miércoles, 31 de enero de 2024

Biografía de Giovanni Battista Agostino Codazzi-ALFREDO JAHN

 

Biografía de Giovanni Battista Agostino Codazzi

 


Nació Giovanni Battista Agostino Codazzi en Lugo, sección Romagna de la Italia setentrional, el 10 de julio de 1793. Fueron sus padres don Domenico Codazzi y Constanza Bartolotti y niño aún fue enviado a la Escuela Militar que los franceses habían fundado en Bologna. Apenas había cumplido los 16 años cuando fue admitido en un Regimiento de Artillería montada, para luego continuar hasta el año de 1812 su educación militar en la Academia de Pavia. Incorporado a los ejércitos de Napoleón I, como oficial de Artillería, combatió bizarramente en las famosas batallas de Lützen, Bautzen, Culm, Dresden y Leipzig y el 20 de febrero de 1814 figuraba en el Estado Mayor del Teniente Coronel Armandi en la batalla de Mantua. Una vez disuelto este ejército, se alisto como Teniente de Artillería en la Legión Italiana organizada con los restos del Ejercito de Beauharnais y al concluir en Waterloo la brillante y gloriosa carrera de Bonaparte, comenzó para Codazzi una vida triste y menesterosa de la cual hubo de sacarle su antiguo jefe y amigo el Coronel Ferrari, con quien viajó por Grecia, la Valaquia, Rusia, Polonia, Prusia, Suecia, Dinamarca y Holanda, donde llegó a principios de 1817 dispuesto a regresar a la casa paterna. Informado allí de la sublevación de los pueblos suramericanos que proclamaban su Independencia de España, embarcóse en Amsterdam con rumbo a los Estados Unidos. En Baltimore le alcanzaron las primeras noticias de los portentosos éxitos obtenidos por los suramericanos bajo la genial dirección de Bolívar y desde luego se propuso ofrecer sus servicios a la causa de nuestra Independencia. En el mismo año el Vicealmirante de Venezuela, Villaret, lo embarca con el grado de Teniente en el Bergantín “América Libre”, rumbo a la Isla de Margarita, donde debía reunirse con Brión para apoyar en el Oriente de Venezuela las operaciones del ejercito libertador. Mas, desavenencias surgidas entre Brión y Barnad, Comandante del bergantín, fueron causa de que éste haciendo caso omiso de las ordenes recibidas, se dirigiese a la Isla Amelia, frente a la costa de La Florida, en busca de su compatriota Aury, quien a la sazón era Brigadier de los ejércitos mexicanos y se disponía a atacar la isla. Marcaba ésta entonces la línea fronteriza de la América hispana y la anglosajona y servía de base a aventureros y piratas que habían izado en la fortaleza Fernandina la bandera española, a cuya sombra ejecutaban sus cruceros corsarios. Tocó a Codazzi dirigir el ataque, el cual, al cabo de cuatro horas de lucha, puso en sus manos la fortaleza y un cuantioso material de guerra. Este hecho de armas le valió el ascenso a Capitán de Artillería y con este cargo estuvo acantonado allí, hasta que, cedida a los americanos la Florida, hubieron los mexicanos de evacuar la isla en los últimos días del ano de 1817. Fué esta una afortunada circunstancia para la causa de la Independencia, toda vez que la pequeña escuadra de Aury, compuesta de 14 barcos pudo, al abandonar la Amelia, reunirse con Brión y evitar que la escuadra española, venida de Cádiz, destruyese la de Brión privando a Venezuela de los importantes elementos y recursos traídos por Sucre para servir de base a la independencia de Venezuela y Nueva Granada.

 Cumpliendo órdenes de su Jefe Aury hace Codazzi en 1819 en desembarque militar en el Golfo de Honduras y se apodera del Fuerte de San Felipe, enarbolando por primera vez en aquella región la bandera de la Republica, por lo que es ascendido a Sargento Mayor el 1° de agosto del mismo año.

 De manera inesperada decidióse pocos días más tarde la suerte del dominio español en el extremo setentrional del Continente Suramericano. Este acontecimiento tuvo lugar lejos de las costas, en lo alto de las cordilleras que cubren el interior de la Nueva Granada.

 En la pequeña ciudad venezolana de Angostura, a orillas del Orinoco, habíase convocado el 15 de febrero de 1819 la llamada Convención de las Provincias de Barcelona, Barinas, Caracas, Casanare, Cumaná, Guayana y Margarita y de la cual dimanó una nueva forma de gobierno.

 Bolívar, eficazmente secundado por los Jefes de diferentes grupos de patriotas que se hallaban en armas, dirigió un audaz ataque contra la Nueva Granada, confiando en sus conocimientos de aquella región y en la tenaz perseverancia de sus partidarios. Después de recibir nuevos auxilios de voluntarios ingleses y alemanes, tramontó la Cordillera Oriental de Nueva Granada por el Páramo de Pisva y cayó sobre los españoles en las márgenes del río Boyacá con ímpetu tal, que obligó al Virrey Juan Sámano a una apresurada retirada hacia la costa, dejando el interior del país desprovisto casi de armas y tropas españolas. Fué esta una empresa de alto valor moral y militar llevada a cabo por las tropas venezolanas.

Dice el historiógrafo Schumacher: “la noticia de semejante cambio en la suerte de las armas patriotas, de su sonado triunfo y del posible establecimiento de una nueva y poderosa Republica americana, llegó con la misma rapidez y las costas del mar de las Antillas, que al resto de las fuerzas realistas, las cuales se vieron obligadas a concentrarse en Santa Marta y Cartagena. Algunos de los bergantines de Aury tuvieron las primeras noticias mientras este excursionaba por la bahía de Darien y éstas despertaron inmediatamente nuevos planos en los moradores de Vieja Providencia, quienes esperaban de un momento a otro el ataque de aquellos dos lugares de la costa que dominan las bocas del río Magdalena. Era, pues, necesario proteger por mar a las fuerzas de tierra, y con tal motivo una buena estrella parecía brillar para Aury, quien no debía omitir esfuerzos para acogerse a la sombra de la bandera de la República. Con tal motivo resolvió inmediatamente de saber la destitución del Virrey, enviar un apoderado que ofreciera a Bolívar los servicios de la escuadra y entrar en arreglos convenientes”.

 Hallándose aún en poder de los españoles casi todo el territorio que media entre el Atlántico y las montañas de Cundinamarca, el único camino para llegar a la capital era el de la inhospitalaria región del Atrato, casi desierta, cubierta de densos bosques y llena de peligros. Entre los compañeros de Aury fué el único dispuesto a desempeñar esta misión el Mayor Codazzi, quien a principios de octubre de 1819 remontó desde Darien el Atrato hasta la desembocadura del río Murri, lugar atrincherado y artillado por los patriotas. De allí continuó Codazzi en una canoa indígena que llenó de baratijas, herramientas y arenas, y que tripuló con bogas semisalvajes, y venciendo la corriente del río Quibdó, antiguo Citará, penetró en la Provincia del Chocó. La vía hacia Bogotá se hallaba ciertamente abierta, puesto que las provincias de Antioquía y Mariquita estaban libres, pero carecían de todo recurso y medios de trasportes, los que habían sido arrastrados por los enemigos en su rápida retirada. Fue necesario continuar a pie hasta Cártago sobre el río Cauca y de aquí a Bogotá el viaje se realizó a caballo y con mayor rapidez. Bolívar se hallaba ausente y ejercía la Vicepresidencia el general Santander. El resultado de su entrevista fué sólo de promesas; bien sea por la poca confianza que inspirara la personalidad de Aury o porque en aquellas alejadas montañas se daba poca importancia a la flota y todo se esperaba de las fuerzas terrestres. A fines de octubre y con oprimido corazón emprendió Codazzi el regreso a la costa. El compañero, a quien a la subida dejara enfermo en Quibdu había muerto, pero habíale dejado seis botellas de oro en polvo adquiridas a cambio de las mercaderías y baratijas y éste legado fue la base de la pequeña fortuna con que Codazzi regresó más tarde a su querida Romagna.

 Mientras Aury se dirigía a Bogotá para negociar con Bolívar y regresar tan decepcionado como su comisionado anterior, la escuadra intentó un nuevo ataque a las costas de Guatemala y aún al territorio del interior de Honduras. El valor desplegado por Codazzi en la toma de las fortalezas de Trujillo y San Felipe y de la ciudadela de San Fernando de la temible Omoa, le valieron el grado de Teniente Coronel de Artillería el 2 de noviembre de 1820, “en prueba de agradecimiento por sus grandes servicios, así como su fiel devoción a la causa de la Independencia de Sur América”, según escribió Felipe Lacroix, Secretario de Aury.

 Hallábanse concentrados en Cartagena los restos del ejército español y a partir del primero de junio de 1821 fueron sitiados por mar y por tierra hasta rendirse el 10 de octubre de 1821, diez días después de la muerte del infatigable Brión y sin que Aury hubiera podido tomar parte en la lucha.

