CAPITULO QUINCUAGÉSIMO SEGUNDO
LITERATURA, ARTES PLÁSTICAS Y MÚSICA
MÚSICA
Los aborígenes que ocupaban el actual
territorio del Estado Mérida eran pocos dados a la música y a las artes en
general. Representaban algunas pantomimas y ejecutaban danzas muy simples. La
música era monótona, melancólica y sencilla, producida por instrumentos de
cañas, madera y barro cocido como la chirimía que era parecida a un clarinete,
una especie de quena semejante a una flauta, ocarinas y pitos denominados
fotutos que acompañaban rítmicamente con tamboriles y maracas.
Tambores y chirimías, tocados por las tribus
de indios de casi toda la Provincia de Mérida, vestidos a su usanza, amenizaron
los actos del 16 de septiembre de 1811 en la Plaza Mayor de Mérida, para
celebrar el primer aniversario del pronunciamiento de Mérida por la Revolución
del 19 de abril y jurar la Independencia absoluta de Venezuela.
Estos atabales, pitos y zampoñas también se
escucharon en la misma plaza en enero de 1830, como manifestación de júbilo,
cuando las autoridades republicanas paecistas supieron en la ciudad el
fallecimiento del Libertador.
Para 1872 todavía existían bandas de música
puramente indígena, constituidas por indios lagunilleros que tocaban en los
días de fiesta, en las plazas públicas, sus aires sentimentales y tristes y
entonaban cantos llenos de gravedad y pesadumbre.
En la Colonia, la música estuvo recluida en
los templos y conventos, y en la catedral merideña indudablemente que hubo
maestros de capilla y chantits. El territorio venezolano era pobre y por
consiguiente la Corona no le prestaba la debida atención que merecían los ricos
virreinatos de México y Perú, donde floreció este arte.
En los templos, durante todo el año
litúrgico se cantaban los oficios religiosos en latín y para la época navideña,
los villancicos en castellano.
Ya en el siglo XVIII de seguro existieron
estudiantinas integradas por violines, guitarras, mandolinas, laúdes,
bandurrias y tiples, que interpretaban música popular en fiestas, serenatas y
parrandas.
Un músico poco conocido, pero célebre en su
tiempo, que se estableció en Mérida en 1836, fue el caraqueño José María
Osorio, nacido en 1803 y quien además de ser el autor de la primera ópera que
se compuso en Venezuela, se destacó como pedagogo, periodista, litógrafo,
impresor, poeta, dibujante y humanista. Fue también creador de oberturas,
zarzuelas, himnos, piezas instrumentales y obras litúrgicas además de fundador
de una orquesta que intervenía en tertulias nocturnas literario-musicales y
funciones religiosas. Dejó cuartetos para cuerdas, piezas sinfónicas, oficios
de difuntos, oficios de Viernes Santo y la ópera El Maestro Rufo para orquesta
de cuerdas, maderas, cobres y voces, publicada en litografía en 1847. También
dejó escritos en litografía los Elementos del Canto Llano y Figurado, La
Práctica de los Divinos Cánticos, el Directorio de la Catedral de Mérida (Práctica
de los Divinos Cánticos que usa la Iglesia) y el Oficio de Difuntos en nuevo y
fácil canto llano. Compuso además un Gran Funeral que fue interpretado en 1842
en honor del Libertador, cuando sus restos fueron trasladados a Caracas. Osorio
falleció en Mérida en 1852.
La primera banda de instrumentos musicales
de viento que se escuchó en Mérida fue la que dirigía en el Estado Táchira el
señor Abel Briceño, quien la trajo a la ciudad en 1873 para tocar en el
Monasterio de las Clarisas la fiesta de la Virgen de las Mercedes. La novedad
nunca vista entusiasmó a los merideños y fue así como el Padre Zerpa, Vicario
Capitular de la Diócesis y la Sociedad del Carmen se propusieron fundar una
agrupación parecida; se estableció una escuela de música con 28 aprendices y se
contraté como director al maestro español Mateo Trobat; los instrumentos
musicales fueron pedidos a París y en 1876 se estrenó la Banda de Mérida en la
fiesta de las Bodas de Plata de la mencionada sociedad carmelitana. Este
conjunto musical, bajo diferentes directores, duró hasta principios de siglo
XX, cuando en 1903 el Presidente Gral. Chalbaud Cardona creó la Banda Marcial
del Estado, dirigida por el maestro Gil Antonio Gil, y que se llamó
Restauradora.
Entre 1914 1930 hubo en Mérida algunas bandas
particulares como las de Teófilo Ochea, Aquiles Rojas, Ramón Pirela y Rafael
Rivas que interpretaban marchas militares y religiosas, valses, pasodobles y
merengues; y eran contratadas para los actos oficiales públicos, las
procesiones de las iglesias y los bailes de gala, por gobernantes, curas
párrocos y presidentes de clubes sociales.
En Tovar fue nombrada la banda musical de
Emilio Muñoz. (1867-1941).
