lunes, 9 de enero de 2023

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XIX Isidro Laverde Amaya (Tercera Parte) 1886 Costumbres, literatura y Personajes CARLOS CHALABAUD ZERPA

 

TESTIMONIOS DE MÉRIDA SIGLO XIX

Isidro Laverde Amaya

 (Tercera Parte)

1886

Costumbres, literatura y Personajes

CARLOS CHALABAUD ZERPA


En Mérida era general la costumbre de levantar monumentales pesebres, adornando éstos con cuanto puede sugerir a una imaginación viva e inquieta el deseo de lucir su ingenio en una ocasión oportuna. Para esto se echaba a mano en las casa a todos los objetos de sobremesa que se encuentran en el cuarto de costura de las muchachas, sirviendo de no poco el talco, que en tanta, abundancia se producía cerca.

Pero el principal elemento de que se valían para adornarlos lo eran las ramas del gracioso verde incinillo, arbusto pequeño, cuyo grano, cuando está maduro, se muestra cubierto de un polvo menudo de color ceniza, el que derretido produce una especie de cera que emplean en hacer velas. “El  día de Nochebuena se descuajan las  poéticas selvas del Milla (río también inmediato a la ciudad) y llueven sobre Mérida las ramas de incinillo, que huelen a fiesta y convidan a los tradicionales regocijos  de pascua” (El Lápiz, número 48).

La ciudad de la Sierra pudiera también llamarse la ciudad de las  flores, según la abundancia y diversa variedad que de ellas hay: osas de diversas clases, claveles, dalias de diversas clases, jazmines, azucenas, heliotropo, aroma, mejorana, romero, geranio, pensamientos, suspiros, matrimonio, astromelia, lazo, campanita azul, cayena, extrañas, viudas, polainas, margaritas, Santamaría, lágrimas de Cristo, perla fina, virginias, carbas de gato, gallitos, narcisos, floripón, sanjuán, paraíso, buenas noches, bellísimas, cardosanto, amapola, marisol, flor de cera, buenas tardes, etc.

Los habitantes de este suelo pertenecen en su mayor parte a la raza  blanca, con mezcla de indígenas.

En los pueblos de Mérida puede notarse fácilmente, que esa desconfianza cerval, característica del indio, está en el mestizo suavizada de tal modo, que aparece convertida en una discreta circunspección, en prudente reserva; condición moral muy favorable para vivir en las presentes y futuras sociedades. También pueden observarse en el mestizo ciertos rasgos de noble altivez y un sello de dignidad en su carácter que, no es otra cosa sino la soberbia y arrogancia española modificada por la mezcla de razas. El mestizo de estos lugares es inteligente, tiene amor a las artes y a las ciencias y con frecuencia sobresalen en todos estos ramos del saber, hombres de notable mérito.

Los provincialismos más comunes de los merideños son los siguientes:

Brecas, por botines.

Capotera, por maleta.

Cobre, por centavo.

Cochi, por cerdo (apócope de cochino y se usa como entre los bogotanos para llamar al animal)

Chopo o Canillo, por fusil.

Ni de chepa, por “de ninguna manera”.

Damesana, por garrafón.

Deshecho (en el campo), por atajo.

Encasquillar, por herrar.

Canjillones, por zanjas.

Gandido, por glotón.

Mecha, por chanza, chocanería.

Mechero, por chistoso.

Ñongo, por chabacano.

Plancha, por chasco, ocurrencia.

Y se llama plancha eleccionaria la lista de candidatos.

Pucha, ¡interjección popular que sirve para expresar sorpresa y horror, V. gr.- “Mirá el alacrán”! –“Pucha! ¡y que feo!”

Topioso, por molesto.

Puntal y Segundilla, por merienda, refresco.

Titiritar, por tiritar.

Tara, por mariposa; principalmente se dice tara, para expresar mal agüero, aplicándolo a determinadas personas.

Sute, por enteco.

También llaman cura al aguacate.

Está brisando equivale a estar lloviznando.

Y llaman cachapas de maíz jojoto, a las arepas de mazorca tierna.

Tan frasco, equivale a tan gracejo, tan chocante.

La gente del pueblo habla casi siempre a los que creen sus iguales en tercera persona  del plural y responden a la pregunta de dónde nacieron, afirmando que son meridianos. Y es muy común el arcaísmo aguaite, por mira usted, atienda.

