miércoles, 15 de diciembre de 2021

LA CIUDAD ASENTADA SOBRE UN MONTE - CARLOS CHALBAUD ZERPA

 


 

LA CIUDAD ASENTADA SOBRE UN MONTE

Mérida, viernes 18 de Febrero 1994

LA EXPANSION VIOLENTA

Con el curso de los años y el progreso de las cosas, se produjo en Mérida, una emigración de la población rural a la ciudad propiamente dicha, debida a la atracción que ejercía el desarrollo, cada vez mayor, de la Universidad de Los Andes, que aumentó el número de estudiantes, profesores y facultades y el mejoramiento de la vías de comunicación con el más fácil acceso a El Vigía, la apertura de las carreteras Panamericana, a Barinas y a La Azulita y la ubicación del aeropuerto en el casco urbano. Ya para 1941 de la población total del Distrito Libertador, que era de 26.531 habitantes, 15.544 vivían en la ciudad: y para 1950 de los 26.224 moradores, 24.994 vivían en el casco urbano; y para 1961 de 54.630 habitantes ya eran 46.409 las almas que residían en la ciudad.

En la década de 1948-1958, durante el gobierno de las Fuerzas Armadas, presidido en gran parte del tiempo por el Gral. Marcos Pérez Jiménez, serán terminados el Palacio Arzobispal, edificio del Seminario Arquidiocesano, la Catedral Metropolitana, el nuevo Palacio de Gobierno, el edificio Central de la Universidad con despacho Rectoral, Aula Magna y Facultad de Odontología y los edificios  convenientemente dotados de las facultades de Ingeniería y Medicina, la residencia estudiantil, el Hotel Prado Río, la imprenta universitaria, el Sanatorio Antituberculoso, un jardín zoológico en el Parque de Los Chorros de Milla y se construyo el teleférico más largo y alto del mundo que unía la meseta merideña con la cumbre de Pico Espejo en la Sierra Nevada. Poseía para entonces también la ciudad el Hospital Los Andes, el Hospital San Juan de Dios y un hospitalito de niños, una cárcel pública, una Casa de Maternidad, un estadio, otros hoteles como el Belensate, un comedor popular, el mercado principal y otro periférico, un colegio para varones e internos regentado por los padres jesuitas, otro de los padres salesianos, el liceo público ya mencionado, varios colegios para niñas y señoritas dirigidos por religiosas y varios colegios privados laicos, tres escuelas graduadas nacionales, dos grupos escolares, una escuelas artesanal y un instituto de comercio, doce escuelas municipales, una casa cuna, un jardín de infancia y nuevas plazas, parques, monumentos, avenidas, cloacas, acueducto y excelente pavimentación de todas las calles.

Durante esta época se distinguieron como Gobernador del Estado el Dr. Vicente Tálamo, como rector de la Universidad el Dr. Joaquín Mármol Luzardo y como Arzobispo Metropolitano el Dr. Acacio Chacón Guerra.

Para 1958, la ciudad se preparaba a celebrar el cuatricentenario de su fundación y al efecto había sido construida una Junta Conmemorativa formada por personas notables.

A comienzos del año, la caída del gobierno del Gral. Pérez Jiménez produjo situaciones complicadas en la Gobernación, el Concejo y la Universidad, cuyas autoridades fueron reemplazadas violentamente por otras de facto. La Junta de Festejos fue también disuelta y substituida por otra integrada por personas circunstanciales.

Para colmo, en el preciso día en el cual se cumplían los cuatrocientos años, falleció en Castelgandolfo  Su Santidad el Papa Pío XII , lo que sumió a la urbe en luto.

Las festividades fueron suspendidas y el acto fundamental consistió simplemente en un Te Deum, en el cual el Ilmo. Arzobispo Coadjutor de Mérida, Dr. José Humberto Quintero, en la iglesia Metropolitana, se arrogó la presentación de la ciudad en aquel día pronunciando una oración gratulatoria.

