OBSERVACIONES GLACIOLÓGICAS EN LOS
ANDES
VENEZOLANOS
(Extractado
del N° 64 de Cultura Venezolana)
En la Cordillera Venezolana de Los Andes predominan, como en todo el territorio de la República, los vientos alisios del Este, portadores de la humedad que recogen en el Atlántico y en la cálida hoya del Orinoco y que luego, al contacto con las corrientes superiores frías, precipitan en forma de lluvia en los amplios valles que descienden hacia los Llanos y en forma de nieve sobre la cresta más elevada de nuestra Cordillera. Se hallan estas en el macizo de la Sierra Nevada de Mérida, que demora al S. E. de la ciudad del mismo nombre, y constitúyenlas los nevados picachos de El León (4.740m), El Toro (4755m), La Columna (5002m), La Concha (4922m), Humboldt (4942m) y Bonpland (4883m), cimas gemelas estas últimas de La Corona. A las nombradas cumbres podría agregarse la de La Torrecita (4547m), generalmente, aunque no siempre, cubierta de nieve. Continuando hacia el Este se observa que la Cordillera se deprime un poco, hasta 4200 metros, para levantarse 30 kilómetros más adelante en un grupo de picos que durante la mayor parte del año están nevados y forman en su conjunto una pequeña Sierra, designada con el nombre de Sierra Nevada de Santo Domingo o Mucubají y elevada 4672 metros en su pico máximo de Mucuñuque. En este punto tuerce el dorso de la Cordillera hacia el Norte, abatiéndose hasta 3600 metros en el Páramo de Sto. Domingo, que cruza el camino de Barinas, y enlazándose por medio de un grupo de altas cumbres, que forman el Nudo de Apartaderos, con la Cordillera de Trujillo, que es su propia continuación oriental y más al Norte con la Sierra del Norte o la Culata, formidable murallón que cierra hacia la hoya del Lago de Maracaibo los grandes valles del Chama y del Motatán. Las cumbres de esta Cordillera boreal superan en altura las de la Sierra de Santo Domingo y casi rivalizan con las de la Sierra Nevada de Mérida, pues llegan hasta 4762 metros de elevación en el picacho de Piedras Blancas y se mantienen sobre 4500 y 4700 en algunos otros vértices.
En los últimos días de 1910, o sea al comienzo de la estación seca,
encontramos que el límite de las nieves se hallaba en la Sierra de Mérida a una
altura de 4500 metros sobre el nivel del mar y en posteriores exploraciones
(1916, 1921 y 1922) hemos visto que en años excesivamente secos se reduce la
nieve a los picos más altos. En ciertos parages abrigados, como el nicho de la
vertiente Norte del Toro, y en algunos de El León, se conservan aún en esas
épocas de excepcional sequía, trozos de nieve perpetua, lo mismo que se reduce
a un diminuto manchón en el Pico Mucuñuque, la amplia cubierta de nieve que
suele cubrir la Sierra de Santo Domingo, durante la estación lluviosa. Puede
fijarse en 4700 metros el límite de las nieves a fines de la estación seca,
pues fue esa la altura en que las hallamos en la vertiente Sur del pico Columna
el día 24 de marzo de 1915. El límite inferior del hielo y rehielo (Firn. de
los alemanes) se halla 200 metros más abajo, como lo demostraremos más
adelante. No obstante traspasar las cumbres de La Culata estos límites, se
hallan completamente despojadas de nieve durante toda la estación seca, pues ni
aún en diciembre hemos observado su presencia en sus cimas más elevadas.