Los cantos populares son la primera y más espontánea manifestación literaria de un pueblo joven, y a veces encierran tanto fondo de sentimiento y de verdad, que dicen y expresan más que un poema. Ellos reflejan en compendio las alegrías y los dolores con rasgos de originalidad suma costumbres sociales y el sello peculiar del carácter. En las canciones populares de los habitantes de la América Española hay mucho del influjo de la madre patria y aún cantos que han venido de allá y se han aclimatado de tal suerte entre nosotros, que muchos los toman como propios y originales. El autor cita más de veinte versos populares de los merideños que bien valdría la pena ser estudiados por folkloristas y sociólogos.

Y sí los cantos del pueblo son la más sencilla expresión de sentimiento, el mayor grado de perfección a que se puede llegar en la escala del arte, es a la feliz realización de la poesía dramática, punto culminante de toda literatura que ha alcanzado su completa madurez y desarrollo. (El autor al final de su obra trae una lista de los principales literatos que emplearon en Venezuela pseudónimos en el Siglo XIX, tomada del periódico “La Opinión Nacional” y otra por orden alfabético de apellido de los autores dramáticos venezolanos y de sus obras).

El autor vio representar la conocida pieza de Zorrillo, El Zapatero y el Rey, ejecutada por jóvenes alumnos de la Universidad y aficionados de arte de Talía, y todos desempeñaron con esmero y entusiasmo los papeles que se les habían confiado. Uno de los más decididos patrocinadores de esta clase de espectáculos, el Sr. Adolfo Briceño Picón, compuso en 1872, una pieza trágica que se representó por primera vez el 30 de diciembre del año citado con entusiasmo acogido por parte del público merideño. Dicho drama, que lleva el título El Tirano Aguirre, es una pieza de bastante mérito, por ser la mayor parte del argumento rigorosamente histórico, por las situaciones dramáticas que exhibe, generalmente bien manejadas, y por un lenguaje expresivo, animado y muy bien adecuado a la escena, como también por la circunstancia de no sacar a relucir personajes innecesarios, tentaciones indispensables de todos los autores de novelas.

Sorprende que Mérida, cuyo movimiento intelectual data de ayer, como que apenas en 1845 comenzó a tener imprenta, haya demostrado, aun cuando sea con una sola obra dramática, que en este género de literatura va a la par de Bogotá, la ponderada Atenas del Sur-América, puesto que, a pesar de nuestra bien merecida fama literaria, las piezas que componen el repertorio colombiano, nunca han sobresalido, y aún hay muchísima inferior a la de D. Adolfo Briceño.

Pasa luego el autor a describir con lujo d detalles el argumento, las situaciones y los personajes del drama de corte romántico y de estilo antiguo.

Repite que la obra gustó mucho en Mérida la noche del estreno y así tenía que ser, por su indispensable mérito. No quiere eso decir que carezca de defectos. Entre los mayores que se les pueden señalar está la exageración en los recursos de bastidores, como son la tempestad prolongada del primer acto, los toques de campana, y el estilo menudencias como las frases recargadas de intenso sabor romántico y de exclamaciones lúgubres que hoy ya no son de aceptación general. Puesto que estaba tratando de los individuos que habían honrado a Mérida con su talento, justamente recordaba al escribir Laverde Amaya el hecho de que de su Universidad habían salido hombres verdaderamente notables, que se habían distinguido en los Congresos: en la magistratura, en la tribuna, en el profesorado y en el foro: hombres que, aún cuando lejos del centro del país, en donde siempre se extiende con más savia y vigor el influjo de la civilización y de la cultura, se ha impuesto por el poder de sus talentos, de su ilustración y de su levantado criterio. Temeroso de olvidar muchos nombres, deseaba, sin embargo, consignar rápidamente algunas noticias sobre los más populares para que sus acompañantes colombianos los apreciasen como merecían serlo.

Los primeros que acudían naturalmente a la mente, eran aquellos cuya heroica conducta y generosa miras ayudaron a fundar la patria sobre la base de la libertad.

Descollaba entre ellos el Dr. Cristóbal Mendoza, que nació en Trujillo el día 24 de julio de 1772, y que fue el primero que inició (el 4 de octubre de 1813) el pensamiento del que diese a Bolívar el renombre de Libertador. Fue uno de los colaboradores del Correo del Orinoco. Murió en Caracas en 1929. (No hay que olvidar que el autor siempre se refiere al Gran Estado de Los Andes).

El Dr. Ignacio Fernández Peña. Nació en Mérida en el mes de marzo de 1781. Formó parte del Congreso Constituyente de Caracas que proclamó la Independencia; fue Rector dos veces de la Universidad de Mérida y en 1842 consagrado Arzobispo de Venezuela, en la Catedral de Pamplona, por el Obispo Dr. José Jorge Torres Estans.

