Mitos, Leyendas y Embustes (Ensayos Históricos)
JUAN VICENTE GÓMEZ
.
“En las
últimas décadas del siglo XX, y señaladamente entre 1975 y 1995, se había
suscitado en Venezuela una gran curiosidad por estudiar la vida, obra y
gobierno del Gral. Juan Vicente Gómez, especialmente el por qué logro
mantenerse 27 años en el poder.
Así lo señalaba
el Dr. Pedro Manuel Arcaya U. en un articulo publicado en el diario “El
Nacional” de Caracas.
Unos
escritores atribuyeron su larga permanencia a su habilidad, otros a la calidad
de sus colaboradores de alto nivel como no los tuvo nunca presidente alguno, y
otros más atrevidos, como en una novela, a sus supuestos poderes ocultos y dominio
de la brujería.
En Las décadas
finiseculares mencionadas, se publicaron en nuestro país más libros y ensayos
sobre el general Gómez que acerca de cualquier otro personaje histórico autóctono,
exceptuando al propio Libertador, cuyo bicentenario natalicio se había celebrado
en 1983.
En el mes de
noviembre de 1985, nos dedicamos a revisar la copiosa bibliografía gomecistas,
cuando se acercaba el cincuentenario de la muerte del sorprendente dictador
vernáculo; y durante varias noches mantuvimos en nuestra biblioteca largas
conversaciones sobre el tema con el director del diario “El Vigilante”, Pbro. Licdo. Eccio Rojo Paredes. Ambos platicamos también
varias veces sobre el Presidente Gómez con personas doctas y sensatas como mi
padre Eloi Chalbaud Cardona y el Rector de La ‘Universidad de Los Andes” Doctor
Pedro Rincón Gutiérrez. El fallo no fue negativo; y luego de serias
disquisiciones lo plasmamos en una semblanza recordatoria que, sin firma,
publicamos en el mencionado periódico, en sus paginas centrales, el 17 de
diciembre de aquel año.
La misma, con
algunas modificaciones oportunas, es la que ahora reproducimos, como un
homenaje afectuoso al inolvidable sacerdote amigo fallecido.
Ante la
incredulidad, el asombro, la duda y el desconcierto los venezolanos de hace
media centuria se estremecieron al conocer la noticia de la muerte del General
Gómez.
Más de un
cuarto de siglo de vigencia omnímoda y absoluta, aferrado al poder que él había
modelado a talante, le confería a su recia personalidad, una aureola de leyenda
que inducía a multitud de venezolanos a poner en tela de duda su desaparición
física, a pesar del tiempo.
Desde 1908
hasta 1935 Venezuela, que apenas contaba en su dilatada geografía una escasa
población de tres millones de habitantes, a lo sumo, no había tenido otra voz
de mando que la del General Gómez.
Taimado,
intuitivo y tenaz, el hombre enigmático de
Después, y
hasta 1903, vendrían las hazañas de Gómez como Jefe Expedicionario que
traduciría en loas exageradas a sus triunfos para honrar a Castro, el hombre de
las proclamas inflamadas. En Ciudad Bolívar extinguió Gómez, de una vez por
todas, las trágicas llamaradas de nuestras contiendas civiles, encendidas por
generales bárbaros y ambiciosos, amos de montoneras improvisadas.
Luego, el
retiro discreto en los Valles de Aragua.
Ya desde
entonces se perfila Maracay como el reducto del futuro César. El ámbito de
tierras feraces despierta de nuevo los ancestros campesinos de Gómez a la par
que le sirve de ambiente propicio para recoger descontentos y frustrados,
percibir el eco de las intrigas caraqueñas y rumiar sus proyectos de cara al
porvenir.
No fue la
espera ansiosa ni desatentada, como una carrera contra el tiempo, bajo el
apremio del medio siglo cumplido que pesaba sobre los hombros de Gómez, cuando
dio el zarpazo final que venía a ser como el inicio de su apoteosis, de su
auténtico ingreso en la historia del país.
Vale la pena
destacar que el periplo vital de Juan Vicente Gómez se inicia y concluye entre
dos fechas insertas raigalmente en los anales de Venezuela.Nace el
Cinco años de
aislamiento voluntario, que para muchos pudo ser casi olvido, discurrieron
antes del
El riñón enfermo de Castro, ahíto de los privilegios y placeres del poder, en el escenario de una sociedad zalamera y alcahueta-como siempre ha sido, determinó el viaje de El Cabito. No encontró gente confiable entre sus áulicos y volvió los ojos al compadre que multiplicaba y apacentaba rebaños en las dehesas aragüeñas. Castro se acordó de las andanzas y aventuras desde la frontera hasta Caracas. Y encontró el prototipo de la lealtad en el compadre a quien Doña Zoila llamaba confianzudamente para que le capara un gato.
Requerido por
un afecto convencional, casi desvaído en el tiempo, Gómez volvió a la escena
política para quedarse en la función vicaria del Presidente viajero que zarpó
de
En Caracas
quedaban, en agitada comparsa las intrigas, las ambiciones, y la tentación del
poder personificadas en los paniguados del jefe que jamás vieron en Gómez un
riesgo para sus manejos.
Lo
consideraban zafio, manejable, torpe, instrumento apropiado para la toma del
mando, seguros de que podrían deshacerse de él con la misma facilidad con que
aspiraban a colocarlo en la cúpula del poder como una marioneta.
En los
primeros días de diciembre se fue Castro en un viaje sin retorno.
Cinco días
antes de las navidades de aquel año, Venezuela tenía nuevo Presidente, en medio
de escarceos verbales para pergeñar una aparente legalidad. Se quedaron con la
carabina al hombro los políticos de alto coturno que jugaron la carta de Gómez
para derrocar a Castro, en un intento de breve transición. Y comenzó un período
de progresiva consolidación, de ejercicio contundente del Poder que sólo había
de culminar cumplida ya la tercera parte del siglo XX.
A lo largo de 27 años no hubo más jefe que Gómez. Casi tres décadas de violento contraste con la sucesión de caudillos efímeros e ineptos y de contiendas fraticidas, que habían llevado a Venezuela a una dolorosa y lamentable postración. Zamarro y astuto como era, Gómez manejó según las circunstancias el halago, los privilegios y la represión para cortar cabezas en aras de la unidad y de la integración del país que era modelo de caos y fragmentación.
El exilio, la
ergástula y la prebenda se confabularon, ya desde los años germinales del
gomecismo, para facilitar la tarea que se había impuesto el hombre fuerte y que
era, por lo demás, imperativamente necesaria.
Venezuela no
podía continuar desarticulada, sujeta a los caprichos y excesos de militares y
politicastros de pésima ralea. De aquella selva de cabezas visibles tenía que
descollar una diferente, que desplazara a las demás con visión de país
nacional. De alguna manera.
Gómez asumió esa responsabilidad y puso manos a la obra. No esbozó teorías sino que fue al grano. El país requería un solo jefe. Y ese era él. Quienes trabajarán a su alrededor, desde la más alta hasta la más ínfima jerarquía oficial, brillarían con la luz que el quisiera prestarles. Dicen que no era letrado. Pero tampoco era un analfabeto, como lo quieren muchos. Le sobraba sentido común y poseía cualidades excepcionales para conocer y evaluar a los hombres. Por eso, despejaba la ruta de los militares de chafarote y de los políticos dudosos.
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