La Banda Oficial del Estado fue establecida
por el Presidente de Mérida, Gral. José R. Dávila en 1930, con motivo del
Centenario de la Muerte del Libertador; su primer director lo fue nuevamente
Gil Antonio Gil, músico trujillano que había pertenecido a la Banda Marcial de
Caracas y que en 1911 compuso el Himno de Mérida. Esta banda fue reorganizada por
el Presidente Dr. Hugo Parra Pérez en 1936, quien nombró director de la misma a
José Rafael Rivas.
Rivas (1902-1982), nació en Mucutuy. Desde
muchacho perteneció a diversos conjuntos musicales y fue director de la Banda
del Estado Mérida durante 23 años, siendo acompañado como subdirector por
Amador López Rivera. Esta banda oficial instituyó las retretras en la Plaza
Bolívar los jueves y domingos, cuando no llovía, y se interpretaba música
popular, intermezzos y oberturas de óperas y algunos trozos de compositores
clásicos adaptados para instrumentos de viento.
Los ejecutantes de las bandas tenían que
desempeñar otros oficios para poder subsistir y así unos eran sastres, otros
zapateros, chóferes, albañiles, carpinteros o empleados públicos. El único que
vivió exclusivamente para la música fue el maestro Rivas, quien además de
valses, marchas, himnos, joropos, pasillos y fantasías, dejó varios hijos
músicos entre quienes se han destacado Diógenes, Amílcar y Rubén Rivas.
Tres orquestas también existieron en Mérida
en las primeras décadas del siglo XX; la de cuerdas y maderas de Juan de Dios
Moreno, la Santa Cecilia del Pbro. Jeremías González, que interpretaba misas y
música litúrgica y la más diversificada de Rivas, que además de cuerdas,
flautas y clarinetes incluía también instrumentos de metal y percusión.
El maestro Juan de Dios Moreno, nacido en
Tabay hacia 1870, fundó una orquesta constituida por violines, violas,
violoncelos, contrabajo, flautas y clarinetes. Actuaba en serenatas, actos
sociales y en las veladas artístico literarias que se efectuaban en el Salón de
Actos Públicos de la Universidad de Los Andes. En una de ellas, que se realizó
en 1910, dicha orquesta interpretó la obertura de la ópera Fra Diávolo, del
compositor francés Auber y la sinfonía “La Madrugada” del autor caraqueño José
María Osorio. El maestro Moreno escribió valses, joropos, pasillos, pasodobles,
polkas, bambucos y
cuadrillas. De sus partituras son también
conocidas “Despierta Alma mía”, “Do. Severino”, “Coloquios” y “Horas Tristes”.
Falleció en Mérida en 1927.
Un compositor de música vernácula que se ha
distinguido por la calidad de sus composiciones es Antonio Armando Picó.,
nacido en Ejido en 1919. Fue el fundador y director permanente de la Orquesta
Típica Merideña en 1967, gracias al apoyo dado por los gobernantes doctores
Edilberto Moreno y Germán Briceño Ferrigni. Entre sus mejores valses se
destacan “Elsy”, “Haydee”, “Ruth Galicia” y “Serenata Galante”. El Prof. Julio
Carrillo, apasionado folklorista ha investigado seriamente la música popular
merideña y publicado libros.
PÍANOS
En una ciudad aislada como era Mérida, que
solamente se comunicaba con el resto del país por fragosos caminos, la única
puerta de salida al mundo exterior era el Lago de Maracaibo. Para 1858 solamente
existían en ella dos pianos y otros se introdujeron para 1877 por el puerto de
Santa Elena de Arenales. Ya fuesen traídos enteros o desarmados en grandes
cajas, no podían ser transportados sino a hombros de 24 peones y en medio de
muchísimas dificultades. El costo del traslado de un piano desde las riberas
lacustres a Mérida costaba doscientos pesos fuertes. Para 1914, todavía sin
carreteras, existían en Mérida, en las casas de familia, 42 pianos.
ÓRGANOS
El primer órgano para la catedral fije
traído a Mérida por el Obispo Torrijos en 1794 y sus tubos de plomo pesaban
seis arrobas. Cuando se comenzó en 1805 la nueva iglesia catedral fue
trasladado al antiguo templo de San Francisco, donde el terremoto de 1812 lo
sepultó entre los escombros de la edificación. Extraídas las flautas por el
Déan Irastorza de entre las ruinas, fueron entregadas al brigadier realista
Ramón Correa que ocupaba la ciudad, quien las fundió para hacer metralla.
En 1865, el Padre
Zerpa, ya mencionado varias veces en esta obra y como anteriormente hemos
dicho, en 1865 y junto con personas notables de la ciudad, promovió una
suscripción para adquirir un buen órgano en Europa para la Catedral. Varios
años después el excelente instrumento musical llegó, desarmado en grandes
bultos, al puerto de Arenales, donde permaneció un tiempo largo envuelto en
lonas, a la vera del camino, en plena selva, pues era imposible traerlo a la
ciudad a lomo de mulas o en rastras tiradas por mansos bueyes. En 1876, los
maestros músicos, el francés Juan Sanajal y el español Mateo Trobat, abrieron
las cajas, desarmaron el órgano en piezas más pequeñas y así llegó a Mérida
triunfalmente en hombros, a mediados de aquel año. El instrumento costó en
Paris cinco mil francos.
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