lunes, 16 de enero de 2023

Testimonios de Mérida Siglo XX Leonard V. Dalton Segunda parte 1909-1910 Carlos Chalbaud Zerpa

Testimonios de Mérida Siglo XX

Leonard V. Dalton

Segunda parte 1909-1910

Carlos Chalbaud Zerpa

Ensalada de naranjas y una cuesta escabrosa

Periódicamente circulan noticias acerca de la existencia de yacimientos mineros en la Sierra Nevada, pero las que pueden darse por auténticas son las referentes a las minas de oro y plata en las cercanías de Estanques, en la ruta principal que baja a la tierra llana; parece que tales yacimientos –al menos hasta donde pude averiguarlo- no han sido nunca explotadas. Los principales recursos de la comarca se encuentran hoy en las fértiles tierras del Chama y en los valles tributarios. A siete millas de la capital el camino que desciende por el valle Chama en dirección a Ejido va atravesando plantaciones de café y de cacao, junto con tierras llanas sembradas de pastos. Después de Ejido. El valle se va haciendo más estéril a medida que se acerca a Lagunillas, famosa por su lago mineral, que tiene grandes cantidades de urao. En las horas del amanecer resulta particularmente hermoso el panorama que se divisa entre dicha aldea y los picachos revestidos de nieve que se alzan en Mérida, pero el lugar muestra poco movimiento comercial. Debo consignar un episodio bastante simpático que nos ocurrió cerca de Lagunillas, y que revela la índole de hospitalidad de los indios. Al pasar por la abacería del camino (desprovista de artículos) preguntamos si podría vendernos algunas naranjas de las que abundaban en el huerto de la casa. “Con mucho gusto”, dijo el dueño, y nos trajo sillas para que desmontáramos nuestras cabalgaduras y descansáramos. Poco después nos ofrecieron una bandeja con naranjas picadas en trozos a manera de ensalada, plato muy apetecible en estos cálidos parajes. Al preguntarles el precio, nos contestaron: “Nada señores”, y nuestros benévolos anfitriones se negaron a aceptar ni un céntimo. Bien sabíamos que ellos no se hubieran comido tampoco dichas frutas, pero tal circunstancia no nos impedía apreciar su espíritu de hospitalidad.

Dos o tres millas más allá de Lagunillas se encuentra uno de los peores sitios en la ruta de los Andes, a pesar de tratarse de la vía principal que desciende hacia el sur. Ante todo hay que bajar por una escabrosa cuesta en zigzag hasta llegar a un pintoresco puente de madera sobre el torrente del Chama, de donde se deriva el nombre de Puente Real dado al pequeño vecindario allí existente. No hace muchos años, tanto los viajeros como sus equipajes eran trasladados por obre el río en una especie de boya pantalón, mientras que las bestias cruzaban amarradas a una cuerda a través de la rápida corriente, y a menudo sólo después de penosos esfuerzos lograban llegar a la otra orilla, bastante distancia río abajo. Por lo tanto, el puente actual significa cuando menos un adelanto si se compara con aquel sistema de transporte tan primitivo.

La parte baja de este barranco, de laderas escarpadas y sin vegetación, es cálida y polvorienta. Después de andar una o dos millas se llega al extremo opuesto, y el camino comienza a subir por un acantilado casi vertical, estrechándose hasta convertirse en una simple vereda, a uno de cuyos costados se precipita el abismo, con el torrente allá en el fondo. La ruta colinda al igual durante cuatro o cinco millas, y este tramo recibe su nombre de la parte más escabrosa del mismo –llamada Las Laderas-, situada justamente antes del sitio en el río San Pablo afluye desde el sur. De aquí en adelante sigue aumentando la altura del camino sobe el río hasta que al fin comienza a bajar hacia un valle lateral, descenso que se realiza en breve tiempo por una cuesta que prácticamente una escalera formada por rocas sueltas. Sostenidas con leños, mientras del lado del barranco éste llaga perpendicularmente hasta el espumoso torrente que se precipita en la hondonada. Es un paraje bastante ingrato en los días de verano, y que resulta casi intransitable en tiempos de lluvia. Cuando ha terminado el descenso, el resto del camino continúa serpenteando antes de llegar a valles más despejados a orillas del despeñadero, y es suficientemente amplio –en términos generales, aunque no en todo momento- para que puedan pasar dos bestias a un tiempo.