 El incansable filibustero buscó entonces otro medio para alcanzar el premio de sus luchas de tantos años; con tal objeto atacó repentinamente las bocas del río de San Juan, el punto mas importante de la costa de los Mosquitos, donde los ingleses instigados por Hallstead, Comandante de Jamaica, querían comenzar operaciones de sitio. Tampoco aquí se vio favorecido por la suerte el jefe de Codazzi, pues el sitio fué declarado una violación de los derechos de Colombia, aun cuando hasta entonces la costa de los Mosquitos había sido considerada como parte de la nueva República de Costa Rica. Murió Aury repentinamente y su sucesor Nicolás Joly fue recibido en las fuerzas colombianas con el grado de Coronel y obtuvo la formal promesa de que los demás oficiales del finado Aury serían oportunamente reconocidos en sus respectivos grados (Schumacher).

 Codazzi no quedó incluido en este arreglo. Como tantos otros de sus compatriotas, sentía profunda nostalgia por Italia y abandonó las aventuras marinas cuando la Independencia de Colombia parecía definitivamente asegurada, y el Libertador se dirigía a derrocar paso a paso el poder español en las costas del Pacífico .

 En la isla danesa de San Thomas cambió por añil su bien ganado oro del Atrato y con aquel valioso artículo de comercio se dirigió a Baltimore donde había comenzado su carrera americana. De allí, después de haber realizado una fortuna de cuarenta mil pesos, emprendió en agosto de 1822 el regreso a su patria, la cual halló muy cambiada y enlutado su hogar por la muerte de su padre. Poco después, en marzo de 1823, compró el bonito fundo agrícola El Serrallo, situado entre Massa Lombarda y Conselice y allí arregló su cómoda vivienda completamente entregado a las faenas de la agricultura, pero siempre perseguido por la fatalidad.

 Decepcionado de casi todos sus amigos y fracasado en su pequeña empresa agrícola, resolvió abandonarlo todo para dirigirse a Colombia y ofrecer sus servicios al Libertador. Esperaba que serían reconocidos sus anteriores servicios y contaba con que su extraordinaria actividad y vastos conocimientos de Ingeniería militar le abrirían el camino en la nueva República. Arribado el 24 de mayo de 1826 a las hospitalarias playas de Cartagena de Indias, emprendió viaje a Bogotá en compañía de su antiguo amigo el almirante Clemente, que desempeñaba la cartera de Marina. En noviembre del mismo año entrevistóse con el Libertador, quien cediendo a las recomendaciones de Clemente y de Revenga, enroló a Codazzi en su séquito, y juntos emprendieron el largo viaje a Venezuela, donde el general Páez, como Jefe del nuevo Estado, había convocado para el próximo mes de enero una Asamblea Constituyente que debía reunirse en Valencia. Ante la posibilidad de una guerra civil, el Libertador declaró el estado de sitio para el Departamento del Zulia y las regiones vecinas y encomendó el Gobierno departamental al general José María Carreño. Como jefe de la artillería de Maracaibo, recibió Codazzi del Ministro de la Guerra de Bogotá, y por orden de Bolívar, el nombramiento de primer comandante de Artillería colombiana el 10 de enero de 1827; su primer periodo de servicio era reconocido desde el 18 de febrero de 1818; su permanencia en Italia considerada como una licencia y seguidamente fué inscrito su nombre de la Orden de Libertadores. Así empezaban a realizarse las esperanzas que de nuevo lo habían empujado hacia el Nuevo Mundo.

 Habiendo recibido con fecha 15 de febrero de 1828, la orden de fortificar las costas de la Guajira, y las que se extienden al Este, estuvo entregado todo lo restante del año en levantar mapas detallados de la Barra y de las costas, y ejecutando sondeos en las aguas que las rodean.

 A principios de 1829, el general Justo Briceño; sucesor de Carreño, comisionó a Codazzi para desarrollar un plan de itinerarios militares en el Departamento del Zulia, y como este comprendía para entonces no sólo la región ribereña del Lago de Maracaibo, sino también parte de las montanas, hasta los lejanos límites con Nueva Granada y las nevadas crestas de las Sierras de Mérida, la comisión que se le confiaba implicaba una vasta y difícil labor de mensura de carácter geográfico.


Con el desempeño de esta comisión comienza en la vida de Codazzi una nueva faz, sin duda la más importante, porque viene a revelarnos sus profundos conocimientos científicos, los cuales enseguida hubo de aprovechar la Republica para dar a conocer al mundo las condiciones físicas de nuestro país, y sus abundantes riquezas naturales. Las fatigas sufridas durante sus largas campañas en Europa y América habían fortalecido y endurecido su cuerpo y su espíritu: resultaban un admirable gimnasio, donde habíase preparado para resistir las que la naturaleza y el clima de los trópicos habrían de oponer al explorador geógrafo. Su indiscutible competencia y el amor y entusiasmo conque se dedicaba a su nueva actividad, debían realzar aún más el renombre alcanzado por sus éxitos militares, o, como ha dicho un escritor: “El Oficial de Artillería iba a quedar eclipsado por el Ingeniero Geógrafo”.

 Decretada por la Asamblea Constituyente, reunida en Valencia el 6 de mayo de 1830, la separación de Venezuela del resto de Colombia, apresuróse Codazzi a presentar al nuevo Gobierno sus mapas y planos del Zulia, como una muestra de lo que podía y debía hacerse en el resto del país, y admirado el General Páez de este primer fruto del militar académico recomendó al Congreso ordenase el levantamiento de mapas geográficos de las demás Provincias, a fin de formar de su conjunto la primera carta geográfica de Venezuela.

 Por ley dictada el 14 de octubre de 1830, fué autorizado el Gobierno para que encargara a un oficial competente el levantamiento de las cartas provinciales y la recopilación de datos físicos y estadísticos, a todo lo cual daba el Congreso la más alta importancia.

 El oficial escogido no podía ser otro que Codazzi, a quien el General Páez había designado pocos días antes como Jefe de Estado Mayor, después que esto había concluido la mensura de la Provincia de Coro.


La ejecución de la importante comisión corográfica encomendada a Codazzi, hubo de sufrir, empero, algún retardo. Muerto el Libertador el 17 de diciembre de 1830, sucediéronse varios alzamientos de cabecillas y Jefes militares de la Independencia quienes habían empuñado las armas en los Llanos de Apure y Barcelona, unos con el pretexto de la reconstrucción de la Gran Colombia, y otros con el propósito de imponer su propia personalidad. Codazzi tuvo que expedicionar contra estos facciosos y en estas y otras comisiones de carácter militar hubo de emplear todo el año de 1831.

 


Tras estas interrupciones pudo Codazzi, al fin, dar principio a sus trabajos corográficos el 2 de enero de 1832, partiendo de Caracas, la cual había sido designada como capital de la República el 30 de mayo de 1830. Con ligeras interrupciones, debidas a nuevas alteraciones del orden público, a cambios de Gobierno, y a varias prórrogas que fué menester solicitar para su comisión, pudo al fin dar esta por concluida, en cuanto al trabajo material, al finalizar el año de 1838 e informar a Páez, quien de nuevo ocupaba la silla presidencial, en estos términos: “El encargo que el Gobierno me encomendara hace ocho años, ha sido cumplido: cada una de las trece Provincias de la República tiene su carta corográfica en grande escala, y cada una de éstas un resumen de sus cantones, itinerarios y multitud de datos importantes de orden geográfico, físico y estadístico”.


El Comandante de Ingenieros y Director de la Academia de Matemáticas de Caracas, Don Juan Manuel Cajigal, a cuyo juicio fueron sometidos estos trabajos, rindió un informe en extremo satisfactorio.

 Codazzi, elevado al rango de Coronel efectivo de Ingenieros el 22 de abril de 1836, había realizado una tarea verdaderamente monumental. Estaban concluidos los mapas y los manuscritos de las obras Historia de Venezuela y Resumen de la Geografía de la misma, cuya parte literaria estuvo a cargo de dos personalidades prominentes en las letras: Don Rafael María Baralt y Don Ramón Díaz. Faltábanle ahora los medios para su publicación, porque aunque el Congreso le cedía en su mayor parte la propiedad de la edición, esta debía ser costeada por Codazzi. En este conflicto, dirigióse el geógrafo al Congreso a principios de 1810, y éste ofrecióle un auxilio de 10.000 pesos con la fianza del patricio Don Martín Tovar y Ponte, para el caso de incumplimiento. Resuelto así el problema económico, pudo, al fin, embarcarse Codazzi el 11 de julio de 1810, para Europa, en compañía de su pequeña familia y de sus amigos y colaboradores Baralt y Díaz.

En Paris tuvo la más cordial acogida por parte de los hombres de ciencia más eminentes de Europa. Todos admiraban su obra y la elogiaban del modo mas sincero. Alejandro de Humboldt lo despedía en junio de 1811 con esta cariñosa frase: “no puedo dejarle partir para aquel bello país, del que guardo los más caros recuerdos, sin renovarle mis más sinceros sentimientos de respeto. Los trabajos geográficos de Ud., que abarcan un área tan extensa, contienen tal acervo de detalles topográficos y tantas anotaciones sobre clima y altitudes, que harás época en los anales científicos. Me es una satisfacción haber vivido lo suficiente para poder asistir a la conclusión de esta magna empresa, que da lustre al nombre de Codazzi y gloria al Gobierno que tuvo el tino de secundarla”....

