jueves, 17 de abril de 2014

Mérida Cultura, Turismo y Naturaleza Carlos Chalbaud Zerpa.



Mérida Cultura, Turismo y Naturaleza
Carlos Chalbaud Zerpa.
CAP I, CUARTA PARTE
LAS BRUMAS DEL PASADO
El legado de España
La obra de España en América fue superior a la de otras naciones que han colonizado poblaciones aborígenes en Asia, África y en la propia América.
Los caracteres idiomáticos y los elementos políticos de Castilla así como la personalidad del Cid Campeador, serán fundamentales para formar a España y crear la conciencia colectiva del pueblo español, que en la Edad Media comenzó a tener su propia identidad.
Aunque el pueblo español es orgulloso y cada hombre es un mundo aparte, está también dotado de un carácter osado y de pocos escrúpulos, que si bien combatió a los moros invasores de la Península por ochocientos años, también se mezcló con ellos y asimiló muchas palabras de su lengua y bastantes costumbres de su civilización.
Tal arrogancia del alma castellana,este coraje y esta mentalidad pueden explicar la audacia de navegar en pequeñas embarcaciones, para encontrar un nuevo mundo, dominar comunidades indígenas numerosas y organizadas como los imperios Azteca e Inca de brillantes culturas y sembrar en las distantes latitudes, otras experiencias y un nuevo lenguaje.
La evangelización, las ansias de aventuras y el sueño de tierras muy bellas y muy ricas, impulsó a los españoles a surcar los mares, adentrarse en tupidas selvas y ascender a gélidas montañas.
Toda esta serie de cualidades e imperfecciones ancestrales, se conjugan en Don Quijote de la Mancha, que genial mente legó Cervantes a la posteridad. A comienzos del Siglo XVI, hidalgos arruinados, campesinos indigentes y criadores de marranos asentados en estériles prados que pasaban sus días sosegadamente en la región de Extremadura, una de las más pobres de España oyeron hablar de Las Indias, abandonaron todo lo poco que tenían, y surcaron el Océano en pos de la ambición y la fortuna. Ellos fueron los conquistadores: psicópatas, aventureros, crueles, desalmados e irresponsables.

