lunes, 16 de enero de 2023

Testimonios de Mérida Siglo XX Leonard V. Dalton Segunda parte 1909-1910 Carlos Chalbaud Zerpa

Testimonios de Mérida Siglo XX

Leonard V. Dalton

Segunda parte 1909-1910

Carlos Chalbaud Zerpa

Ensalada de naranjas y una cuesta escabrosa

Periódicamente circulan noticias acerca de la existencia de yacimientos mineros en la Sierra Nevada, pero las que pueden darse por auténticas son las referentes a las minas de oro y plata en las cercanías de Estanques, en la ruta principal que baja a la tierra llana; parece que tales yacimientos –al menos hasta donde pude averiguarlo- no han sido nunca explotadas. Los principales recursos de la comarca se encuentran hoy en las fértiles tierras del Chama y en los valles tributarios. A siete millas de la capital el camino que desciende por el valle Chama en dirección a Ejido va atravesando plantaciones de café y de cacao, junto con tierras llanas sembradas de pastos. Después de Ejido. El valle se va haciendo más estéril a medida que se acerca a Lagunillas, famosa por su lago mineral, que tiene grandes cantidades de urao. En las horas del amanecer resulta particularmente hermoso el panorama que se divisa entre dicha aldea y los picachos revestidos de nieve que se alzan en Mérida, pero el lugar muestra poco movimiento comercial. Debo consignar un episodio bastante simpático que nos ocurrió cerca de Lagunillas, y que revela la índole de hospitalidad de los indios. Al pasar por la abacería del camino (desprovista de artículos) preguntamos si podría vendernos algunas naranjas de las que abundaban en el huerto de la casa. “Con mucho gusto”, dijo el dueño, y nos trajo sillas para que desmontáramos nuestras cabalgaduras y descansáramos. Poco después nos ofrecieron una bandeja con naranjas picadas en trozos a manera de ensalada, plato muy apetecible en estos cálidos parajes. Al preguntarles el precio, nos contestaron: “Nada señores”, y nuestros benévolos anfitriones se negaron a aceptar ni un céntimo. Bien sabíamos que ellos no se hubieran comido tampoco dichas frutas, pero tal circunstancia no nos impedía apreciar su espíritu de hospitalidad.

Dos o tres millas más allá de Lagunillas se encuentra uno de los peores sitios en la ruta de los Andes, a pesar de tratarse de la vía principal que desciende hacia el sur. Ante todo hay que bajar por una escabrosa cuesta en zigzag hasta llegar a un pintoresco puente de madera sobre el torrente del Chama, de donde se deriva el nombre de Puente Real dado al pequeño vecindario allí existente. No hace muchos años, tanto los viajeros como sus equipajes eran trasladados por obre el río en una especie de boya pantalón, mientras que las bestias cruzaban amarradas a una cuerda a través de la rápida corriente, y a menudo sólo después de penosos esfuerzos lograban llegar a la otra orilla, bastante distancia río abajo. Por lo tanto, el puente actual significa cuando menos un adelanto si se compara con aquel sistema de transporte tan primitivo.

La parte baja de este barranco, de laderas escarpadas y sin vegetación, es cálida y polvorienta. Después de andar una o dos millas se llega al extremo opuesto, y el camino comienza a subir por un acantilado casi vertical, estrechándose hasta convertirse en una simple vereda, a uno de cuyos costados se precipita el abismo, con el torrente allá en el fondo. La ruta colinda al igual durante cuatro o cinco millas, y este tramo recibe su nombre de la parte más escabrosa del mismo –llamada Las Laderas-, situada justamente antes del sitio en el río San Pablo afluye desde el sur. De aquí en adelante sigue aumentando la altura del camino sobe el río hasta que al fin comienza a bajar hacia un valle lateral, descenso que se realiza en breve tiempo por una cuesta que prácticamente una escalera formada por rocas sueltas. Sostenidas con leños, mientras del lado del barranco éste llaga perpendicularmente hasta el espumoso torrente que se precipita en la hondonada. Es un paraje bastante ingrato en los días de verano, y que resulta casi intransitable en tiempos de lluvia. Cuando ha terminado el descenso, el resto del camino continúa serpenteando antes de llegar a valles más despejados a orillas del despeñadero, y es suficientemente amplio –en términos generales, aunque no en todo momento- para que puedan pasar dos bestias a un tiempo.

Más allá de Estanques el valle comienza a angostase hasta quedar convertido en un desfiladero, pero el camino va trepando por los cerros laterales, y al fin –después d pasar por una alfarería- desciende hasta el cálido valle de Mucuchíes, sembrado de plantaciones de cacao. Luego de cruzar el río por un puente de curioso aspecto, se encuentra una bifurcación del camino; uno de los ramales sube por la cañada del Mucutíes hasta Tovar, y el otro, bajando por el valle del Chama hacia El Vigía, sigue hasta los llanos del Zulia.

Tovar es el principal mercado local para todos los productos de las plantaciones de cacao y café que existen en el valle y, algo más allá, Bailadores constituye el límite extremo de los campos de trigo que dan la meseta del barranco de Mucutíes cierta semejanza con el paisaje de un campo europeo en tiempos de cosecha.

Mucuchíes   y los páramos

Al norte de Mérida, el Valle del Chama tiene algunas plantaciones de café, que el camino deja pronto tras de sí; y al llegar a Mucuchíes, que es el pueblo más elevado de Venezuela (10.000 pies), nos encontramos en una región donde se cultivan pastos y papas, pues incluso el trigo no se da en estas actitudes extremas. Por encima de Mucuchíes se ven diseminadas algunas cuantas casas, una de las cuales es una pequeña posada conocida como Los Apartaderos, y la cual constituye el mejor sitio de parada para asegurar un tranquilo cruce del paso el día siguiente, ya que los vientos no empiezan corrientemente a soplar sino a mitad del día.

Estos pasos despejados a gran altura se conocen en Venezuela como páramos, palabra acerca de cuyo preciso significado parecen existir algunas dudas. Aunque la definición de Humboldt (“no son todos aquellos pasos a una altura superior a las 1.800-2.000 toesas sobre el nivel del mar donde reina un tiempo crudo e inclemente”) abarca la aplicación actual del vocablo. El páramo de Mucuchíes o de Timotes, por el cual pasa la ruta principal entre Mérida y Trujillo. Es el más alto de los Andes venezolanos, y la gran cruz de madera que se eleva en la cumbre está aproximadamente a 14.500 pies sobre el nivel del mar. En la estación lluviosa, y a causa de las densas masas de nubes que se agrupan sobre el paso, hay a menudo una nieve bastante densa, y ¡ay! del infortunado viajero cuya mula entonces (em) paramada! El verbo que deriva del nombre genérico dados a estos pasos situados a tan gran altura, se aplica frecuentemente en tono humorístico a cualquier persona que se haya mojado el cuerpo y se sienta resfriada y con malestar.

En Timotes, que es el primer pueblo situado en la parte septentrional del paso, comienzan a aparecer nuevamente las plantas tropicales, pero el valle está formado en su casi totalidad por potreros, que se prolongan, cuando menos, hasta los límites con Trujillo.

El estado más septentrional de los tres estados andinos es mucho más templado, en términos generales, que Mérida, aun cuando en Trujillo coexisten, con los páramos, las llanuras tropicales. Sus principales productos son el café y el azúcar. Si bien Mérida adunda en diferentes metales, los minerales más importantes de Trujillo son el carbón y el petróleo.

La capital data de 1556 y ha sido el escenario de muchos sucesos notables en la historia de Venezuela. Su propiedad comercial sirvió de atractivo Gramont para marchar desde La Ceiba y saquear el pueblo en 1678. La ciudad se ve sola en un valle rodeada por plantaciones de café y de caña de azúcar, que constituyen los principales reglones comerciales en el mercado local. Tal como sucede en San Cristóbal, la necesidad de vadear un río en la ruta principal que conduce a su puerto principal hace inseguras las comunicaciones, aunque existe una segunda vía bastante dificultosa a través de la sierra, y la cual puede usarse en caso de emergencia; cualquiera de ambas rutas abarca un trayecto aproximado de 25 millas hasta Motatán, e igual distancia corresponde a un ramal que va hasta Valera, ciudad importante en la ruta que se dirige hacia Mérida.

