CAPITULO QUINCUAGÉSIMO SEGUNDO
LITERATURA, ARTES PLÁSTICAS Y MÚSICA
Como testimonios de cultura indígena
quedaron en el territorio merideño objetos de alfarería y figurillas labradas
en piedra y en barro cocido, que fueron destruidas sistemáticamente por los
frailes misioneros que las consideraron como imágenes de deidades paganas e
ídolos de culto demoníaco.
Durante la Colonia, los ebanistas e
imagineros construyeron retablos en los altares de las iglesias y conventos,
que decoraron con tallas doradas al fuego, santos de bulto y pinturas sobre
tela y tabla, expresión de lo que fue llamado “barroco colonial”. La pintura de
‘mano esclava”, anónima, y de los maestros reconocidos adorné capillas,
oratorios y altares de las casas de los mantuanos con cristos, vírgenes,
ángeles y patronos plasmados en lienzos que se perdieron durante las guerras,
por obra de los terremotos, la supresión violenta de conventos, la desidia y la
ignorancia.
Entre los retablos se conservan el de la
Capilla de la Urbina, en Estánquez, que data de 1726 y que fue hace unos
cuantos años restaurado por el Gobierno Nacional; y el de la iglesia de El
Morro.
Un pintor importante que probablemente
estuvo radicado en Mérida, entre 1790 y 1816, lo fue José Lorenzo de Alvarado.
Algunos cuadros suyos, que representan escenas evangélicas, vírgenes y santos,
y los obispos Torrijos y Lasso de la Vega, se encuentran en las iglesias de El
Llano y del Espejo, en el Seminario y en el Museo Arquidiocesano
de Mérida Otros lienzos suyos fueron a parar
a manos de coleccionistas privados de Caracas. Alvarado nació en 1770 y
falleció en 1822.
Un imaginero notable lo fue Rafael Antonio
Pino, nacido en la Hacienda Moconoque de Mucuchíes hacia 1840 y que vivió en
Mérida, Maracaibo y Barquisimeto, donde fue fundador de la Escuela de Artes y
Oficios. Tallé imágenes sacras para presidir procesiones o actos de carácter
religioso en templos de los estados Lara, Zulia, Trujillo, Táchira y Mérida; y
pintó lienzos con figuras religiosas destinados a las iglesias, retratos de
próceres de la Independencia y de familiares y amigos. En la Biblioteca
Bolivariana existen los retratos de Miranda y Sucre, que Pino pintó para el
ayuntamiento merideño hacia 1885 y en la sala de la casa de una distinguida
familia el retrato de don Juan José Pino, padre del pintor, quien por encargo
de su progenitor don Vicente Pino, llevó personalmente siendo niño a Bolívar,
como obsequio, el célebre perro Nevado. Don Juan José Pino llegó a vivir 94
años; fue entonces cuando lo retraté su hijo.
Entre 1924 y 1950 vivió en la ciudad de
Mérida un excelente pintor colombiano llamado Marcos León Mariño, quien también
se distinguió como fotógrafo de estudio, escultor y arquitecto por necesidad.
Nació en la peque ña población de Corrales, en 1881, cerca del páramo de Pisba
y no muy lejos de Tunja, la capital del departamento de Boyacá, en cuyo
seminario inició estudios primarios. Los jesuitas intuyeron su futuro como
pintor y recomendaron a sus progenitores enviarlo al Colegio Mayor de San
Bartolomé en Bogotá donde fue orientado por artistas neogranadinos. Se gradué
de bachiller e ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Bogotá hacia 1900.
Recibió formación artística completa en pintura mural y de caballete, dibujo,
escultura, ornamentación y arquitectura. Galardonado con el primer premio anual
en el salón de Bellas Artes de Bogotá, egresé de la Escuela de Bellas Artes
hacia 1904 para radicarse en Bucaramanga, donde realizó importantes trabajos en
iglesias y la casa de la gobernación. Vivió luego en Cúcuta cuatro años y pasó
a San Cristóbal. Entre esta última ciudad, a donde llegó en 1912, Bailadores,
Tovar, Santa Cruz de Mora y Ejido transcurrió inexplicablemente doce años,
fundando escuelas de pintura y decorando y reconstruyendo iglesias de pueblo,
cuando era un artista de notabilísimas condiciones, con un seguro porvenir en
ciudades populosas como Maracaibo o Caracas. Posible mente su carácter
introvertido determinó en él un comportamiento reflexivo, proclive a la
meditación y la duda, poco apto para la acción y la lucha, a pesar de que
trabajó constantemente toda la vida para sostener su familia.
Mariño como pintor académico, es clásico en
la forma, barroco en la composición y el empleo de la luz y romántico en los
temas que escoge y en el uso de los colores claros. Entre sus obras se destacan
el Presbiterio de la Capilla de las Siervas del Santísimo de Mérida, decorado
con escenas bíblicas; los lienzos de la Conversión de San Pablo y la muerte de
San José en la Catedral de Mérida; la Declaración de la Independencia de Mérida
en el Salón de Actos del Ayuntamiento. Entre sus esculturas deben citarse el
Monumento del Cóndor de Los Andes con el medallón del Libertador entre las ganas
y el pico en el alto del Páramo de Mucuchíes y el busto del Libertador que se
encuentra en la cumbre del pico Bolívar, hechos por el sistema electrolítico de
la galvanoplastia cuando en Mérida se desconocía la técnica de la fundición.
