martes, 23 de mayo de 2017

Mitos, Leyendas y Embustes (Enasayo Historicos) Dr. Carlos Chalbaud Zerpa



EL TÍTULO DE LIBERTADOR
Dr. Carlos Chalbaud zerpa

Bolívar genial y predestinado se dio a sí mismo el título de Libertador mucho antes que merideños, caraqueños y angostureños conociesen al guerrero vencedor
El hecho ocurrió en Cúcuta el 18 de mayo de 1813 al comienzo de la llamada Campaña Admirable, cuando en carta que le dirigió al Presidente de la Unión Granadina Camilo Torres, le confesaba la plena convicción qué tenía de su misión, su voluntad inquebrantable, su fe ciega en el destino: y se autodenominaba libertador, aunque al dirigirse a sus soldados, que bien lo conocían, les decía:” corred, a colmaros de gloria, adquiriendoos el sublime renombre de libertadores de Venezue1a”
El 23 de mayo del mismo año, por instancia del Dr. Cristóbal Mendoza, enviado anticipadamente por Bolívar a Mérida para hacerse cargo de la Gobernación Provincial, al hacer su entrada a la ciudad, fue aclamado por pueblo y tropas con la denominación de libertador. Luego, el 14 de octubre, en Caracas, el Ayuntamiento en asamblea abierta y presidida por el mismo Dr. Mendoza quien había volado a la capital, le confirió el epíteto d Libertador de Venezuela. Todo esto no era sino un formulismo Institucional para adelantarse a las justas pretensiones del Gral. Santiago Mariño, quien para entonces había libertado el oriente del país.
Por otra parte, varios meses antes en sus proclamas a los valerosos meridanos fechada el 8 de junio en Mérida y la dirigida a sus conciudadanos venezolanos firmada en Trujillo el 15 del mismo mes, en las cuales le declara a los españoles y canarios la Guerra a Muerte, se titula por cuenta propia: “Simón Bolívar, Brigadier de la Uni6n, General en Jefe del Ejército del Norte y Libertador de Venezuela”.
Sin embargo, utilizó el título con parsimonia y según las circunstancias, puesto que las tropas orientales eran decisivas para la Independencia de Venezuela y habían aclamado a Mariño como su Libertador;
Solamente siete años más tarde, en l820, cuando el general oriental ya no constituía un rival peligroso y el Gral. Piar había sido fusilado, el Congreso Constituyente reunido en Angostura, le otorgó por decreto el título oficial de Libertador, para que lo usara en todos los despachos y actos del Gobierno, anteponiéndola al de Presidente, y que conservaría como una propiedad de gloria en cualquier otro destino, y en el retiro mismo de los negocios públicos.
Para aquella época el Dr. Cristóbal Mendoza era uno de sus consejeros y de los más eficaces colaboradores del Correo del Orinoco.
¿Cómo era físicamente?
“Si en los tiempos actuales se nos fuera dado topar en la calle con el Libertador redivivo, escribe don Alfredo Boulton, autor de la obra Los Retratos de Bolívar, no lo reconoceríamos. Pasaríamos a su lado como lo hacemos junto a un desconocido. Pocos sabrían quién es. Puede que sus ojos—la mirada—nos sobrecogiesen; pero no acertaríamos a distinguir en ese hombre de paso presuroso, de rasgos finos, de tez quemada, de pelo crespo, de frente alta, de mirar vivo, de nariz recta, de talla baja, de manos chicas, de voz aguda, de talle breve, de gesto pronto, al sin par hijo de Caracas. Tenía las mejillas hundidas, los pómulos prominentes, la boca delgada, el mentón levemente prognático, los pies pequeños y los ojos castaño oscuro. Medía apenas 1.67 mts,
Su estatua ecuestre, en la plaza que lleva su nombre que es el Bolívar de todos— en nada le corresponde, excepto el estar colocada en su sitio propio;
De verla, se preguntaría el mismo Libertador— ya sin sorprenderse— si es así como tan escasamente le conocemos, Pero este es el Bolívar “que quieren los venezolanos: lleno de gloria, triunfante siempre en los momentos estelares de su vida”. El Bolívar de la moneda, el Bolívar de los billetes de banco -idealizado o caricaturizado-, el Bolívar de Tenerani en el Panteón, el Bolívar de las litografías en las oficinas públicas, el busto que distingue todas las plazas principales en los pueblos de Venezuela, el Bolívar erigido en la cumbre máxima de la Sierra Nevada y los adefesios exhibidos en el Salón de Sesiones: del Concejo Municipal de Mérida y en el Salón de Recepciones del Palacio de Gobierno, así como los retratos que presiden el Aula Magna y el Paraninfo de la Universidad de Los Andes, nada tienen que ver con la verdadera efigie del Padre de la Patria.
