lunes, 1 de agosto de 2011

Capítulo 1 de la Historia de Mérida


 


















Mérida y la Sierra Nevada (Autor: Anton Goering)

LIBRO PRIMERO

 DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA
 
CÁPITULO PRIMERO

LOS ABORÍGENES

Los Timoto-Cuicas
Los aborígenes venezolanos o sea los primitivos moradores de nuestro país, formaban grupos limitados y aislados unos de otros. Estas parcialidades se hallaban ubicadas señaladamente, en las montañas, en las llanuras y en las selvas.
Se organizaban, por lo general, de manera muy sencilla, en comunidades integradas por grupas familiares o clanes.
Estas tribus eran independientes las unas de las otras, sin clara unión social, cohesión polaca ni uniformidad cultural, punto que los diferenciaban de los mayas, aztecas, incas y chibchas.
Si en base a los progresos del hombre primitivo separamos a la prehistoria en los dos grandes períodos de salvajismo y de barbarie, podríamos afirmar que todos los aborígenes a excepción de los que habitaban en la cordillera merideña, arbitrariamente denominado Timoto-Cuicas, vivían en la etapa del salvajismo, caracterizada por la recolección la caza y la pesca, una agricultura primita de conucos y la agrupación en clanes y conglomerados tribales. 
Los llamados  Timoto-Cuicas, que seria mejor denominar Chamas o Tatuyes cuando llegaron los españoles, se encontraban en el  período inicial de la barbarie, fase más evolucionada que el salvajismo, puesto que eran hábiles ceramistas , cultivaban la tierra por el sistema de terrazas o andenes ,conocían el oro , se aplicaban a la orfebrería. Tejían vestidos, mantas de algodón construían casas de piedra, trazaban caminos, existía en ellos un intento de confederación de tribus, poseían santuarios para adorar a sus dioses enterraban a sus muertos.
Marcadamente diferentes de los aborígenes serranos eran los Caribes de las costas: tribus belicosas que se desplazaban por el mar al cual le dieron su nombre, hacían incursiones tierra adentro para asaltar poblaciones pacíficas. Robar, asesinar, raptar mujeres esclavizar hombres, niños. Los Caribes eran altos, arrogantes inteligentes y robustos, así como también racistas. Su grito de guerra era: Ana carina rote. Amucón paparoro itoto que significaba: Sólo el Caribe es hombre. Todos los demás son sus esclavos. Eran algo así como los nazis de su tiempo. Practicaban el canibalismo con los prisioneros, cultivaban labranzas pequeñas y humildes denominadas conucos, talando, quemando para sembrar, y algunos eran excelentes pescadores.
A la familia Caribe pertenecieron entre otras tribus algunos grupos indóciles del Bajo Orinoco, los Cumanagotos, Tamanacos, Caracas y los Motilones y Bobures de las costas lacustres meridionales del Coquivacoa, en el piedemonte y las ciénagas que limitaban con la región de las Sierras Nevadas.
Cristóbal Colón, quien creyó en sus descubrimientos haber llegado a Las Indias, los llamó genéricamente indios. Así los denominaron los conquistadores españoles y por ende los colonizadores y los neo-colonizadores. E igualmente los seguimos denominando todavía nosotros actualmente, sin caer en cuenta del equívoco que cometemos.
Al continente que los aborígenes habitaban se le designó impropiamente América, para reconocer los méritos del navegante florentino Américo Vespucio, quien visitó varias veces el Nuevo Mundo descubierto por Colón.
Americanos llamaron los españoles a sus hijos nacidos en el nuevo continente, los criollos; y americanos se bautizaron también a sí mismos los hijos de los colonos ingleses que poblaron lo que hoy constituye la Gran República del Norte o Estados Unidos de América; pero los aborígenes, para unos y para otros, ya fuesen los temibles pieles rojas o los incas imperiales, siguieron siendo ‘los indios”, término peyorativo que aún se usa con este sentido. A las expresiones de Hispanoamérica, Iberoamérica y Latinoamérica con las cuales ha sido denominado el vasto territorio comprendido entre México, al Sur del Río Grande y la Patagonia, algunos núcleos intelectuales y políticos compenetrados con el “indigenismo” acuñaron hacia 1920 la palabra Indoamérica, que pretendió reivindicar los valores del pasado aborigen, etnicos culturales.
El término tuvo eco y resonancia en Mérida en 1938, cuando un italiano nacido en la Isla de Elba, el poeta Antonio Spinetti Dini, quien llegó muy niño a tierras venezolanas, fundó en compañía del editor Antonio M. Díaz una revista denominada precisamente Indoamérica en la cual colaboraron prestigiosas firmas del continente.