Acontece con esta Sierra lo que, en Colombia y Ecuador con sus Cordilleras
occidentales, donde el límite inferior de las nieves persistentes sube a 4800
metros, en tanto que se mantiene a 4600 en las ramas orientales. El caso es
completamente análogo y podemos decir que Venezuela, al igual de las otras
Repúblicas andinas de Suramérica, tiene su Cordillera oriental y su Cordillera
occidental. En efecto, la dirección generál del eje de nuestro sistema andino
es de S. O. a N. E. y siendo la dirección predominante de los vientos alisios
del Este y del Sur Este, es evidente que los vapores acuosos, impelidos hacia
el Oeste y Noroeste, deben condensarse al encontrar las crestas elevadas de
Santo Domingo y Mérida, convirtiéndose en lluvia en las faldas de la montaña,
vistiéndolas de lujosa vejetación, y en nieve, al traspasar el límite
climatérico de 4500 a 4600 metros. Despojada así la atmósfera de su exceso de
humedad, solamente alcanzan vientos secos las cumbres de La Culata e impiden,
por su dirección, el ascenso de los vapores del Lago de Maracaibo, los que
tienen que condensarse en las vertientes boreales de la Cordillera. Sólo cuando
se rompe el equilibrio de la zona alta, por faltar los vientos de la opuesta
dirección, o cuando estos últimos vienen sobrecargados de humedad, durante los
meses de junio a setiembre suelen caer abundantes nevadas en la Cordillera del
Norte, descendiendo el manto de nieve hasta los 4000 metros, para desaparecer
tan luego se inicia la estación seca con su prolongada insolación. Los vapores
acuosos del Lago de Maracaibo, impelidos hacia el Catatumbo y la Sierra del
Perijá, rozan, en su marcha, a todo largo las estribaciones de las montañas, se
encausan por los amplios valles del Motatán, Chama y Escalante hacia el corazón
de la Cordillera, protegidos por la masa de sus cumbres contra el viento del
Este y Sureste, que sopla en las regiones elevadas y de todo esto ha de
resultar una acción aspirante, provocada además por la diferencia de tensión, y
dirijida hacia las fuentes de los valles en dirección al Sur y Sureste. A esta
misma causa obedece el que casi toda la humedad atmosférica condensable se
precipite sobre las cumbres de la Cordillera del Sur, donde los vapores de la
corriente aspirada vienen a sumarse a los que aportan los vientos húmedos del
Este.
En la época lluviosa, especialmente en los meses de junio a setiembre son
frecuentes, las nevadas en esta parte de la Cordillera y en ocasiones la nieve
desciende hasta 3600 metros de altura, pero inmediatamente desaparece de los
páramos inferiores y sucesivamente de las cumbres, hasta que, al acentuarse la
sequía, queda completamente despojada La Culata y se nota el retroceso
progresivo del límite nevado en las sierras de Mérida y Santo Domingo, en la
forma que ya hemos dicho. En muy raras ocasiones las grandes nevadas han
descendido, en la Sierra de Mérida, hasta invadir la selva, cuyo límite
superior se halla a 2800 metros. Según informes obtenidos, en la región de
Apartaderos, las grandes nevadas descienden por el vallecito de Mifafi y Barro
Negro, hasta poco más abajo del refugio llamado <Casa de Gobierno>, que
se halla a 3643 metros sobre el nivel del mar y al camino de Barinas en el
Páramo de Santo Domingo a 3604 metros. Estos informes concuerdan con mis
propias observaciones hechas en la Sierra Nevada de Mérida. Allí, después de
una violenta tempestad eléctrica que se desató sobre el valle de Chama, el día
23 de setiembre de 1921 y una tenue lluvia del día siguiente, amaneció el día
25 una extensa cubierta de nieve. Las medidas ejecutadas con el teodolito
pemitiéronme calcular el límite inferior de la nieve en 3600 metros de
elevación, sobre el flanco occidental del pico El León, en tanto que por el
lado Sur de El Toro se mantenía a poca menos de 4000 metros. Indudablemente
aquella nevada había alcanzado bastante más abajo, pues la nebulosidad del día
24 no permitió que se hiciera la medida lograda un día más tarde, cuando ya
habíase fundido buena parte del extremo inferior.