“Su verdadero rostro, como frecuentemente sucede con los grandes hombres, añadirá don Alfredo, ha sido deformado al popularizarse, lo que en gran parte se comprende por la falta de una bien disciplinada iconografía y por haberse copiado indiscriminadamente, de modo desordenado, aún durante su vida, retratos carentes de veracidad fisonómica”.
Las referencias de su semblante dejadas por sus coetáneos rara vez coinciden. Es imposible tomarlas seriamente de guía por carencia de uniformidad. Salvo algunos detalles generales que no pueden escapar, es peligroso atenernos a ellos, por no saber de cuál fiarnos más.
Por fortuna, aún subsisten referencias iconográficas originales donde hallamos sus genuinos rasgos— su verdadero rostro— , son pocas pero existen.
Pero el Bolívar que gusta a los venezolanos es el del medallón de David de impronta napoleónica, o el de Canónica de factura cesárea o el neoclásico decadente y de muy mal gusto de Tito Salas, que exorna las paredes de la Casa Natal y el Panteón Nacional
Otro aspecto, poco conocido, del rostro de El Libertador es que casi durante toda su vida usó grandes patillas y largo bigote pero ningún venezolano nos aceptaría un busto de Bolívar de cara larga, mejillas hundidas, cabello abundante atado atrás con una cinta y enormes mostachos.
Estamos acostumbrados a un Bolívar rozagante, como el de los billetes de cien bolívares, de cabello corto, lampiño, de casi dos metros de talla, tal como también aparece en los oleos posteriores a su muerte pintados por Carmelo Fernández, M. Tovar y Tovar, Carlos Otero, Paulín Guerin, Arturo Michelena y Bernal Acevedo.
Quizás el mejor retrato del Libertador existente, y el más parecido, sea el del artista mulato peruano José Gil de Castro, ejecutado del natural en Lima, en 1825, cuando Bolívar se afeit6 el bigote porque comenzaba a encanecerle.
Tenía entonces 42 años de edad; y acerca de aquel cuadro-que se halla en el Palacio Federal de Caracas-el propio Libertador dijo: “retrato mío hecho en Lima con la más grande exactitud y semejanza”.
El óleo fue traído a Caracas desde la capital del Perú, en 1826, por el pícaro Antonio Leocadio Guzmán. Era un regalo del Libertador para su hermana María Antonia Bolívar de Clemente. Los sobrinos del Héroe, Pablo Secundino y Josefa Clemente, lo cedieron en 1877 al gobierno de Guzmán Blanco, para la inauguraci6n del Palacio Federal; desde entonces allí cuelga en sitio de honor.
Esta quizás sea la verdadera efigie del Libertador. Es la que aparecía en el billetico de cinco bolívares, bastante desgarbada por cierto’.
