jueves, 11 de enero de 2024

Mitos, Leyendas y Embustes (Ensayos Históricos) CARLOS CHALBAUD ZERPA

 Mitos, Leyendas y Embustes (Ensayos Históricos)

JUAN VICENTE GÓMEZ


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“En las últimas décadas del siglo XX, y señaladamente entre 1975 y 1995, se había suscitado en Venezuela una gran curiosidad por estudiar la vida, obra y gobierno del Gral. Juan Vicente Gómez, especialmente el por qué logro mantenerse 27 años en el poder.

Así lo señalaba el Dr. Pedro Manuel Arcaya U. en un articulo publicado en el diario “El Nacional” de Caracas.

Unos escritores atribuyeron su larga permanencia a su habilidad, otros a la calidad de sus colaboradores de alto nivel como no los tuvo nunca presidente alguno, y otros más atrevidos, como en una novela, a sus supuestos poderes ocultos y dominio de la brujería.

En Las décadas finiseculares mencionadas, se publicaron en nuestro país más libros y ensayos sobre el general Gómez que acerca de cualquier otro personaje histórico autóctono, exceptuando al propio Libertador, cuyo bicentenario natalicio se había celebrado en 1983.

En el mes de noviembre de 1985, nos dedicamos a revisar la copiosa bibliografía gomecistas, cuando se acercaba el cincuentenario de la muerte del sorprendente dictador vernáculo; y durante varias noches mantuvimos en nuestra biblioteca largas conversaciones sobre el tema con el director del diario “El Vigilante”, Pbro. Licdo. Eccio Rojo Paredes. Ambos platicamos también varias veces sobre el Presidente Gómez con personas doctas y sensatas como mi padre Eloi Chalbaud Cardona y el Rector de La ‘Universidad de Los Andes” Doctor Pedro Rincón Gutiérrez. El fallo no fue negativo; y luego de serias disquisiciones lo plasmamos en una semblanza recordatoria que, sin firma, publicamos en el mencionado periódico, en sus paginas centrales, el 17 de diciembre de aquel año.

La misma, con algunas modificaciones oportunas, es la que ahora reproducimos, como un homenaje afectuoso al inolvidable sacerdote amigo fallecido.

Ante la incredulidad, el asombro, la duda y el desconcierto los venezolanos de hace media centuria se estremecieron al conocer la noticia de la muerte del General Gómez.

Más de un cuarto de siglo de vigencia omnímoda y absoluta, aferrado al poder que él había modelado a talante, le confería a su recia personalidad, una aureola de leyenda que inducía a multitud de venezolanos a poner en tela de duda su desaparición física, a pesar del tiempo.

Desde 1908 hasta 1935 Venezuela, que apenas contaba en su dilatada geografía una escasa población de tres millones de habitantes, a lo sumo, no había tenido otra voz de mando que la del General Gómez.

Taimado, intuitivo y tenaz, el hombre enigmático de La Mulera, financista de la invasión de Castro y su mesnada de sesenta hombres, apenas había sabido superar el ostracismo político a que le sometió su compadre, tras las jornadas memorables que se iniciaron en el Táchira para concluir en la batalla de Tocuyito que le abre a Don Cipriano el camino de Caracas.

Después, y hasta 1903, vendrían las hazañas de Gómez como Jefe Expedicionario que traduciría en loas exageradas a sus triunfos para honrar a Castro, el hombre de las proclamas inflamadas. En Ciudad Bolívar extinguió Gómez, de una vez por todas, las trágicas llamaradas de nuestras contiendas civiles, encendidas por generales bárbaros y ambiciosos, amos de montoneras improvisadas.

Luego, el retiro discreto en los Valles de Aragua.

Ya desde entonces se perfila Maracay como el reducto del futuro César. El ámbito de tierras feraces despierta de nuevo los ancestros campesinos de Gómez a la par que le sirve de ambiente propicio para recoger descontentos y frustrados, percibir el eco de las intrigas caraqueñas y rumiar sus proyectos de cara al porvenir.