Las grandes masas de nieve acumuladas en las cimas de La Columna, La Concha
y en los picos gemelos Humboldt y Bonpland de La Corona están sometidas a un
proceso de diurna fusión y nocturna congelación que da por resultado el rehielo
(Firn de los alemanes, nevée de los franceses) de aspecto cristalino y
granuloso. Estas masas de rehielo cubren como formidable coraza todas las cimas
superiores a 4800 metros y descienden por las cañadas y hondonadas en lento,
imperceptible movimiento y adquieren finalmente las condiciones de un hielo
cristalino y compacto que avanza en pequeñas lenguas, al favor de la
configuración del terreno, formando cortos, pero verdaderos glaciares o
ventisqueros. Los más importantes de estos glaciares son los que descienden
hacia el Norte y Noroeste y envían el producto de su diaria fusión al Río
Chama. De menor importancia y menor desarrollo son los que se hallan en la
vertiente Sur y Sureste y alimentan tributarios del Río Negro o de Nuestra
Señora. Débese esta diferencia de desarrollo a la circunstancia de que estando
el cielo en aquellas alturas generalmente despejado hasta las 9 o l0 de la
mañana y nublado después, las faldas del Sureste están más expuestas a la
insolación, en tanto que a las mismas horas se hallan las del Norte y Noroeste
protegidas por las sombras de las altas crestas. El pico de La Columna sustenta
tres glaciares en sus vertientes Norte y Noroeste y dos menores por el Sur. Los
primeros los he denominado así: Glaciar
Espejo en la cañada del mismo nombre. Glaciar
de Bourgoin, en la cañada de Los Chorros, al Norte del primero y Glaciar de Karsten el que desagua en la
Cañada Grande. Hacia el Sur se dirijen el Glaciar
Timoncito y otro menor, que le es
contiguo y que el Dr. Blumenthal ha denominado Glaciar de las Hermanas. Los dos primeros de los nombrados son los
más importantes y sus frentes verticales terminan con un espesor de 14 metros a
4480 metros sobre el nivel del mar. Las pequeñas lenguas terminales de los de
Timoncito y Hermanas son menos potentes y sólo descienden hasta los 4700 metros
de elevación, o sea unos 220 metros más alto que el límite inferior de los
glaciares setentrionales. De menor importancia son los glaciares de los otros
picos merideños. En La Concha existen dos, uno bastante extenso que termina a
4520 metros, alimenta las fuentes de la Cañada Grande, y he denominado Glaciar de la Garza, por ser este el
nombre del pico, donde tiene su origen y otro menor que desciende por el Este
hacia la parte superior de la Cañada «Raíz de Agua» o Mucuy y que por esta
razón he denominado Glaciar de Mucuy.
Un poco más importantes y mejor desarrollados, son los de La Corona, e. d.
los que se adhieren a las cimas gemelas de Humboldt y Bonpland. De ellos es el
mayor el que se forma del lado Norte entre los dos picos nombrados y alimenta
con las aguas de fusión de sus dos lengüetas, la llamada Laguna Verde, en las
fuentes de la Quebrada Mucuy, por cuya circunstancia lo ha bautizado Glaciar de la Laguna Verde. Otro, casi
tan extenso como este, es el que he llamado Glaciar
de Sievers, en honor del eminente geólogo que visitó nuestra Cordillera en
1885. Ocupa este glaciar la hondonada entre los Picos Humboldt y Bonpland por
el lado del Sur y desciende hasta los 4700 metros sobre el nivel del mar, donde
termina con un espesor que he calculado en 8 metros, y corren sus aguas
precipitándose en hermosas cascadas por el riachuelo de Chorro Blanco, para
unirse a 3600 metros con el desagüe de la Laguna del Chorro y dar orígen, en el
valle conocido como Páramo de Los Corderos, al Río Negro o de Nuestra Señora,
que rinde su tributo al Chama, ocho kilómetros abajo de la ciudad de Ejido.
De menor importancia son el Glaciar
de la Plazuela que cubre la vertiente meridional del Pico Bonpland y el que
está adherido al Pico Humboldt por el lado del este y da origen a la Cañada del
Hoyo, que es la fuente principal del Río Ticoporo. El último lo he denominado Glaciar de Codazzi, para conmemorar allí
los méritos del autor de nuestra primera carta y texto geográficos.
El Río Negro, o de Nuestra Señora, que nace, como hemos dicho, en los
hielos del Pico Humboldt y es el afluente más importante del Chama,
circunscribe por el Sur, así como el Chama por el Norte, el macizo de la Sierra
Nevada de Mérida, la cual, por esta razón viene a corresponder integramente a
la hoya hidrográfica del Lago de Maracaibo. De esta suerte los glaciares
merideños no contribuyen a la irrigación de la hoya del Orinoco sino con el
producto del sólo Glaciar de Codazzi, por vía de un afluente del Río Apure, en
tanto que todos los demás se hacen tributarios del Chama y por vía de éste del
Lago Maracaibo.