Más allá de Estanques el valle comienza a angostase hasta quedar convertido en un desfiladero, pero el camino va trepando por los cerros laterales, y al fin –después d pasar por una alfarería- desciende hasta el cálido valle de Mucuchíes, sembrado de plantaciones de cacao. Luego de cruzar el río por un puente de curioso aspecto, se encuentra una bifurcación del camino; uno de los ramales sube por la cañada del Mucutíes hasta Tovar, y el otro, bajando por el valle del Chama hacia El Vigía, sigue hasta los llanos del Zulia.

Tovar es el principal mercado local para todos los productos de las plantaciones de cacao y café que existen en el valle y, algo más allá, Bailadores constituye el límite extremo de los campos de trigo que dan la meseta del barranco de Mucutíes cierta semejanza con el paisaje de un campo europeo en tiempos de cosecha.

Mucuchíes   y los páramos

Al norte de Mérida, el Valle del Chama tiene algunas plantaciones de café, que el camino deja pronto tras de sí; y al llegar a Mucuchíes, que es el pueblo más elevado de Venezuela (10.000 pies), nos encontramos en una región donde se cultivan pastos y papas, pues incluso el trigo no se da en estas actitudes extremas. Por encima de Mucuchíes se ven diseminadas algunas cuantas casas, una de las cuales es una pequeña posada conocida como Los Apartaderos, y la cual constituye el mejor sitio de parada para asegurar un tranquilo cruce del paso el día siguiente, ya que los vientos no empiezan corrientemente a soplar sino a mitad del día.

Estos pasos despejados a gran altura se conocen en Venezuela como páramos, palabra acerca de cuyo preciso significado parecen existir algunas dudas. Aunque la definición de Humboldt (“no son todos aquellos pasos a una altura superior a las 1.800-2.000 toesas sobre el nivel del mar donde reina un tiempo crudo e inclemente”) abarca la aplicación actual del vocablo. El páramo de Mucuchíes o de Timotes, por el cual pasa la ruta principal entre Mérida y Trujillo. Es el más alto de los Andes venezolanos, y la gran cruz de madera que se eleva en la cumbre está aproximadamente a 14.500 pies sobre el nivel del mar. En la estación lluviosa, y a causa de las densas masas de nubes que se agrupan sobre el paso, hay a menudo una nieve bastante densa, y ¡ay! del infortunado viajero cuya mula entonces (em) paramada! El verbo que deriva del nombre genérico dados a estos pasos situados a tan gran altura, se aplica frecuentemente en tono humorístico a cualquier persona que se haya mojado el cuerpo y se sienta resfriada y con malestar.

En Timotes, que es el primer pueblo situado en la parte septentrional del paso, comienzan a aparecer nuevamente las plantas tropicales, pero el valle está formado en su casi totalidad por potreros, que se prolongan, cuando menos, hasta los límites con Trujillo.

El estado más septentrional de los tres estados andinos es mucho más templado, en términos generales, que Mérida, aun cuando en Trujillo coexisten, con los páramos, las llanuras tropicales. Sus principales productos son el café y el azúcar. Si bien Mérida adunda en diferentes metales, los minerales más importantes de Trujillo son el carbón y el petróleo.

La capital data de 1556 y ha sido el escenario de muchos sucesos notables en la historia de Venezuela. Su propiedad comercial sirvió de atractivo Gramont para marchar desde La Ceiba y saquear el pueblo en 1678. La ciudad se ve sola en un valle rodeada por plantaciones de café y de caña de azúcar, que constituyen los principales reglones comerciales en el mercado local. Tal como sucede en San Cristóbal, la necesidad de vadear un río en la ruta principal que conduce a su puerto principal hace inseguras las comunicaciones, aunque existe una segunda vía bastante dificultosa a través de la sierra, y la cual puede usarse en caso de emergencia; cualquiera de ambas rutas abarca un trayecto aproximado de 25 millas hasta Motatán, e igual distancia corresponde a un ramal que va hasta Valera, ciudad importante en la ruta que se dirige hacia Mérida.