Aunque Trujillo es la capital del estado, y Motatán la estación terminal del Ferrocarril de La Ceiba, es en Valera donde se encuentra lo más importante del movimiento comercial del estado, causa –por una parte- de la situación más ventajosa del pueblo en lo que respecta al fértil valle que se extiende al ´pie de la serranía; y, por otra, a su antigüedad en comparación con Motatán, el cual sólo se considera como un terminal provisorio. Las haciendas de caña de azúcar y de café, que muestran una gran prosperidad, ocupan el valle en donde se encuentra Valera, y el producto de aquéllas, así como el de las regiones circunvecinas, para primeramente por el comercio local en su ruta hacia Maracaibo. En las cercanías hay algunas fuentes termales, pero hasta ahora Valera no es conocida como balneario para fines terapéuticos. Existe un buen servicio de agua, tomada de las quebradas montañosas en la parte alta del valle, y la cual se trae a la ciudad a través de un sistema de cisternas y cañerías, instalado por el dinámico trujillano Antonio Braschi, quien –al igual de muchos prósperos comerciantes y profesionales de Trujillo, Zulia y Mérida- consideraban Italia como su madre patria.

El ferrocarril de La Ceiba fue construido con ayuda de capital venezolano y depende de un director local, aunque la construcción efectiva de la línea fue realizada por ingenieros franceses. Se ha propuesto sustituir los puentes de madera por otros de hierro, e introducir otras mejoras a lo largo de la vía que contribuyan a evitar las pérdidas de tiempo que ocurrían ocasionalmente en épocas anteriores.

A poca distancia al occidente de Valera se encuentran las poblaciones de Betijoque y Escuque, ambas muy antiguas y situadas en valles de enorme fertilidad, cerca de la primera existen afloramientos petrolíferos muy conocidos, y en cuanto a Escuque, tiene un café con calidad excepcional.

Desde las calles de Trujillo se pueden seguir a simple vista las estribaciones de la serranía hasta vislumbrar un paso de aspecto amenazante cuando se ve cubierto de densas nubes, que se alza a lo lejos, al sureste del Páramo de la Cristalina. Este páramo pasa el camino hacia Boconó, uno de, los pueblos de Venezuela de situación más pintoresca, construido en un valle ubérrimo, que produce –a diferentes altitudes- azúcar, café y trigo. Son indudables las grandes posibilidades que ofrece una región como la de los Andes, donde queda aún mucho territorio sin explorar, y en el cual existen, como si dijéramos, todos los climas de la tierra. En ella se han aclimatado ya numerosas plantas y podría obtener mayor rendimiento de las que se cultivan en la actualidad; el café y el cacao de los valles más húmedos del trópico, el maíz de las zonas despejadas de las alturas, el algodón que puede sembrarse en los valles del Chama, de Carache, y en otros, están entre las plantas citadas. La posibilidad de cultivar una gran variedad de frutos que, en términos generales, podrían ser objeto de gran demanda en Venezuela a medida que vaya progresando el desarrollo del país. Así como la existencia de recursos minerales y forestales que puedan considerarse del tipo menos permanente, son factores que contribuirán casi con toda seguridad a una creciente prosperidad para los estados andinos, pero también es cierto que se requiere la construcción de vías de comunicación eficientes y adecuadas antes que dicho potencial pueda aprovecharse plenamente. A pesar del aspecto pintoresco que presentan los largos arreos de mulas que hoy cruzan los caminos de la montaña, no hay duda de que, si se construyeran vías apropiadas para el tráfico rodado, éstas harían reducir el uso de las bestias de carga a aquellos sitios donde fueran realmente indispensables, y permitirían suministrar un medio de transporte más rápido y barato para los productos en que abundan los fértiles valles de la Cordillera.


 

jueves, 12 de enero de 2023

Presentación del libro Mitos, Verdades y Embustes del Dr. Carlos Chalbaud Zerpa. Talleres Gráficos Universitarios. Universidad de los Andes. Mérida.

 

Presentación del libro Mitos, Verdades y Embustes del Dr. Carlos Chalbaud Zerpa.

Talleres Gráficos Universitarios.

Universidad de los Andes.

Mérida.

 


Recientemente salió una nueva obra de nuestro querido autor, el Dr. Carlos Chalbaud Zerpa, “Ensayos históricos, Mitos, verdades y embustes” (ULA, 2011). El tomo se divide en diez capítulos y un epílogo, y podemos hallar múltiples intereses temáticos: La fundación de Mérida; Mitos sobre el padre Uzcátegui; El primer Golpe de Estado; Las heroínas merideñas; Los cañones del Escudo; La Columna a Bolívar; Mitos sobre Bolívar; Campañas y batallas; Santiago Mariño; El Silenciado; Los autores del Himno Nacional y Juan Vicente Gómez.

Cabe resaltar que el Dr. Chalbaud Zerpa no es un autor complaciente. Todo lo contrario. En el libro hallamos agudos ensayos en torno a estos temas, en los que se involucra, toma partido, opina, discute, interpela, analiza y escruta, a la luz de sólida e inobjetable fuentes documentales, siempre con un lenguaje mordaz e incisivo – que le es característico -, y con la particularidad de azuzar en el lector el espíritu crítico, para ir más allá de lo que se ha dicho a lo largo de la tergiversada historiografía nacional.

 

Al Dr. Carlos Chalbaud Zerpa, en definitiva, no le tiembla el pulso a la hora de escribir con crudeza sus pareceres, y mucho menos cuando debe (por simple honestidad intelectual) develar rostros, quitar máscaras, denunciar equívocos, media verdades y embustes, siempre con el denodado fin de poner las cosas en su lugar, de bajar de los altares a quienes por ignorancia (o de manera deliberada) hemos encumbrado, de corregir entuertos históricos, de indagar en fuentes fidedignas, y de devolver a la ciencia (y al arte) de investigar y de contar hechos pasados, su hidalguía y su papel de guardián de la memoria de la humanidad...”

 

La presentación del libro estuvo a cargo del Ing. Ezio Mora Contreras

 

Publicado por Tovar Valle del Mocoties - Hely A. Ramírez G.  

 

                                                              Ing. Ezio Mora Contreras

Fotos del Ec. Hely Ramirez

martes, 10 de enero de 2023

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XX Leonard V. Dalton Carlos Chalbaud Zerpa 1909-1910 Venezuela

 

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XX

Leonard V. Dalton      

 Carlos Chalbaud Zerpa

1909-1910

Venezuela

(Primera Parte)

Juan Vicente Gómez,Presidente de la República

 y Comandante en Jefe del Ejercito en 1911

Geólogo, nacido en Inglaterra experto en asuntos petroleros, fue desde 1905 importante miembro de la Sociedad de Geología y de la Real Sociedad Geográfica de la Gran Bretaña.

Como integrante de estas dos prestigiosas instituciones científicas británicas viajó por varios países de Europa y Asia y visitó Venezuela entre 1909 y 1910, cuando el Gral. Juan Vicente Gómez gesto “El coup d´ état” contra Gral. Cipriano Castro para defender su seguridad personal y obtener junto con la adhesión del ejército- (son palabras de Dalton) la presidencia del país, sin haber hecho derramar deliberadamente sangre venezolana…

El nuevo presidente había demostrado entonces gran interés en promover el bienestar general de la nación y en estimular el comercio, a cuyo efecto había designado cónsules ante países donde no existía ninguno desde los tiempos de Guzmán Blanco, se había estimulado el capital extranjero para contribuir al desarrollo de los recursos nacionales, siempre que ello son perjudicarse los derechos de los venezolanos, y, sobre todo, el espíritu del país en general, fatigado de las cincuenta revoluciones de los últimos ochenta años era contrario a nuevas guerras civiles, y se mostraba partidario de que se mantuviese la paz interior, de cuyos beneficios ya había comenzado  a disfrutar”. Resultando de su viaje por casi todo el país donde hizo minuciosas observaciones y de la extensa bibliografía en varios idiomas consultada, fue la publicación de su libro Venezuela, editado como el volumen 8 de “The South América Series”, en Londres en 1912 y reimpreso e 1916 y 1918, constaba de 120 páginas, un mapa y 34 ilustraciones. Esta obra, aparecida cuando comenzaba la prospección de hidrocarburos en nuestro país, debió de ser de especial importancia para las compañías inglesas y norteamericanas que se establecieron entonces en los estados Zulia y Anzoátegui, ya que Dalton aseveraba que había motivos suficientes para admitir que Venezuela poseía enormes yacimientos petrolíferos y en consecuencia, la importancia futura de la nación dependía principalmente de la energía que ésta desplegase, o del estímulo que otorgase a terceros, para determinar los sitios y métodos apropiados que permitiesen derivar mayores ventajas de la explotación del petróleo.