El Pico de la Columna (5.002 Mt.) con el glaciar del
Espejo visto por el Este
Los glaciares que acabamos de describir no tienen ciertamente el aspecto
característico de los clásicos glaciares de los Alpes y el Himalaya. En estas
montañas, la mayor extensióna de la superficie nevada, la magnitud y
configuración de sus cadenas con largas estribaciones y potentes
ramificaciones, han dado lugar a la formación de largos y amplios valles con
escaso declive, que favorecen sobremanera el desarrollo de largas corrientes de
hielo las cuales descienden muy por debajo del límite de las nieves perpetuas y
son características por la estructura de su hielo lleno de grietas ocasionadas,
por el lento movimiento sobre un fondo de variados declives, y bordada su
superficie por canchales (moraines) más o menos voluminosos. Los glaciares de
la Sierra Nevada de Mérida son más bien lengüetas de la coraza general que
cubre las cimas y ocupan por lo tanto depresiones escarpadas que le dan más
bien el carácter de glaciares colgantes (Hängegletscher) o el de las cubiertas
heladas de las altiplanicies alpinas (Hochplateaufirn).
No siempre han sido estas las condiciones glacialógicas de nuestra
cordillera. En el período glacial de los trópicos la extensión que tenían los
hielos en nuestro continente y el de África era mucho mayor. Así lo han
demostrado los trabajos de Güssfeldt y Hauthal en Chile[1], los de Sievers en el Perú[2], Meyer en el Ecuador[3]: y en el África ecuatorial[4] y nuestras propias observaciones en la
Cordillera Andina de Venezuela.
En las poblaciones i sitios habitados cerca de las Sierras Nevadas, tanto
en Venezuela como en los demás países, es voz general que la cubierta de nieve
y hielo de las altas cimas viene sufriendo de algún tiempo una visible
reducción y la observación científica ha venido a comprobar la verdad de este
aserto del vulgo, lo que revela una alteración climatérica reciente, a no ser
que las mismas causas que determinaron la desaparición de los grandes glaciares
del período glacial del pleistoceno subsistan aún y estemos presenciando como
se desarrollan sus efectos. Faltan observaciones fidedignas de los tiempos de
la Conquista y Colonia que nos permitirían averiguar de cuando data la
disminución que tiene observándose de ochenta arios atrás, pero de todos modos
podemos asentar que estamos en un período de constante y progresiva disminución
de la humedad atmosférica y un proporcional aumento de la insolación. A la
misma causa débese, sin duda, la rápida disminución de las vertientes en todo
el país, en muchas partes violentadas artificialmente por la mano del hombre
con desmontes y quemas.
Sievers y otros han tratado de explicar el retroceso glacial con respecto
al pleistoceno, buscando su origen en causas extraterrestres, corno disminución
de la energía calórica del sol etc., pero en nuestro concepto el fenómeno es
una manifestación de la evolución de nuestro planeta, como lógica consecuencia
del proceso de su enfriamento, Mientras la tierra poseía un mayor grado de calor
propio su atmósfera podía sustentar una mayor proporción de vapor de agua. El
sucesivo enfriamento del globo terrestre debió determinar, en el principio, la
condensación del vapor atmosférico en grandes proporciones y su producto debió
elevar, por una parte, el nivel de los lagos y mares y por la otra, debió
cristalizarse en los hielos de nuestros polos y en las altas cimas de las
montañas. Pero como a proporción que se precipitaba la humedad atmosférica,
debió también disminuir la nebulosidad y aumentar consecuencialmente la
insolación, hubo de iniciarse el fenómeno contrario, es decir el deshielo que
aún prosigue i que ha debido producir a más del natural engrosamiento de los
torrentes montañosos, un incremento de la temperatura, que, por supuesto, es difícil
apreciar en el período, relativamente corto, que abarcan las observaciones
meteorológicas.