Mayor impulso tomó la ciudad durante el largo rectorado universitario del Dr. Pedro Rincón Gutiérrez. A partir de aquel tiempo la Universidad fue dotada de patrimonio propio, se construyeron cómodas quintas y casas confortables  en varias urbanizaciones de profesores y empleados y se adquirieron los terrenos para la edificación del nuevo Hospital Universitario. Se propició, entre 1958 y 1972, la fundación de un liceo nocturno, el establecimiento de una escuela de enfermeras, la creación de la Corporación de Los Andes, se elevó a facultad la Escuela de Humanidades y se crearon las escuelas de Geografía, Empresas, Ingeniería Eléctrica, Química, Mecánica y de Sistemas, puesto que las de Civil y Forestal ya existían, y se fundaron además las escuelas de Educación y Nutrición y varios institutos universitarios y centros de investigación (33).

Hacia 1980 la universidad tenía 12 facultades, numerosas escuelas, 28 departamentos de investigación, 15 programas de especializaciones médicas, 11 de maestría, 1.880 profesores, 18.000 estudiantes de los cuales el 30% provenía  del propio Estado Mérida y 2.429 empleados. Para su funcionamiento recibía del Gobierno Nacional 234 millones de bolívares anuales que equivalían a 56 millones de dólares.

El 22 de enero de 1985, Su Santidad Juan Pablo II, Karol Wojtyla, visitó la ciudad de Mérida, acontecimiento histórico notable en sus cuatro siglos de existencia. Una muchedumbre se congregó desde tempranas horas en “La Hechicera” para asistir a la Santa Misa celebrada por el Santo Pontífice.

Para 1960, además de los momentos públicos antes reseñados se mantenían en pie o habían sido recientemente erigidos el de Juan Rodríguez Xuárez, primitivo fundador de la ciudad, la estatua de Sucre en la plaza de Milla, el busto de Miranda en la placita de su nombre antiguo y feo, una estatua en el barrio Santa Elena y otra en la cresta de la Sierra Nevada en un agreste picacho, el busto de Beethoven con un reloj carillón que interpreta sus sinfonías en un bello parque de la Urbanización Santa María, el monumento a los primeros escaladores del Pico Bolívar en el Parque de los Andinistas, dos estatuas al Obispo Ramos de Lora, los bustos en mármol a los escritores Tulio Febres Cordero y Julio C. Salas y se tenía lista para ser montada en su pedestal, en la Avenida de Los Próceres, la estatua del Gral. Páez conocida como El Centauro. Como obras notables por sus características o tamaño se deben señalar, además el busto del Libertador en la cumbre del Pico Bolívar, la figura del Cóndor de Los Andes en el Páramo de Mucuchíes, la estatua de la Virgen de Las Nieves en Pico Espejo y la Luz Caraballo en las cercanías del páramo de Apartaderos.

En estos últimos años se construyeron además el Parque de las Heroínas, la Biblioteca Bolivariana, el nuevo Mercado Principal y el Terminal de Pasajeros, se refaccionaron la Casa de los Gobernadores y del Gral. Juan Antonio Paredes y actual se trabaja en la erección del magnífico Centro Cultural “Tulio Febres Cordero” dentro del recinto de la población que tendrá una gran sala de conciertos cónsona con el número de habitantes, instalaciones para el Museo de Arte Moderno y locales para exposiciones y otras actividades relacionadas con la ilustración y el saber. Además se han empezado los trabajos para construir el Centro Internacional de Convenciones en el Parque de la Isla.

En los últimos veinticinco años es justo recordar a varios hombres públicos que desde el Ayuntamiento de la ciudad o en la Gobernación del Estado Mérida, se preocuparon de dotar a la urbe de nuevas avenidas, parques,  monumentos y edificios en beneficio de la cultura, el embelleciendo, la comodidad y el bienestar de la ciudadanía. Ellos son los doctores Germán Briceño Férrigni, Reinaldo Chalbaud Zerpa, Rigoberto Henríquez Vera y, de manera especial, Jesús Rondón Nucete.