Algunos de ellos, famosos entre nosotros, como Juan Rodríguez Suárez y Diego García de Paredes, llamaron a las ciudades por ellos fundadas, con los mismos nombres de los pueblos españoles de donde provenían, como lo fueron Mérida y Trujillo.
Tras los conquistadores llegaron los misioneros, que adoctrinaron los indígenas, enseñaron la lengua castellana y oficios útiles y en sus conventos crearon escuelas y colegios, fundaron seminarios y universidades, formaron bibliotecas y denunciaron los abusos y crueldades cometidos en Los aborígenes por aquéllos.
Cierto es que la enseñanza no comprendía a la mayoría de los habitantes de una ciudad, pero en esos remotos tiempos la instrucción primaria en ningún país europeo era obligatoria y los gobiernos no tenían preocupación por ella; la instrucción era un asunto que correspondía a los frailes y más tarde hubo interés también por parte de los cabildos que propiciaron escuelas que enseñaban a los muchachos a leer, sumar y contar.
Méjico y Perú, que eran más ricos que Venezuela y donde existían civilizado aborígenes más cultas, hicieron posible el florecimiento de importantes centros de ilustración.
A mediados del Siglo XVI existían notables universidades en la isla de Santo Domingo y las ciudades de Lima y Méjico. Un siglo después, había igualmente institutos universitarios en Córdoba, Bogotá y Guatemala.
La Real y Pontificia Universidad de Santiago de León de Caracas donde se estudiaba Teología. Filosofía, Gramática y Leyes, fue instalada en 1725.
El Seminario de San Buenaventura de Mérida fue fundado por el primer obispo Fray Juan Ramos de Lora en 1789 y tuvo su origen en una Casa de Educación, gestada al amparo de la Iglesia, establecida en 1785 por el mismo prelado.
A Ramos de Lora le sucedió el obispo Fray Manuel Cándido Torrijos, quien era un personaje de gran erudición y progreso; portó a Mérida en su inmenso equipaje una riquísima biblioteca de tres mil volúmenes, un reloj de pared, un órgano para la catedral y aparatos eléctricos,neumáticos para la enseñanza y la experimentación: toda una novedad para aquellos tiempos. Se proponía construir una monumental basílica, el palacio episcopal, puentes sobre los rios Mucujún y Albarregas, un jardín botánico y un observatorio astronómico.
Todos estos magníficos proyectos fueron truncados por el inesperado fallecimiento del obispo.
El sacerdote Dr. Francisco Antonio Uzcátegui, patriota, estudioso y hombre práctico, fundó en Mérida una Escuela Pública y Gratuita para los niños de todas las castas y en la Villa de Ejido una Escuela de Artes y Oficios para que los muchachos aprendiesen alguna ocupación, a fin de que fuesen útiles a sí mismos y al Estado. También propició la cría del ganado vacuno, el fomento del comercio y la construcción de puentes sobre ríos y torrentes.
A comienzos del Siglo XVII, los Padres Jesuitas habían fundado en Mérida el primer Gran Colegio de Venezuela o de San Francisco de Javier, que convirtió a la pequeña ciudad de entonces en un centro de luces.
Este colegio funcionó por ciento cuarenta años y del mismo egresaron mentes ilustradas que sembraron en las de sus discípulos ideales de justicia y libertad.
Gracias a los misioneros, los sacerdotes entendidos y los obispos instruidos y prudentes, los merideños se pusieron a leer en los mapas, en los globos terráqueos y celestes y en los grandes libros forrados en piel, las cosas que habían sido ignoradas en Venezuela al comienzo del coloniaje.
Al coraje de sus hombres, el idioma de Castilla, la Religión Católica y una nueva cultura, España legó también al Nuevo Mundo la música religiosa y profana e instituciones como el Municipio, que era regido en sus intereses vecinales por el Ayuntamiento o Cabildo y que fue centro de la vida pública colonial. Los cabildos trazaban las calles, marcaban los scilares, delimitaban los terrenos ejidos, fijaban el precio de la moneda y los alimentos, proveían la  ornamentación e iluminación de las iglesias, ordenaban las fiestas, comedias y otros espectáculos, pagaban el sueldo del maestro de escuela y en ausencia del gobernador asumían el mando por medio de los alcaldes. Eran dominados por miembros de la aristocracia criolla y en su seno se gestó la independencia.
Esta herencia de contrastes se expresaría en el valor de la estirpe, que produjo en nuestras tierras a Simón Bolívar, Francisco de Miranda y Antonio José de Sucre: en la bella lengua con la cual se expresó Andrés Bello: en el sublime arte de la música que incorporó la guitarra, el cuatro, el violín y el ama y formó excelentes compositores sacros como José Angel Lamas; en el Cabildo que encarnaba el espíritu democrático del pueblo español y que desempeñó capital importancia en los sucesos que ocurrieron en Caracas y otras ciudades de Venezuela a raíz de la destitución del Capitán General, el 19 de abril de 1810; y en los seminarios y universidades que dieron a Venezuela ilustres sacerdotes, notables catedráticos, abogados eruditos, sabios letrados y eminentes hombres de ciencia.
Pero los conquistadores y primigenios colonizadores nos legaron también como estigma constante la indolencia, la ociosidad, el machismo, la paternidad irresponsable y el bárbaro y cruel espectáculo de las corridas de toros, verdadera vergüenza racial hispánica. Además de traer consigo al Nuevo Mundo enfermedades desconocidas como la viruela, el sarampión, la fiebre tifoidea, la gripe y posiblemente la sífilis, las cuales diezmaron a los aborígenes, quienes carecían de defensas inmunitarias contra estas epidemias.

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