El retroceso de los glaciares no ha sido continuo; ha tenido sus
interrupciones, durante las cuales hubo nuevos avances del borde helado hacia
los valles, como lo comprueban con toda evidencia las observaciones del resto
de América, ya citadas, y las nuestras propias de la Cordillera venezolana.
Estas intermitencias han sido causa de que algunos glaciólogos, como Penek y
Geikie, proclamasen la pluralidad de períodos glaciales, en tanto que otros
sólo admiten una doble actividad y algunos, como Geinitz, Lepsius, Wilser,
creen que solo debe considerarse un solo período con ligeras intermitencias.
Nuestras propias observaciones revelan que todos los vestigios dejados por
aquel período en forma de canchales, rocas pulimentadas y estriadas por el
hielo en movimiento, corresponden aun mismo período o edad, pero obsérvase
claramente que durante ese período hubo dos momentos de gran actividad y
desarrollo glacial bien definidos, como tendremos ocasión de demostrarlo más
adelante.
El geólogo Sievers, quien visitó a Mérida en 1885 y cuyas observaciones
tanto han contribuido al conocimiento de la constitución geológica de la
Cordillera, encontró mediante observaciones barométricas, que el límite
inferior del rehielo de La Columna se hallaba entonces, por el lado del Norte
(glaciar Espejo), a 4400 metros sobre el nivel del mar[5]. Nuestras observaciones en 1910,
veinticinco años más tarde, demuestran que la coraza del rehíelo (Firn) de
aquella cumbre, ya transformada en hielo de glaciar, termina bruscamente y
cortada a pico a 4480 metros de altura, lo que equivale a un retroceso de 80
metros en los 25 años transcurridos entre una i otra observación. Concuerda
esta observación con las de Meyer en los Andes Ecuatorianos. El pudo comprobar
como los hielos que cubren el interior de la caldera del Altar habían
retrocedido cerca de trescientos metros desde el tiempo de Reiss y y Stübel
(1873) o sea en el transcurso de treinta años. Las observaciones de Sievers, a
que nos hemos referido, fueron ejecutadas en los meses de junio y julio que son
los de mayor humedad y puede que por esta razón estuviese algo avanzada la
línea de hielo y debamos por consiguiente disminuir en algunos metros la
diferencia encontrada. De todos modos, es lo cierto que ha habido un cambio de
nivel en el borde del hielo i nieve de nuestra Cordillera, como por otra parte
lo atestiguan personas de la ciudad de Mérida que nos merecen entera fé.
También parece oportuno advertir que las anotaciones de Sievers y las
fotografías que reproduce en su trabajo “Zur Vergletscherung der Cordilleren
des tropischen Amerika” no corresponden al Pico de La Concha, como él dice,
sino al de La Columna, error de situación que ya hemos explicado en nuestro
trabajo sobre la Orografía de los Andes venezolanos.
El señor P. H. G. Bourgoin, ilustrado profesor de Botánica de la
Universidad meridense, ya difunto y a quien se deben las primeras observaciones
de carácter científico, ascendió en febrero de 1868 a la cima oriental de El
Toro (4672 metros) y en el relato de su excursión, que corre inserto en el No.
5 de la Revista “Vargasia”, leemos: “Teníamos a la vista inmensas masas de
hielo, cuyo espesor calculamos en algunos puntos en que habían grietas en ocho,
doce y hasta diez i seis metros”. El punto a que se refiere Bourgoin se halla
en las cabeceras de la cañada del Alto, por encima del camino que conduce a la
aldea de Los Nevados y fué visitado por nosotros en mayo diciembre de 1910, no
hallando allí remanente alguno del hielo descrito por Bourgoin.
Incuestionablemente que el hielo observado en aquella época era un residuo
del glaciar que en el período glacial llenaba las depresiones meridionales y
orientales de El Toro y ya hemos visto como aquellas masas que aún eran
formidables en 1868 han desaparecido completamente en el corto espacio de
cuarenta y dos años.
