sábado, 13 de enero de 2024

Mitos, Leyendas y Embustes (Enasayo Historicos)=CARLOS CHALBAUD ZERPA

 

Mitos, Leyendas y Embustes (Ensayos Históricos)

Juan Vicente Gómez

Rubén González



Durante el gobierno de la Rehabilitación Nacional, el Presidente Gómez tuvo doce ministros de Instrucción Pública, todos ellos funcionarios públicos eficaces y algunos se distinguieron como intelectuales famosos, científicos, de renombre y juristas y codificadores de gran valía.

Bastaría citar a los doctores Samuel Darío Maldonado, José Gil Fortoul, Felipe Guevara Rojas y Rubén González.

Nadie ha descrito mejor la arquitectura de la educación venezolana en este período que el Licenciado Rafael Hernández Heres, quien ha dedicado su vida a escribir en muchos volúmenes la historia de la Instrucción Pública en Venezuela.

En estos 27 años de dictadura se diseñaría una nueva organización educativa y se redactaría la legislación para disciplinar la organización de la instrucción y dar a la misma el carácter de servicio público y por tal el fortalecimiento de la presencia del estado en este sector de la vida nacional.

Los proyectos de modificación y modernización de la educación, considerados como muy adelantados en los inicios del siglo XX, lesionaban intereses particulares y de grupo, especialmente en el claustro de la Universidad de Caracas, con inusitadas renuncias de catedráticos y huelgas estudiantiles que obligaron al Gobierno al cierre de la Institución.

Sin embargo, por lo que se refiere a la Universidad de Los Andes, para el Presidente Gómez y su Ministro de Instrucción el Dr. Rubén González, debe existir siempre una memoria de reconocimiento y gratitud.

Desde su despacho, el Dr. González por instrucciones precisas del Presidente Gómez, redactó y refrendó un Decreto Ejecutivo, en 1928, para proceder a construir en la ciudad de Mérida los edificios requeridos para el funcionamiento de la Universidad de Los Andes y proveerla de todas las instalaciones, laboratorios y enseres que se requiriesen en las facultades y escuelas con miras a mejorar la enseñanza.

Esta protección del Presidente Gómez a la universidad andina, desde muchos años antes del decreto de 1928, hace contraste muy de bulto con la triste mezquindad de todos los gobiernos anteriores, según el acertado juicio del Dr. Gonzalo Picón Febres. Y el Pbro. Dr. José Humberto Quintero, Primer Cardenal de Venezuela, Arzobispo de Caracas y también Primer Doctor Honoris Causa de la Universidad de Los Andes, exclamará en un célebre discurso en el Aula Magna: “La voz de la conciencia me tacharía de injusto y de cobarde si, por un sentimiento pusilánime ante posibles criticas, callara a estas alturas de mi crónica que, en el presente siglo, la Universidad halló en el último de los césares democráticos uno de esos gigantes protectores. Sin hablar del restablecimiento de de las facultades de Medicina, Farmacia y Agrimensura que habían sido clausuradas por el Presidente Castro, ni de la creación de la facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, ni de los ricos laboratorios y gabinetes con que la dotara, ni de los millares de modernos libros para la biblioteca, ni del notable aumento de los honorarios profesionales, basta recordar las repetidas y frecuentes ayudas con destino a las reparaciones y adecentamiento de la antigua casa, la ampliación de ellas con nuevas dependencias y, por fin, la total reconstrucción de la misma, para advertir con evidencia la larga e innegable protección que a la Universidad dispensó el Presidente Gómez durante su gobierno. Y esta conducta aparece tanto más valiosa cuanto que diametralmente contrasta con la de todos sus antecesores en el sillón presidencial, entre los cuales había algunos que hasta ostentaban títulos académicos, mientras que aquél apenas si había frecuentado la escuela de primeras letras en su campesina niñez. Sobre este formidable caudillo nacional, tanto por su cercanía en el tiempo como porque aún arden vivas pasiones en su contra, no puede todavía pronunciar su veredicto el justiciero tribunal de la Historia. Cuando la hora de dictar ese definitivo fallo se acerque, la Universidad de Los Andes habrá de concurrir a los estrados para ocupar sitio, no entre los acusadores, sino entre los testigos de descargo, porque así lo imponen de consuno a la nobleza, la verdad y la justicia. Y el historiador por antonomasia de la Universidad de Los Andes, considerará al Presidente Gómez como el gran benefactor de la Institución.

