viernes, 19 de noviembre de 2021

LA CIUDAD ASENTADA SOBRE UN MONTE

 


 

LA CIUDAD ASENTADA SOBRE UN MONTE

SEGUNDA PARTE

Mérida, viernes 21 de enero 1994

 

LA CIUDAD CRECE

El primer pueblo grande, poblado de aborígenes, que la expedición invasora de Rodríguez Xuárez divisó en el territorio de las Sierras Nevadas a mediados del siglo XVI, fue la Sabana de Lagunillas, que los naturales llamaban Zamu. Era un lugar arbolado y lleno de malezas, con gran población indígena y donde los españoles encontraron grandes y fructíferos árboles en que entraban curas, guayabas, guáimaros, caimitos, ciruelos y otros géneros de plantas que sólo servían para hermosear los pueblos. Estaba ubicado a la orilla de una laguna de la cual los indios extraían  una sal que empleaban  en sus comidas y para preparar un betún con hojas de tabaco que lo comían lambiendo. Fray Pedro Simón, que tenía una imaginación confinante con la alucinación, relata que los conquistadores creyeron ver allí innumerable gente y tantos edificios como en Toma salvo que no serían tales porque todos era bohíos de paja. Comparación que no deja de ser una estupidez. En este pueblo apenas estuvieron los invasores los días 28 y 29 de septiembre de 1558, porque los aborígenes les demostraron enemistad y encono.

A una legua escasa del pueblo de Lagunillas, en otro poblado denominado La Guazábara, se hizo la fundación de Mérida el 9 de octubre del mismo año, en tierra cálida y donde no se daba cosa alguna que no fuera de riego, de tal modo que el agua provenía de una acequia para la provisión del pueblo. Los indios para hostilizarlos, les cortaron varias veces el agua en sus cabeceras para privarlos de ella, y Rodríguez Xuárez para escarmentarlos dio muerte a varios y los atravesó donde quebraban la acequia.




Allí permanecieron  entre el 30 de septiembre y los últimos días de octubre, porque recién fundada la ciudad fueron sorprendidos por los indígenas, confabulados en gran cantidad al ver que en el pueblo habían quedado sólo unos veinticinco españoles, pues los otros, en igual cantidad, se habían ido a escoltar a los emisarios del Capitán, rumbo a Pamplona. Luego de una refriega que dejó muchos indios muertos y mal heridos, la gente de Rodríguez Xuárez se mudó el 1° de noviembre cuatro leguas más arriba, para una ranchería vieja, en el extremo suroeste del altiplano, al pie de la Sierra Nevada encima  de una sabana, donde corría agua de algún caudal, que seguir con la descripción de Juan Maldonado en 1559, parecía descender de las dichas sierras, que llevaban las vertientes a la laguna de Maracaibo y que no era otra que el río Chama. El lugar parecía sano, aunque más arriba, en su posterior asiento, podía ser mejor; había pocos naturales y poblaciones en aquellas tierras dobladas de sierras que por un lado parecían ensancharse hacia delante, rumbo a los llanos. En este sitio la Ranchería Vieja hicieron los españoles sus casas, que no eran otra cosa que ranchos con techos de ramas y una iglesia de palo, cubierta con paja, con un paño pintado de la Pasión y ciertas imágenes y mantas que el capitán Rodríguez Xuárez llevaba consigo.

Hecho preso éste por Maldonado y enviado a Bogotá para ser juzgado en 23 de febrero de 1559, decidió el otro mudar la población a la parte más alta de la meseta, a un sitio muy acomodado y de mejor temple de donde la había asentado el capitán extremeño, ni frio ni cálido, con una comunidad indígena de buena disposición. En torno a sus bohíos crecían matas de guayaba, guáimaro, caimito y pijibao, mientras que los españoles plantaron, más luego, parras, higueras, naranjos, limoneros, cidros, granados y plataneros.

Dos años más tarde, en 1561, tropas, de esta Mérida, comandadas por los capitanes Pedro Gracia de Gaviria, Pedro Bravo de Molina, los amigos de Rodríguez Xuárez, acudieron en ayuda del Gobernador de Venezuela don Pablo Collado, para capturar y dar muerte en Nueva Segovia de Barquisimeto al rebelde Lope de Aguirre, apodado El Tirano.