Eran frases proféticas. Pues en los años en que Dalton estuvo en Venezuela, penetró el imperialismo inglés bajo la forma de la Royal Dutch Shell y los primeros grandes chorros de oro negro brotaron en 1917.

El libro de Dalton permaneció supinamente ignorado para los venezolanos durante medio siglo, salvo una nota que incluyó don Manuel Segundo Sánchez, en 1914, en su Bibliografía Venezolanista. Fue sólo en 1966, cuando el Banco Central de Venezuela publicó la traducción hecha por el bibliógrafo don Ángel Raúl Villasana, editada en los talleres de Artegrafía C. A. en Caracas.

La obra comprende XVIII capítulos que tratan sobre la descripción física de los entonces llamados Estados Unidos de Venezuela, su historia geológica , flora y fauna, sus historia patria (precolombina, colonial, republicana y moderna), la descripción pormenorizada de ls estados (climas, puertos, plantaciones, poblaciones, servicios, ferrocarriles, carreteras, acueductos, alumbrado, potreros, minas, selvas, montañas, ríos, ganado, comercio, moneda, bancos, pesquerías, industrias, universidades, academias, y las favorables perspectivas de las diversas entidades y varios apéndices sobre población, costumbres, alimentación, vestidos, importaciones, exportaciones, temperaturas medias, tasas de mortalidad, presupuesto de rentas y gastos públicos, deuda nacional y obras de carácter general y particular publicadas sobre Venezuela.

Todo un inventario de un país agrícola y pecuario que exportaba café, cacao, caucho, ganado, cueros y plumas de garza en el momento que se iba a convertir en un productor de petróleo de primer orden en el mundo.

En el capítulo X, referente a los estados andinos, se refiere especialmente a nuestra ciudad de Mérida, su obispo y la biblia, las nieves eternas, los terremotos, la luz eléctrica, los proyectos viales, la hospitalidad con la cual la acogieron durante su trayecto, los sistemas primitivos de transporte, las laderas y los páramos.

Dalton falleció en 1914.

La Grita y Mérida



Subiendo por el valle del Torbes, y luego de cruzar el páramo del Zumbador (8.000 pies), se llega a La Grita después de una jornada a caballo (en páginas posteriores me referiré nuevamente a estos páramos). Cerca de la fila un ramal del camino se dirige hacia el este hasta Pregonero, capital del Distrito Uribante, es un valle cuyos productos varían desde las papas y el trigo en las aturas, hasta el café y el azúcar en el hondo de la cañada, las tierras planas están cubiertas por extensas haciendas de ganado, que suministran una gran parte de la carne para el progreso de la región, bastante aislada en la actualidad y a la que llegan pocos viajeros.

Vargas o El Cobre es una bonita aldea que ocupa la parte septentrional y occidental del paso, y se atribuye su segundo nombre a las minas de cobre existentes en los cerros vecinos, explotadas por los españoles, quienes fabricaron con dicho metal las campanas de la iglesia lugareña.

Se estima en cuarenta millas la distancia entre Táriba y La Grita, pero el buen estado del camino hace creer más breve el trayecto; además, el panorama que se divisa hacia el norte del valle, donde las montañas parecen amontonarse una sobre otras hasta perderse en las nubes, es realmente soberbio. La Grita fue fundada en 1576, sobre una mesa cubierta de grava, y hay que subir por una cuesta muy escarpada antes de entrar propiamente en el pueblo. Su ubicación contribuye a que sea frecuentemente víctima de los temblores de tierra, a pesar de lo cual todavía se mantienen las construcciones más antiguas, como las iglesias y las oficinas públicas. La abundancia de casas comerciales es un indicio de la importancia de La Grita como ciudad de mercado, y en los días domingos las calles se ven llenas de paisanos que conducen mulas cargadas de trigo, lana, tabaco y algodón, cultivados en las inmediaciones. Situado a 6.000 pies sobre el nivel del mar, el pueblo tiene fama de ser el más saludable de Venezuela; por cierto, que las manzanas, duraznos y melocotones abundan en los patios de las casas, así como las rosa y violetas que crecen a su sombra. Constituyen un espectáculo muy grato para el viajero que llega de países septentrionales, y quien hasta ahora había sentido cierta desilusión y desengaño ante las “sabrosas frutas” y las esplendidas flores de las regiones tropicales.

A pocas millas de distancia, bajando por el curso del río hasta Uracá, surge la aldea de Seboruco, donde hay unas minas de cobre que –según se afirma- serán explotadas nuevamente dentro de poco.

No lejos del villorrio, en la parte norte, está el Paso de Portachuelo, que señala la frontera con Mérida, el más central de los tres estados andinos, Mérida es, por excelencia, el estado montañoso de Venezuela.

Entre sus fronteras se encuentran los picos más elevados y los valles más cálidos de todo el país. Dotado de gran variedad de climas, es lógico esperar que en la región se cultive una amplia gama de productos, pero los malos caminos y el alto costo del transporte que ello ocasiona han sido la causa de que la comarca permanezca, en su mayor parte sin desarrollar.

La capital se fundó en 1542 bajo la luenga denominación de Santiago de los Caballeros de Mérida y desde entonces ha sido la sede del obispado de los Andes. Por cierto que, al tener conocimiento de que un repartidor de escritos religiosos estaba vendiendo Biblias protestantes, el enérgico ocupante de la sede procedió inmediatamente a excomulgarlo junto con todos aquellos que habían adquirido los libros prohibidos; tan excesivo celo, sin embargo, sólo parece haber contribuido a que se intensifique todavía más la indiferencia del sector masculino de la población ante cualquier tipo de religión oficial.

Mérida está edificada sobre una alta meseta, como La Grita, entre los ríos Mucujún y Chama. Al Oriente se destacan las blancas cimas de la Sierra Nevada, mientras que hacia el lado oeste, la ciudad aparece rodeada por otra serranía de menor altura, pero igualmente escarpada. Se dice que la nieve de la sierra se ha estado retirando en los últimos años, pero todavía se ven –alrededor de la cumbres- glaciares y zonas de nieve perpetua, y la línea donde ésta comienza queda actualmente a unos 15.000 pies de altura. Mérida ha sufrido frecuentemente graves daños como resultado de los terremotos, pero se ha puesto particular diligencia en sustituir con nuevas construcciones las que fueron destruidas. Debido en parte, probablemente, a la humedad característica de la atmósfera en el valle, la ciudad tiene hasta cierto punto el aspecto de una ciudad desierta, con sus calles cubiertas de yerba, aunque cuenta con telares que procesan algodón y lana, y es un mercado central importante para el café, el trigo y el azúcar que se producen en las cercanías. El torrente del Chama que se encuentra más arriba de Mérida, es aprovechado para generar energía hidráulica destinada al alumbrado eléctrico de la ciudad. Las turbinas llegaron por el camino montañoso que sube desde La Ceiba, después de sortear toda suerte de dificultades y a un costo elevadísimo.

El recorrido exigió casi un año. Ahora bien, en vista del espíritu de decisión que caracterizó semejante empresa, es de lamentarse que los resultados hayan sido tan poco satisfactorios, las calles se ven cruzadas de cables, provistos cada uno  de tres o cuatro bombillos, a intervalos regulares, y ello debería bastar para disfrutar de un alumbrado eficiente, que en realidad no existe, pues el número de lámparas supera con creces la capacidad del actual sistema de turbinas, que es muy inferior a la energía hidráulica que  pudiera generarse.

Como resultado de todo ello, y aun cuando en los hogares esté instalado el alumbrado eléctrico, se hace necesario recurrir a la luz casera de la vela para leer o escribir después del anochecer.

Actualmente una de las principales necesidades de Mérida es un buen camino de carretero que la ponga en comunicación con el lago, a través del cual tienen que viajar hacia el mar todos los productos regionales. Hace muchos años se concibió el proyecto de construir una vía férrea a lo largo del valle del Chama, que llegará hasta Santa Bárbara en el río Escalante, pero probablemente las dificultades que presenta –desde el punto de vista d la ingeniería- el cruce de los desfiladeros, han impedido llevar a la práctica dicho plan. Otro proyecto, que no ha merecido la atención debida, se concretaba a un ferrocarril que seguiría en sentido ascendente el curso del Mucujún, continuando hasta Bobures –situado a orillas del lago- después de cruzar el paso del ramal de la cordillera. Este plan aparece muy factible, aunque hoy quizás resulte más aconsejable la construcción de una carretera, la cual cubriría satisfactoriamente los requerimientos locales.



lunes, 9 de enero de 2023

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XIX Isidro Laverde Amaya (Tercera Parte) 1886 Costumbres, literatura y Personajes CARLOS CHALABAUD ZERPA

 

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XIX

Isidro Laverde Amaya

 (Tercera Parte)

1886

Costumbres, literatura y Personajes

CARLOS CHALABAUD ZERPA


En Mérida era general la costumbre de levantar monumentales pesebres, adornando éstos con cuanto puede sugerir a una imaginación viva e inquieta el deseo de lucir su ingenio en una ocasión oportuna. Para esto se echaba a mano en las casa a todos los objetos de sobremesa que se encuentran en el cuarto de costura de las muchachas, sirviendo de no poco el talco, que en tanta, abundancia se producía cerca.

