miércoles, 10 de enero de 2024

HISTORIA DE MERIDA-CARLOS CHALBAUD ZERPA

 CAPITULO QUINCUAGÉSIMO SEGUNDO

LITERATURA, ARTES PLÁSTICAS Y MÚSICA

MÚSICA


Los aborígenes que ocupaban el actual territorio del Estado Mérida eran pocos dados a la música y a las artes en general. Representaban algunas pantomimas y ejecutaban danzas muy simples. La música era monótona, melancólica y sencilla, producida por instrumentos de cañas, madera y barro cocido como la chirimía que era parecida a un clarinete, una especie de quena semejante a una flauta, ocarinas y pitos denominados fotutos que acompañaban rítmicamente con tamboriles y maracas.

Tambores y chirimías, tocados por las tribus de indios de casi toda la Provincia de Mérida, vestidos a su usanza, amenizaron los actos del 16 de septiembre de 1811 en la Plaza Mayor de Mérida, para celebrar el primer aniversario del pronunciamiento de Mérida por la Revolución del 19 de abril y jurar la Independencia absoluta de Venezuela.

Estos atabales, pitos y zampoñas también se escucharon en la misma plaza en enero de 1830, como manifestación de júbilo, cuando las autoridades republicanas paecistas supieron en la ciudad el fallecimiento del Libertador.

Para 1872 todavía existían bandas de música puramente indígena, constituidas por indios lagunilleros que tocaban en los días de fiesta, en las plazas públicas, sus aires sentimentales y tristes y entonaban cantos llenos de gravedad y pesadumbre.

En la Colonia, la música estuvo recluida en los templos y conventos, y en la catedral merideña indudablemente que hubo maestros de capilla y chantits. El territorio venezolano era pobre y por consiguiente la Corona no le prestaba la debida atención que merecían los ricos virreinatos de México y Perú, donde floreció este arte.

En los templos, durante todo el año litúrgico se cantaban los oficios religiosos en latín y para la época navideña, los villancicos en castellano.

Ya en el siglo XVIII de seguro existieron estudiantinas integradas por violines, guitarras, mandolinas, laúdes, bandurrias y tiples, que interpretaban música popular en fiestas, serenatas y parrandas.

Un músico poco conocido, pero célebre en su tiempo, que se estableció en Mérida en 1836, fue el caraqueño José María Osorio, nacido en 1803 y quien además de ser el autor de la primera ópera que se compuso en Venezuela, se destacó como pedagogo, periodista, litógrafo, impresor, poeta, dibujante y humanista. Fue también creador de oberturas, zarzuelas, himnos, piezas instrumentales y obras litúrgicas además de fundador de una orquesta que intervenía en tertulias nocturnas literario-musicales y funciones religiosas. Dejó cuartetos para cuerdas, piezas sinfónicas, oficios de difuntos, oficios de Viernes Santo y la ópera El Maestro Rufo para orquesta de cuerdas, maderas, cobres y voces, publicada en litografía en 1847. También dejó escritos en litografía los Elementos del Canto Llano y Figurado, La Práctica de los Divinos Cánticos, el Directorio de la Catedral de Mérida (Práctica de los Divinos Cánticos que usa la Iglesia) y el Oficio de Difuntos en nuevo y fácil canto llano. Compuso además un Gran Funeral que fue interpretado en 1842 en honor del Libertador, cuando sus restos fueron trasladados a Caracas. Osorio falleció en Mérida en 1852.

La primera banda de instrumentos musicales de viento que se escuchó en Mérida fue la que dirigía en el Estado Táchira el señor Abel Briceño, quien la trajo a la ciudad en 1873 para tocar en el Monasterio de las Clarisas la fiesta de la Virgen de las Mercedes. La novedad nunca vista entusiasmó a los merideños y fue así como el Padre Zerpa, Vicario Capitular de la Diócesis y la Sociedad del Carmen se propusieron fundar una agrupación parecida; se estableció una escuela de música con 28 aprendices y se contraté como director al maestro español Mateo Trobat; los instrumentos musicales fueron pedidos a París y en 1876 se estrenó la Banda de Mérida en la fiesta de las Bodas de Plata de la mencionada sociedad carmelitana. Este conjunto musical, bajo diferentes directores, duró hasta principios de siglo XX, cuando en 1903 el Presidente Gral. Chalbaud Cardona creó la Banda Marcial del Estado, dirigida por el maestro Gil Antonio Gil, y que se llamó Restauradora.

Entre 1914 1930 hubo en Mérida algunas bandas particulares como las de Teófilo Ochea, Aquiles Rojas, Ramón Pirela y Rafael Rivas que interpretaban marchas militares y religiosas, valses, pasodobles y merengues; y eran contratadas para los actos oficiales públicos, las procesiones de las iglesias y los bailes de gala, por gobernantes, curas párrocos y presidentes de clubes sociales.

En Tovar fue nombrada la banda musical de Emilio Muñoz. (1867-1941).