El Dr. Agustín Chipía. Nació en Mérida. Fue compañero del Dr. Juan Germán Roscio en la redacción dl Correo del Orinoco, órgano de la revolución de 1810. Desempeñó varias veces el rectorado de la Universidad de Mérida. Conocía muy bien el griego y el latín, y afirmase que recitaba con muy agradable entonación trozos enteros de La Eneida y de La Ilíada. Sus discípulos dicen que su prodigiosa memoria era comparable a la de Juan Vicente González. Asistió como senador al primer Congreso Constitucional de Venezuela. Era orador y literato, peo no se conserva ningún escrito de su pluma.

El Dr. Eloy Paredes. También hijo de Mérida. Recibió en Caracas el grado de doctor en Jurisprudencia y desempeñó dos veces el Rectorado de la Universidad de Mérida y por diez y ocho años las clases de Derecho Internacional y Código Civil. Fue también Gobernador de su antigua provincia de Mérida en tres ocasiones, y Diputado al Congreso de la República desde el año 1843 hasta 1852, y miembro de la Convención de Valencia en 1858. Allí figuró con honor al lado de D. Fermín Toro y del Dr. Pedro Gual. Como orador parlamentario alcanzó justo renombre y se le citaba junto con D. Antonio Leocadio Guzmán, Valentín Espinal y Ángel Quintero. Murió el 8 de abril de 1880, y su muerte fue deplorada por el insigne Cecilio Acosta, en un sencillo artículo necrológico.

El Dr. Tomás Zerpa. Tipo de sacerdote humilde y de conducta ejemplar. Nació en 1829, en la ciudad de Mérida. Fue secretario del Illmo. Sr. Juan Hilario Boset, Obispo de la Diócesis y Canónigo Prebendado de la Catedral. El Cabildo lo nombró Vicario Capitular en Sede Vacante por la muerte del Sr. Boset. y después el Congreso votó por él para Obispo de la Diócesis, pero no quiso aceptar el puesto, a pesar de las instancias que en este sentido le hicieron Pío IX y el Presidente de la República. General Guzmán Blanco. Cuando murió, el 24 de marzo de 1886, era Deán de la Catedral de Mérida y  gozaba de tal prestigio y popularidad por sus eximias virtudes y por la brillantez y elocuencia de su palabra, como orador sagrado, que toda la ciudad tomó parte en el duelo con muestras inequívocas de profundo dolor.

El Dr. Juan de Dios Méndez. Nació en Mérida, se recibió de doctor en su Universidad y de abogado en Caracas. Asistió como Diputado a los Congresos del 1851 y 1852, fue Ministro de Crédito Público el año de 1869, y el Congreso de 1873 le nombró Abogado de Venezuela en un asunto de reclamaciones con la nación inglesa. Por el informe que presentó en este asunto mereció una nota congratulatoria del Gabinete de Inglaterra y la condecoración del Busto del Libertador con qué lo honró el gobierno de su patria. Desempeñó muchos destinos políticos en el ramo judicial.

El Dr. Santiago Ponce de León. Nació en Mérida en 1842. Obtuvo el grado de doctor en medicina en la Universidad de Caracas. en 1865 se trasladó a Santo Domingo, en donde había hecho una brillante carrera, como periodista, hombre público y literato. Redactó sucesivamente El Orden y El Bien Público, inspirándose para esta tarea en ideales levantados y siempre con miras amplias en favor de los pueblos.

Desempeñó en la mencionada isla la cartera del Interior, y en 1880 regresó a Caracas honrado con el elevado cargo de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. Entonces publicó en folletos, Los Restos de Cristóbal Colón. La Cuestión Domínico Española, Estudio Social y la Biografía de D. Ulises Espaillat; y conserva inéditos los siguientes: la traducción de Les theoriciens au pouvoir, de M. Delarmé escritor haitiano, unos Apuntes de Viaje y la Historia de Santo Domingo.

