lunes, 7 de abril de 2014

Mérida Cultura, Turismo y Naturaleza Carlos Chalbaud Zerpa. CAP I, TERCERA PARTE LAS BRUMAS DEL PASADO



Mérida Cultura, Turismo y Naturaleza
Carlos Chalbaud Zerpa.
CAP I, TERCERA PARTE
LAS BRUMAS DEL PASADO
El silencioso coloniaje
Durante tres siglos, Venezuela permaneció bajo el gobierno español, después de su descubrimiento y conquista. En este largo tiempo, los españoles se unieron con los aborígenes y éstos, a su vez, con los negros que vinieron del África como esclavos.
De esta mezcla de los tres grupos étnicos nacieron las castas. Los españoles eran llamados los blancos, aunque muchos de ellos descendían de la unión de los iberos con los moros. Despectivamente se le apoda ba gachupines o chapetones: gozaban de toda clase de privilegios, trabajaban poco y ocupaban los cargos públicos principales, así hubiesen sido en su tierra labriegos sin ninguna instrucción. Los hijos de los españoles, nacidos en América, se denominaban criollos o mantuanos y no disfrutaban de las mismas ventajas de sus progenitores o de los españoles recién llegados; eran los dueños de las haciendas, que encomendaban a mayordomos de confianza y en las cuales, quienes en verdad hacían producir la tierra eran los negros esclavos.

Los hijos de blancos e indios eran los mestizos: de blanco y negro se llamaban mulatos: y de indio y negro recibían el calificativo de zambos. Sin embargo, hay un detalle importante en la conquista que realizan los españoles en América y que consiste en mezclarse con las aborígenes para originar una cultura mestiza, antes que confinarlos en “reservas indígenas” como hicieron los colonos ingleses en los Estados Unidos y el Canadá. En general se distinguía con el nombre de pardos a quienes no eran ni blancos, ni indios, ni negros; ellos formaban la mitad de la población venezolana y se dedicaban a los oficios manuales que los blancos consideraban humillantes y envilecedores. Estos eran la herrería, la carpintería, la albañilería, la platería, la sastrería y la carnicería.
Los criollos se dedicaban a la milicia, a las leyes y al sacerdocio, aunque sin abandonar sus establecimientos agrícolas donde se producía cacao, añil, tabaco, algodón , caña de azúcar y café.
A los pardos no les estaba permitido usar bastón ni portar paraguas, que eran prendas de distinción de los blancos y. en los templos, eran relegados a los últimos puestos.
A las negras y a las mulatas se les prohibía usar prendas de oro, perlas, vestidos de seda o mantos como los que lucían las blancas. Tal quebrantamiento de las costumbres era considerado como una grave falta y castigado con penas muy severas.
La ciudad de Mérida estaba edificada sobre un terreno abundante de toda suerte de frutos y gozaba de un clima dulce y benigno, por la situación natural y geográfica de su suelo.
Aunque no se comía pescado fresco por la lejanía del mar, ni se beneficiaban reses diariamente, había cerdos y gallinas en abundancia y se preparaban jamones. Sobraban toda clase de verduras, granos y frutas como la manzana, el durazno, membrillo, la granada, el higo, la naranja y especialmente la exquisita chirimoya. Dorados campos de trigo y de cebada adornaban las laderas de Mucurubá y la Culata, cabelleras de maíz en Tabay y El Valle, verdes y amarillos cuadros de caña dulce en la Punta y Ejido, y las sombrías y oscuras arboledas de cacao despuntaban en los Guáimaros y las Vegas del Chama. Bajo los cebos frondosos que prodigaban sombra, en las fincas circunvecinas a la ciudad, florecían los cafetales.
Como un regalo al paladar, las monjas Clarisas elaboraban exquisitos dulces abrillantados que imitaban toda clase de flores y frutas, con los que los merideños adornaban las mesas en los convites.
Además de la industria de la harina, se manufacturaban alfombras de lana que se teñían bellamente con tintes vegetales indelebles, hamacas y lienzos de algodón.
Las casas, los edificios y lo bien delineado de sus calles manifestaban el buen gusto de sus fundadores, que para el Siglo XVIII ya llegaban a cinco mil almas.
Los trajes de gala que usaban los blancos eran casacas y calzones de tafetán, raso o terciopelo; chaquetas de tisú de oro y plata con fa y sombreros de tres picos, con espada con el puño guarnecido también de oro y plata; los vestidos de las mujeres eran camisones, con adornos de seda y ricas mantillas.
La ilustración que España proporcionaba a sus súbditos americanos era pobre, salvo casos excepcionales que veremos. No hubo imprentas en Venezuela durante el coloniaje y los libros que venían de Europa estaban sujetos a la más severa censura, aunque el contrabando permitía la entrada de textos prohibidos.
Nadie podía viajar a España sino en casos de extrema necesidad y previa solicitud de un permiso que no era fácil obtener.
Las costumbres de los habitantes eran simples. Las diversiones consistían en bárbaras riñas de gallos y corridas de toros, y durante las fiestas religiosas, los negros y los indios representaban pantomimas.
Los blancos españoles despreciaban a los criollos y estos, a su vez, odiaban a los peninsulares y menospreciaban a los pardos y negros.
La diferencia de castas, la imposibilidad del libre comercio y las aspiraciones de los criollos y de los pardos a tener acceso a los cargos públicos que detentaban solamente los españoles europeos, frueron causas muy importantes que llevaron a Venezuela, y a casi toda América, a la Guerra de Independencia.

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