Diez años después, para 1571, según Juan López de Velazco, el pueblo de Mérida tiene 30 vecinos (españoles), entre los cuales se cuentan un Teniente de Gobernador, dos Alcaldes Ordinarios y un Aguacil Mayor, y es muy rico en todo género de comida y de cacao (8).

Y luego de ocho años más, por el puerto de Carvajal de Mérida, sobre la laguna de Maracaibo, salían navíos cargados de harina, bizcochos, jamones, ajos, cordobanes, badanas y otras cosas.

A LLEGADA DE LOS PADRES JESUITAS

En 1607, a comienzos del siglo XVII, ya la ciudad ha crecido y don Diego de Villanueva y Gibaja encuentra 150 vecinos, 60 de ellos encomenderos que tenían 3.500 indios en encomiendas que trabajaban para ellos, muchas veces como esclavos, recibiendo solamente en cambio rudimentos de religión cristiana. Estas encomiendas distaban 3, 4 y hasta 10 y 12 leguas en el contorno de la población y cuya tierra catalogada de áspera y fría. Para aquella épo ca se producían además de los artículos  antes mencionados, azúcar, conservas, quesos, hilo de pita, alfombras, fieltros para caminar, sayales y frazadas; y se criaban ovejas, cabras y ganado mayor. Por un camino malísimo que conducía al puerto de Gibraltar salín los merideños a la laguna de Maracaibo que distaba 30 leguas (9).

Para 1620, según Antonio Vásquez de Espinoza, ya los vecinos son 300 españoles, la ciudad tiene un temple de continua primavera, de fértiles valles, en los cuales se coge trigo y maíz, con otras semillas y raíces de España y de la tierra. Existen iglesia mayor, conventos de Santo Domingo, San Francisco y San Agustín, un hospital y otras ermitas de devoción. Diez años antes, en 1610, sin embargo, Fray Pedro Simón había reseñado que la ciudad apenas tenía diez casas de tapia y el resto de bahareque y paja; pero añadía que la gente que nacía en este pueblo tenía excelencias sobre los demás de estas provincias, en ser todos, en común, hombres y mujeres, de crecidos cuerpos. Criabansen con mucha salud los nuños por la templanza del país y salían de buenos ingenios (10).

En 1628 fue fundado el Colegio de la Compañía de Jesús. El Padre Mercado pertenecía a ella, describe a Mérida como una ciudad lucida pero pequeña, y con serlo ha sido cabeza de gobernación. Está asentada debajo de unas sierras que todo el año están cubiertas de nieve y es como una isla de ríos que la cercan (11)

Estos sacerdotes plantaron y cultivaron en la ciudad la yerba provechosisima del temor de Dios y el amor a la dedicación al estudio, al establecer una biblioteca  que llegó a tener 1.058 volúmenes. Para 1678, el Arzobispo de Santa Marta, Lucas Fernández de Piedrahita considera a los merideños valientes y pundonorosos (12).

MITRA Y SEMINARIO

En la mitad del siglo XVIII, para 1740, el sacerdote jesuita Joseph Gumilla supo de las cuatro estaciones del año que en la ciudad se presentaban en un solo día, pues había trece horas de frío, cinco templadas de primavera y otoño y seis horas de calor. De este modo, de las seis de la tarde hasta las siete de la mañana siguiente, que en Mérida era una hora después de la salida del sol, corrían trece horas de frío originado de cuatro cumbres de nieve que tiene la ciudad a la vista hacia la parte oriental. Desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde hasta las seis, que es la hora de ponerse el sol, todo el año, son cinco horas de templada primavera y otoño, porque el sol no domina sobre el frío hasta dadas las diez de la mañana y a las cuatro de la tarde la caída del sol y el fresco de la  nevada forman un temple benigno hasta que vuelve la noche fría; dura el calor seis horas, que son desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, sobrepujando fuertemente los rayos del sol en dichas seis horas y amortiguando totalmente  el ambiente fresco de las nevadas (13).

