver al propio tiempo que se esfuerzan por dar el conjunto el tono de verdad y
de intención que es sello indispensable de la moderna literatura. Bien que
inspirándose de continuo en el ideal poético que prevalece entre los
venezolanos, y a las veces seducidos por esto mismo del deseo crear frases
sonoras y de cadencioso ritmo, que mucho más hablar al corazón que sobre la
inteligencia, van sin embargo por el camino que llevará un día a la completa
exactitud y fiel reproducción en lo escrito del conjunto de belleza que moral o
materialmente hablan a la imaginación ardiente del hombre.
Dentro
de la esfera de la naturalidad, y con señalada tendencia a alejarse del
propósito de arrebatar sólo son deslumbradoras
imágenes o de halagar con melifluos acentos, aparecen señaladamente en
el campo de la prensa D. José Ignacio
Lares, los Dres. Foción Febres
Cordero, Caracciolo Parra, éste en los escritos que de su pluma conocemos,
y mi distinguido amigo el Redactor de El
Lápiz, que ha conseguido, con la notable facultad de asimilación
intelectual que posee, seguir con pie firme hacia los vastos horizontes
literarios que hoy firman el mejor caudal el porvenir.
Cuando
en el trascurso de los años y mayor estímulo patrio las letras ganen en
extensión en Mérida, se irán avaluando también las facultades imaginativas y el
talento de los hijos de la Sierra. Ojalá que ese tiempo esté próximo.
En
1885 el Estado de Los Andes contaba con 136 establecimientos de instrucción,
subvencionados todos por el Gobierno Nacional, a los cuales concurrían 8.024 alumnos
y 98 escuelas municipales particulares con 3.280 alumnos; lo que daba un total
de 234 planteles y 11.304 alumnos de uno y otro sexo. Su industria agrícola
estaba principalmente reducida a café, cacao, añil y trigo.
Se
encontraban abundantes minas de carbón de piedra, de cobre, de cristal de roca
y petróleo. Sus transacciones mercantiles más importantes se efectuaban con
Maracaibo y Colombia.
Su
extensión territorial era de 38.134 kilómetros cuadrados y el total de casas en
todo el Estado era de 56.348. Contenía 317.195 habitantes.
La
Sección Trujillo, situada al Oriente dl estado, se dividía en 7 distritos, lo
mismo que la del Centro, llamada Sección Guzmám (Mérida) y a la de Occidente
que limita con Colombia y llevaba el antiguo nombre del Táchira. A la primera
correspondía las ciudades de Trujillo, Boconó, Carache, Escuque, Betijoque y
Valera. A la segunda, Mérida, Ejido, Timotes y Tovar, y a la tercera, San
Cristóbal, San Antonio, Rubio, Táriba y La Grita.
Luego
de una corta permanecía en Mérida, el escritor en una mañana clara y fresca
salió de la ciudad. Tulio Febres Cordero,
que había sido ilustrado cicerone en todo lo relativo a la historia,
estadística y pormenores merideños, salió galantemente a acompañarlo.
El
cariño y simpatía por Mérida tenía que cambiarse, en breve, por la pena que le
causó separase tan pronto de una ciudad que presentaba comodidades para la vida
y que tan favorablemente impresionaba por las prendas morales de sus hijos.
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