Révérend, Médico Abusivo
Se han empeñado los biógrafos de Bolívar, salvo algunas excepciones, en insistir en que el ciudadano francés Alejandro Próspero Réverend asistió, en calidad de facultativo, al Libertador en su última enfermedad, era doctor en medicina. Révérend cuidó a Bolívar con mucho altruismo y mucha generosidad, pero con pocos conocimientos científicos porque no era médico. Incluso se ha dicho que con sus vejigatorios cáusticos en la nuca, purgantes, linimentos vesicantes, narcóticos y pequeñas dosis de quinina le aceleró la muerte.
Es falso que Révérend como lo han afirmado biógrafos e historiadores— haya estudiado medicina y cirugía en Paris y asistido alguna vez a las lecciones del célebre cirujano Dupuytrén.
Doctor es la persona que ha recibido el ultimo y preeminente grado académico que confiere una universidad u otro establecimiento autorizado para ello; y médico es aquella que se halla legalmente autorizada para profesar y ejercer la medicina, después de cursar la carrera respectiva. El Sr. Révérend no era ni una cosa ni la otra, y ni siquiera boticario.
Porque El Libertador, la más grande y tal vez la única figura de América española con derecho propio para aparecer en la Historia Universal, no tuvo en sus últimos momentos ni siquiera un médico de cabecera; la ingratitud de los pueblos, que con su verbo y su espada había emancipado, hizo que muriese pobre y abandonado.
Anciano y achacoso, con una luenga barba blanca y una medallita cosida a la solapa, nos presentan en los libros de Historia Patria a Alejandro Próspero Révérend; aunque el Révérend que asistió al Libertador en sus postreros días, su agonía y muerte, era un hombre joven y vigoroso para entonces, de apenas 34 años de edad, de quien no se sabe cómo encalló en las playas de Santa Marta ni cómo ejerció la profesión de médico sin la preparación ni las credenciales necesarias.
E]. Prof. Dr José Izquierdo, quien fuera catedrático emérito de anatomía de la Universidad Central de Caracas, se ocupó con mucha seriedad del” asunto Révérend”, para enardecer la insubstancial patriotería de más de un escritor bolivariano.
A principios del año de 1963, con motivo de un coloquio proyectado en Bogotá en honor de Révérend, el profesor Izquierdo envió a la Academia Colombiana de Medicina los certificados de los institutos de enseñanza médica francesa que pudieron haber impartido a dicho señor la autorizaci6n para ejercer la medicina en su país de origen; certificados todos negativos porque en ninguno de los respectivos archivos figuraba el nombre del facultativo investigado. Ello demostraba de modo evidente que Révérend era un simple aficionado o curioso, a lo cual el Prof. Izquierdo atribuía la muerte intempestiva del Libertador mediante la imprudente aplicación de seis vejigatorios en el breve lapso de seis días.
Aquellos certificados le fueron devueltos por la Academia al Profesor Izquierdo abruptamente, sin explicación ni referencia alguna; incalificable descortesía subordinada seguramente al factor pasional que ha intervenido para la exaltación profesional de Révérend a despecho de cuantas circunstancias puedan menguarla. Este mismo factor induce a pregonar fábulas que poco o nada favorecen la memoria del Libertador.
El valor de los susodichos certificados fue tácitamente reconocido entonces por la Academia Colombiana, pues ellos bastaron para la insólita suspensión del proyectado ’simposio” referente a Révérend.
Pero algo más también había ocurrido.
Cuando los pocos amigos fieles que acompañaban al Libertador en la Quinta San Pedro Alejandrino intuyeron la impericia y el ejercicio abusivo de Révérend, escribieron al gobernador de Jamaica para que despachara prontamente un buque con un médico inteligente que suministrase todos los auxilios al general Bolívar. Los ingleses enviaron prontamente la embarcación La Blanche que traía al doctor Michel Clare y al comodoro Farguhar, jefe de la escuadra; pero lamentablemente la fragata que llevaba a bordo aquel médico tan distinguido y de considerables conocimientos, arribó a Santa Marta el 20 de diciembre, cuando ya Bolívar había muerto.