 

El monumento del Cóndor de Los Andes con el medallón de Bolívar entre pico y garras fue iniciativa del escritor emeritense Don Eloi Chalbaud Cardona y los monumentos a la Virgen de las Nieves, los Conquistadores del Pico Bolívar, la Loca Luz Caraballo, Miranda y la restauración del busto del Libertador en la misma cumbre máxima del país y su posterior reinstalación fueron realizados por intervención directa de quien estas páginas escribe.

Sin embargo, en la meseta que es asiento de la ciudad, circunscrita por los límites naturales que son sus otrora cristalinos ríos y sus cerros circunvecinos donde los anchos ahora trepan, la sensatez prohibía el establecimiento de industrias, la expansión desordenada de urbanizaciones, barrios y rancherías y el crecimiento incontrolado de la población.

En aras de un utilitarismo perjudicial y de un clientelismo político, se deterioró o se destruyó de manera irreparable un conjunto de recursos naturales, históricos y culturales.

En el umbral del siglo XXI, la ciudad ha crecido de manera desorganizada y se ha hecho agresiva e intranquila. Su población  se extiende ya desde el Valle Grande hasta Ejido y avanza hacia Lagunillas, para sobrepasar los doscientos mil habitantes, de los cuales cuarenta mil son estudiantes.

El campesinado, preferido por gobiernos y dirigentes, que no logró emigrar oportunamente a Caracas, a los campos petroleros o a las feraces tierras del Sur del Lago, formó caseríos y arrabales en la periferia de la urbe, que junto con las viviendas construidas por el sector público para albergar a personas de escasos recursos económicos, crearon problemas graves en los elementales servicios de salubridad, aseo urbano, agua potable, energía eléctrica, teléfonos, transporte, vialidad, seguridad pública y sanas zonas de esparcimiento.

Las casas solariegas del casco urbano fueron demolidas y transformadas en estacionamientos para vehículos o convertidas en edificios de hierro y concreto, sin aire ni luz, que parecen colmarlas; bellos bosques fueron talados y urbanizados para resolver necesidades de alojamiento, los cursos de agua fueron contaminadas por sumideros y sentinas, el clima se modificó notablemente y los glaciares disminuyeron sensiblemente en la Sierra Nevada, hasta que desaparecerán.

La ciudad que fue apacible, fresca, primaveral y acogedora hasta mediados de este siglo, como la describían los ilustres  viajeros en sus crónicas, y que se perfilaba entonces como una ideal estación de turismo de montaña, se tornó calurosa, violenta, complicada e insegura.

Ante esta preocupante realidad, el desaparecido ecólogo y conservacionista Arturo Eichler, cuando recibiese el doctorado honoris causa en la Universidad de Los Andes, decía desde la tribuna del paraninfo de la institución,  en un dramático discurso que el delito ecológico y la anti-cultura habían invadido nuestros contornos inmediatos, del ambiente urbano y suburbano. Los hijos de la ciudad de Mérida, amable, noble y humana, permanecían estupefactos ante el asalto contra la estética y la armonía urbanística. Y eran técnicos con escuela universitaria quienes  concebían y autorizaban la construcción de bloques llamados multi-familiares, que a menudo sólo constituían silos humanos, malsanos y alienantes. Con mucha pompa se inauguraban ciertas urbanizaciones, pero que representaban más bien campamentos melancólicos donde cada escuela ya tenía preparada su anti-escuela del resentimiento y del fracaso. Si a esto llamábamos “progreso” admitíamos tácitamente que estábamos fomentando un tipo de progreso ajeno a la humanidad, contrario al humanismo. Y era muy grave que los responsables de este fraude  que se cometía con el hombre, y con las futuras generaciones, hasta ahora no eran enjuiciados, como sería socialmente necesari.


 

 


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