Pero el principal elemento de que se valían para adornarlos lo eran las ramas del gracioso verde incinillo, arbusto pequeño, cuyo grano, cuando está maduro, se muestra cubierto de un polvo menudo de color ceniza, el que derretido produce una especie de cera que emplean en hacer velas. “El  día de Nochebuena se descuajan las  poéticas selvas del Milla (río también inmediato a la ciudad) y llueven sobre Mérida las ramas de incinillo, que huelen a fiesta y convidan a los tradicionales regocijos  de pascua” (El Lápiz, número 48).

La ciudad de la Sierra pudiera también llamarse la ciudad de las  flores, según la abundancia y diversa variedad que de ellas hay: osas de diversas clases, claveles, dalias de diversas clases, jazmines, azucenas, heliotropo, aroma, mejorana, romero, geranio, pensamientos, suspiros, matrimonio, astromelia, lazo, campanita azul, cayena, extrañas, viudas, polainas, margaritas, Santamaría, lágrimas de Cristo, perla fina, virginias, carbas de gato, gallitos, narcisos, floripón, sanjuán, paraíso, buenas noches, bellísimas, cardosanto, amapola, marisol, flor de cera, buenas tardes, etc.

Los habitantes de este suelo pertenecen en su mayor parte a la raza  blanca, con mezcla de indígenas.

En los pueblos de Mérida puede notarse fácilmente, que esa desconfianza cerval, característica del indio, está en el mestizo suavizada de tal modo, que aparece convertida en una discreta circunspección, en prudente reserva; condición moral muy favorable para vivir en las presentes y futuras sociedades. También pueden observarse en el mestizo ciertos rasgos de noble altivez y un sello de dignidad en su carácter que, no es otra cosa sino la soberbia y arrogancia española modificada por la mezcla de razas. El mestizo de estos lugares es inteligente, tiene amor a las artes y a las ciencias y con frecuencia sobresalen en todos estos ramos del saber, hombres de notable mérito.

Los provincialismos más comunes de los merideños son los siguientes:

Brecas, por botines.

Capotera, por maleta.

Cobre, por centavo.

Cochi, por cerdo (apócope de cochino y se usa como entre los bogotanos para llamar al animal)

Chopo o Canillo, por fusil.

Ni de chepa, por “de ninguna manera”.

Damesana, por garrafón.

Deshecho (en el campo), por atajo.

Encasquillar, por herrar.

Canjillones, por zanjas.

Gandido, por glotón.

Mecha, por chanza, chocanería.

Mechero, por chistoso.

Ñongo, por chabacano.

Plancha, por chasco, ocurrencia.

Y se llama plancha eleccionaria la lista de candidatos.

Pucha, ¡interjección popular que sirve para expresar sorpresa y horror, V. gr.- “Mirá el alacrán”! –“Pucha! ¡y que feo!”

Topioso, por molesto.

Puntal y Segundilla, por merienda, refresco.

Titiritar, por tiritar.

Tara, por mariposa; principalmente se dice tara, para expresar mal agüero, aplicándolo a determinadas personas.

Sute, por enteco.

También llaman cura al aguacate.

Está brisando equivale a estar lloviznando.

Y llaman cachapas de maíz jojoto, a las arepas de mazorca tierna.

Tan frasco, equivale a tan gracejo, tan chocante.

La gente del pueblo habla casi siempre a los que creen sus iguales en tercera persona  del plural y responden a la pregunta de dónde nacieron, afirmando que son meridianos. Y es muy común el arcaísmo aguaite, por mira usted, atienda.

Los cantos populares son la primera y más espontánea manifestación literaria de un pueblo joven, y a veces encierran tanto fondo de sentimiento y de verdad, que dicen y expresan más que un poema. Ellos reflejan en compendio las alegrías y los dolores con rasgos de originalidad suma costumbres sociales y el sello peculiar del carácter. En las canciones populares de los habitantes de la América Española hay mucho del influjo de la madre patria y aún cantos que han venido de allá y se han aclimatado de tal suerte entre nosotros, que muchos los toman como propios y originales. El autor cita más de veinte versos populares de los merideños que bien valdría la pena ser estudiados por folkloristas y sociólogos.

Y sí los cantos del pueblo son la más sencilla expresión de sentimiento, el mayor grado de perfección a que se puede llegar en la escala del arte, es a la feliz realización de la poesía dramática, punto culminante de toda literatura que ha alcanzado su completa madurez y desarrollo. (El autor al final de su obra trae una lista de los principales literatos que emplearon en Venezuela pseudónimos en el Siglo XIX, tomada del periódico “La Opinión Nacional” y otra por orden alfabético de apellido de los autores dramáticos venezolanos y de sus obras).

El autor vio representar la conocida pieza de Zorrillo, El Zapatero y el Rey, ejecutada por jóvenes alumnos de la Universidad y aficionados de arte de Talía, y todos desempeñaron con esmero y entusiasmo los papeles que se les habían confiado. Uno de los más decididos patrocinadores de esta clase de espectáculos, el Sr. Adolfo Briceño Picón, compuso en 1872, una pieza trágica que se representó por primera vez el 30 de diciembre del año citado con entusiasmo acogido por parte del público merideño. Dicho drama, que lleva el título El Tirano Aguirre, es una pieza de bastante mérito, por ser la mayor parte del argumento rigorosamente histórico, por las situaciones dramáticas que exhibe, generalmente bien manejadas, y por un lenguaje expresivo, animado y muy bien adecuado a la escena, como también por la circunstancia de no sacar a relucir personajes innecesarios, tentaciones indispensables de todos los autores de novelas.

Sorprende que Mérida, cuyo movimiento intelectual data de ayer, como que apenas en 1845 comenzó a tener imprenta, haya demostrado, aun cuando sea con una sola obra dramática, que en este género de literatura va a la par de Bogotá, la ponderada Atenas del Sur-América, puesto que, a pesar de nuestra bien merecida fama literaria, las piezas que componen el repertorio colombiano, nunca han sobresalido, y aún hay muchísima inferior a la de D. Adolfo Briceño.

Pasa luego el autor a describir con lujo d detalles el argumento, las situaciones y los personajes del drama de corte romántico y de estilo antiguo.

Repite que la obra gustó mucho en Mérida la noche del estreno y así tenía que ser, por su indispensable mérito. No quiere eso decir que carezca de defectos. Entre los mayores que se les pueden señalar está la exageración en los recursos de bastidores, como son la tempestad prolongada del primer acto, los toques de campana, y el estilo menudencias como las frases recargadas de intenso sabor romántico y de exclamaciones lúgubres que hoy ya no son de aceptación general. Puesto que estaba tratando de los individuos que habían honrado a Mérida con su talento, justamente recordaba al escribir Laverde Amaya el hecho de que de su Universidad habían salido hombres verdaderamente notables, que se habían distinguido en los Congresos: en la magistratura, en la tribuna, en el profesorado y en el foro: hombres que, aún cuando lejos del centro del país, en donde siempre se extiende con más savia y vigor el influjo de la civilización y de la cultura, se ha impuesto por el poder de sus talentos, de su ilustración y de su levantado criterio. Temeroso de olvidar muchos nombres, deseaba, sin embargo, consignar rápidamente algunas noticias sobre los más populares para que sus acompañantes colombianos los apreciasen como merecían serlo.

Los primeros que acudían naturalmente a la mente, eran aquellos cuya heroica conducta y generosa miras ayudaron a fundar la patria sobre la base de la libertad.

Descollaba entre ellos el Dr. Cristóbal Mendoza, que nació en Trujillo el día 24 de julio de 1772, y que fue el primero que inició (el 4 de octubre de 1813) el pensamiento del que diese a Bolívar el renombre de Libertador. Fue uno de los colaboradores del Correo del Orinoco. Murió en Caracas en 1929. (No hay que olvidar que el autor siempre se refiere al Gran Estado de Los Andes).