Más recientemente, en una mesa redonda sobre la enfermedad y muerte del Libertador, el Dr. Marco Tulio Mérida, Miembro Correspondiente de la Sociedad Venezolana de la Historia de la Medicina, en 1980, ha llegado también a la conclusión de que Révérend no fue médico titulado, ni cirujano y quizás tampoco lo que se llama oficial de salud, aunque tenía ciertos conocimientos de medicina y farmacia, profesión esta última a la que estuvo vinculado en Jamaica y Santa Marta.
Révérend jamás intentó revalidar un supuesto título de médico, cirujano o de profesión similar ante autoridades universitarias.
Los documentos y pertenencias personales de Révérend, aparte de ser escasos, no revelaron ninguna vinculación con corporaciones académicas o universitarias, ni títulos o certificados probatorios de que hubiese cursado estudios; tampoco poseía instrumental médico, ni libros de medicina; sólo libretas con anotaciones.
En su acta de defunción no se le señala profesión u oficio conocido y lo más probable es que, ante la carencia de médicos en la desolada Santa Marta de aquellos tiempos, era un típico caso de intrusismo profesional y se atrevió hasta efectuar la autopsia de Bolívar.
Lo cierto es que el Congreso de la República de Venezuela le negó, en su tiempo, el titulo por él solicitado de Cirujano Mayor ad-honorem por inexistencia de documentación necesaria para probar su condición de médico, actitud que también asumió la Facultad Médica de Caracas,
Y como cosa muy importante, el médico más famoso de Venezuela en aquella época, renovador de los estudios en el país, el Dr. José María Vargas, ante su “colega”, a quien conocía, mantuvo siempre un silencio elocuente y por demás extraño.
Sin embargo, la condición de no ser médico y su intrusismo abusivo e indocto, no disminuyen los méritos humanos del personaje, quien con interés, dedicación, solicitud y bondad asistió en sus últimos días al Padre de la Patria.

BOLIVAR EN MERIDA DR JUAN DE DIOS SANCHEZ. 23 DE MAYO DE 2012



BOLIVAR EN MERIDA

DR JUAN DE DIOS SANCHEZ.
23 DE MAYO DE 2012

Es muy intensa la emoción y la alta responsabilidad y respeto que siento por la calificada audiencia que ha venido a testimoniar con su presencia que aquellos sucesos, magníficos y esenciales que tuvieron lugar hace ciento noventa y nueve años, en la culta urbe emeritense tienen vigencia que asombra y profundidad que compromete mucho más a los hombres y mujeres de esta tierra esencial para mantener el ritmo de la acción, la búsqueda constante de una clara identidad con aquellos sucesos que marcaron honda huella en el tiempo y para manifestar , a la luz de los más completos y extremos análisis de la conducta humana, una persistente cercanía a su dimensión y a su grandeza .
Somos una magnifica proyección de la tierra, de las hondas y queridas leyendas que a lomo de las más las altas montañas mantienen por siempre viva la esencia de lo andino , de lo nacido del diario andar por las altas cumbres que nos ha mantenido vivos la cadencia inconfundible del lenguaje, nuestras maneras plenamente calcadas de las cosas que nos dictan los ventisqueros en las alturas y que se han convertido en nuestro código secreto que nos afirma y proyecta , en medio de la intensa mutación que se hadado en el país, como una reserva básica de lo nacional, de lo que sentimos, de lo que somos.