No puede comprobarse de igual modo un aumento de temperatura en nuestra
región occidental. Al contrario, al comparar nuestras determinaciones de
temperaturas medias anuales por el método de Boussingault, con las que aquel
sabio practicara personalmente en algunos puntos de nuestra Cordillera,
hallamos más bien una notable disminución, que, por supuesto, no debe
atribuirse sino a imperfección en las observaciones y a caso a una elección
poco afortunada del sitio de observación por parte del viajero francés. A
primera vista se nota que sus temperaturas medias de Trujillo, Mérida y
Mucuchies, únicas que poseemos de él, son excesivamente elevadas. Nuestras
propias observaciones se hicieron en condiciones muy favorables y los
resultados así obtenidos, al compararlos con los medios de largas series
termométricas libremente observadas ala sombra en Mérida, arrojan una completa
conformidad, como lo hemos demostrado en nuestro trabajo sobre la temperatura
media y su distribución.
Véase la
comparación de nuestras observaciones con las de Bussingitult. (Viajes
científicos, pág. 194-195)[6].
Trujillo. Boussingault 1822 alt. - 735- temp. 25°,0 - Jahn 1910 alt. 794- temp 23,5
Mérida. Boussingault 1822 alt.
-1619- temp. 22°,0 - Jahn 1910 alt.
1625- temp 19,0
Mucuchies Boussingault 1822 alt. -2991- temp.
14°,4 - Jahn 1910 alt. 2983- temp 12,8
No habiendo aumentado sensiblemente la temperatura durante los últimos cien
años, ¿a qué causa debemos atribuir la disminución manifiesta de los hielos de
nuestra Cordillera? Ya hemos dicho que a nuestro juicio es la humedad
atmosférica el factor meteorológico que viene obrando este cambio y su
disminución al través de las últimas épocas geológicas es el natural proceso de
la evolución de nuestro globo. Empero esta disminución es muy lenta y apenas
sería perceptible en el corto espacio de tiempo que media entre las
observaciones directas del último siglo. Una causa local ha debido violentar el
natural desecamiento de la atmósfera y este es, a nuestro ver, el incremento de
la agricultura. Los grandes desmontes inherentes a nuestra rudimentaria labor
agrícola han convertido en ereales muchas tierras, antes feraces, del Centro de
Venezuela, como que han producido una alarmante disminución de las aguas
corrientes, disminución que venía acentuándose año por año, hasta que la acción
gubernativa vino a restringir los desmontes y quemas.
En los Andes todavía no se ha hecho sentir esta escasez porque sus fuentes
son muy abundantes, como que tienen su origen en elevados páramos que sirven de
condensadores a los vapores atmosféricos y porque es todavía muy favorable a su
conservación la proporción que existe entre las tierras vírgenes y las que el
brazo del hombre ha conquistado y puesto a su servicio. No obstante, esta
favorable circunstancia, también allí los desmontes han debido favorecer el
lento decrecimiento del porcentaje de humedad atmosférica consecuencial del
enfriamiento terrestre y producir en definitiva un desequilibrio en los
factores climatéricos, a cuyo cargo corre la conservación de la nieve en las
cumbres, lo que en términos de economía equivale a menor producción y mayor
consumo.
Las consideraciones que anteceden nos conducen a esta otra: ¿Cuál ha sido
la extensión que la nieve y el hielo alcanzaron en nuestra Cordillera durante
el período glacial? Este período corresponde al pleistoceno o período diluvial,
cuando ya la evolución orgánica en continua tendencia selectiva de adaptación y
perfeccionamiento había dado como fruto el hombre primitivo.
Las excepcionales condiciones topográficas de Suramérica, con su larga
cadena de nevados que corre desde el undécimo paralelo de latitud Norte al 55°
de latitud Sur, favorecen sobremanera el estudio de los fenómenos
glaciológicos, como en efecto es en nuestro continente donde se ha recojido el
vasto material que ha permitido reconstruir el amplio dominio que los hieles
tuvieron en el período glacial. Se remontan hasta el año de 1829 las primeras
noticias sobre los vestigios de antiguos glaciares hallados por D’Orbigny en la
región elevada del Potosí[7]. Gay, Darwin y Philippi[8] aportaron algunas observaciones de los
Andes chilenos por los años de 1833 a 1862. De los Andes colombianos informó
sobre el mismo asunto el sabio neogranadino Joaquín Acosta en 1851, como
resultado de sus viajes por la Sierra Nevada de Santa Marta y nuestro geógrafo
Agustín Codazzi sospechó la existencia de glaciares activos en la Sierra Nevada
de Cocuí, en Colombia, si bien no hizo observaciones que pudieran comprobar de
una manera absoluta sus sospechas, fijando la extensión que para su tiempo
tuviesen los nevados y glaciares y el mayor desarrollo que hubiesen podido
alcanzar en el período glacial tropical.