El Dr. Ignacio Fernández Peña. Nació en Mérida en el mes de marzo de 1781. Formó parte del Congreso Constituyente de Caracas que proclamó la Independencia; fue Rector dos veces de la Universidad de Mérida y en 1842 consagrado Arzobispo de Venezuela, en la Catedral de Pamplona, por el Obispo Dr. José Jorge Torres Estans.

El Dr. Agustín Chipía. Nació en Mérida. Fue compañero del Dr. Juan Germán Roscio en la redacción dl Correo del Orinoco, órgano de la revolución de 1810. Desempeñó varias veces el rectorado de la Universidad de Mérida. Conocía muy bien el griego y el latín, y afirmase que recitaba con muy agradable entonación trozos enteros de La Eneida y de La Ilíada. Sus discípulos dicen que su prodigiosa memoria era comparable a la de Juan Vicente González. Asistió como senador al primer Congreso Constitucional de Venezuela. Era orador y literato, peo no se conserva ningún escrito de su pluma.

El Dr. Eloy Paredes. También hijo de Mérida. Recibió en Caracas el grado de doctor en Jurisprudencia y desempeñó dos veces el Rectorado de la Universidad de Mérida y por diez y ocho años las clases de Derecho Internacional y Código Civil. Fue también Gobernador de su antigua provincia de Mérida en tres ocasiones, y Diputado al Congreso de la República desde el año 1843 hasta 1852, y miembro de la Convención de Valencia en 1858. Allí figuró con honor al lado de D. Fermín Toro y del Dr. Pedro Gual. Como orador parlamentario alcanzó justo renombre y se le citaba junto con D. Antonio Leocadio Guzmán, Valentín Espinal y Ángel Quintero. Murió el 8 de abril de 1880, y su muerte fue deplorada por el insigne Cecilio Acosta, en un sencillo artículo necrológico.

El Dr. Tomás Zerpa. Tipo de sacerdote humilde y de conducta ejemplar. Nació en 1829, en la ciudad de Mérida. Fue secretario del Illmo. Sr. Juan Hilario Boset, Obispo de la Diócesis y Canónigo Prebendado de la Catedral. El Cabildo lo nombró Vicario Capitular en Sede Vacante por la muerte del Sr. Boset. y después el Congreso votó por él para Obispo de la Diócesis, pero no quiso aceptar el puesto, a pesar de las instancias que en este sentido le hicieron Pío IX y el Presidente de la República. General Guzmán Blanco. Cuando murió, el 24 de marzo de 1886, era Deán de la Catedral de Mérida y  gozaba de tal prestigio y popularidad por sus eximias virtudes y por la brillantez y elocuencia de su palabra, como orador sagrado, que toda la ciudad tomó parte en el duelo con muestras inequívocas de profundo dolor.

El Dr. Juan de Dios Méndez. Nació en Mérida, se recibió de doctor en su Universidad y de abogado en Caracas. Asistió como Diputado a los Congresos del 1851 y 1852, fue Ministro de Crédito Público el año de 1869, y el Congreso de 1873 le nombró Abogado de Venezuela en un asunto de reclamaciones con la nación inglesa. Por el informe que presentó en este asunto mereció una nota congratulatoria del Gabinete de Inglaterra y la condecoración del Busto del Libertador con qué lo honró el gobierno de su patria. Desempeñó muchos destinos políticos en el ramo judicial.

El Dr. Santiago Ponce de León. Nació en Mérida en 1842. Obtuvo el grado de doctor en medicina en la Universidad de Caracas. en 1865 se trasladó a Santo Domingo, en donde había hecho una brillante carrera, como periodista, hombre público y literato. Redactó sucesivamente El Orden y El Bien Público, inspirándose para esta tarea en ideales levantados y siempre con miras amplias en favor de los pueblos.

Desempeñó en la mencionada isla la cartera del Interior, y en 1880 regresó a Caracas honrado con el elevado cargo de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. Entonces publicó en folletos, Los Restos de Cristóbal Colón. La Cuestión Domínico Española, Estudio Social y la Biografía de D. Ulises Espaillat; y conserva inéditos los siguientes: la traducción de Les theoriciens au pouvoir, de M. Delarmé escritor haitiano, unos Apuntes de Viaje y la Historia de Santo Domingo.

El Dr. Gabriel Picón Febres. Nació en Mérida el 15 de abril de 1835, y en la Universidad de dicha ciudad hizo estudios de Derecho Civil hasta obtener la borla de doctor. En 1859 estuvo en Bogotá, donde permaneció cinco meses. Durante tres años desempeño la Secretaria de la Universidad de Mérida, y por un tiempo igual ejerció también las funciones de Rector. Tuvo el honor de ser el primer Vicepresidente del Liceo de la misma ciudad. Asistió en dos ocasiones al Congreso como Diputado principal, y en 1869 el Dr. Paredes le nombró Secretario General del estado. En el periodo constitucional de 1883 a 1884 su nombre figuró como candidato para Presidente del Estado de Los Andes, pero él rehusó la honra que se le discernía, lo mismo que un curul en el Senado de la República. Colaboró en varios periódicos jurídicos y políticos del país, y en el Occidental, de Barquisimeto, hay algunos artículos de su pluma sobre cuestiones de Derecho Civil. D. Felipe Tejera, en sus Perfiles Venezolanos, consigna sobre él lo siguiente: “Gabriel Picón Febres, sabio abogado y escritor y distinguido de Mérida, de prosa llena de pensamientos majestuosos y elevados como su Sierra nativa”.

El Dr. Foción Febres Cordero, jurisconsulto y orador, el Dr. Federico Salas, cuyos discursos en elogio de Bello y Vargas son dos trabajos recomendados por los entendidos en la materia.

El Dr. Salas hizo sus primeros estudios en Caracas, de discípulo del célebre Vargas, y terminó en París su carrera de médico.

Era versado en historia, literatura y ciencias naturales, y sus amigos le alababan como hombre de mucha memoria, lo mismo que afirmaban que merecía en unión de los Dres. Picón y Función Febres Cordero el calificativo de oradores merideños.

Si se trata de fijar el rasgo predominante de los escritos de los merideños, se convendrá ciertamente en que su estilo es pintoresco y animado, y se echa de ver al propio tiempo que se esfuerzan por dar el conjunto el tono de verdad y de intención que es sello indispensable de la moderna literatura. Bien que inspirándose de continuo en el ideal poético que prevalece entre los venezolanos, y a las veces seducidos por esto mismo del deseo crear frases sonoras y de cadencioso ritmo, que mucho más hablar al corazón que sobre la inteligencia, van sin embargo por el camino que llevará un día a la completa exactitud y fiel reproducción en lo escrito del conjunto de belleza que moral o materialmente hablan a la imaginación ardiente del hombre.

Dentro de la esfera de la naturalidad, y con señalada tendencia a alejarse del propósito de arrebatar sólo son deslumbradoras  imágenes o de halagar con melifluos acentos, aparecen señaladamente en el campo de la prensa D. José Ignacio Lares, los Dres. Foción Febres Cordero, Caracciolo Parra, éste en los escritos que de su pluma conocemos, y mi distinguido amigo el Redactor de El Lápiz, que ha conseguido, con la notable facultad de asimilación intelectual que posee, seguir con pie firme hacia los vastos horizontes literarios que hoy firman el mejor caudal el porvenir.

Cuando en el trascurso de los años y mayor estímulo patrio las letras ganen en extensión en Mérida, se irán avaluando también las facultades imaginativas y el talento de los hijos de la Sierra. Ojalá que ese tiempo esté próximo.

En 1885 el Estado de Los Andes contaba con 136 establecimientos de instrucción, subvencionados todos por el Gobierno Nacional, a los cuales concurrían 8.024 alumnos y 98 escuelas municipales particulares con 3.280 alumnos; lo que daba un total de 234 planteles y 11.304 alumnos de uno y otro sexo. Su industria agrícola estaba principalmente reducida a café, cacao, añil y trigo.

Se encontraban abundantes minas de carbón de piedra, de cobre, de cristal de roca y petróleo. Sus transacciones mercantiles más importantes se efectuaban con Maracaibo y Colombia.

Su extensión territorial era de 38.134 kilómetros cuadrados y el total de casas en todo el Estado era de 56.348. Contenía 317.195 habitantes.