Por eso en esta mañana luminosa del mayo merideño pensamos en las cosas que más nos animan y más nos alientan. Sentimos que, ubicados frente a un paisaje de siglos, de centurias vividas a la luz de las cumbres camina un hombre que trae en su mente la fuerza de un recuerdo. Sonríe el hombre y avanza sin prisa pero sin pausa sintiendo como íntimo y propio el poder construir recuerdos como una valiosa posesión de su alma y de su tiempo. Es el amor en verdad el que lo trae por la tierra de siempre. Sabe que ama este paisaje que nunca podemos olvidar aunque vengamos por horas a mirarlo , que siente estos parajes, estas lejanías y que cada vuelta del ondulado camino le devuelve a siglos de memoria, hazañas llevadas a lomo de caballo venciendo altas serranías pero le trae también la huella de aquellos seres que ama, quienes nunca se treparon a un alta caballo de guerra pero que supieron mantener encendido el rescoldo de amor nos ha dado como resultado este tiempo, esta hora y estos hombres y mujeres que se reúnen a la sombra augusta de la Academia de la Historia para advertir que somos y seremos siempre una tierra, un refugio para el amor, para la paz, para los acontecimientos inalterables que unen hombres y paisajes, que reubican silencios, lejanías, cerros azules cuando los vemos a lo lejos, casa con tibios ambientes y miradas francas. Fuerza y mansedumbre, lealtad y compromiso, decisión y esperanza, hechuras y esperas y actitudes para crear, vivir en paz, amar y soñar bondades y firmezas.
Hermosa ocasión para advertir que a Mérida en la fuerza intensa de su realidad no se le puede buscar muy lejos. Al contrario Mérida se te mete en el alma porque Mérida la de Venezuela, nuestra Mérida sin hipérboles es una creación de Dios pura y simplemente. Ella vale la pena en toda la extensión de la palabra y vivirla aun con los problemas que la aquejan, con la fuerzas de la naturaleza que a veces quieren avasallarla, con la conducta de algunos de sus servidores, de sus hijos, de sus responsables, vale la pena todo el amor, todo el esfuerzo, toda la querencia y todos los propósitos de bien, de paz, de bienaventuranza de que seamos capaces de sentir y de hacer los que por ella hablamos, vivimos, amamos y luchamos.
Tenemos villorrios en Mérida de recia estirpe y de altiva cuna, de progreso y de paz, de realizaciones. Multiplicados por todos los caminos escuelas e institutos de diversos niveles de enseñanza dan la nota cierta de un porvenir muy grande. Las tradiciones que forman la esencial atadura de todos nosotros a la tierra esencial que enseña, ama y sufre mantienen su pureza, su fortaleza que anima el silencio de las calles de piedra, la vida que se refugia y ampara en las casas de paredes blancas. Todo en una magnifica simbiosis admirable de tiempos, angustias, emociones y sueños porque Mérida es un signo del tiempo traído desde lo más hondo de España y reproducido aquí en hermosas transformaciones que le dieron otro perfil y otra estructura. Pequeño género humano nos llamo Bolívar. Palabras similares animaron las largas noches de vigilia de Miranda, sueños parecidos se anidaron en la disciplinada cabeza de Bello andando de Europa a América en un nunca renunciado afán de libertad y de sabiduría. Mundo americano, la esperanza del Universo, donde hicimos la larga lucha por la independencia política pero quedamos inválidos ante la plenitud de la libertad porque no completamos la emancipación económica ni social ni cultural. Lucha intensa había que seguirse librando y creyendo en el amor que nos predica el evangelio de los misioneros, en la unidad que siempre pregonó Bolívar y que es nuestra esencial divisa contra el miedo, el odio y la impiedad, avanzamos por el largo y tortuoso camino de las confrontaciones internas que nos dieron caudillos, ricos formados al calor de la contienda y tiempo perdido en el andar en pos de mejores metas.