No fue la espera ansiosa ni desatentada, como una carrera contra el tiempo, bajo el apremio del medio siglo cumplido que pesaba sobre los hombros de Gómez, cuando dio el zarpazo final que venía a ser como el inicio de su apoteosis, de su auténtico ingreso en la historia del país.

Vale la pena destacar que el periplo vital de Juan Vicente Gómez se inicia y concluye entre dos fechas insertas raigalmente en los anales de Venezuela.Nace el 24 de julio de 1857. Y muere el 17 de diciembre de 1935. Coincidencia, o lo que se quiera, porque parece no haber recurso para el desmentido, lo cierto es que esas dos efemérides son también las que enmarcan el orto y ocaso del Padre de la Patria.

Cinco años de aislamiento voluntario, que para muchos pudo ser casi olvido, discurrieron antes del 19 de diciembre de 1908.

El riñón enfermo de Castro, ahíto de los privilegios y placeres del poder, en el escenario de una sociedad zalamera y alcahueta-como siempre ha sido, determinó el viaje de El Cabito. No encontró gente confiable entre sus áulicos y volvió los ojos al compadre que multiplicaba y apacentaba rebaños en las dehesas aragüeñas. Castro se acordó de las andanzas y aventuras desde la frontera hasta Caracas. Y encontró el prototipo de la lealtad en el compadre a quien Doña Zoila llamaba confianzudamente para que le capara un gato.

Requerido por un afecto convencional, casi desvaído en el tiempo, Gómez volvió a la escena política para quedarse en la función vicaria del Presidente viajero que zarpó de la Guaira en un paquebote francés.

En Caracas quedaban, en agitada comparsa las intrigas, las ambiciones, y la tentación del poder personificadas en los paniguados del jefe que jamás vieron en Gómez un riesgo para sus manejos.

Lo consideraban zafio, manejable, torpe, instrumento apropiado para la toma del mando, seguros de que podrían deshacerse de él con la misma facilidad con que aspiraban a colocarlo en la cúpula del poder como una marioneta.

En los primeros días de diciembre se fue Castro en un viaje sin retorno.

Cinco días antes de las navidades de aquel año, Venezuela tenía nuevo Presidente, en medio de escarceos verbales para pergeñar una aparente legalidad. Se quedaron con la carabina al hombro los políticos de alto coturno que jugaron la carta de Gómez para derrocar a Castro, en un intento de breve transición. Y comenzó un período de progresiva consolidación, de ejercicio contundente del Poder que sólo había de culminar cumplida ya la tercera parte del siglo XX.

A lo largo de 27 años no hubo más jefe que Gómez. Casi tres décadas de violento contraste con la sucesión de caudillos efímeros e ineptos y de contiendas fraticidas, que habían llevado a Venezuela a una dolorosa y lamentable postración. Zamarro y astuto como era, Gómez manejó según las circunstancias el halago, los privilegios y la represión para cortar cabezas en aras de la unidad y de la integración del país que era modelo de caos y fragmentación.

El exilio, la ergástula y la prebenda se confabularon, ya desde los años germinales del gomecismo, para facilitar la tarea que se había impuesto el hombre fuerte y que era, por lo demás, imperativamente necesaria.

Venezuela no podía continuar desarticulada, sujeta a los caprichos y excesos de militares y politicastros de pésima ralea. De aquella selva de cabezas visibles tenía que descollar una diferente, que desplazara a las demás con visión de país nacional. De alguna manera.

Gómez asumió esa responsabilidad y puso manos a la obra. No esbozó teorías sino que fue al grano. El país requería un solo jefe. Y ese era él. Quienes trabajarán a su alrededor, desde la más alta hasta la más ínfima jerarquía oficial, brillarían con la luz que el quisiera prestarles. Dicen que no era letrado. Pero tampoco era un analfabeto, como lo quieren muchos. Le sobraba sentido común y poseía cualidades excepcionales para conocer y evaluar a los hombres. Por eso, despejaba la ruta de los militares de chafarote y de los políticos dudosos.

 

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