Esta particularidad del clima merideño la van a repetir en sus escritos los cronistas posteriores como el Padre Basilio Vicente de Oviedo, Don Antonio de Alcedo, el agente del gobierno francés F. de Depons y el Cnel. Agustín Codazzi.

En 1761 el Padre Basilio calcula en la ciudad quinientos vecinos, entre ellos muchas familias nobles, descendientes de los conquistadores, a quienes señala como de genios agudos, despejados, amables, festivos y aún picados de briosos, debido al temperamento saludable, ameno y deleitoso. Y además de la muy buena iglesia parroquial bien ornamentada, los tres conventos de frailes y el hospital, cuenta además con un monasterio de monjas clarisas. El Colegio de la Compañía de Jesús es rico en haciendas y hay también cuatro capillas, muy buenos edificios de casas, amplias calles y posee su  noble Concejo y Teniente General de Gobernador (14).

El Colegio de los Jesuitas cesaría bruscamente de funcionar cuando el Rey Carlos II los expulsaría de manera repentina, de España y de América, en 1767.

Para 1770, según un censo de la época, la población total de la ciudad de Mérida era de dos mil blancos, sin contar los indios, mestizos y esclavos negros.

En 1777, Mérida que entonces pertenecía al Virreinato de Bogotá, pasó a formar parte, junto con la Provincia de Maracaibo, de la Capitanía General de Venezuela. Desde ahora los merideños dejarían de ser neogranadinos para convertirse  en venezolanos; pero la influencia política, social y económica del Nuevo Reino se hacía sentir igualmente. En  1781, la ciudad descoció las autoridades coloniales y se plegó al movimiento de los comuneros, creando un Común o Gobierno Autónomo dependiente del Consejo Supremo del Socorro. El triunfo fue fugaz, ya que los comuneros fueron puestos en fuga, perseguidos, encarcelados y sus bienes embargados por los aristócratas merideños, fieles a su Rey Carlos III, y por tropas veteranas enviadas desde Caracas y Maracaibo para aplacar la rebelión.

La cesación del Colegio de San Francisco Javier, verdadero centro de luces del Occidente venezolano, menoscabo el progreso de la ciudad colonial que para 1788, cuando pasó Don Antonio de Alcadeo, no había crecido ni en edificios ni en habitantes, debido también a que las parcialidades de los Gavírias y los Cerradas, dos sus principales pobladores, odiándose a perpetuidad, habían originado muchas muertes y pérdidas de caudales y haciendas; así como la frecuencia de terremotos había causado ruinas considerables. Era para entonces cabeza de obispado, siendo su primer prelado Fray Juan Marcos (sic) de Lora, del Orden de San Francisco. El temple de la ciudad era sano y fértil, abundante de trigo, maíz, verduras, legumbres, cacao muy exquisito, delicadas frutas, mucho algodón y minerales de oro que no se trabajaban (15).

Seis años más tarde. En 1794, la población de la ciudad, comprendidos todos los estratos  sociales. Llegaban a 8.992 habitantes de los cuales el 80% eran analfabetas.

El Obispo Ramos de Lora había creado en 1785 un colegio que impartía educación a los jóvenes inclinados a la carrera eclesiástica y que dos años más tarde fue convertido en Seminario Tridentino. A expensas de las rentas personales del prelado se levantó un edificio espacioso, sólido, cómodo, que constaba de dos pisos, con claustros y jardines para alojar catedráticos y seminaristas y que fue terminado y bendecido por el obispo, gravemente enfermo, el 1° de noviembre de 1790.

 

FALLECIÓ OCHO DÍAS DESPUÉS

El sucesor de la mitra, el Obispo Torrijos, llegó a Mérida en 1794.

 

Trajo consigo su biblioteca que constaba de tres mil volúmenes máquinas neumática y eléctrica para la enseñanza de la física, un órgano y un reloj de pared para la iglesia catedral. Entre sus proyectos pensaba construir una hermosa basílica, el palacio episcopal, puentes sobre el Mucujún y el Albarregas, un jardín botánico y un observatorio astronómico. Falleció repentinamente, en medio de sus sueños, fantasías e ilusiones, a los tres meses de su venida (18).

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