 A poco de haber llegado, fueron presentados los mapas y manuscritos por Francois Arago, al célebre Instituto de Francia. Este nombró una comisión integrada por el mismo Arago y por Savary, Elie de Beaumomt y Boussingault y el informe rendido por estas eminencias, concluye así: “Los trabajos del Coronel Codazzi. que han exigido tanta constancia de su parte, nos parecen en su conjunto y bajo todos respectos, dignos del más eficaz fomento. Vuestros comisionados no dudarían pediros, que le acordáseis la mayor prueba de vuestra estimación, haciéndolos insertar en las Memorias de los Sabios extranjeros; si tal petición fuere realizable, tratándose de materiales tan voluminosos y que además están en vísperas de ver la luz pública”.

 Eligió Codazzi para la publicación de su obra la antigua y reconocida casa Thierry fréres, de Paris, la cual tenía a su servicio un cartógrafo grabador alemán, Alejandro Benítez, insigne artista, según se evidencia del Atlas de Venezuela por el ejecutado y por algunos dibujos originales que poseo. Trabóse una íntima amistad entre los dos hombres durante el largo tiempo en que trabajaban conjuntamente, ilustrando Codazzi sus propios dibujos con explicaciones verbales, que Benítez debía traducir en sus grabados, a fin de que ellos representasen lo mejor posible la topografía de nuestro territorio. Estas ilustradas disertaciones inflamaron la mente del joven cartógrafo, quien como hijo de agricultores de la Selva Negra, era un profundo admirador de la naturaleza y un entusiasta cazador. Ya próxima a concluirse esta labor, recibió Codazzi un oficio del Gobierno de Caracas, en que se le excitaba a que informase cuales eras, en su concepto, los territorios más adecuados para el establecimiento de colonias agrícolas que el Gobierno se proponía crear en el país, con inmigrantes europeos. Codazzi contestó a mediados de enero de 1840, que para una información de esta índole precisaba hacer un reconocimiento en aquellos lugares que a primera vista parecían los más adecuados, como las montañas entre Ocumare del Tuy y Altagracia de Orituco, y las regiones selváticas de la Cordillera del litoral, frente a La Victoria, y Maracay, y desde luego ofrecía hacer este reconocimiento y consiguiente informe a su próximo regreso a Venezuela. Aquí comienza la tercera v mas interesante faz en la vida de Codazzi: el valeroso militar y eminente geógrafo vino a ser también un prudente y experto colonizador.

Los propósitos del Gobierno de fundar en Venezuela colonias agrícolas europeas entusiasmaron de tal modo a su amigo Benítez, que este ofreció a Codazzi reunir en su país natal un fuerte contingente de emigrantes entre sus familiares y amigos. El prudente Codazzi aconsejó le acompañase en su próximo corto viaje a Venezuela, para que viese y juzgase por si propio las condiciones del país, de su gobierno y de sus pobladores, antes de tomar una determinación que debía marcar un cambio tan trascendental en su vida y la de los suyos, y al efecto trasladáronse juntos a Caracas al cabo de pocos meses.

 En un informe preliminar presentado al Secretario del Interior y Justicia, con fecha 11 de noviembre de 1841, dice Codazzi: “largas y frecuentes conferencias sobre el mejor modo de colonización, tuve en Europa con el sabio señor Boussingault y con el celebre Barón de Humboldt, y a sus experimentados consejos debo la mayor parte de las ideas que expondré más adelante; pero antes de todo diré a Ud. que determine entonces dirigir mis miradas hacia la Alemania, de donde los Estados Unidos del Norte han recibido sus más grandes inmigraciones”.

 Una rápida exploración por las montañas que demoran al Norte de La Victoria y por los valles de Puerto La Cruz y Maya que descienden al mar Caribe, rebeló a Codazzi la conveniencia de establecer la primera Colonia en un anfiteatro delicioso que encierra las fuentes del río Tuy a una altura que varia de 1.800 a 2.000 metros sobre el nivel del mar. A su juicio podían establecerse allí unas ocho mil personas, y las montañas vecinas ofrecían facilidades a la apertura de caminos de recuas a La Victoria y de una carretera a la capital de la República.


“En esta última es donde la colonia funda sus mayores esperanzas de incremento y de progreso”, se lee en su Prospecto publicado en febrero de 1842, y más adelante: “el colono que pudiera diariamente llevar en pocas horas a Caracas sus productos, tendría ventajas incalculables y estas se harían extensivas a todas aquellas tierras altas e incultas”.

 Las tierras elegidas formaban parte de las que eran de propiedad del señor Manuel Felipe de Tovar y este eximio patriota en noble gesto, que honra su memoria, hizo gratuita cesión de las que la Colonia hubiese menester. Su tío, el prócer Don Martín Tovar y Ponte, por su parte, ofreció su protección moral y la fianza material, a fin de que el Gobierno adelantase los fondos que la nueva empresa de Codazzi requería. Supo este cumplir un deber de justicia al consignar en su citado prospecto: “el hombre de Colonia Tovar se le ha dado para perpetuar la memoria de dos hombres que se han constituido en protectores de la empresa con un raro desinterés, y sólo porque han creído que si se lleva a efecto el proyecto, su patria recibirá ventajas y bienes incalculables. El antiguo y puro patriota ciudadano Martín Tovar, sirvió de fiador al empresario que no posée otros bienes de fortuna que un ardiente deseo de ser útil a su patria adoptiva. No menos generoso fué el ciudadano Manuel Felipe de Tovar, joven patriota, que marcha a paso firme por la senda de su tío; donando a la empresa todo aquel hermoso valle que contiene más de dos leguas cuadradas de tierras de cultivo. Allí quedará asentada la primera colonia que auxiliada por la salubridad del clima y la feracidad de las tierras, prosperara a grandes pasos y dará a Venezuela el hermoso espectáculo de ver en poco tiempo cambiada la faz de una naturaleza salvaje”.

 Abunda además el prospecto citado en multitud de indicaciones sobre los diferentes cultivos adaptables al clima de la Colonia, y sobre la manera y época en que estos deben hacerse y todo ello revela en Codazzi conocimientos poco comunes de agricultura práctica.

 El 8 de Abril de 1843 llegaron a la nueva Colonia los primeros inmigrantes alemanes en número de 374 personas, acompañados de Codazzi y Benítz. Pronto surgieron en aquellas selvas sementeras y casas que recordaban las de la patria de los colonos. El previsivo Codazzi no había omitido ningún sacrificio ni ningún detalle para asegurar la vida en el nuevo establecimiento. Había allí un médico, un preceptor, un sacerdote, carpinteros, herreros, zapateros, carniceros, aserradero mecánico, molinos de trigo, panadería, tiendas, botica, cervecería, alfarería y hasta tipógrafos y una imprenta donde se editaba un boletín mensual bilingüe, bajo la dirección de Benítz. He aquí la obra del organizador enérgico y consciente!

 Designado por el Presidente, General Soublette, como Gobernador de la Provincia de Barinas, hubo de abandonar Codazzi en diciembre de 1845 la Colonia, a cuyo fomento y bienestar estaba dedicado con verdadera pasión, dejando su dirección en manos de Alejandro Benítz.

 Disturbios a causa de desavenencias ocurridas, obligaron a Codazzi a volver a la Colonia en marzo de 1847. Su presencia allí restableció prontamente la buena marcha de su empresa favorita. Fué ésta su última visita, pues vuelto a Barinas, los acontecimientos políticos que se desarrollaron después de las violencias del 27 de enero de 1848, y el Gobierno de Monagas de ellas surgido, con el cual no simpatizaba Codazzi, le obligaron a abandonar en manos del nuevo Comandante Militar, el Gobierno de la Provincia. Salió el 22 de febrero de aquel año en unión de su familia por vía de Trujillo a Puerto Cabello, y de este último lugar trasladóse seguidamente a Maracaibo, donde llegó a sus manos una interesante carta del Presidente de Nueva Granada, General Mosquera. En ella se le invitaba a prestar nuevos e importantes servicios en la vecina República. Al igual de Páez, había comprendido Mosquera la importancia de los trabajos cartográficos para el estudio y fomento de un país incipiente. Ocupado además el problema de la unión de los océanos Atlántico y Pacífico a través del istmo, en cuyo proyecto parecían igualmente interesados los ingleses, franceses y americanos, y por antes de dirigirse Mosquera a Codazzi, había obtenido una compañía de Paris, el privilegio para la construcción de un ferrocarril istmeño.

 


Por su parte los Estados Unidos habían concluido un contrato con Mosquera, el cual fue aprobado el 12 de diciembre de 1816, asegurándoles amplias concesiones en el Istmo y se disponían a emprender la comunicación interoceánica. Para el estudio y control de estos proyectos, deseaba el Presidente la colaboración de Codazzi. Este último rehusó al principio, pero luego de dejar establecida su familia en Curazao y de conocer la salida del país de Páez, a quien el era adicto, resolvió dirigirse a Bogota y ofrecer sus servicios Mosquera. En Bogota tuvo la mas cordial acogida por parte del Gobierno y de los intelectuales más prominentes.