Ya para el año de 1870 afirmaba Raimondi[9] que muchos de los valles de los Andes
peruanos presentaban muestras inequívocas de su antigua función como lechos de
grandes glaciares. A los nombres que anteceden tenemos que agregar los de
Simpson y Agassiz[10] quienes en la misma época aportaron un
valioso contingente al conocimiento de los glaciares que albergan los
rocallosos repliegues de la costa de Patagonia. Los trabajos de estos
precursores en la glaciología suramericana alcanzaron poco éxito en su época,
porque, como muy bien dice Sievers en su trabajo “Zur Vergletscherung der
Cordilleren des Tropischen Amerika”, no estaba aún bien confirmada i aceptada
la teoría del período glacial, la que vino a quedar definitivamente establecida
después de concluidos los clásicos trabajos de Torell en 1875 y de Penck en
1882, con respecto a los Alpes y a la parte de Europa que demora al Norte de
éstos. En este último año comienza una nueva era en la exploración científica
de los Andes suramericanos, y como parte muy importante de ésta los estudios
glaciológicos modernos.
Güssfeldt en la Cordillera chileno-argentina, Steinmann en Patagonia,
Hettner en la Cordillera oriental de Colombia, Sievers en la Cordillera de
Mérida y la Sierra Nevada de Santa Marta, fueron los iniciadores de una serie
de nuevas investigaciones que han continuado luego Bracke busch[11], Hauthal i Nordenskiöld en Argentina,
Patagonia i Bolivia, Hans Meyer en el Ecuador, el mismo Sievers en el Perú y
algunos otros, no menos importantes, en diferentes partes del Continente.
Especial mención merecen, por su concienzudo análisis, los trabajos realizados
en 1903 por Meyer en los altos volcanes del Ecuador, los de Steinmann, Hoek y
Bistram en los años de 1903 i 1904 entre los paralelos 17° i 22° Sur[12] y los de Sievers en el Perú[13] y Hauthal en Bolivia[14]. Todos estos exploradores llegaron a la
conclusión que durante el período glacial hubo una doble actividad glacial, o
sea do períodos de máxima extensión, resultado que concuerda plenamente con
nuestras propias observaciones, como lo demostraremos más adelante.
Concretándonos a Venezuela, podemos decir que fué Sievers quien hizo las
primeras observaciones glaciológicas, ya que Codazzi, su predecesor en la
Cordillera, no menciona sino muy superficialmente la existencia de nieve en
aquella región y ninguna referencia hace a la extensión que esta pudiera haber
alcanzado en otra época, ni menciona siquiera la existencia de hielo y mucho
menos de glaciares. El doctor Sievers visitó la Cordillera en 1883. El
resultado de sus investigaciones geológicas se halla expuesto en su obra
titulada «Die Cordillere von Merida» y en las páginas 163 a 166 están
contenidas sus escasas observaciones glaciológicas, las cuales se limitan a la
discusión y determinación del borde inferior de las nieves perpetuas en la
vertiente setentrional del Pico Columna que él confunde con La Concha.
Refiriéndose a los vestigios del período glacial, dice: «no he podido hallar
pruebas de una mayor actividad glacial en épocas anteriores, pero existen
algunos indicios de que estas puedan presentarse, cuando se haga un estudio más
detenido de la región elevada de la Cordillera; así p. E. obsérvase al pié del
pico Concha (léase Columna) una depresión rocallosa que tiene todo el aspecto
de haber sido antiguamente el lecho de un glaciar. También debo observar que
las formas de los nevados de Mérida y Santo Domingo son en extremo abruptas y
denticulada. Agujas, torres, cuernos, cuchillas y murallones son las formas
características de sus cumbres y este mismo aspecto ofrecen en gran parte las
otras cordilleras que alcanzan la altura de 4000 metros, en especial las
Sierras de Mucuchíes, la cordillera de La Culata y los Conejos, los Páramos de
Pueblo Llano y Tuñame, la Teta de Niquitao y otros. Este carácter agreste
comienza a los 3800 metros de elevación y contrasta notablemente con las formas
redondeadas, pulimentadas y niveladas de las estribaciones que se mantienen por
debajo dedos 3800 metros. Este contraste es tan marcado que ya a distancia
permite apreciar la altura aproximada de las cadenas y esto es tanto más
notable cuanto que las rocas son de idéntica constitución arriba y abajo de la
línea de 3800 metros. Siéntese uno tentado a buscar la causa de esta diferencia
en la actividad de los hielos que ha logrado cortar y disgregar la parte alta
de las montañas más profundamente de lo que podría hacerlo la'.a acción del
agua».