La Sección Trujillo, situada al Oriente dl estado, se dividía en 7 distritos, lo mismo que la del Centro, llamada Sección Guzmám (Mérida) y a la de Occidente que limita con Colombia y llevaba el antiguo nombre del Táchira. A la primera correspondía las ciudades de Trujillo, Boconó, Carache, Escuque, Betijoque y Valera. A la segunda, Mérida, Ejido, Timotes y Tovar, y a la tercera, San Cristóbal, San Antonio, Rubio, Táriba y La Grita.

Luego de una corta permanecía en Mérida, el escritor en una mañana clara y fresca salió de la ciudad. Tulio Febres Cordero, que había sido ilustrado cicerone en todo lo relativo a la historia, estadística y pormenores merideños, salió galantemente a acompañarlo.

El cariño y simpatía por Mérida tenía que cambiarse, en breve, por la pena que le causó separase tan pronto de una ciudad que presentaba comodidades para la vida y que tan favorablemente impresionaba por las prendas morales de sus hijos.



domingo, 8 de enero de 2023

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XIX Isidro Laverde Amaya (Segunda Parte) 1886 La ciudad escondida CARLOS CHALABAUD ZERPA

 

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XIX

Isidro Laverde Amaya

(Segunda Parte)

1886

La ciudad escondida

CARLOS CHALABAUD ZERPA

 Situada en el corazón del Estado de Los Andes, Mérida no era, sin embargo, centro comercial indispensable de las provincias vecinas, ni contaba con otro elemento inmediato de vida sino con el que le daban sus títulos de capital de un importante y populoso estado. De modo, que el viajero, conocidos estos antecedentes, se imagina que no ha de encontrar en aquel retiro mayor halago del que le brinda la espléndida naturaleza con la feracidad y belleza del suelo, y supone que todos sus habitantes han de contraerse exclusivamente a la explotación del café, que como se sabe, es la principal industria del país. Grato desengaño experimentaba el que llegaba a caer en aquellas apartadas comarcas.

Una sociedad muy escogida, culta y espiritual, cuyos hábitos, sencillos y francos, inspiraban, desde luego, la más viva simpatía, era lo primero que atraía, como poderoso imán, a cuantos llegaba a la escondida Mérida. Pondérase la hospitalidad de los antiguos, sin que al presente pueda, decirse en aquel hermanable espíritu ha ido a refugiarse en alguna parte por el candor y la buena fe de los primitivos tiempos, pues que vayan a Mérida los que duden de que en este siglo haya pueblos que cumplan con el sagrado y benéfico deber de la hospitalidad. Los merideños eran amables y complacientes con el forastero, y todos quisieran ser útiles en algo, para que los visitantes se llevasen el mejor y más grato recuerdo posible de su tierra.

No hay entre ellos lujo, pero hay abundancia de frutos para la vida, y los pobres son contados. El progreso material es lento y difícil, pero la cultura se extiende rápidamente en todas las clases de la sociedad. Vívese más la vida del espíritu que la que procuran el boato y las refinadas comodidades materiales, de que tanto se pagan dondequiera en el presente siglo. Y sintiéndose uno mejor que la plácida atmosfera  de sencillez e hidalguía que se infiltra tan suavemente en el alma, como el agua en terrenos calcinados por el sol: y encantado con la gracia y dulces facciones de las merideñas y con el amable trato que tanto las distingue: dulzura que pudiéramos decir es peculiar a la mujer venezolana, aspirando los misteriosos efluvios de una naturaleza pródiga y cuyo clima predispone al buen humor, pasan insensiblemente las horas y los días sin que se resigne nadie a  alejarse para siempre de aquellos encantadores sitios.

No se amarga la vida social con fórmulas convencionales de etiqueta, vacías de sentimiento las más veces, ni con las presunciones ridículas que tan a menudo engendra la vanidad o el lujo en las grandes ciudades: hay franqueza para todo: hasta pudiera decirse que la sinceridad es la mejor muestra de buen tono que puede darse.

Se contraen las relaciones con mucha facilidad, y en las visitas se goza de una conversación expansiva e ingenua, que vuelve el trato más íntimo y atrae necesariamente al hombre más hosco a la vida del hogar. Por esto debe citarse como cosa muy natural que los matrimonios son todos modelos de virtud y de dulce tranquilidad doméstica, y que las merideñas, como esposas sean inmejorables.

Inolvidable rasgo de atención que se prodiga en las visitas es hacer que se presente en la sala la más bella niña o niño de esa casa trayendo en sus manos un rico plato de dulce (lo más común es que sea de durazno, porque se dan de muy buena clase), y el cual ofrece al visitante con el fondo premeditado de que saboree luego la mejor agua del mundo, que se le presenta en  esbelto jarro de plata. ¿Qué agua del Chorro de Padilla, ni del Carmen, ni de ninguna parte! ¡Aquella no se puede comparar sino a la del Paraíso!

Se puede ir a Mérida aun cuando sea solamente por el placer de tomar agua y de bañarse en las claras linfas del Albarregas, que corriendo presuroso, convierte en brillante espuma el caudal de sus aguas cuando éstas chocan contra las enormes piedras del cauce. Las verdes orillas, sombreadas por bellísimos bucares, reciben también a veces abrillantado rocío que las fecundiza.

Y no solamente las buenas costumbres, la franqueza del trato y el espíritu social comunicativo, las condiciones que distinguen a los merideños; aún hay otro rasgo muy notable de su carácter, que un observador atento anota complacido: la general disposición para la política que predomina entre ellos y un buen entendido amor a la libertad, que se traduce en actos diversos de su existencia: noble aspiración que parecen conservar ufanos desde la época de la independencia. ¡Cuántas páginas heroicas no dio a la historia de esa lucha en valor de los hijos de su suelo!...

En el Llanogrande, que queda al S.O. crece el Árbol del centenario, plantado allí solemnemente el 25 de julio de 1883, en homenaje simbólico a tan noble fiesta.

He nombrado a D. Tulio Febres Cordero. Redactor del simpático y popular periódico El Lápiz, y debo consignar con gratitud que fue con nosotros tan galante y cortés, que su nombre va invariablemente unido a los buenos recuerdos que nos dejó nuestra corta permanencia en Mérida.

El Periodista

Hijo del ilustrado jurisconsulto Dr. Fusión Febres Cordero y descendiente de una familia de patriotas, en la que el talento y la ilustración han aparecido en hermanable consorcio, heredó de su digno padre la afición a las letras y ese cariñoso apego a su suelo natal, el cual le ha llevado a escudriñar minuciosamente los archivos antiguos y a querer perpetuar las honrosas tradiciones de la letra. Frecuentemente exhibe en su periódico crónicas exornadas con las galas de una inspirada fantasía y escritas en un lenguaje sencillo pero florido y animado. Literato de vocación, no se deja, sin embargo, llevar del entusiasmo espontáneo tan natural en la juventud, sino que piensa con juicio y certeza: escribe cuando cree que puede comunicar algo útil a sus lectores, contarles un rasgo ingenioso o transmitirles noticias que ya han olvidado o que no son del dominio de la generalidad. Es quizás demasiado parco en producir, como si estuviese preocupado con la creencia de que el público es un señor muy descontentadizo, a pesar que debe tener presente que para él no ha habido aplausos y frases lisonjeras desde el principio. De genio amable y comunicativo, servicial como buen merideño, es su mayor encanto pasarse horas enteras entregado a los libros y periódicos, de que vive rodeado. Su nombre es ya muy ventajosamente conocido en toda Venezuela y seguro estoy de que su perseverancia en el trabajo y sus notorias aptitudes le harán avanzar cada vez más en el camino emprendido.

Imprentas y Periódicos

Mérida recibió con entusiasmo su primea imprenta en 1845, la cual fue comprada y establecida por el Sr. Francisco Uzcátigui, quien publicó, de 1846 a 47, el primer periódico impreso e esa  ciudad, que llevó el nombre de El Centinela de la Sierra, título que después han revivido en otra hoja periodística en 1882, pero antes de la primera publicación enunciada habían visto la luz pública El Tiempo y otros papeles que aparecieron litografiados, porqué cuando llegó la imprenta ya era allí conocida la litografía.