Como arquitecto reconstruyó la iglesia de la Santa Capilla, erróneamente
conocida como del Corazón de Jesús.
En 1950, silenciosamente, Mariño volvió a su
patria; se residenció un tiempo en Bucaramanga y luego en Cúcuta, en cuya
catedral estuvo trabajando. Falleció en esta última ciudad en 1965.
Elbano Méndez Osuna (19 18-1973). Importante pintor nacido en Tovar que perteneció inicialmente a la denominada Escuela de Caracas. Romántico a destiempo e inconforme con el academismo, muy pronto formé parte de los disidentes y considerando el medio caraqueño pequeño y estrecho viajó a Santiago de Chile, Madrid y París. Estudió en academias de artes plásticas y aplicadas de varios países, frecuenté el atelier de M. André Lothe en la ciudad Luz y fue asistente invitado por los artistas mexicanos Xavier Guerrero y David Alfaro Siqueiros en la realización de murales. Recibió premios y menciones honoríficas y fue profesor en varios institutos educacionales de Venezuela. Al final de su existencia volvió a su ciudad natal a fundar un taller Regional de Artes Plásticas y allí falleció. Ha sido denominado el pintor del ande en Tovar
Un pintor joven que se ha destacado en los últimos tiempos como excelente retratista es
Francisco Lacruz, quien también ha plasmado
en sus lienzos el paisaje andino. Autodidacta libre de influencias decadentes o
comprometidas, en épocas pretéritas hubiese sido en Europa pintor de Reyes y
Príncipes y en las ciudades coloniales hispanoamericanas habría colmado de
santos y de diablos los altares de las iglesias y los retablos de los caserones
señoriales.
Sus mejores obras pueden admirarse en el
Aula Magna, la Biblioteca Bolivariana y la Casa de los Gobernadores de Mérida.
Ha realizado bustos, estatuas pedestres y
ecuestres del Libertador, así como torsos broncíneos de próceres venezolanos
civiles y militares, medallones, imágenes religiosas y profanas con un gran
sentido figurativo. A su asombrosa sensibilidad artística añade una
desconcertante sencillez.
Un escultor a quien se le ha perdido el
rastro lo fue Marco Tulio Quiñones, nacido en Santa Cruz de Mora a fines del
siglo XIX. Perfeccionó su arte en Italia y visitó también talleres de artistas
en Francia y España. Radicado en Caracas, fue profesor de di bujo de algunas
instituciones docentes y ejecutó muchas producciones valiosas en yeso con el
fin de plasmarlas en bronce o mármol; murio en esta última ciudad y fue
enterrado en el Cementerio General del Sur, en una tumba por él mismo diseñada.
Durante la Colonia los maestros fundidores
no pasaron de fabricar adornos para portones, herrajes, lámparas, candeleros,
estribos, frenos, espuelas, múcuras, ollas para cocina y pailas para los
trapiches. Ocasionalmente los más expertos fundieron campanas, como la que
encargó el Obispo Hernández Milanés en 1804 para la Catedral y que pesa 18
arrobas. Duran te la Colonia y mucho menos en los años de la Guerra de
Independencia se fundió cañón alguno de bronce en toda América hispana. No deja
de ser una fábula jocosa la fundición de 16 cañones por el Padre Uzcátegui en la
Otra Banda, ‘para ser regalados a Bolívar en 1813.
Recientemente se destacaron como maestros
fundidores don Ramón Chuliá, oriundo de Sagunto en Valencia y don Martín
González Vides, originario de Tafalla en Navarra. Ambos fallecidos en Mérida.
La ciudad de Mérida tuvo dos
talleres-escuelas de ebanistería y talla, de extraordinaria calidad artística,
entre 1950 y las postrimerías del siglo. El primero de ellos estuvo a cargo del
notable maestro Jesús de Berecíbar, de ascendencia vasca y el otro bajo la dirección
del maestro Carlos Villarroel, de procedencia ecuatoriana que ahora atienden
sus hijos y hermanos (1930-1993).
Algunas iglesias, palacios de gobierno y
episcopales, recintos universitarios y residencias, no solamente de Mérida sino
de muchas ciudades de Venezuela, conservan retablos, sillerías de coros,
altares, crucifijos, imágenes de santos y muebles de estilo renacimiento y
barroco de estos artífices eximios.
Como arquitectos se destacaron en la ciudad
Luis Bosetti (1893-1943), nacido en Milán y fallecido en Mérida, a quien ya nos
hemos referido. Fue Capitán de un Regimiento del Reino de Italia durante la
Primera Guerra Mundial y arquitecto del Instituto Politécnico de su ciudad
natal. Fue el constructor del Palacio Arzobispal de la ciudad emeritense y del
edificio del antiguo Hospital Los Andes. Edificó también colegios, escuelas,
cuarte les, cúpulas de iglesias, capillas y residencias particulares de sobrio
estilo.
Manuel Mujica Millán (1897-1963),
anteriormente mencionado, nació en la ciudad de Vittoria, provincia de Alava,
en los países vascongados y estudió en el Colegio Oficial de Arquitectos de
Cataluña. Con facilidad y rapidez extraordinarias concebía y proyectaba sus
obras grandiosas, a las cuales daba singular robustez e inundaba de luz,
enmarcadas dentro de un estilo que podría denominarse neoclásico. En Mérida
está
representado esencialmente por la trilogía
Catedral Metropolitana, Palacio de Gobierno y Edificio Central de la
Universidad.
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