La minuciosa exploración de la región elevada de la Cordillera, recomendada
por Sievers, fue uno de los objetivos de nuestra expedición científica de 1910
a 1912. Recorrimos y medimos escrupulosamente las cumbres de Mérida, Santo
Domingo, La Culata, Mucuchies, Apartaderos, Niquitao etc. y nos ha tocado en
suerte descubrir los indicios ciertos e indiscutibles de la antigua acción
glacial que Sievers sospechara, pero que ninguno de nuestros predecesores en
aquella parte había observado. El mismo Sievers pasó por sobre canchales i
lechos de los antiguos glaciares pleistocénicos sin darse cuenta de su
presencia y de su importancia. Es curioso como, al describir la diferencia de
formas de las hondonadas i valles superiores, atribuye al hielo la acción
erosiva que se manifiesta en las crestas denticuladas, cuyas agudas formas
tanto contrastan con las redondeadas de la parte inferior, cuando en realidad
son las faldas de rocas pulimentadas i redondeadas las que deben su forma a las
grandes masas de hielo que sobre ellas descansaban i se movían en el período
diluvial, y las crestas denticuladas son obra de la nieve que penetra en las
grietas de los estratos, se funde bajo los rayos del sol i al congelarse en las
noches, aumenta de volumen i disgrega las rocas a manera de poderoso explosivo.
De modo que, aunque ambas formas erosivas son de origen glacial, las
redondeadas i pulimentadas que se observan en las hondonadas y valles
superiores son las que directamente han sido modeladas por el hielo de los
antiguos glaciares. En todos los vallecitos y cañadas que se hallan arriba de
3500 metros de altura se observan las formas características designadas como
“roches moutonneés” y rocas pulimentadas y estriadas algunas de ellas. El
indicio de la acción de los hielos del pleistoceno se extiende en estos valles,
en sentido transversal hasta los cien y a veces hasta los ciento cincuenta
metros de altura, de suerte que esta medida representa el mayor espesor que
llegó a tener la antigua corriente de hielo. A partir de esta altura aparecen
las formas agudas y denticuladas de que ya hemos hablado y cuya disgregación
continúa en nuestra época, gracias a la infiltración de agua y nieve que suele
congelarse en las grietas. El límite de estas dos zonas, la antiguamente
ocupada por el glaciar i la superior que suministraba. el material de los
canchales, está representado por una línea que se extiende paralelamente al
fondo por ambas faldas que cierran los valles, a una altura que varía, como es
natural, según la mayor o menor extensión del valle i consiguiente desarrollo
que debió tener el glaciar en el período diluvial.
El material de detritus y rocas que estos glaciares transportaron hacia el
fondo de los valles fue acumulado en el término de aquellos, en forma de
canchales laterales y frontales que el tiempo ha cubierto de tierra y
vejetación y que, donde no se han conservado en su primitiva forma, circundando
lagunas mis o menos grandes, generalmente enclavadas entre 3500 a 3600 metros
sobre el nivel del mar, como residuos a su vez del glaciar desaparecido, ha
sido arrastrado por las aguas y ha rellenado los valles hasta la considerable
altura de 150 metros. Estos rellenos han sido luego cortados por la acción de
los ríos y quebradas y los espacios qué se han mantenido intactos entre unos y
otros constituyen las clásicas mesas
de nuestra Cordillera.
Mapa La Sierra Nevada
A.
JAHN.
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