De cuestiones como las mencionadas se nutrió el alma que tenemos hoy en día. Gracias a Dios, por decirlo en la formula andina por excelencia, nunca hemos trocado nuestra alma profunda y querida por las cosas que nos han invadido. Gracias a Dios se mantienen vivas muchas de las cosas que nos dieron luz y fortalezas en las más arduas jornadas de identificación de nuestras realidades, gracia a Dios que se mantienen personas e instituciones como ésta que dejan de lado la comodidad y la noticia que filtran los poderosos intereses de los medios de comunicación y se aventuran a ir por los libros, por los papeles en búsqueda de la verdad latente en el misterioso unir de las palabras escritas quién sabe en qué tiempo y en qué circunstancias. La fortaleza de la historia de Mérida, de esa historia que forma parte vital del entramado moral y vivo del país tiene en la Academia de la Historia, en las personas que están aquí un soporte ideal para mantenerse, vivir y andar por los caminos con la frente en alto, la mirada en paz y el deber realizado como una bandera de místicas virtudes. Por eso reciban con mi admiración y mi respeto el reconocimiento y la solidaridad de otras instituciones que me honro en representar animándolos a que persistan en sus planes y en sus tareas, en sus búsquedas y en sobre todo en su convencimiento de la calidad y significado de cada cosas, de cada iniciativa que se emprenda y que al realizarse aun con fallas, beneficiará, más temprano que tarde a la esencia vertebral de la historia merideña que en alto grado es la historia esencial del país y que se constituye en el año de 2013 en el momento clave para reflejar el esfuerzo de aquellos hombres y mujeres que viniendo del otro lado de la cordillera y trepando hasta acá, rumbo a Caracas y a la gloria, protagonizaron una marcha de victorias y logros que la historia asombrada solo atinó a llamar la Campaña Admirable.
Mérida vivió en aquellos días estelares un estremecimiento y una emoción que no ha muerto ni morirá jamás. La llegada de Bolívar a Mérida en el desarrollo de la campaña de reconquista de Venezuela en 1813 es una suma de acciones y recorridos por kilómetros y kilómetros de marcha desde la remota aldea donde comenzó la marcha hasta la ciudad de los Caballeros, titulo emblemático de noble e intensa realidad con que conocemos a nuestra Mérida de siempre. Esta es, gracias a Dios, una ciudad de leyenda, caballeresca y romántica y con estas palabras, más o menos, se refería Don Tulio Febres Cordero a nuestra Mérida de Venezuela, andina, querida y siempre presente como faro de los mejores afectos. El viejo y querido Cronista Mayor de nuestras emociones andinas indica que debido a los múltiples, notables y altivos hitos de la historia de la ciudad, de sus gentes y de sus diarios desvelos, bien merece el titulo de Ciudad de los Caballeros además de los motes de heroicidad, belleza, paz, amor y sereno refugio que ella entraña y prodiga.
Notables ejemplos nos cita Don Tulio de los afanes de los caballeros de Mérida que no dudaban jamás en vestir las brillantes armaduras de la guerra, trepar a altos caballos e ir tierras fuera a defender el honor, la libertad y la paz de la tierruca amada. Unas veces en los afanes de pelea y derrota del Tirano Aguirre, otra vez van a las riberas del Lago de Maracaibo a defender la tierra de los avances de los piratas. El Cronista nos indica que en 1781 cuando se estremecen las ya vetustas paredes de nuestros pueblos con el alzamiento de los Comuneros de El Socorro nuestros caballeros quitan del poder a los hombres del lejano monarca y se da un gobierno propio, a imagen, semejanza y voluntad del pueblo. Muchas diligencias y sendas operaciones militares avanzarían sobre Mérida para someter a los caballeros emeritenses alzados contra el poder real, tiránico y lejano. Esta voluntad democrática, de igualdad e inclusión social se repite en 1810 cuando Mérida, al seguir la revolución de Caracas abrirá amplios caminos a la revolución que hizo nacer seis nacionalidades libres sobre las tierras ricas y feraces del mundo nuevo. No pueden estas breves palabras abarcar siglos de historia y de acción de hombres libres, amantes de paz, del progreso, de la libertad que tienen en las venas el clásico fuego del romanticismo, que viven la diaria jornada con emoción creando leyendas e historia a cada rato y siendo profundamente dueños de su espíritu propio, creador y transformador y manteniendo la caballerosidad por más fuertes y cruzados que soplen los vientos. Enhorabuena ciudad eterna, alta y gallarda como los altos riscos y prodiga en amor, paz y emoción de amor que son perdurables ejemplos de tu estirpe.