 Como resultado de su brillante memoria sobre la organización de la Escuela Superior y del Ejército Nacional, se le confirió en febrero de 1849, el grado de Coronel de Ingenieros neogranadino, el mismo que ostentaban cuando tuvo lugar la disolución de la  Gran Colombia.

 El cambio presidencial ocurrido el 1° de abril de aquel año lejos de traer dificultades a los proyectos de Codazzi, vino a favorecerlos inesperadamente. El nuevo Presidente José Hilario López los apoyo de tal suerte que fué dictada una ley en 29 de mayo, la cual disponía el inmediato comienzo de un levantamiento topográfico de la capital, que Codazzi debía de ejecutar con los alumnos de la Escuela Militar.

 Terminado este trabajo, y perdida para él toda esperanza de un pronto regreso a su patria adoptiva y a su tan querida Colonia Tovar, puso todo su empeño en lograr que se procediera al levantamiento de la Carta del País y la confección de una Geografía semejante a los por él ejecutados en Venezuela. Concluyóse en diciembre un contrato con Codazzi por el cual se fijaba un plazo de seis años para la terminación de todo y se le asignaba el mísero sueldo de 3.321 anuales, de los cuales debía sufragar sus gastos.

 Al mismo tiempo contratóse a Manuel Ancizar para recopilar los datos estadísticos y hacer la parte descriptiva del territorio y apenas concluidos estos contratos, tan importantes para el ulterior desenvolvimiento de su vida, llegaron a Bogota la esposa e hijos del ilustre geógrafo. Con nuevos bríos y el entusiasmo de antes iniciaba Codazzi su nueva actividad, cuando los primeros albores del 3 de enero del año  de 1850 iluminaban la dilatada sabana de Bogota.

 En largas y penosas jornadas recorrió el geógrafo el extenso territorio de la vecina República, determinando posiciones y alturas, levantando caminos y ríos y recopilando datos acerca del clima y de las condiciones ecológicas del país.

 Entre tanto los ingleses estudiaban la posibilidad de un canal interocéanico por la región de Darien y hacían circular en los centros comerciales de Europa un informe de Lionel Gisborne, fechado el 28 de agosto do 1852, Codazzi, en un informe presentado al Gobierno probaba la falsedad de este documento, en el cual Gisborne aseguraba no existir montañas en aquella región.

 El año siguiente una Comisión técnica, enviada de Londres hacia una exploración del terreno. Apareció poco después un cuerpo de Ingenieros norteamericanos y finalmente otro francés que venían a cooperar en estas expediciones. Estas noticias causaron cierta ansiedad en Bogota, donde no había sido solicitado el permiso del Gobierno. En consecuencia del Presidente Obando dió instrucciones al Gobernador de Cartagena para que enviase un número de hombres, cuy a presencia comprobase los derechos de la Nueva Granada en la bahía de Caledonia y designó a Codazzi para que se trasladase al teatro de los acontecimientos yv representase al Gobierno, colaborando con los extranjeros en las operaciones técnicas.

 Esta exploración afirmó a Codazzi en la opinión antes emitida de que las montañas de aquella región en la opinión un insuperable obstáculo a la realización del proyecto internacional y después de un estudio de la vía de Colón y Chagres, concluyó:  “Una línea de canal de Panamá a Colán o Chagres respondería mejor a las necesidades del comercio por ser esta la parte mas angosta del Istmo y porque su mayor altura no presenta obstáculos insuperables”. Como bien sabéis, esta es la vía que treinta años más tarde eligió Lesseps y por la que finalmente construyeron los americanos el actual canal.

 Fue este un triunfo de Codazzi que no le ha sido debidamente acreditado. El Gobierno de Colombia premio sus importantes servicios, confiriéndole con fecha 4 de diciembre de 1854 el grado de General, pero como este ascenso no fue conocido en Venezuela sino mucho tiempo después de su muerte, ha seguido llamándosele el “Coronel Codazzi”, porque era este su rango durante los años de su destacada y fructífera actividad militar, política y científica entre nosotros y con el que figura su nombre en las obras de que es autor.

 Terminadas sus operaciones topográficas en la región central y meridional de Colombia, decidió Codazzi continuarlas en la parte setentrional y a fines de 1858 descendió por el Magdalena a la Laguna Zapatosa y al caudaloso río Cesar.

 El 20 de enero de 1859 llegó a Espíritu Santo y de allí tomó el camino de Valle de Upar en marcha hacia la tan deseada Sierra Nevada de Santa Marta. No obstante verse acometido de una alta fiebre, salió del pequeño villorrio de Valle de Upar el 7 de febrero, pero en la cercana hacienda de Pueblito agravóse su estado y lo abandonaron sus fuerzas tantas veces probadas y horas después moría teniendo de frente las nevadas cimas que no le fué dado alcanzar.

Sus rectos fueron mas tarde trasladados a Bogota y su viuda, Doña Araceli Fernández de La Hoz cuyas manos tuvimos la satisfacción de estrechar en 1895, los deposito en la catedral de Valencia.


Allí aguardan el juticiero acuerdo que ha de abrirles las puertas del Panteón Nacional.



 

 

jueves, 25 de enero de 2024

LA ALTITUD DE MÉRIDA = Alfredo Jahn

 

LA ALTITUD DE MÉRIDA

Mérida, Abril de 1922

A. Jahn 


 

Antes de mis viajes de exploración, en 1910 a 1912, por el Occidente de Venezuela, existían ya algunas determinaciones de la altura de la ciudad de Mérida; pero ninguna de ellas se había hecho con la debida precisión, porque, calculadas algunas de un escaso número de observaciones barométricas sin sus correspondientes simultáneas al nivel del mar y basadas otras en lecturas aisladas de aneroides, se habían practicado todas en diferentes sitios de la ciudad y carecían de un punto fijo común de referencia. 

 

Mérida está emplazada en una mesa que se dirije hacia el S. O., bordeada por los ríos Mucujún, Chama y Albarregas, e inclinada más o menos, 4 por ciento, de suerte que las observaciones barométricas practicadas en diferentes puntos de la ciudad deben arrojar, como en efecto sucede, diferencias considerables. Para poder establecer la comparación de los resultados obtenidos por otros viajeros y por mí, se imponía, pues, la reducción a una referencia común y para tal he elegido el zócalo de la Catedral en su ángulo Nordeste.

 

Nivelaciones practicadas con el teodolito en setiembre del año pasado, me dieron a conocer la diferencia de nivel de este zócalo con los pisos de las casas en que fueron practicadas las observaciones de algunos de mis predecesores y las mías.

 

La primera indicación altimétrica de Mérida, de que se tiene noticia, es la del sabio francés

J. D. Boussingault, y figura en sus Viajes Científicos a los Andes ecuatoriales,                            recopilados por Acosta, con 1619 metros (pág. 195). No dice este autor a qué punto de la ciudad se refiere esta cota, pero la circunstancia de haber él estado al servicio de la causa republicana y haber viajado en el séquito del Libertador, quien lo distinguió con su amistad, hace presumir que se alojase en la casa consistorial o municipal, que es la que hoy ocupa el cuartel nacional en la parte occidental de la plaza Bolívar. El piso de este edificio está 4 metros más bajo que el zócalo de la Catedral, de modo que la altura de Boussingault reducida a este último punto sería la de 1623 metros sobre el nivel del mar.

 

Por los años de 1836 a 1838, debió visitar esta ciudad el Coronel Agustín Codazzi, nuestro conocido geógrafo, cuando se ocupaba en recojer materiales para sus trabajos corográficos. En la Página 497 de su Resumen de la Geografía de Venezuela dice que Mérida se halla a una altura de 1971 varas que equivalen a 1648 metros pero omite, como los demás, indicar su punto de referencia, el cual no ha sido posible identificar.

 

En 1885 fue huésped de Mérida por algunos días el doctor W. Sievers, geólogo alemán                            

quien realizó importantes trabajos geológicos en todo el Occidente de Venezuela. Sus observaciones con un aneroide de Otto Bohne Berlín, fueron hechas en el Hotel Rangel, el cual en aquella época ocupaba la casa que es hoy del señor Roque Paoli, y cuyo piso está 5,50 m. más bajo que el zócalo de Catedral. Aunque Sievers en sus publicaciones sobre la Cordillera de Mérida, anota como altura de la ciudad la de 1630 m, el cálculo hecho por mí con el promedio de todas sus observaciones de hipsómetro y aneroíde solo arroja para el citado punto de observación 1620, o sean 1625,50 metros para el zócalo de la torre.

 

Algunos años después de la visita de Sievers fué instalado un gabinete de física completo en la Universidad de Los Andes y entre los instrumentos importados empezó a funcionar allí un barómetro de sifón algo imperfecto y desprovisto de nonio. Las observaciones practicadas con este instrumento no permiten que se les aplique el cálculo, ya que muchas de ellas se hicieron, en la casa que habitaba el profesor de física y no consta en los cuadros, que he tenido a la vista, la época en que se hizo el traslado de los instrumentos. La imperfección del barómetro empleado y la falta de comparación de sus indicaciones con los aparatos similares de Caracas han sido, por otra parte, causa de que omitiese la altura resultante en esta breve memoria.