Aunque Trujillo es la capital del estado, y Motatán la estación terminal del Ferrocarril de La Ceiba, es en Valera donde se encuentra lo más importante del movimiento comercial del estado, causa –por una parte- de la situación más ventajosa del pueblo en lo que respecta al fértil valle que se extiende al ´pie de la serranía; y, por otra, a su antigüedad en comparación con Motatán, el cual sólo se considera como un terminal provisorio. Las haciendas de caña de azúcar y de café, que muestran una gran prosperidad, ocupan el valle en donde se encuentra Valera, y el producto de aquéllas, así como el de las regiones circunvecinas, para primeramente por el comercio local en su ruta hacia Maracaibo. En las cercanías hay algunas fuentes termales, pero hasta ahora Valera no es conocida como balneario para fines terapéuticos. Existe un buen servicio de agua, tomada de las quebradas montañosas en la parte alta del valle, y la cual se trae a la ciudad a través de un sistema de cisternas y cañerías, instalado por el dinámico trujillano Antonio Braschi, quien –al igual de muchos prósperos comerciantes y profesionales de Trujillo, Zulia y Mérida- consideraban Italia como su madre patria.

El ferrocarril de La Ceiba fue construido con ayuda de capital venezolano y depende de un director local, aunque la construcción efectiva de la línea fue realizada por ingenieros franceses. Se ha propuesto sustituir los puentes de madera por otros de hierro, e introducir otras mejoras a lo largo de la vía que contribuyan a evitar las pérdidas de tiempo que ocurrían ocasionalmente en épocas anteriores.

A poca distancia al occidente de Valera se encuentran las poblaciones de Betijoque y Escuque, ambas muy antiguas y situadas en valles de enorme fertilidad, cerca de la primera existen afloramientos petrolíferos muy conocidos, y en cuanto a Escuque, tiene un café con calidad excepcional.

Desde las calles de Trujillo se pueden seguir a simple vista las estribaciones de la serranía hasta vislumbrar un paso de aspecto amenazante cuando se ve cubierto de densas nubes, que se alza a lo lejos, al sureste del Páramo de la Cristalina. Este páramo pasa el camino hacia Boconó, uno de, los pueblos de Venezuela de situación más pintoresca, construido en un valle ubérrimo, que produce –a diferentes altitudes- azúcar, café y trigo. Son indudables las grandes posibilidades que ofrece una región como la de los Andes, donde queda aún mucho territorio sin explorar, y en el cual existen, como si dijéramos, todos los climas de la tierra. En ella se han aclimatado ya numerosas plantas y podría obtener mayor rendimiento de las que se cultivan en la actualidad; el café y el cacao de los valles más húmedos del trópico, el maíz de las zonas despejadas de las alturas, el algodón que puede sembrarse en los valles del Chama, de Carache, y en otros, están entre las plantas citadas. La posibilidad de cultivar una gran variedad de frutos que, en términos generales, podrían ser objeto de gran demanda en Venezuela a medida que vaya progresando el desarrollo del país. Así como la existencia de recursos minerales y forestales que puedan considerarse del tipo menos permanente, son factores que contribuirán casi con toda seguridad a una creciente prosperidad para los estados andinos, pero también es cierto que se requiere la construcción de vías de comunicación eficientes y adecuadas antes que dicho potencial pueda aprovecharse plenamente. A pesar del aspecto pintoresco que presentan los largos arreos de mulas que hoy cruzan los caminos de la montaña, no hay duda de que, si se construyeran vías apropiadas para el tráfico rodado, éstas harían reducir el uso de las bestias de carga a aquellos sitios donde fueran realmente indispensables, y permitirían suministrar un medio de transporte más rápido y barato para los productos en que abundan los fértiles valles de la Cordillera.


 

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