El esfuerzo de los merideños por aclimatar la imprenta y dar ensanche y vuelo a las ideas ha sido perseverante. En la ocasión de citar nombres de algunos de los diversos periódicos que han publicado desde que tienen imprenta: El Iris, La Concordia, La Joven Mérida, La Paz, El Civil, La Abeja (diario), La Campana, La Barra (diario),  El Tulipán (literario), El Eco del Chama, El Centinela, Heliotropio (literario) El Ruiseñor (literario), El Escolar (de instrucción)¸ La Cordillera, El Vigilante (publicado de septiembre de 1875 a junio de 76), La Regeneración, que apareció en 1876, redactada por el grandioso y concienzudo D. José Ignacio Lares, autor de algunos trabajos históricos, que abonan su mérito como hombre de letras, y en 1885 redactor de Los Andes, El Republicano, publicado en 1877 por D. José María Baptista Briceño, y La Época editado por el mismo: El Eco de la Sierra, seminario de literatura y variedades, que contaba una larga lista de colaboradores. A saber: Dr, Caracciolo Parra, Dr. Gabriel Picón Febres, José Vicente Nucete, Pedro María Febres C., Federico Salas, Dr. Foción Febres Cordero, Fabio Febres Cordero, Dr. Juan N. P. Monsant., José M. Baptista B., Dr. Domingo Liparelli, Licenciado Francisco A. Celis, Jacinto García Pérez, Bachiller Carlos Zerpa, Juan E. Paredes, León Febres Cordero J., Rómulo Sardi C., Bachiller Julio Febres Cordero, Bachiller José A. Parra, Foción Febres Cordero T., Rafael Parra P. Y Tulio Febres Cordero.

De las publicaciones hechas en folleto podemos anotar las siguientes: Descripción de las fiestas celebradas por la Sociedad del Carmen en honor de su Patrona. Mérida. Imp. de Juan de Dios Picón Grillet. Calle Igualdad -1869- Folleto de 13 páginas. (Contiene, además de la reseña de la fiesta, el discurso pronunciado por el Dr. Gabriel Picón en la sesión solemne del 5 de septiembre de 1869).

Estudios de un punto jurídico. Por el Dr. Pedro María Febres Cordero- Mérida- Imp. de Juan de Dios Picón Grillet-1877-21 páginas.

Artículos necrológicos a la memoria del Dr. Eloy Paredes- Mérida Imp. de Juan de Dios Picón Grillet-1880-23 páginas.

Discurso pronunciado por el Dr. Tulio Febres Cordero en la Capilla de la Universidad, el 12 de diciembre de 1880, después de la distribución de premios-Mérida- Imp. de Juan de Dios Picón Grillet-1881-12 páginas.

Centenario de D. Andrés Bello celebrado en la ciudad de Mérida el día 10 de diciembre de 1881 por la ilustre Universidad-Mérida- Imp. de Juan de Dios Picón Grillet-1882-28 páginas. (Contiene un discurso pronunciado por el Sr. Federico Salas, un elogio sobre el mismo Bello, por D. Tulio Febres Cordero, una composición poética de D. Julio H. Bermúdez y otra prosa del Sr. E. A. Montesinos).

Las Procesiones de la Semana Santa por el Dr. Juan N. P. Monsant-Mérida-Imp. de Juan de Dios Picón Grillet-1883-96 páginas (Es un largo estudio a favor de las procesiones públicas que celebra la Iglesia durante Semana Santa).

(Estos paseos solemnes de carácter religioso que se efectuaban en la Catedral y otros templos en torno de las plazas, habían sido suprimidos durante la Semana Mayor por el Obispo Dr. Román Lovera por haber degenerado en diversiones procaces y alborotos contra la moral y buenas costumbres. La sabia decisión ocasiono ardientes polémicas por la prensa de parte de los miembros de la medioeval sociedad, azuzados malignamente por clérigos del Cabildo Diocésano que no querían al Pastor).

Como dueño de la imprenta y hombre de ingenio para las artes, y hábil para todo, se nombra allí a D. Juan de Dios Picón Grillet, quien publicó en una ocasión un periódico con ilustraciones en madera, hechas por él, sin otro guía ni preliminar estudio que su fuerza de voluntad. Era hijo del benemérito D. Juan de Dios Picón, hombre público notable, que gobernó aquella Provincia en dos ocasiones, de 1831 a 1835, y de 1844 a 1847, y que trató de aclimatar en el país, en su segunda administración, la morera y el gusano de seda, industria que en los últimos tiempos ha vuelto a revivirse con calor, patrocinado por el inteligente comerciante Sr. D. Caracciolo Parra Picón


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sábado, 7 de enero de 2023

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XIX Isidro Laverde Amaya 1886 De Bogotá a Caracas CARLOS CHALABAUD ZERPA (Primera Parte)

 

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XIX

Isidro Laverde Amaya

1886

De Bogotá a Caracas

CARLOS CHALABAUD ZERPA (Primera Parte)

A fines de 1886, estuvo en Mérida, procedente de Bogotá y rumbo a Caracas, el acreditado publicista colombiano Isidro Laverde Amaya, quien ya había visitado la capital de Venezuela tres años antes, en ocasión del Centenario del Natalicio Libertador. Entonces había publicado un primer libro, en 1885, en Bogotá por el editor Ignacio Borda y que se refiere a sus recuerdos de las fiestas y que denominó Viaje a Caracas.

Era también autor de un estudio titulado Apuntes sobre bibliografía colombiana, editado en Bogotá en 1882 y que dedicó al presidente venezolano Guzmán Blanco. Igualmente fue el director de la importante Revista Literaria, que aparecía mensualmente con 64 páginas de texto sobre Biografía, Historia, Viajes, Geografía, Estadística, Crítica, Cuadros de Costumbres, Poesía y Variedades, en Bogotá entre 1890 y 1893.

De su viaje de Bogotá a Caracas dejó un libro escrito con un estilo sencillo, pormenorizado y a veces poético, donde describe las ciudades y pueblos por donde va pasando desde el punto de vista histórico, geográfico, costumbrista, cultural, y estadístico, con un apéndice sobre historia, geografía y literatura general del país.

Salvo Caracas, donde se sintió muy a gusto, es Mérida la ciudad a la cual dedica mayor número de páginas en el libro dividido en tres partes, que en 1889 publicó en Bogotá en la Imprenta de La Nación con el nombre  Un Viaje a Venezuela, en su corta permanencia en la ciudad emeritense fue atendido con solicitud y de manera galante y cortés por el joven  Tulio Febres Cordero, quien entonces frisaba los 26 años y era el redactor del periódico El Lápiz, cuya colección consultó, as{i como los Apuntes Estadísticos del Pbro. Jáuregui y algunos ensayos históricos de José Ignacio Lares. También investigó en Bogotá los orígenes de Mérida en las obras de Fray Pedro Simón y Mons. Lucas Fernández de Piedrahita.

El escritor, acompañado de su padre, partió de Bogotá el 15 de diciembre de 1885, rumbo a Pamplona. De la capital a Chapinero viajó en tranvía y de allí siguió en coche un trecho por la sabana bogotana y luego montó a caballo. Pasó por Chía, célebre por sus dulces de manzana, prosiguió por Cajicá donde lo entusiasmaron sus duraznos, llegó a Zipaquirá, conocida por sus magnificas minas de sal gema, visitó a Ubaté y luego una serie de caseríos miserables como Fúgene y Susa, fugazmente prosiguió por Chiquinquirá, Vélez (conocida por sus bocadillos de guayaba) y donde sólo consiguió enfermedades, terrible miseria y pordioseros. El 1° de enero de 1886 partió de El Socorro, visitó a Pinchote (rico en cotudos) y el 2 estaba en San Gil, población de buen tono y pretensión donde en las casas de familias existían diez planos, visitó Bucaramanga y de allí pasó a Pamplona. En esta población notó que la sociedad escogida, bien que circunscrita a pequeño número, en poco de diferenciaba de la de Bogotá; la misma urbanidad y la misma afición por la música y por las grandes obras de la literatura contemporánea como eran Los Misterios de París, El judío Errante, El Conde de Montecristo y Martín el Expósito, con muchas otras obras que arrojaban las prensas de Caracas y entraban por vecindad, así como las ideas, que se propagaban después de inocularse. Como se puede notar, las novelas populares de folletín de Alexander Dumas, El Viejo y Eugene Sue, publicadas en París entre 1840 y 1850, traducidas al castellano, eran muy apreciadas por la juventud en Latinoamérica medio siglo más tarde.

De Pamplona pasó a Chinácota y luego emrumbó hacia Cucutá ciudad que se mentaba como muy influenciada por las costumbres y la música venezolana, pero debió  evitar la visita a esa población, así como a El Rosario y San Antonio porque había una epidemia  de fiebre amarilla muy grave que llevaba meses haciendo estragos, lo que lo obligó a torcer hacia Rubio y de aquí llegar a San Cristóbal.