 

No fué sino en 1907 que frieron repetidas las observaciones altimétricas de Mérida. La Comisión astronómica del Plano Militar, instalada en la casa del señor Don Gabriel Parra Picón practicó allí en el mes de junio observaciones con sin barómetro de mercurio, sistema Fortin, y del promedio de estas, comparadas con las del observatorio de Caracas, dedujo el doctor Luis Ugueto la altura de 1641 metros sobre el nivel del mar. La nivelación por mí practicada en setiembre del año pasado demuestra que la casa de la familia Parra, donde actuó la comisión nombrada, se halla 10,60 m. sobre el zócalo de la torre, lo que da para este último una altura absoluta de 1630,4 metros.

 

Mis propias observaciones fueron practicadas del 13 al 1 5 de marzo de 1910 en el antiguo Hotel Mérida, cuyo piso está elevado 4.50 m. sobre el zócalo de Catedral y del 29 de diciembre de 1910 al 24 de febrero de 1910 en la casa que es hoy del señor Carlos Dávila y que está 7,50 metros más baja que él referido zócalo. Estas últimas observaciones suman 192 lecturas del barómetro de mercurio y de la temperatura del aire, hechas simultáneamente con otras que el doctor Luis Muñoz Tebar practicaba en el barómetro del dique astillero por mí instalado y del mismo tipo de los que, usaba en mis viajes de exploración. Calculada la altitud de Mérida con las dos series antedichas y sus simultáneas de Maracaibo y Puerto Cabello, resulta el zócalo de la catedral:

 

    altura. Observaciones de marzo 1910                         1625,0 M

IIª altura. Observaciones de diciembre a febrero 1911      1625,2 M

 

En agosto del pasado año de 1921 tuve ocasión de comprobar una vez más esta altura. Durante los días 18 a 21 de aquél mes y año observé en Maracaibo, cerca de la orilla del lago mi barómetro Fortin, determinando con precisión la altura de su cubeta sobre el nivel de las aguas. A mi llegada a esta ciudad comparé el instrumento usado con el de la Estación meteorológica y hecha la corrección debida, resultó que el piso de la casa del señor Br. Emilio Maldonado, donde está establecida aquella estación, se halla a 1612,4 m. sobre el nivel del lago y como, según mi nivelación, el zócalo de Catedral está más alto que la estación meteorológica 12,88 m, tenemos que la altura de aquel es de 1625,28 m.

 

No puede ser más satisfactorio el resultado de esta comprobación y esto me induce a considerar como altura definitiva y exacta de Mérida, en el zócalo de la Catedral, la de 1625,3 metros sobre el nivel del mar.

 

jueves, 18 de enero de 2024

OBSERVACIONES GLACIOLÓGICAS EN LOS ANDES VENEZOLANOS=ALFREDO JAHN

 

 

OBSERVACIONES GLACIOLÓGICAS EN LOS

 ANDES VENEZOLANOS

 

(Extractado del N° 64 de Cultura Venezolana)

 

 

En la Cordillera Venezolana de Los Andes predominan, como en todo el territorio de la República, los vientos alisios del Este, portadores de la humedad que recogen en el Atlántico y en la cálida hoya del Orinoco y que luego, al contacto con las corrientes superiores frías, precipitan en forma de lluvia en los amplios valles que descienden hacia los Llanos y en forma de nieve sobre la cresta más elevada de nuestra Cordillera. Se hallan estas en el macizo de la Sierra Nevada de Mérida, que demora al S. E. de la ciudad del mismo nombre, y constitúyenlas los nevados picachos de El León (4.740m), El Toro (4755m), La Columna (5002m), La Concha (4922m), Humboldt (4942m) y Bonpland (4883m), cimas gemelas estas últimas de La Corona. A las nombradas cumbres podría agregarse la de La Torrecita (4547m), generalmente, aunque no siempre, cubierta de nieve. Continuando hacia el Este se observa que la Cordillera se deprime un poco, hasta 4200 metros, para levantarse 30 kilómetros más adelante en un grupo de picos que durante la mayor parte del año están nevados y forman en su conjunto una pequeña Sierra, designada con el nombre de Sierra Nevada de Santo Domingo o Mucubají y elevada 4672 metros en su pico máximo de Mucuñuque. En este punto tuerce el dorso de la Cordillera hacia el Norte, abatiéndose hasta 3600 metros en el Páramo de Sto. Domingo, que cruza el camino de Barinas, y enlazándose por medio de un grupo de altas cumbres, que forman el Nudo de Apartaderos, con la Cordillera de Trujillo, que es su propia continuación oriental y más al Norte con la Sierra del Norte o la Culata, formidable murallón que cierra hacia la hoya del Lago de Maracaibo los grandes valles del Chama y del Motatán. Las cumbres de esta Cordillera boreal superan en altura las de la Sierra de Santo Domingo y casi rivalizan con las de la Sierra Nevada de Mérida, pues llegan hasta 4762 metros de elevación en el picacho de Piedras Blancas y se mantienen sobre 4500 y 4700 en algunos otros vértices.

 

En los últimos días de 1910, o sea al comienzo de la estación seca, encontramos que el límite de las nieves se hallaba en la Sierra de Mérida a una altura de 4500 metros sobre el nivel del mar y en posteriores exploraciones (1916, 1921 y 1922) hemos visto que en años excesivamente secos se reduce la nieve a los picos más altos. En ciertos parages abrigados, como el nicho de la vertiente Norte del Toro, y en algunos de El León, se conservan aún en esas épocas de excepcional sequía, trozos de nieve perpetua, lo mismo que se reduce a un diminuto manchón en el Pico Mucuñuque, la amplia cubierta de nieve que suele cubrir la Sierra de Santo Domingo, durante la estación lluviosa. Puede fijarse en 4700 metros el límite de las nieves a fines de la estación seca, pues fue esa la altura en que las hallamos en la vertiente Sur del pico Columna el día 24 de marzo de 1915. El límite inferior del hielo y rehielo (Firn. de los alemanes) se halla 200 metros más abajo, como lo demostraremos más adelante. No obstante traspasar las cumbres de La Culata estos límites, se hallan completamente despojadas de nieve durante toda la estación seca, pues ni aún en diciembre hemos observado su presencia en sus cimas más elevadas. Acontece con esta Sierra lo que, en Colombia y Ecuador con sus Cordilleras occidentales, donde el límite inferior de las nieves persistentes sube a 4800 metros, en tanto que se mantiene a 4600 en las ramas orientales. El caso es completamente análogo y podemos decir que Venezuela, al igual de las otras Repúblicas andinas de Suramérica, tiene su Cordillera oriental y su Cordillera occidental. En efecto, la dirección generál del eje de nuestro sistema andino es de S. O. a N. E. y siendo la dirección predominante de los vientos alisios del Este y del Sur Este, es evidente que los vapores acuosos, impelidos hacia el Oeste y Noroeste, deben condensarse al encontrar las crestas elevadas de Santo Domingo y Mérida, convirtiéndose en lluvia en las faldas de la montaña, vistiéndolas de lujosa vejetación, y en nieve, al traspasar el límite climatérico de 4500 a 4600 metros. Despojada así la atmósfera de su exceso de humedad, solamente alcanzan vientos secos las cumbres de La Culata e impiden, por su dirección, el ascenso de los vapores del Lago de Maracaibo, los que tienen que condensarse en las vertientes boreales de la Cordillera. Sólo cuando se rompe el equilibrio de la zona alta, por faltar los vientos de la opuesta dirección, o cuando estos últimos vienen sobrecargados de humedad, durante los meses de junio a setiembre suelen caer abundantes nevadas en la Cordillera del Norte, descendiendo el manto de nieve hasta los 4000 metros, para desaparecer tan luego se inicia la estación seca con su prolongada insolación. Los vapores acuosos del Lago de Maracaibo, impelidos hacia el Catatumbo y la Sierra del Perijá, rozan, en su marcha, a todo largo las estribaciones de las montañas, se encausan por los amplios valles del Motatán, Chama y Escalante hacia el corazón de la Cordillera, protegidos por la masa de sus cumbres contra el viento del Este y Sureste, que sopla en las regiones elevadas y de todo esto ha de resultar una acción aspirante, provocada además por la diferencia de tensión, y dirijida hacia las fuentes de los valles en dirección al Sur y Sureste. A esta misma causa obedece el que casi toda la humedad atmosférica condensable se precipite sobre las cumbres de la Cordillera del Sur, donde los vapores de la corriente aspirada vienen a sumarse a los que aportan los vientos húmedos del Este.