En el Paraninfo de la Universidad, existía un magnífico retrato al oleo del Dr. Rubén González pintado por el artista Marcos Bontá y colocado entre la galería de los fundadores y rectores según Decreto Rectoral y disposición universitaria del Rector Gonzalo Bernal de 1928.

Este retrato fue sustraído, inexplicablemente, de su lugar por un funcionario estulto en tiempos del Rector Pachano, al igual que otro de Don Andrés Bello, hecho por el Cardenal Quintero y que figuraba en sitio de honor.

Quizás represente Gómez el puente de transición entre dos épocas, entre dos Venezuelas diferentes. La del último cuarto del siglo decimonono y la que apuntaba desde las primeras décadas del vigésimo, no como feudo del Gómez prepotente sino como parte de un mundo cuyas convulsiones se agudizaron en la Primera Guerra Mundial.

Viniendo del mundo estrecho de una Venezuela provinciana, desgastada en luchas intestinas y acuciadas por inenarrables estrecheces, a Gómez le fue poco menos que imposible tener una visión continental y mundial. Como muchos otros que lo antecedieron, y no pocos de los que han venido después de él, Gómez se enclaustró en el círculo de los lisonjeros y cedió a la tentación y asedio de las intrigas para defenderse liquidando.

Contra todo lo que se diga, Gómez es una estampa apasionante en nuestra historia. Cuando no hay más a quien inculpar de los fracasos y frustraciones de Venezuela, aún se acusa a Gómez porque así conviene a quienes por más de cuatro décadas estuvieron posteriormente maltratando a Venezuela.

A setenta y cinco años de su muerte todavía no hay suficiente perspectiva histórica para juzgarlo con justicia y con verdad. Porque es el nuestro un pueblo desmemoriado y  proclive a tergiversar o dejar que le distorsionen su propia historia.

Recientemente han aparecido dos obras sobre el Dictador que esclarecen muchas cosas y las colocan en su justo puesto; son “Gómez, el tirano liberal”, impresa en 1990 y “Juan Vicente Gómez, aproximación a una biografía”, editada en 1994, escritas respectivamente por los notables historiadores Manuel Caballero y Tomás Polanco Alcántara.

En el año 1993, se dieron cita en los salones de un importante centro financiero de Caracas representantes de la banca, el comercio, la intelectualidad y la política, para asistir a la presentación de la obra de un conocido artista que contenía una colección de dibujos del rostro del Gral. Juan Vicente Gómez, símbolo de nuestra historia contemporánea.

La edición del libro fue patrocinada por el Fondo Editorial del Museo de Arte Contemporáneo y una principal entidad bancaria.

Millonarios, eruditos, escritores y hombres públicos alabaron la visión del Benemérito y brindaron en un cóctel por la aparición de un nuevo Gómez para el año 2000.

Porque Gómez no fue un accidente en nuestra historia. Como figura protagónica es un reto sin respuesta todavía, en un contraste de luces y de sombras que quizás no ha encontrado intérpretes exactos.

A fines de noviembre de 1995 el escultor Manuel de la Fuente viajó a Maracay a inaugurar el monumento en bronce que le hizo al General Juan Vicente Gómez por encargo del gobernador Tablante de Aragua. Medía más de dos metros y había sido colocado en el Museo de la Aviación. La estatua fue hecha en Mérida y llevada a su destino en un avión de la Fuerza Aérea. Sobran los comentarios.



 

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