La Banda Oficial del Estado fue establecida por el Presidente de Mérida, Gral. José R. Dávila en 1930, con motivo del Centenario de la Muerte del Libertador; su primer director lo fue nuevamente Gil Antonio Gil, músico trujillano que había pertenecido a la Banda Marcial de Caracas y que en 1911 compuso el Himno de Mérida. Esta banda fue reorganizada por el Presidente Dr. Hugo Parra Pérez en 1936, quien nombró director de la misma a José Rafael Rivas.

Rivas (1902-1982), nació en Mucutuy. Desde muchacho perteneció a diversos conjuntos musicales y fue director de la Banda del Estado Mérida durante 23 años, siendo acompañado como subdirector por Amador López Rivera. Esta banda oficial instituyó las retretras en la Plaza Bolívar los jueves y domingos, cuando no llovía, y se interpretaba música popular, intermezzos y oberturas de óperas y algunos trozos de compositores clásicos adaptados para instrumentos de viento.

Los ejecutantes de las bandas tenían que desempeñar otros oficios para poder subsistir y así unos eran sastres, otros zapateros, chóferes, albañiles, carpinteros o empleados públicos. El único que vivió exclusivamente para la música fue el maestro Rivas, quien además de valses, marchas, himnos, joropos, pasillos y fantasías, dejó varios hijos músicos entre quienes se han destacado Diógenes, Amílcar y Rubén Rivas.



Tres orquestas también existieron en Mérida en las primeras décadas del siglo XX; la de cuerdas y maderas de Juan de Dios Moreno, la Santa Cecilia del Pbro. Jeremías González, que interpretaba misas y música litúrgica y la más diversificada de Rivas, que además de cuerdas, flautas y clarinetes incluía también instrumentos de metal y percusión.

El maestro Juan de Dios Moreno, nacido en Tabay hacia 1870, fundó una orquesta constituida por violines, violas, violoncelos, contrabajo, flautas y clarinetes. Actuaba en serenatas, actos sociales y en las veladas artístico literarias que se efectuaban en el Salón de Actos Públicos de la Universidad de Los Andes. En una de ellas, que se realizó en 1910, dicha orquesta interpretó la obertura de la ópera Fra Diávolo, del compositor francés Auber y la sinfonía “La Madrugada” del autor caraqueño José María Osorio. El maestro Moreno escribió valses, joropos, pasillos, pasodobles, polkas, bambucos y

cuadrillas. De sus partituras son también conocidas “Despierta Alma mía”, “Do. Severino”, “Coloquios” y “Horas Tristes”. Falleció en Mérida en 1927.

Un compositor de música vernácula que se ha distinguido por la calidad de sus composiciones es Antonio Armando Picó., nacido en Ejido en 1919. Fue el fundador y director permanente de la Orquesta Típica Merideña en 1967, gracias al apoyo dado por los gobernantes doctores Edilberto Moreno y Germán Briceño Ferrigni. Entre sus mejores valses se destacan “Elsy”, “Haydee”, “Ruth Galicia” y “Serenata Galante”. El Prof. Julio Carrillo, apasionado folklorista ha investigado seriamente la música popular merideña y publicado libros.

 

PÍANOS

En una ciudad aislada como era Mérida, que solamente se comunicaba con el resto del país por fragosos caminos, la única puerta de salida al mundo exterior era el Lago de Maracaibo. Para 1858 solamente existían en ella dos pianos y otros se introdujeron para 1877 por el puerto de Santa Elena de Arenales. Ya fuesen traídos enteros o desarmados en grandes cajas, no podían ser transportados sino a hombros de 24 peones y en medio de muchísimas dificultades. El costo del traslado de un piano desde las riberas lacustres a Mérida costaba doscientos pesos fuertes. Para 1914, todavía sin carreteras, existían en Mérida, en las casas de familia, 42 pianos.

 

ÓRGANOS

El primer órgano para la catedral fije traído a Mérida por el Obispo Torrijos en 1794 y sus tubos de plomo pesaban seis arrobas. Cuando se comenzó en 1805 la nueva iglesia catedral fue trasladado al antiguo templo de San Francisco, donde el terremoto de 1812 lo sepultó entre los escombros de la edificación. Extraídas las flautas por el Déan Irastorza de entre las ruinas, fueron entregadas al brigadier realista Ramón Correa que ocupaba la ciudad, quien las fundió para hacer metralla.

En 1865, el Padre Zerpa, ya mencionado varias veces en esta obra y como anteriormente hemos dicho, en 1865 y junto con personas notables de la ciudad, promovió una suscripción para adquirir un buen órgano en Europa para la Catedral. Varios años después el excelente instrumento musical llegó, desarmado en grandes bultos, al puerto de Arenales, donde permaneció un tiempo largo envuelto en lonas, a la vera del camino, en plena selva, pues era imposible traerlo a la ciudad a lomo de mulas o en rastras tiradas por mansos bueyes. En 1876, los maestros músicos, el francés Juan Sanajal y el español Mateo Trobat, abrieron las cajas, desarmaron el órgano en piezas más pequeñas y así llegó a Mérida triunfalmente en hombros, a mediados de aquel año. El instrumento costó en Paris cinco mil francos.



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