 

En la época lluviosa, especialmente en los meses de junio a setiembre son frecuentes, las nevadas en esta parte de la Cordillera y en ocasiones la nieve desciende hasta 3600 metros de altura, pero inmediatamente desaparece de los páramos inferiores y sucesivamente de las cumbres, hasta que, al acentuarse la sequía, queda completamente despojada La Culata y se nota el retroceso progresivo del límite nevado en las sierras de Mérida y Santo Domingo, en la forma que ya hemos dicho. En muy raras ocasiones las grandes nevadas han descendido, en la Sierra de Mérida, hasta invadir la selva, cuyo límite superior se halla a 2800 metros. Según informes obtenidos, en la región de Apartaderos, las grandes nevadas descienden por el vallecito de Mifafi y Barro Negro, hasta poco más abajo del refugio llamado <Casa de Gobierno>, que se halla a 3643 metros sobre el nivel del mar y al camino de Barinas en el Páramo de Santo Domingo a 3604 metros. Estos informes concuerdan con mis propias observaciones hechas en la Sierra Nevada de Mérida. Allí, después de una violenta tempestad eléctrica que se desató sobre el valle de Chama, el día 23 de setiembre de 1921 y una tenue lluvia del día siguiente, amaneció el día 25 una extensa cubierta de nieve. Las medidas ejecutadas con el teodolito pemitiéronme calcular el límite inferior de la nieve en 3600 metros de elevación, sobre el flanco occidental del pico El León, en tanto que por el lado Sur de El Toro se mantenía a poca menos de 4000 metros. Indudablemente aquella nevada había alcanzado bastante más abajo, pues la nebulosidad del día 24 no permitió que se hiciera la medida lograda un día más tarde, cuando ya habíase fundido buena parte del extremo inferior.

 

Las grandes masas de nieve acumuladas en las cimas de La Columna, La Concha y en los picos gemelos Humboldt y Bonpland de La Corona están sometidas a un proceso de diurna fusión y nocturna congelación que da por resultado el rehielo (Firn de los alemanes, nevée de los franceses) de aspecto cristalino y granuloso. Estas masas de rehielo cubren como formidable coraza todas las cimas superiores a 4800 metros y descienden por las cañadas y hondonadas en lento, imperceptible movimiento y adquieren finalmente las condiciones de un hielo cristalino y compacto que avanza en pequeñas lenguas, al favor de la configuración del terreno, formando cortos, pero verdaderos glaciares o ventisqueros. Los más importantes de estos glaciares son los que descienden hacia el Norte y Noroeste y envían el producto de su diaria fusión al Río Chama. De menor importancia y menor desarrollo son los que se hallan en la vertiente Sur y Sureste y alimentan tributarios del Río Negro o de Nuestra Señora. Débese esta diferencia de desarrollo a la circunstancia de que estando el cielo en aquellas alturas generalmente despejado hasta las 9 o l0 de la mañana y nublado después, las faldas del Sureste están más expuestas a la insolación, en tanto que a las mismas horas se hallan las del Norte y Noroeste protegidas por las sombras de las altas crestas. El pico de La Columna sustenta tres glaciares en sus vertientes Norte y Noroeste y dos menores por el Sur. Los primeros los he denominado así: Glaciar Espejo en la cañada del mismo nombre. Glaciar de Bourgoin, en la cañada de Los Chorros, al Norte del primero y Glaciar de Karsten el que desagua en la Cañada Grande. Hacia el Sur se dirijen el Glaciar Timoncito y otro menor, que le es contiguo y que el Dr. Blumenthal ha denominado Glaciar de las Hermanas. Los dos primeros de los nombrados son los más importantes y sus frentes verticales terminan con un espesor de 14 metros a 4480 metros sobre el nivel del mar. Las pequeñas lenguas terminales de los de Timoncito y Hermanas son menos potentes y sólo descienden hasta los 4700 metros de elevación, o sea unos 220 metros más alto que el límite inferior de los glaciares setentrionales. De menor importancia son los glaciares de los otros picos merideños. En La Concha existen dos, uno bastante extenso que termina a 4520 metros, alimenta las fuentes de la Cañada Grande, y he denominado Glaciar de la Garza, por ser este el nombre del pico, donde tiene su origen y otro menor que desciende por el Este hacia la parte superior de la Cañada «Raíz de Agua» o Mucuy y que por esta razón he denominado Glaciar de Mucuy.

 

Un poco más importantes y mejor desarrollados, son los de La Corona, e. d. los que se adhieren a las cimas gemelas de Humboldt y Bonpland. De ellos es el mayor el que se forma del lado Norte entre los dos picos nombrados y alimenta con las aguas de fusión de sus dos lengüetas, la llamada Laguna Verde, en las fuentes de la Quebrada Mucuy, por cuya circunstancia lo ha bautizado Glaciar de la Laguna Verde. Otro, casi tan extenso como este, es el que he llamado Glaciar de Sievers, en honor del eminente geólogo que visitó nuestra Cordillera en 1885. Ocupa este glaciar la hondonada entre los Picos Humboldt y Bonpland por el lado del Sur y desciende hasta los 4700 metros sobre el nivel del mar, donde termina con un espesor que he calculado en 8 metros, y corren sus aguas precipitándose en hermosas cascadas por el riachuelo de Chorro Blanco, para unirse a 3600 metros con el desagüe de la Laguna del Chorro y dar orígen, en el valle conocido como Páramo de Los Corderos, al Río Negro o de Nuestra Señora, que rinde su tributo al Chama, ocho kilómetros abajo de la ciudad de Ejido.

 

De menor importancia son el Glaciar de la Plazuela que cubre la vertiente meridional del Pico Bonpland y el que está adherido al Pico Humboldt por el lado del este y da origen a la Cañada del Hoyo, que es la fuente principal del Río Ticoporo. El último lo he denominado Glaciar de Codazzi, para conmemorar allí los méritos del autor de nuestra primera carta y texto geográficos.

 

El Río Negro, o de Nuestra Señora, que nace, como hemos dicho, en los hielos del Pico Humboldt y es el afluente más importante del Chama, circunscribe por el Sur, así como el Chama por el Norte, el macizo de la Sierra Nevada de Mérida, la cual, por esta razón viene a corresponder integramente a la hoya hidrográfica del Lago de Maracaibo. De esta suerte los glaciares merideños no contribuyen a la irrigación de la hoya del Orinoco sino con el producto del sólo Glaciar de Codazzi, por vía de un afluente del Río Apure, en tanto que todos los demás se hacen tributarios del Chama y por vía de éste del Lago Maracaibo.

El Pico de la Columna (5.002 Mt.) con el glaciar del 

Espejo visto por el Este

 

Los glaciares que acabamos de describir no tienen ciertamente el aspecto característico de los clásicos glaciares de los Alpes y el Himalaya. En estas montañas, la mayor extensióna de la superficie nevada, la magnitud y configuración de sus cadenas con largas estribaciones y potentes ramificaciones, han dado lugar a la formación de largos y amplios valles con escaso declive, que favorecen sobremanera el desarrollo de largas corrientes de hielo las cuales descienden muy por debajo del límite de las nieves perpetuas y son características por la estructura de su hielo lleno de grietas ocasionadas, por el lento movimiento sobre un fondo de variados declives, y bordada su superficie por canchales (moraines) más o menos voluminosos. Los glaciares de la Sierra Nevada de Mérida son más bien lengüetas de la coraza general que cubre las cimas y ocupan por lo tanto depresiones escarpadas que le dan más bien el carácter de glaciares colgantes (Hängegletscher) o el de las cubiertas heladas de las altiplanicies alpinas (Hochplateaufirn).

 

No siempre han sido estas las condiciones glacialógicas de nuestra cordillera. En el período glacial de los trópicos la extensión que tenían los hielos en nuestro continente y el de África era mucho mayor. Así lo han demostrado los trabajos de Güssfeldt y Hauthal en Chile[1], los de Sievers en el Perú[2], Meyer en el Ecuador[3]: y en el África ecuatorial[4] y nuestras propias observaciones en la Cordillera Andina de Venezuela.

 

En las poblaciones i sitios habitados cerca de las Sierras Nevadas, tanto en Venezuela como en los demás países, es voz general que la cubierta de nieve y hielo de las altas cimas viene sufriendo de algún tiempo una visible reducción y la observación científica ha venido a comprobar la verdad de este aserto del vulgo, lo que revela una alteración climatérica reciente, a no ser que las mismas causas que determinaron la desaparición de los grandes glaciares del período glacial del pleistoceno subsistan aún y estemos presenciando como se desarrollan sus efectos. Faltan observaciones fidedignas de los tiempos de la Conquista y Colonia que nos permitirían averiguar de cuando data la disminución que tiene observándose de ochenta arios atrás, pero de todos modos podemos asentar que estamos en un período de constante y progresiva disminución de la humedad atmosférica y un proporcional aumento de la insolación. A la misma causa débese, sin duda, la rápida disminución de las vertientes en todo el país, en muchas partes violentadas artificialmente por la mano del hombre con desmontes y quemas.