Actualmente existe en Venezuela cierta corriente histórica de nuevo cuño, que podríamos llamar Neoindoamericana que sin tratar de rescatar los valores culturales de los aborígenes venezolanos -que nunca fueron notables- pretende cuestionar el descubrimiento la conquista a cuatro siglos de distancia.
En ellos está presente un ánimo de controvertir legados como el idioma castellano: la religión cristiana, la cultura occidental; pero prefieren el brandy español a la chicha, la marihuana al chimó y sueñan con pagas vacaciones en Madrid, París y Roma.
Esta posición, por nada ecléctica y que trata de resucitar la Leyenda Negra para anteponerla a la Dorada, tesis quizás ya superadas, es mantenida por estudiosos y estudiantes que no pueden tildarse de ser descendientes auténticos de los aborígenes venezolanos, puesto que sus apellidos y rasgos físicos denuncian casi siempre la ascendencia española y portuguesa o las raíces africanas, en el mejor de los casos.
Según las investigaciones arqueológicas de que disponemos, parece ser que los primeros pobladores del territorio venezolano se aposentaron hace unos 17.000 años. Algunos de ellos descubrieron la agricultura y se hicieron sedentarios, otros más siguieron nómadas para vivir de la recolección de frutas y raíces silvestres y de la práctica de la caza y la pesca.
Hablaban muchos dialectos y tenían una organización simple y colectiva, donde no existían ni la propiedad privada ni las clases sociales; cuando más, un jefe o cacique y un sacerdote-médico o piache.
Mil años antes de Cristo, migraciones de aborígenes procedentes de la Gran Cordillera de los Andes, agricultores por lo general de hábitos tranquilos, se establecieron en los valles serranos, en las riberas de los ríos torrentosos y en las laderas parameñas al socaire de los gélidos vientos, en el territorio que hoy denominamos el Estado Mérida. Estos, como ya lo hemos insinuado, fueron los Chamas o Tatuyes.
Coincide pues, el poblamiento  de los Andes venezolanos con el desarrollo de la Ciudad de Alba Longa, capital del Lacio, sede mítica de los doce reyes antes de la fundación de Roma.
No se han puesto de acuerdo los sabios sobre el origen de los primitivos habitantes de América.
Algunos de ellos hipotetizan que vinieron del Norte de Asia, pasando el Estrecho de Behring, istmo entonces muy fácil de atravesar. Otros presumen que llegaron de China a las costas de California, y después de establecerse penetraron en el interior del país. Hay quienes juzgan que los primeros americanos procedían del litoral mediterráneo africano a través de las costas del Brasil, Y ciertos autores aseveran que arribaron de Australia o la Polinesia y encallaron en las playas del Pacífico americano.
Florentino Ameghino, ilustre paleontólogo argentino defendió, en 1907, el origen americano del Hombre.
La proeza del Kon-Tiki y las dos travesías del Ra en los tiempos actuales, demostraron que la navegación entre las costas del Perú y la Polinesia, y entre la ribera occidental del África y las Antillas menores fueron posibles en embarcaciones primitivas y rudimentarias.
Sobre la vida de los primigenios habitantes de la cordillera merideña se ocuparon, especialmente, los investigadores Tulio Febres Cordero, José Ignacio Lares y Julio César Salas. Recientemente, el profesor Andrés Márquez Carrero se dedica con celo, pasión y éxito al mismo asunto.
Cuando los conquistadores españoles llegaron al territorio de las Sierras Nevadas se encontraron a varias tribus. Entre las más numerosas sobresalían los Timotes y los Mucuchies. Los contornos de nuestra actual Mérida estaban ocupados por pequeñas agrupaciones asentadas en las márgenes de los ríos Chama, Mucujún, Milla y Albarregas. En las riberas del Mucujún vivían los mucujunes, mocanareyes y macaquetaes; los tateyes en el valle surcado por la quebrada de la Pedregosa; los chamas y guaruníes en las orillas del Chama: y los tatuyes moraban cerca de los ríos Albarregas Milla
Estaban mediatamente influenciadas por los Chibchas de la hoy Colombia, como también acontecía con las parcialidades de toda el área Chama Tatuy de la región de los Andes Venezolanos.
Se dice que los moradores de las riberas del Mucujún, Milla, Milla y Albarregas eran de baja estatura, brazos y piernas cortos, cráneo de mediano tamaño, cabello negro lacio, frente estrecha, barba lampiña, pómulos salientes y color de la tez broncíneo.