Reflejo de esta historia y de estas acciones que son hechos históricos por esencia y derecho serán analizados con profundidad y recordados con cariño en los tiempos que vienen. Yo quisiera poder aportar parte de mi conocimiento y en los actos que se organicen en esta ciudad para ese mes de mayo del año que viene. Por lo pronto quisiera recordar un poco de aquella luminosa mañana del 23 de mayo de 1813, fecha de la cual no hay duda alguna y que el mismo Bolívar cita claramente en su correspondencia hace ciento noventa y nueve años y que se constituye en un día de esplendidas verdades para todos ustedes y que yo al citar, con el debido respeto y la anuencia de sus calificadas opiniones, solo lo hago para rendir honor a la ciudad, a su gente y a su historia. Fue en el mes de las flores como escribe don Tulio quien describe a Mérida como una ciudad cuya melancolía se disipa y se alegra mientras sus calles por naturaleza solas se llenan de gente, se alzan al vuelo las campanas y los casi, milagrosos ojos de la mujer, merideña se llenan de alegría detrás de los semicerradas balcones y ventanas de sus casas semiarabigas. Cuando lees al Cronista Mayor sientes la belleza de la magnífica narración nos deja el querido don Tulio. Se refiere a que, Mérida se inunda de alegría porque llega Bolívar y se suceden reuniones en la casa de Gobierno y nutrida asamblea pública. Y Bolívar dice estar lleno de júbilo al verse rodeado de tan esclarecidos y virtuosos ciudadanos de Mérida y al reconocer en ellos la representación del pueblo merideño admite que han sido ellos los que han echado del poder a los tiranos que oprimían a la hermosa ciudad y sus virtuosos habitantes.
Y como en el hermoso poema dedicado al Nazareno de Caracas del pueblo salió la flecha de una voz y se oyeron, claras y precisas, las palabras que tienen que enorgullecernos hasta que haya un solo merideño viviendo y respirando en la faz del planeta. Las dijo el viejo Rivas, padre de Rivas Dávila: “Gloria al Ejercito Libertador y gloria a Venezuela que os dio el ser a vos, ciudadano General “. Y la voz del viejo anunció del porvenir y fue heraldo de la gloria al decirle “que vuestra mano incansable siga victoriosa destrozando cadenas, que seáis el terror de los tiranos y que toda la tierra de Colombia diga un día que Bolívar vengó nuestros agravios”. Y, amigos míos, que profunda emoción nació aquella mañana frente a la casa consistorial. Fue tanta que aun se oyen en las noches calladas, en las tardes pacificas, en el silencio de la noche que llega o en el ruido sin límites del día en Mérida, las roncas voces del pueblo que dijeron, que clamaron: “Viva Bolívar, Viva el Libertador” bautizándolo para siempre, para todos los tiempos con el sobrenombre que lo identifica al Libertador de seis naciones libres y soberanas. Pasaran aun muchos días, diez y ocho, en total, antes de que el 10 de junio en la fresca mañana continúe su marcha hacia Trujillo, dejando en retaguardia a trescientos hombres mandados por José Félix Ribas, cuya gloria fresca y eterna es un acompañante de los afanes de la juventud venezolana de todos los tiempos. Mérida es y será un magnifico tiempo y una magnifica ciudad en el alma de Bolívar. No se pueden separar ambos caminos ni se pueden divorciar ambos destinos. En estos breves días de mayo de 1813, de Mérida Bolívar recibió soldados, dinero, armas, caballos y escucha enamorado de la fortaleza y significado de nuestras mujeres las hazañas de Anastasia, criada del convento de las Clarisas entrando sigilosamente al campamento enemigo, disparando y causando estrépito con tambor de guerra mientras daba vivas a la patria, María Rosario Nava jura al Libertador que si él lo permite, llevará el fusil de su hijo herido en un brazo.