 

Sievers y otros han tratado de explicar el retroceso glacial con respecto al pleistoceno, buscando su origen en causas extraterrestres, corno disminución de la energía calórica del sol etc., pero en nuestro concepto el fenómeno es una manifestación de la evolución de nuestro planeta, como lógica consecuencia del proceso de su enfriamento, Mientras la tierra poseía un mayor grado de calor propio su atmósfera podía sustentar una mayor proporción de vapor de agua. El sucesivo enfriamento del globo terrestre debió determinar, en el principio, la condensación del vapor atmosférico en grandes proporciones y su producto debió elevar, por una parte, el nivel de los lagos y mares y por la otra, debió cristalizarse en los hielos de nuestros polos y en las altas cimas de las montañas. Pero como a proporción que se precipitaba la humedad atmosférica, debió también disminuir la nebulosidad y aumentar consecuencialmente la insolación, hubo de iniciarse el fenómeno contrario, es decir el deshielo que aún prosigue i que ha debido producir a más del natural engrosamiento de los torrentes montañosos, un incremento de la temperatura, que, por supuesto, es difícil apreciar en el período, relativamente corto, que abarcan las observaciones meteorológicas.

 

El retroceso de los glaciares no ha sido continuo; ha tenido sus interrupciones, durante las cuales hubo nuevos avances del borde helado hacia los valles, como lo comprueban con toda evidencia las observaciones del resto de América, ya citadas, y las nuestras propias de la Cordillera venezolana. Estas intermitencias han sido causa de que algunos glaciólogos, como Penek y Geikie, proclamasen la pluralidad de períodos glaciales, en tanto que otros sólo admiten una doble actividad y algunos, como Geinitz, Lepsius, Wilser, creen que solo debe considerarse un solo período con ligeras intermitencias.

 

Nuestras propias observaciones revelan que todos los vestigios dejados por aquel período en forma de canchales, rocas pulimentadas y estriadas por el hielo en movimiento, corresponden aun mismo período o edad, pero obsérvase claramente que durante ese período hubo dos momentos de gran actividad y desarrollo glacial bien definidos, como tendremos ocasión de demostrarlo más adelante.

 

El geólogo Sievers, quien visitó a Mérida en 1885 y cuyas observaciones tanto han contribuido al conocimiento de la constitución geológica de la Cordillera, encontró mediante observaciones barométricas, que el límite inferior del rehielo de La Columna se hallaba entonces, por el lado del Norte (glaciar Espejo), a 4400 metros sobre el nivel del mar[5]. Nuestras observaciones en 1910, veinticinco años más tarde, demuestran que la coraza del rehíelo (Firn) de aquella cumbre, ya transformada en hielo de glaciar, termina bruscamente y cortada a pico a 4480 metros de altura, lo que equivale a un retroceso de 80 metros en los 25 años transcurridos entre una i otra observación. Concuerda esta observación con las de Meyer en los Andes Ecuatorianos. El pudo comprobar como los hielos que cubren el interior de la caldera del Altar habían retrocedido cerca de trescientos metros desde el tiempo de Reiss y y Stübel (1873) o sea en el transcurso de treinta años. Las observaciones de Sievers, a que nos hemos referido, fueron ejecutadas en los meses de junio y julio que son los de mayor humedad y puede que por esta razón estuviese algo avanzada la línea de hielo y debamos por consiguiente disminuir en algunos metros la diferencia encontrada. De todos modos, es lo cierto que ha habido un cambio de nivel en el borde del hielo i nieve de nuestra Cordillera, como por otra parte lo atestiguan personas de la ciudad de Mérida que nos merecen entera fé. También parece oportuno advertir que las anotaciones de Sievers y las fotografías que reproduce en su trabajo “Zur Vergletscherung der Cordilleren des tropischen Amerika” no corresponden al Pico de La Concha, como él dice, sino al de La Columna, error de situación que ya hemos explicado en nuestro trabajo sobre la Orografía de los Andes venezolanos.

 

El señor P. H. G. Bourgoin, ilustrado profesor de Botánica de la Universidad meridense, ya difunto y a quien se deben las primeras observaciones de carácter científico, ascendió en febrero de 1868 a la cima oriental de El Toro (4672 metros) y en el relato de su excursión, que corre inserto en el No. 5 de la Revista “Vargasia”, leemos: “Teníamos a la vista inmensas masas de hielo, cuyo espesor calculamos en algunos puntos en que habían grietas en ocho, doce y hasta diez i seis metros”. El punto a que se refiere Bourgoin se halla en las cabeceras de la cañada del Alto, por encima del camino que conduce a la aldea de Los Nevados y fué visitado por nosotros en mayo diciembre de 1910, no hallando allí remanente alguno del hielo descrito por Bourgoin.

 

Incuestionablemente que el hielo observado en aquella época era un residuo del glaciar que en el período glacial llenaba las depresiones meridionales y orientales de El Toro y ya hemos visto como aquellas masas que aún eran formidables en 1868 han desaparecido completamente en el corto espacio de cuarenta y dos años.

 

No puede comprobarse de igual modo un aumento de temperatura en nuestra región occidental. Al contrario, al comparar nuestras determinaciones de temperaturas medias anuales por el método de Boussingault, con las que aquel sabio practicara personalmente en algunos puntos de nuestra Cordillera, hallamos más bien una notable disminución, que, por supuesto, no debe atribuirse sino a imperfección en las observaciones y a caso a una elección poco afortunada del sitio de observación por parte del viajero francés. A primera vista se nota que sus temperaturas medias de Trujillo, Mérida y Mucuchies, únicas que poseemos de él, son excesivamente elevadas. Nuestras propias observaciones se hicieron en condiciones muy favorables y los resultados así obtenidos, al compararlos con los medios de largas series termométricas libremente observadas ala sombra en Mérida, arrojan una completa conformidad, como lo hemos demostrado en nuestro trabajo sobre la temperatura media y su distribución.

 

Véase la comparación de nuestras observaciones con las de Bussingitult. (Viajes científicos, pág. 194-195)[6].

 

 

Trujillo.    Boussingault 1822 alt. - 735-  temp. 25°,0 - Jahn 1910 alt.   794- temp 23,5

Mérida.     Boussingault 1822 alt. -1619- temp. 22°,0 - Jahn 1910 alt. 1625- temp 19,0

Mucuchies  Boussingault 1822 alt. -2991- temp. 14°,4 - Jahn 1910 alt. 2983- temp 12,8

 

No habiendo aumentado sensiblemente la temperatura durante los últimos cien años, ¿a qué causa debemos atribuir la disminución manifiesta de los hielos de nuestra Cordillera? Ya hemos dicho que a nuestro juicio es la humedad atmosférica el factor meteorológico que viene obrando este cambio y su disminución al través de las últimas épocas geológicas es el natural proceso de la evolución de nuestro globo. Empero esta disminución es muy lenta y apenas sería perceptible en el corto espacio de tiempo que media entre las observaciones directas del último siglo. Una causa local ha debido violentar el natural desecamiento de la atmósfera y este es, a nuestro ver, el incremento de la agricultura. Los grandes desmontes inherentes a nuestra rudimentaria labor agrícola han convertido en ereales muchas tierras, antes feraces, del Centro de Venezuela, como que han producido una alarmante disminución de las aguas corrientes, disminución que venía acentuándose año por año, hasta que la acción gubernativa vino a restringir los desmontes y quemas.

 

En los Andes todavía no se ha hecho sentir esta escasez porque sus fuentes son muy abundantes, como que tienen su origen en elevados páramos que sirven de condensadores a los vapores atmosféricos y porque es todavía muy favorable a su conservación la proporción que existe entre las tierras vírgenes y las que el brazo del hombre ha conquistado y puesto a su servicio. No obstante, esta favorable circunstancia, también allí los desmontes han debido favorecer el lento decrecimiento del porcentaje de humedad atmosférica consecuencial del enfriamiento terrestre y producir en definitiva un desequilibrio en los factores climatéricos, a cuyo cargo corre la conservación de la nieve en las cumbres, lo que en términos de economía equivale a menor producción y mayor consumo.

 

Las consideraciones que anteceden nos conducen a esta otra: ¿Cuál ha sido la extensión que la nieve y el hielo alcanzaron en nuestra Cordillera durante el período glacial? Este período corresponde al pleistoceno o período diluvial, cuando ya la evolución orgánica en continua tendencia selectiva de adaptación y perfeccionamiento había dado como fruto el hombre primitivo.

 

Las excepcionales condiciones topográficas de Suramérica, con su larga cadena de nevados que corre desde el undécimo paralelo de latitud Norte al 55° de latitud Sur, favorecen sobremanera el estudio de los fenómenos glaciológicos, como en efecto es en nuestro continente donde se ha recojido el vasto material que ha permitido reconstruir el amplio dominio que los hieles tuvieron en el período glacial. Se remontan hasta el año de 1829 las primeras noticias sobre los vestigios de antiguos glaciares hallados por D’Orbigny en la región elevada del Potosí[7]. Gay, Darwin y Philippi[8] aportaron algunas observaciones de los Andes chilenos por los años de 1833 a 1862. De los Andes colombianos informó sobre el mismo asunto el sabio neogranadino Joaquín Acosta en 1851, como resultado de sus viajes por la Sierra Nevada de Santa Marta y nuestro geógrafo Agustín Codazzi sospechó la existencia de glaciares activos en la Sierra Nevada de Cocuí, en Colombia, si bien no hizo observaciones que pudieran comprobar de una manera absoluta sus sospechas, fijando la extensión que para su tiempo tuviesen los nevados y glaciares y el mayor desarrollo que hubiesen podido alcanzar en el período glacial tropical.