Cultivaban la yuca dulce, el maíz con el cual confeccionaban la espírituosa chicha y la nutritiva arepa, la papa y otras plantas alimenticias autóctonas como los frijoles, quinchonchos y tisuríes, arracachas, malangá, auyamas, zapallos, ajíes, piñas, chirimoyas y guanábanas.
Conocían el tabaco, con el cual preparaban el chimó: el cacao para preparar una bebida llamada chorote y posiblemente el aguacate o curo.
Empleaban el riego, cultivaban en andenes en las laderas de las montañas con notable sentido ecológico y almacenaban sus alimentos en silos de tierra.
Cultivaban y tejían el algodón para fabricar mantas y se alumbraban con velas hechas con la cera vegetal del incinillo.
Domesticaron aves como el paují, las tórtolas, la guacharaca, la pava de monte, pájaros canoros y otros animales como el picure y el acure o curi,
El régimen vegetal predominaba en su alimentación, ya que salvo que un cazador cobrara un venado, un báquiro, un conejo parameño o un rabipelado o faro, y los acures que criaban prolíficamente en sus casas, la carne para ellos era casi desconocida, En pocas palabras, como tampoco sabían ni de leche, ni de quesos, huevos y grasas hacían una dieta pobre en proteínas y lípidos, pero muy rica en féculas desde todo punto de vista monótona, por que tampoco consumían hortalizas.
Construían sus casas de piedra y bahareque, con techo de paja, y vivían en pueblecillos, formados por numerosos bohíos alrededor de un espacio abierto a guisa de plaza.
No eran expertos en labrar metales, aunque sí las piedras que usaban como amuletos, y se dedicaban a la canastería y la cerámica.
Fabricaban ídolos de barro cocido y piedra para representar a sus deidades; eran poco dados a la música y de vez en cuando celebraban extrañas ceremonias rituales que se caracterizaban por pantomimas y danzas.
Fama tenían de haraganes, y tiranos con sus mujeres, a quienes obligaban a realizar los deshierbos de las sementeras y la recolección de cosechas, como si ellas fueran bestias de carga.
Carecían de lenguaje escrito y desconocían la rueda.
Sus armas eran la lanza, el arco y la flecha y la macana, especie de porra de madera durísima con la cual descalabraban un enemigo.
La fonética y la etimología de la ortología aborigen andina ha presentado para los estudiosos muchas dificultades, ya que las voces fueron transmitidas a los españoles viciadas, y además poseían en sus dialectos sonidos que no podían expresarse cabalmente en castellano. En los dialectos de la Cordillera faltaban letras como la l, la g, la ch fuerte, la d y la j.
La numeración que usaban era decimal, basada en los dedos de las manos y los pies. Los más torpes apenas contaban hasta siete, los otros podían hacerlo hasta veinte, empezando por el meñique de la mano derecha y terminando con el dedo gordo del pie izquierdo.
Los aborígenes andinos más evolucionados podían contar hasta mil, empleando el sistema decimal.
Al número uno le decían cari, al dos hen, al tres hishut al cuatro pit. al cinco cahoc, al seis capsín. al siete maihen, al ocho maihishut, al nueve maipit : al diez tabis. El once era, por supuesto tabís-carí, el doce tabís-hen, al trece tahís-hishut, el quince tabís-caboc, el veinte hen-tabís o sea dos dieces, el veintiuno hen-tabís-carí, el treinta hishut-tabís o tres dieces, el cuarenta pit-tabis, el cincuenta caboc-tahís, el cien tabis-tabis, el quinientos caboc-tabís-tabís y el mil tabís-tabís-tabis.
La población aborigen de Tierra Firme o Venezuela, en el momento de llegar los españoles ha sido estimada en unos 300.000 habitantes. Muy pocos en verdad si los comparamos con los súbditos del Imperio Incaico que englobaba veinte millones de almas,
La guerra de conquista, el arrasamiento de las poblaciones y el exterminio por medio de las armas de fuego y los perros amaestrados, hizo huir a las tribus sobrevivientes a lugares apartadísimos donde no pusieron el pie los conquistadores. Los que se sometieron sumisamente se diluyeron y desaparecieron en el crisol del mestizaje.
Las comunidades indígenas venezolanas actuales están circunscritas a los territorios Amazonas Delta Amacuro y a sitios recónditos de los Estados Zulia, Apure, Bolívar, Anzoátegui, Sucre y Monagas. No deben superar los cien mil habitantes. Son ciudadanos de segunda clase, primitivos y pobres, marginados y olvidados hasta por quienes pretenden defenderlos y reivindicarlos desde la comodidad de las ciudades. (Publicado con permiso del autor).