El Dr. Gabriel Picón Febres. Nació en Mérida el 15 de abril de 1835, y en la Universidad de dicha ciudad hizo estudios de Derecho Civil hasta obtener la borla de doctor. En 1859 estuvo en Bogotá, donde permaneció cinco meses. Durante tres años desempeño la Secretaria de la Universidad de Mérida, y por un tiempo igual ejerció también las funciones de Rector. Tuvo el honor de ser el primer Vicepresidente del Liceo de la misma ciudad. Asistió en dos ocasiones al Congreso como Diputado principal, y en 1869 el Dr. Paredes le nombró Secretario General del estado. En el periodo constitucional de 1883 a 1884 su nombre figuró como candidato para Presidente del Estado de Los Andes, pero él rehusó la honra que se le discernía, lo mismo que un curul en el Senado de la República. Colaboró en varios periódicos jurídicos y políticos del país, y en el Occidental, de Barquisimeto, hay algunos artículos de su pluma sobre cuestiones de Derecho Civil. D. Felipe Tejera, en sus Perfiles Venezolanos, consigna sobre él lo siguiente: “Gabriel Picón Febres, sabio abogado y escritor y distinguido de Mérida, de prosa llena de pensamientos majestuosos y elevados como su Sierra nativa”.

El Dr. Foción Febres Cordero, jurisconsulto y orador, el Dr. Federico Salas, cuyos discursos en elogio de Bello y Vargas son dos trabajos recomendados por los entendidos en la materia.

El Dr. Salas hizo sus primeros estudios en Caracas, de discípulo del célebre Vargas, y terminó en París su carrera de médico.

Era versado en historia, literatura y ciencias naturales, y sus amigos le alababan como hombre de mucha memoria, lo mismo que afirmaban que merecía en unión de los Dres. Picón y Función Febres Cordero el calificativo de oradores merideños.

Si se trata de fijar el rasgo predominante de los escritos de los merideños, se convendrá ciertamente en que su estilo es pintoresco y animado, y se echa de ver al propio tiempo que se esfuerzan por dar el conjunto el tono de verdad y de intención que es sello indispensable de la moderna literatura. Bien que inspirándose de continuo en el ideal poético que prevalece entre los venezolanos, y a las veces seducidos por esto mismo del deseo crear frases sonoras y de cadencioso ritmo, que mucho más hablar al corazón que sobre la inteligencia, van sin embargo por el camino que llevará un día a la completa exactitud y fiel reproducción en lo escrito del conjunto de belleza que moral o materialmente hablan a la imaginación ardiente del hombre.

Dentro de la esfera de la naturalidad, y con señalada tendencia a alejarse del propósito de arrebatar sólo son deslumbradoras  imágenes o de halagar con melifluos acentos, aparecen señaladamente en el campo de la prensa D. José Ignacio Lares, los Dres. Foción Febres Cordero, Caracciolo Parra, éste en los escritos que de su pluma conocemos, y mi distinguido amigo el Redactor de El Lápiz, que ha conseguido, con la notable facultad de asimilación intelectual que posee, seguir con pie firme hacia los vastos horizontes literarios que hoy firman el mejor caudal el porvenir.

Cuando en el trascurso de los años y mayor estímulo patrio las letras ganen en extensión en Mérida, se irán avaluando también las facultades imaginativas y el talento de los hijos de la Sierra. Ojalá que ese tiempo esté próximo.

En 1885 el Estado de Los Andes contaba con 136 establecimientos de instrucción, subvencionados todos por el Gobierno Nacional, a los cuales concurrían 8.024 alumnos y 98 escuelas municipales particulares con 3.280 alumnos; lo que daba un total de 234 planteles y 11.304 alumnos de uno y otro sexo. Su industria agrícola estaba principalmente reducida a café, cacao, añil y trigo.

Se encontraban abundantes minas de carbón de piedra, de cobre, de cristal de roca y petróleo. Sus transacciones mercantiles más importantes se efectuaban con Maracaibo y Colombia.

Su extensión territorial era de 38.134 kilómetros cuadrados y el total de casas en todo el Estado era de 56.348. Contenía 317.195 habitantes.

La Sección Trujillo, situada al Oriente dl estado, se dividía en 7 distritos, lo mismo que la del Centro, llamada Sección Guzmám (Mérida) y a la de Occidente que limita con Colombia y llevaba el antiguo nombre del Táchira. A la primera correspondía las ciudades de Trujillo, Boconó, Carache, Escuque, Betijoque y Valera. A la segunda, Mérida, Ejido, Timotes y Tovar, y a la tercera, San Cristóbal, San Antonio, Rubio, Táriba y La Grita.

Luego de una corta permanecía en Mérida, el escritor en una mañana clara y fresca salió de la ciudad. Tulio Febres Cordero, que había sido ilustrado cicerone en todo lo relativo a la historia, estadística y pormenores merideños, salió galantemente a acompañarlo.

El cariño y simpatía por Mérida tenía que cambiarse, en breve, por la pena que le causó separase tan pronto de una ciudad que presentaba comodidades para la vida y que tan favorablemente impresionaba por las prendas morales de sus hijos.



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