 

Ya para el año de 1870 afirmaba Raimondi[9] que muchos de los valles de los Andes peruanos presentaban muestras inequívocas de su antigua función como lechos de grandes glaciares. A los nombres que anteceden tenemos que agregar los de Simpson y Agassiz[10] quienes en la misma época aportaron un valioso contingente al conocimiento de los glaciares que albergan los rocallosos repliegues de la costa de Patagonia. Los trabajos de estos precursores en la glaciología suramericana alcanzaron poco éxito en su época, porque, como muy bien dice Sievers en su trabajo “Zur Vergletscherung der Cordilleren des Tropischen Amerika”, no estaba aún bien confirmada i aceptada la teoría del período glacial, la que vino a quedar definitivamente establecida después de concluidos los clásicos trabajos de Torell en 1875 y de Penck en 1882, con respecto a los Alpes y a la parte de Europa que demora al Norte de éstos. En este último año comienza una nueva era en la exploración científica de los Andes suramericanos, y como parte muy importante de ésta los estudios glaciológicos modernos.

 

Güssfeldt en la Cordillera chileno-argentina, Steinmann en Patagonia, Hettner en la Cordillera oriental de Colombia, Sievers en la Cordillera de Mérida y la Sierra Nevada de Santa Marta, fueron los iniciadores de una serie de nuevas investigaciones que han continuado luego Bracke busch[11], Hauthal i Nordenskiöld en Argentina, Patagonia i Bolivia, Hans Meyer en el Ecuador, el mismo Sievers en el Perú y algunos otros, no menos importantes, en diferentes partes del Continente. Especial mención merecen, por su concienzudo análisis, los trabajos realizados en 1903 por Meyer en los altos volcanes del Ecuador, los de Steinmann, Hoek y Bistram en los años de 1903 i 1904 entre los paralelos 17° i 22° Sur[12] y los de Sievers en el Perú[13] y Hauthal en Bolivia[14]. Todos estos exploradores llegaron a la conclusión que durante el período glacial hubo una doble actividad glacial, o sea do períodos de máxima extensión, resultado que concuerda plenamente con nuestras propias observaciones, como lo demostraremos más adelante.

 

Concretándonos a Venezuela, podemos decir que fué Sievers quien hizo las primeras observaciones glaciológicas, ya que Codazzi, su predecesor en la Cordillera, no menciona sino muy superficialmente la existencia de nieve en aquella región y ninguna referencia hace a la extensión que esta pudiera haber alcanzado en otra época, ni menciona siquiera la existencia de hielo y mucho menos de glaciares. El doctor Sievers visitó la Cordillera en 1883. El resultado de sus investigaciones geológicas se halla expuesto en su obra titulada «Die Cordillere von Merida» y en las páginas 163 a 166 están contenidas sus escasas observaciones glaciológicas, las cuales se limitan a la discusión y determinación del borde inferior de las nieves perpetuas en la vertiente setentrional del Pico Columna que él confunde con La Concha. Refiriéndose a los vestigios del período glacial, dice: «no he podido hallar pruebas de una mayor actividad glacial en épocas anteriores, pero existen algunos indicios de que estas puedan presentarse, cuando se haga un estudio más detenido de la región elevada de la Cordillera; así p. E. obsérvase al pié del pico Concha (léase Columna) una depresión rocallosa que tiene todo el aspecto de haber sido antiguamente el lecho de un glaciar. También debo observar que las formas de los nevados de Mérida y Santo Domingo son en extremo abruptas y denticulada. Agujas, torres, cuernos, cuchillas y murallones son las formas características de sus cumbres y este mismo aspecto ofrecen en gran parte las otras cordilleras que alcanzan la altura de 4000 metros, en especial las Sierras de Mucuchíes, la cordillera de La Culata y los Conejos, los Páramos de Pueblo Llano y Tuñame, la Teta de Niquitao y otros. Este carácter agreste comienza a los 3800 metros de elevación y contrasta notablemente con las formas redondeadas, pulimentadas y niveladas de las estribaciones que se mantienen por debajo dedos 3800 metros. Este contraste es tan marcado que ya a distancia permite apreciar la altura aproximada de las cadenas y esto es tanto más notable cuanto que las rocas son de idéntica constitución arriba y abajo de la línea de 3800 metros. Siéntese uno tentado a buscar la causa de esta diferencia en la actividad de los hielos que ha logrado cortar y disgregar la parte alta de las montañas más profundamente de lo que podría hacerlo la'.a acción del agua».

 

La minuciosa exploración de la región elevada de la Cordillera, recomendada por Sievers, fue uno de los objetivos de nuestra expedición científica de 1910 a 1912. Recorrimos y medimos escrupulosamente las cumbres de Mérida, Santo Domingo, La Culata, Mucuchies, Apartaderos, Niquitao etc. y nos ha tocado en suerte descubrir los indicios ciertos e indiscutibles de la antigua acción glacial que Sievers sospechara, pero que ninguno de nuestros predecesores en aquella parte había observado. El mismo Sievers pasó por sobre canchales i lechos de los antiguos glaciares pleistocénicos sin darse cuenta de su presencia y de su importancia. Es curioso como, al describir la diferencia de formas de las hondonadas i valles superiores, atribuye al hielo la acción erosiva que se manifiesta en las crestas denticuladas, cuyas agudas formas tanto contrastan con las redondeadas de la parte inferior, cuando en realidad son las faldas de rocas pulimentadas i redondeadas las que deben su forma a las grandes masas de hielo que sobre ellas descansaban i se movían en el período diluvial, y las crestas denticuladas son obra de la nieve que penetra en las grietas de los estratos, se funde bajo los rayos del sol i al congelarse en las noches, aumenta de volumen i disgrega las rocas a manera de poderoso explosivo. De modo que, aunque ambas formas erosivas son de origen glacial, las redondeadas i pulimentadas que se observan en las hondonadas y valles superiores son las que directamente han sido modeladas por el hielo de los antiguos glaciares. En todos los vallecitos y cañadas que se hallan arriba de 3500 metros de altura se observan las formas características designadas como “roches moutonneés” y rocas pulimentadas y estriadas algunas de ellas. El indicio de la acción de los hielos del pleistoceno se extiende en estos valles, en sentido transversal hasta los cien y a veces hasta los ciento cincuenta metros de altura, de suerte que esta medida representa el mayor espesor que llegó a tener la antigua corriente de hielo. A partir de esta altura aparecen las formas agudas y denticuladas de que ya hemos hablado y cuya disgregación continúa en nuestra época, gracias a la infiltración de agua y nieve que suele congelarse en las grietas. El límite de estas dos zonas, la antiguamente ocupada por el glaciar i la superior que suministraba. el material de los canchales, está representado por una línea que se extiende paralelamente al fondo por ambas faldas que cierran los valles, a una altura que varía, como es natural, según la mayor o menor extensión del valle i consiguiente desarrollo que debió tener el glaciar en el período diluvial.

 

El material de detritus y rocas que estos glaciares transportaron hacia el fondo de los valles fue acumulado en el término de aquellos, en forma de canchales laterales y frontales que el tiempo ha cubierto de tierra y vejetación y que, donde no se han conservado en su primitiva forma, circundando lagunas mis o menos grandes, generalmente enclavadas entre 3500 a 3600 metros sobre el nivel del mar, como residuos a su vez del glaciar desaparecido, ha sido arrastrado por las aguas y ha rellenado los valles hasta la considerable altura de 150 metros. Estos rellenos han sido luego cortados por la acción de los ríos y quebradas y los espacios qué se han mantenido intactos entre unos y otros constituyen las clásicas mesas de nuestra Cordillera.

 


                                                                Mapa La Sierra Nevada

 

A. JAHN.



[1] . -P. Güssfeldt. Reise in den Andes vorn Chile und Argentinien Berlín 1888 R. Hauthal. Reise in Bolivien und Peru. Leipzig 1911.

[2] . W. Sievers. Peru und Ecuador, Wissenschaftliche Veroffent. Lichungender Gesellschaftfür Erdkunde Leipzig 1914.

[3] . H. Meyer. Inden Hochanden von Ecuador. Berlín 1903.

[4] . H. Meyer: Der Kilimandsehara. Berlín. 1900

[5] . N. Sievers. Die Cordillera von Mérida. 1888

[6] . Vargasia. Revista de la Sociedad de Ciencias físicas y naturales de Caracas. 1868. No. 5.

[7] . J. B. Boussingault. Viajes Científicos a los Andes Ecuatoriales. Memorias recopiladas por Joaquín Acosta, París 1849.

[8] . D’Orbigny. Vóyage dans l’Amérique méridionale III. Paris 1842.

[9] . R. A. Philippi. Die Gletscher der Andes. P. M. 1867.

[10] . A. Raimondi. El Departamento de Ancachs. Lima 1873.

[11] . E. Simpson. Exploraciones hechas por la corbeta “Chacabuco”. Santiago 1875.

[12] . Brackebusch. Zeibschrift der Gesellschaft für Erdkunde zu Berlin. 1892. págs. 249-348.

[13] . A. Agassiz, Nature 1872.

[14] . Hock. Petermanns Mitteilungen 1906. p. 13.