En San Cristóbal debió demorar varios meses aunque nunca lo dice, pero lo cierto es que en la Nochebuena de 1886 pernoctó en la aldea de La Playa de Bailadores, luego de visitar Táriba, La Gita y El Cobre. Las diversiones navideñas, y en otras épocas del año, de los habitantes de los pueblos de los Andes venezolanos eran las libaciones de miche en las bodegas y las peleas de gallos.

A Tovar llegó el 25 de diciembre, siguió por Estanques, salvó el río Chama por medio de una zaranda o tarabita, cómoda pero que crispaba los nervios y después atravesó el cauce seco de la quebrada del Barro, por más de una legua, y en medio de elevadísimos paredones de cortes caprichosos que formaban figuras raras y fantásticas. Así llegó al pueblo de indígenas llamado Lagunillas que estaba prácticamente despoblado por la epidemia de viruela que entre 1818 y 1819 dejó casi exterminada esta vecindad y otras inmediatas. De San Juan pasó a Ejido, sitio donde se refugiaron varios vecinos de Mérida después del terremoto 1812, y que había prosperado mucho a partir de 1873 debido a la bonanza de la venta del café. Los de Mérida llamaban despectivamente a los ejidences guayaberos, por la extraordinaria abundancia de exquisitas guayabas. A los de Ejido les ofendió en tal suerte el apodo que arrasaron con todos los árboles que eran causa del sobrenombre.

La via pública que de Ejido conducía a Mérida, de 2 leguas y media de largo, era alegre y muy buena por un plano inclinado sensiblemente entre elevados árboles y algunas casas de buena apariencia. Los bucares esbeltos imponderables y el horizonte eran también animado por el majestuoso aspecto de tres picachos coronados de nieve que dominaban la Sierra.

Laverde Amaya entró a Mérida a fines de diciembre de 1886, puesto que señala los movimientos poblacionales del Gran Estado de Los Andes para 1885 y además reseña el fallecimiento del padre Zerpa, notable figura de la Iglesia merideña, ocurrido en marzo del mismo año que visitó la ciudad.

Comienza el escritor la descripción de Mérida diciendo que como consecuencia natural del 19 de abril de 1810, vino a adquirir vida propia y a constituirse en provincia independiente, que era hasta entonces de la de Maracaibo. La Ley de división territorial de 1856 separó algunas provincias o cantones que formaron el antiguo Estado Táchira desde 1864, y en abril de 1881 se determinó que los Estados Táchira, Trujillo y Guzmán como se denominaba a Mérida, fuesen uno solo, con el nombre de Los Andes, sin duda porque estos países se extienden por todos Los Andes Venezolanos y presentan las cumbres más elevadas de la República. Según Codazzi, señala el autor, el picacho más alto de la Sierra Nevada está a 4.589 metros y 92 centímetros sobre el nivel del mar. La ciudad de Mérida, que antes era la capital de la Sección Guzmán, y entonces lo era de todo el Estado de Los Andes. Estaba situada a 8° y 10° de latitud Norte y 8°, 58" y 20° de longitud O. del Meridiano de Caracas. y a 1.649 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura media de 24° centígrados. Fue erigida en Sede Episcopal en 1777, el mismo año que quedó separada del Nuevo Reino de Granada.

Su principal establecimiento de instrucción secundaria era la Universidad, que tenía fama en toda la República y se consideraba, después de la Caracas, el mejor instituto de educación pública. Aun cuando no contaba para su sostenimiento sino con escasas rentas, había prestado eficaz auxilio en la tarea de ilustrar la juventud. Calculabase en ciento treinta el número ordinario de sus alumnos. Existía –según los datos que entonces se conocían- desde 1810, aun cuando desde doce años antes se dictaban diversas enseñanzas y fue el Obispo Lazo de la Vega quien mayor empeño tomó en el ensanche y programa, del plan de estudios. En ella se leían, cuando estuvo Laverde Amaya, las facultades de Medicina, Filosofía, Ciencias Eclesiásticas y Derecho Civil.

Había, además en la ciudad dos colegios para señoritas: uno público, establecido en 1880 y otro privado; seis escuelas federales; tres para hombres y tres para mujeres; y dos escuelas municipales de sólo niñas. La asistencia a todos estos establecimientos podía computarse en algo más de setecientos alumnos. Los dos colegios de señoritas habían dado muy buenos resultados.

Levantábase la capital del actual Estado de Los Andes al extremo de una hermosa planicie, de tres leguas de largo, inclinada rápidamente de Norte a Sur, y a cuyo pie corrían, por entre elevados barrancos, y en la misma dirección dicha, los ríos Mucujún y Albarregas, los que rendían sus aguas al torrentoso Chama, que también bañaba en su inquieto curso, de Este a Oeste, el extremo de la elevada meseta,  como si pretendiese ayudar a cerrar el marco que formaba el horizonte de la ciudad, dominada al Sur por los majestuosos e imponentes picachos de la Sierra Nevada. El aspecto material de la población era y presentaba un conjunto regular, sin que, por la otra parte, se descubriese nada notable, ni tampoco particular esmero o variedad en las construcciones. La mayor parte de las casas eran bajas, con ventanas grandes, estilo que predominaba en casi todo Venezuela. La ciudad tenía ocho calles longitudinales y veintitrés transversales, tres plazas y tres plazuelas. Había tres cementerios y dos hospitales, uno de Caridad era asistido por un grupo de señoras que se alternaban y otro de leprosos.

Dividíase en tres parroquias, que eran: Sagrario, Milla y Llano; y para el gobierno eclesiástico cuatro que eran, las mismas nombradas más la de Belén, creada en 1558. A cada parroquia correspondía una iglesia, que llevaba el mismo nombre del barrio. La del Sagrario era la matriz y existía ya para el año de 1569, servida por el presbítero Dr. Andrés de Jáuregui. La de Milla fue erigida en 1805, y su primer Cura se llamó Fray Francisco Martos Carrillo, la del Llano, también databa de 1805, y su primer Cura fue el Presbítero Ignacio Ramón Briceño.

Además de los templos citados existían en la ciudad estos otros: San Francisco, llamado también La Tercera, en jurisdicción de Milla; La Capilla del Carmen, antiguo templo de Santo Domingo, reedificado en 1872 por “La Sociedad del Carmen”, y las capillas del Hospital de Caridad, la del Espejo, que pertenece al cementerio y que se terminó en 1844 por esfuerzos del entonces Gobernador de la Provincia D. Juan de Dios Picón, y la de la Universidad, muy descuidada y pobre. En el sitio llamado El Arenal, en las afueras de la ciudad, lavantábase una capilla dedicada a la Virgen de Lourdes.

El mejor templo era, por supuesto, la Catedral, que aun cuando no de muy vastas proporciones, presentaba una fachada de buen conjunto, y el interior estaba aseado y mejorado en lo posible. Cerca del presbiterio se veía el suelo cubierto de lápidas, que indicaban los restos de varias personas notables del lugar. Este edificio se había comenzado a construir en 1842 y se terminó en 1867.

Era innegable, decía Laverde Amaya, que el atractivo mayor que presentaban los viajes, al menos cuando estos se verificaban por países nuevos, que carecían de adelanto material digno de fijar la atención, consistía en las relaciones sociales que se adquirían y en cambio recíproco de ideas, como también en la observación de costumbres y hábitos que nos eran extraños.

Por esto, el que quería consignar con fidelidad sus impresiones, tenía que apelar frecuentemente, aun cuando no lo quisiera, a la parte de su correría que podía llamarse personal, porque ésta ayuda a fijar en la mente del lector la pintura de lo que ha visto, y a librar la narración del sello de monotonía y de uniformidad que da la sola aglomeración de datos geográficos y estadísticos.

A Mérida le dio su fundador el título de cuidad de los caballeros, que debiera conservar como calificativo honrosísimo, que ciertamente merece, y por que por sí solo hablaría muy alto de las cualidades característica de sus hijos.

Pasa con ella lo que sucedía con Bogotá hasta hace algunos años. Secuestrada de la actividad y de mayor conocimiento y relaciones que procura a cualquier ciudad su proximidad al mar, vive, como si dijéramos, aislada, independiente, recogida por el silencio y entregada a la poética soledad de sus hermosos campos, acariciada por las frescas y fecundas brisas de la Sierra Nevada que, a modo de poderoso atalaya  colocado allí por la naturaleza, parece resguardar con sus moles plateadas e inaccesibles, en  aquel encantador  rincón del mundo se producen todos los frutos y se goza de un clima delicioso.